El día que Lou Reed cumplía sesenta años estaba en Madrid presentando un disco. Hablamos en un hotel de lujo bajo la atenta vigilancia de alguien de su casa de discos y me cuenta que estuvo en la casa natal de Federico García Lorca y que le dejaron tocar su guitarra. Hace una mueca cuando le pregunto si tenía cuerdas de tripa, que, por supuesto, las tenía antes de que existiera el nailon, y salta sobre su asiento cuando le pregunto si le gusta el disco de canciones tradicionales de Lorca. «¿Cómo? ¿Federico tiene un disco grabado? Sabiendo lo mucho que me gusta, ¿y nadie me dice que hay un disco de Federico tocando el piano? ¿En qué sello?». Gracias a las canciones de Federico García Lorca, ese fue también el día en que Lou Reed me besó la mano.
En 1931, Lorca visitó asiduamente la casa de las hermanas López Júlvez, Encarnación y Pilar, artistas flamencas conocidas en todo el mundo, principalmente como bailarinas. No se trata de visitas de cortesía, sino de trabajo. Encarnación (1898-1945), la mayor, llamada la Argentinita por haber nacido en Buenos Aires, era además una conocida canzonetista. Poco antes de fallecer, llevará a cabo una de las primeras grabaciones del El amor brujo de Falla. En compañía de Federico, está preparando la grabación de una serie de canciones tradicionales que el poeta había recopilado en sus viajes por España. En febrero de 1931, La Voz de su Amo pondrá a la venta cinco discos de los que llamamos de pizarra con diez canciones seleccionadas, armonizadas e interpretadas al piano por Lorca1 y cantadas por l Argentinita, responsable también del zapateado y las castañuelas. «Anda jaleo» cuenta además con acompañamiento orquestal.
Los discos tuvieron mucho éxito. De hecho, es fácil encontrar en internet tres tiradas con diferentes galletas y descubrir que de «Los cuatro muleros» existen incluso dos ediciones diferentes, completadas respectivamente con «Sevillanas del siglo XVIII» y «En el café de Chinitas» en la otra cara. Junto a las canciones citadas, «Zorongo gitano», «Las tres hojas», «Romance de los mozos de Monleón»2, «Romance pascual de los pelegrinitos», «Sones de Asturias», «Aires de Castilla», «Nana de Sevilla» y «Las morillas de Jaén» completaron la Colección de canciones populares españolas, título con el que salieron a la venta los discos. Desde entonces, se han hecho infinidad de versiones tanto en el campo de la música clásica y el canto lírico como en la música popular. Las diez canciones se consideran imprescindibles dentro del repertorio folklórico español. La propia Encarnación incluyó varios de esos temas en sus representaciones teatrales y «El Café de Chinitas» se convertiría en título de uno de sus espectáculos internacionales. Sin embargo, es difícil encontrar en la hemeroteca reseñas de 1931 sobre los discos de Lorca y la Argentinita. De hecho, la única mención que he encontrado online es de una revista de actualidad radiofónica. Los discos todavía no tenían peso suficiente en la sociedad para merecer atención mediática.
Dice Menéndez Pidal que «Los mozos de Monleón» es seguramente una canción menos antigua de lo que parece. Perpetuamente contemporánea por los temas que trata: visión profética, temeridad y muerte, cobra plena actualidad en relación a los debates sobre la tauromaquia, la masculinidad tóxica y temeraria y, por supuesto, para recordar el aniversario del imperdonable asesinato de uno de nuestros grandes escritores y, también, musicólogos. Recordemos que Federico se consideraba a sí mismo músico antes que poeta o dramaturgo. Con la vida de Lorca se perdió para siempre, además de su genio, su gran memoria musical: un archivo mental de infinidad de canciones populares que había ido aprendiendo desde su infancia. Solo diez de ellas quedaron preservadas para la posteridad en cinco placas de goma laca3 o shellac.
«Los mozos de Monleón» está recogida en varios cancioneros incluyendo el de Menéndez Pidal y el de Dámaso Ledesma, de dónde tomó Lorca la versión que canta la Argentinita. En 1973, el folklorista Joaquín Díaz la incluyó en su álbum de Romances truculentos4, correspondiente castellano a las murder ballads anglosajonas que tanto nos fascinan. Como suele ocurrir en la tradición popular, «Los mozos de Monleón» tiene una gran carga de conceptos e ideas que nos llevan directamente a otros tiempos y a otras maneras de vivir, hablar y cantar. Es una melodía originaria de Salamanca, tremendamente sencilla, con compás de 3/4, que narra la historia de una cogida mortal en una fiesta taurina. Una tragedia rural con un vocabulario añejo que nos habla de los perpetuos enfrentamientos entre jóvenes y viejos y entre mujeres y hombres. Y, por supuesto, de la sempiterna lucha ritual entre el hombre y la fiera y sus innumerables connotaciones.
La historia tiene tres protagonistas. El antihéroe, Manuel Sánchez, y dos personajes clave: su madre viuda y el mayoral que ha criado al toro. Un narrador (la cantante) nos detallará sus encuentros con Manuel y nos introducirá a los actores secundarios que son los amigos de Manuel, el cura y el rico del lugar a los que hay que añadir a los lugareños, testigos del drama. Y, por supuesto, tenemos al vencedor de la lid: el toro. Como en tantas obras clásicas y tradicionales, existe el hilo conductor de un oráculo, la advertencia profética de un peligro que el protagonista no atiende. Es un poema sencillo alrededor del dudoso valor de la hombría —que presenta en oposición a la sabiduría de los mayores, hombre y mujer— y que demuestra ser tan inútil como mortal.
Un prólogo de ocho versos nos da a conocer a los jóvenes protagonistas que dan título a la canción, sabemos de su profesión y de sus planes. A continuación, en una larga parte recitada, tienen lugar los encuentros con la madre y con el ganadero. La tercera parte de ocho versos, de nuevo cantada, estaría constituida por la lidia y la cogida de Manuel, el más temerario de los mozos. En la cuarta seremos testigos de su agonía y muerte en la plaza. Los últimos ocho versos servirán de conclusión.
«Se fueron a arar temprano», empieza diciendo la canción porque las tareas del campo son ineludibles antes de poder ir de fiesta. Además, los jóvenes labradores quieren tener tiempo para quitarse con calma la ropa de trabajo. Cuando «al hijo de la veyuda5 el remudo6 no le han dado» podemos entender indistintamente que se está refiriendo al cambio de ropa o a la primera acepción que recoge de la Real Academia: reemplazar a alguien, en este caso en el arado. «Al toro tengo que ir aunque vaya de prestado», dice Manuel demostrando a la vez la ilusión que le inspira la fiesta y su carácter rebelde.
Encarnación elige recitar las estrofas que contienen las dos profecías, madre y mayoral, seguramente por la imposibilidad en la época de incluir en un disco de 78 RPM los nueve minutos que ocupa la versión íntegra de «Los mozos» tal como la canta Joaquín Díaz. «Permita Dios, si lo encuentras (al toro) que te traigan en un carro. Las albarcas7 y el sombrero de los siniestros8 colgando», dice la madre. Queda clara su creencia en la intervención divina, pero, ¿tiene esta viuda una premonición o se trata de una mera amenaza para asustar a un hijo que ya adivina imprudente? La mujer avisa al joven de que no va a regresar por su propio pie. El detalle de sus prendas colgando precisamente del lado izquierdo del carro es un sospechoso toque de atención. Algo va a ir mal.
La acción va progresando. El joven no ha atendido a su madre y él y sus amigos «cogen los garrochones» (9). Navas (10) abajo preguntan por el toro anticipando la fiesta y la emoción. El toro está ya encerrado y a punto de empezar el ritual de hombría que deberá acabar con su sacrificio. Aparece el mayoral. Con habilidad narrativa tal vez no pretendida, el autor (o los autores) sitúan este encuentro en la mitad del camino: los jóvenes aún tienen tiempo de escapar de ese destino aciago. El nuevo personaje masculino, es, como el femenino (la madre), más viejo, más sabio y experimentado en cosas de ganadería. Es él quien ha criado al animal desde pequeño: «Muchachos que vais al toro», les dice enfrentándose a los jóvenes en un sutil duelo intergeneracional. «Mirad que el toro es muy malo», advierte. La versión recogida por Joaquín Díaz incluye la respuesta de los jóvenes: «Si nos mata que nos mate, ya venimos sentenciados», declaran aceptando arrogantes la predicción de la madre.
Volvemos a encontrarles cuando ya ha dado comienzo la corrida. «Se presentan en la plaza cuatro mozos muy gallardos»: tenemos pues una visión heroica y unas figuras idealizadas. Y es aquí cuando descubrimos la identidad del joven rebelde sobre quien pesan los malos augurios: «Manuel Sánchez llamó al toro», nos cuenta, pero su nombre es anodino, común y corriente, podría ser cualquiera de nosotros, quizás una manera de camuflar una moraleja. Pero descubrimos esa identidad en el instante en que, alardeando de su mal llamada hombría y su valor temerario, reta a una fiera físicamente superior. El hombre contra la bestia, es decir, una valentía suicida. «Nunca lo hubiera llamado», concluye la cantante. El destino está escrito.
Un accidente que podría haber sido minúsculo («Por el pico de una albarca toda la plaza arrastrando»), resulta mortal: «Cuando el toro lo dejó, ya lo ha dejado sangrando». La vida se le escapa al hombre vencido por el animal. Encarnación retoma el recitado para describirnos la agonía del joven y sus últimas palabras. El estilo directo en primera persona aumenta el dramatismo: «Amigos, que yo me muero, amigos, yo estoy muy malo. Tres pañuelos tengo dentro y este que meto son cuatro», se lamenta describiéndonos el tamaño de la herida de una manera indirecta. Manuel pierde mucha sangre y empapa los pañuelos en un remedo de cura, improvisada e ineficaz. Sus amigos y el púbico piden socorro a la religión: «Que llamen al confesor». Quieren que se celebre para Manuel el ritual católico para la muerte, pero el confesor llega tarde. «Manuel Sánchez ha expirado»: morir sin confesión puede significar la condenación eterna. ¿Quizás otra moraleja? ¿El merecido castigo por no haber atendido a su madre?
La profecía de la mujer se cumple completa. Conducen el cadáver de Manuel «a la puerta de la veyuda», a su casa, a su hogar, a su madre: hablamos de familia, de raíces y de protección, pero el romance continúa explicando llanamente que «arrecularon el carro»: no hay ceremonial solemne para Manuel. Puede ser peregrino pensar que quizás ya entonces adivinaban que la gratuidad del riesgo asumido provocando al toro, no merecía más, pero el oyente del siglo XXI no puede evitar pensarlo. La conclusión final es: «Aquí tenéis vuestro hijo como lo habéis demandado». Un verso sobrio, lleno de serenidad que no entra en detalles. Se han cumplido las premoniciones y la juventud y la temeridad han perdido la batalla contra el destino.
El 19 de agosto de 1936 el destino y una bala acabaron con la vida Federico García Lorca. El mundo entero no ha dejado de llorar y condenar su absurdo asesinato.
Notas
(1) Ignacio López Navarro hizo los arreglos de «Sones de Asturias» y el compositor Gerardo Gombau Guerra de «Aires de Castilla».
(2) Monleón es una localidad de la comarca de Guijuelo en la provincia de Salamanca, con un castillo del siglo XV y un centro histórico medieval.
(3) Shellac: sustancia orgánica procedente de la secreción resinosa de la cochinilla de la laca (Kerria lacca o Laccifer lacca) originaria del sudeste asiático. Hasta la aparición de la Bakelita y el vinilo, fue una de las materias primas imprescindibles para la fabricación de discos de 78 RPM.
(4) «Romances Truculentos», 1975, Movieplay – S-32.699 (actualmente incluido en el catálogo Warner Music Spain). Voz y guitarra: Joaquín Díaz. Productor: Gonzalo de la Puerta. Técnico de sonido: Luis Fernández Soria. Reedición: Cancionero de Romances 2012.
(5) Veyuda o veiiuda: viuda (único término que no se encuentra en la RAE).
(6) Remudar: reemplazar a alguien, ponerse otra ropa o vestido (RAE). El término «remudo» como derivado de «remudar» no aparece en RAE.
(7 )Albarca o abarca: calzado de cuero o caucho que cubre solo la planta de los pies y se sujeta con cuerdas o corras sobre el empeine y el tobillo (RAE).
(8) Siniestros: que están a la mano izquierda (RAE).
(9 )Garrochón: rejón de la lidia de toros (RAE).
(10) Navas: tierra entre montañas sin árboles, llana y a veces pantanosa. Este término ha dado nombre a varias localizaciones geográficas (RAE).