Como dijera Albert Camus en una cita que ya se ha vuelto un lugar común: «No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía».1
Ante esta pregunta, la pregunta por el valor de la vida, las respuestas acostumbradas suelen ser más o menos unánimes, siempre y cuando el que responda no esté atravesado por algún sesgo, usualmente religioso: el valor de la vida cae por debajo de cero cuando se torna inhabitable, cuando de ella se enseñorea un dolor inhabilitante.
Así pues, podemos decir que existe la intuición generalmente compartida de que el dolor, en ocasión de tornarse mórbido y opacar las mieles del placer, inhabilita para vivir, de modo que el no ser se torna preferible al ser: «El propio dolor físico intenso demuestra todo, refuta todo, acaba con todo escepticismo y con todo estoicismo».2
Justamente porque este es un parecer que abrigamos en nuestro fuero interno, cuando Frankie Dunn (Clint Eastwood) inyecta adrenalina a Maggie Fitzgerald (Hilary Swank) para causarle la muerte no podemos por menos que comprender su resolución. En efecto, Maggie, una mujer nacida en el seno de una familia de rednecks, de esas de que Hannibal Lecter diría que son «pasto de los huracanes», enmienda su fatigosa vida de camarera consagrándose a lo que es su pasión: el boxeo. Sacando dinero de cualquier parte, como el que espiga el campo en busca de algodón, comiendo las sobras de sus propios clientes y gracias a un extenuante entrenamiento, logra ir escalando en los rankings de boxeo femenino hasta postularse como candidata por el título de peso wélter.
En ese momento, tras sufrir una caída a causa de un golpe por la espalda propinado por su contrincante, la Osa Azul, Maggie Fitzgerald sufre una fractura en las vértebras C1 y C2, quedando tetrapléjica. Al margen de lo oportuno de lo inoportuno de que uno de los cutman de la protagonista coloque precisamente el taburete en una posición idónea para partirse el cuello (algo que ya se parodió pertinentemente en Scary Movie 4), lo destacable en este punto es que la película, que dura aproximadamente dos horas, propiamente comienza aquí, a unos escasos treinta minutos de finalizar.
Dadas, pues, sus circunstancias, dirimir la cuestión respecto a qué es preferible, el ser o el no ser, vivir o morir, se antoja sencillo; pero desde una perspectiva filosófica las vicisitudes de la existencia particular se antojan teoréticamente poco explicativas. La filosofía es como el boxeo, al menos tal y como lo entiende Eddie Dupris (Morgan Freeman), en la película: es «antinatural, porque todo va al revés». Como filósofos estamos obligados no a reflexionar en torno a si esta o aquella vida merece ser vivida, o sea, si este ser particular o aquel otro es preferible al no ser del mismo; sino si el ser, en tanto que tal, es preferible al no ser.3 La pregunta correcta, por ende, es si el dolor es concomitante a toda forma de ser; y si es el caso que el dolor inhabilita para la vida entonces su valor, a tenor del sufrimiento, cae por debajo de cero.
¿Tenía acaso la vida de Maggie Fitzgerald valor eudemónico antes de postularse para el título? Lo cierto es que las escenas que nos ofrece Clint Eastwood no superan el análisis filosófico, ni desde una perspectiva pesimista, ni convencional. ¿Qué sentido tenían todas las penurias y carencias por las que pasa la protagonista? Por supuesto, aquellos poco habituados a los usos y costumbres de la provincia filosófica dirán que su sufrimiento tenía un sentido, es decir, una razón de ser, en la medida en que estaban orientados a un fin deseable.
Cuántos de los seres humanos que pueblan el mundo ven sus satisfacciones pospuestas en pro de un anhelo proyectado en un futuro incierto es cosa fácil de dirimir. Nos abandonamos a un embrutecedor trabajo, la mayor de las veces arduo y deleznable4, con la esperanza de alcanzar un estado más lisonjero en un mañana que, por su naturaleza deíctica, se antoja improbable que se consume, pues mañana nunca puede ser hoy.
Mañana, mañana y mañana […] la vida es solo una sombra que camina, un mal actor que se agita y pavonea en escena un tiempo, y luego no se le oye más. Es un cuento contado por un idiota, henchido de furia y ruido, que no significa nada.5
Llevamos nuestros cuerpos al límite con la esperanza de ver retribuido algún día el penoso esfuerzo; y solo sobre esa promesa persistimos en el empeño, tolerando en parte hieráticos, en parte al borde de la desesperación, todo tipo de desasosiegos. Cuántos no arrojarían al suelo las pesadas sacas de la vida si algún genio maligno se les apareciese garantizándoles que al final del camino no les aguarda más que decepción o, en el mejor de los casos, una tibia desafección.
En resumidas cuentas, la existencia de los seres humanos está atravesada por males de todo orden y naturaleza; parece tener valor solo en tanto que hace las veces de un medio para un fin, el cual se antoja deseable. Pero, como bien nos enseña la filosofía desde Aristóteles, el medio solo tiene valor instrumental, en tanto que es el fin al que se le imputa un valor singular. Asimismo, Maggie resistía sin cejar en su empeño justamente porque al final del periplo albergaba la esperanza de una retribución, la recompensa a sus arduos esfuerzos, pero, como bien entendiera Eduard von Hartmann, «ese final no acaba de llegar nunca […] detrás del aparente brillante final se esconde la miseria de la vida diaria».6
Así pues, si entre el extenuante esfuerzo y la postrera satisfacción solo median innumerables fatigas, y si el término de la satisfacción no es más que una ilusoria apariencia de beatitud, vuelve a pregunta el pesimista, «¿qué es la vida?». Respuesta:
El viaje de un cojo y enfermo que con una gravosísima carga a la espalda, por montañas muy escarpadas y lugares sumamente hostiles, fatigosos y difíciles, con nieve, hielo, con lluvia, con viento, bajo el ardiente sol, camina sin reposar nunca, día y noche, un espacio de muchas jornadas, para llegar a un precipicio o un foso, e inevitablemente caer en él.7
Con todo, el filósofo tampoco queda satisfecho con una conclusión netamente a posteriori del asunto, sino que reflexiona en torno a la condición ontológica de las cosas mismas. Ciertamente, alguno podría replicar que una vida que consistiese en transitar placeres sucesivos vería apaciguadas sus penas, deviniendo halagüeña, mas el pesimista también tiene respuesta para esto.
La estrella polar del pesimismo, Arthur Schopenhauer, demostró de un modo asaz convincente la vaciedad de toda satisfacción. En esencia, ¿qué se desea, sino aquello de lo que se carece?8 En efecto, Maggie no habría tenido el deseo de ser la campeona de peso wélter de haber ostentado ya el título, y si aun teniéndolo hubiese continuado enfrentándose a nuevas aspirantes lo habría hecho solo ante la posibilidad de perder el cinturón.
¿Qué desea el joven enamorado, sino el amor de aquel que no le corresponde? ¿Qué aquel que invierte todo su ahínco en esta o aquella empresa? ¿Anhela tal vez el escritor escribir el libro que ya ha escrito? ¿La notoriedad aquel que ya es célebre? o ¿quizá perseguiríamos con denuedo y entereza la resolución de algún afán si aquello afanado no fuese, justamente, ajeno a nuestro poder? No, pues «todo deseo o aspiración nace de una carencia, de un descontento con el propio estado, y es, por lo tanto, sufrimiento mientras no se satisface; pero no hay satisfacción que dure, más bien, toda satisfacción es siempre el punto de partida de un nuevo deseo».9
¿Por qué no hay satisfacción que dure? Sencillamente porque, si la condición de posibilidad de todo deseo es la carencia del objeto deseado, en ocasión de la satisfacción el motivo que nos impelía a desear desaparece, por lo que todo deseo es, por necesidad, ausencia, y toda satisfacción vana.
Recapitulando: si la vida está atravesada por el dolor, si no hay satisfacción que dure, que no sea ilusoria o no nos catapulte a nuevos anhelos tanto más insatisfacibles; en resumidas cuentas, si la vida es una «colonia penitenciaria»10, entonces: ¿por qué vivir? Así llegamos al juicio axiológico del pesimismo: los dolores superan con creces a los placeres; en consecuencia, el no ser es preferible al ser.11
Desde la perspectiva pesimista, entonces, la respuesta a la célebre pregunta kantiana «¿Qué debo hacer?» es contundente a la par que desconcertante: «Volver cuanto antes allí de donde se viene»12, o sea, a la paz mortecina de la nada.
La ética de esta filosofía permite traer felizmente a colación no solo la catarsis de Million Dollar Baby, sino también un tópico narrativo en las películas de Eastwood: la redención.
En efecto, son muchas de ellas en las que la redención del protagonista actúa como principio rector narrativo. Por mencionar uno de los casos más emblemáticos, cabe señalar Gran Torino, donde un cascarrabias (y racista) veterano de Vietnam, repugnado ante la creciente presencia de extranjeros en su barrio, termina por sacrificar su vida a fin de defender a sus jóvenes vecinos Tao y Sue, asiáticos ambos.
Asimismo, en Million Dollar Baby la idea de la redención es capital y atraviesa toda la película. Presenciamos como el protagonista se desarrolla a medida que va intimando con Maggie, pasando de un entrenador caído en desgracia (y machista), a un confidente de la desdichada aspirante a campeona, hasta convertirse en una figura paterna, algo que se ilustra con el nombre que Frankie Dunn escoge para su pupila: Mo Cuishle (mi amor, mi sangre).
Es reseñable que la redención del protagonista pase, precisamente, por renunciar a ese novísimo vínculo que afianzó con su hija putativa, algo que jamás logró con su hija biológica; y es que este concepto ha acostumbrado a ser mal entendido en el cine. En efecto, la redención no consiste tanto en alcanzar un estado de felicidad positiva, sino de quietud, algo que, así como el nirvana budista, «solo es feliz per negationem»13; o sea, feliz en la medida en que su antítesis, la existencia, es desdichada.
En el caso de la filosofía pesimista, la redención consiste, precisamente, en la serenidad que solo la aniquilación real y efectiva puede acarrear. Cuales sean los modos de alcanzar dicha redención es cuestión polémica, los autores discrepan sustancialmente, y es que «la filosofía es un monstruo de muchas cabezas, y cada una habla una lengua distinta».14
De un modo curioso, en la película se sugieren dos modos de redención tópicos en el pesimismo filosófico: el suicidio y la abnegación. No obstante, muy poco se ha entendido la piedra angular de esta filosofía si se piensa que su máxima ética prescribe el suicidio.
La crítica acostumbrada al pesimismo (la cual en el fondo no consiste en otra cosa que en una burda contradicción performativa) consiste en señalar que, si la vida es un valle de lágrimas, entonces, ¿por qué no suicidarse? La respuesta pertinente a este interrogante exigiría una sesuda digresión en torno a los entresijos de esta escuela, por lo que en pro de la brevedad me limitaré a sintetizar retóricamente el tuétano de la cuestión; rea intellecta, in verbis simus faciles.15
El pesimismo prescribe la negación de aquellos placeres que espuriamente se consideran deseables, pues son ilusorios y vanos; en cambio el suicida no niega aquellos, sino las condiciones en que los mismos se le dan, esto es, «está insatisfecho»16; aborrece la vida, no porque la misma se le antoje abominable, sino solo porque no puede gozar de aquellas mieles que en realidad son hieles.
De entre los miembros de esta escuela, solo uno empatizó con el pathos de aquellos cansados y fatigados de la vida, así como Frankie lo hizo respecto al padecimiento de Maggie. Philipp Mainländer, en su obra Filosofía de la redención, manifiesta una profunda sensibilidad contemporánea, cercana a nuestro concepto actual de «eutanasia». Si bien «no exhorta al suicidio» no obstante tampoco lo condena apelando a un calvario de ultratumba. «Quien ya no es capaz de soportar el peso de la vida, que la arroje. Quien ya no pueda soportar este salón carnavalesco […] esta cámara de servicio que es el mundo, que salga por esa puerta que «siempre está abierta» a la noche serena».17
No obstante, el sancta sanctorum de la ética pesimista es, propiamente, lo que aquí he denominado «abnegación», i. e., la negación de la voluntad de vivir. Si se me pidiese ofrecer un ejemplo ilustrativo de en qué consiste dicha negación, sin duda remitiría a la práctica de los budistas japoneses denominada Sokushinbutsu. Esta consiste en eliminar la ingesta de alimentos sólidos, y mediante un conjunto de prácticas yógicas y meditativas denominadas «prácticas de la muerte consciente» o Phowa, descritas en los Seis yogas de Naropa, el cuerpo del monje alcanzar un estado de incorruptibilidad capaz de momificar su cadáver. Tras esa retirada de ingesta de alimentos, el asceta es enterrado vivo provisto de un cordel atado a una campana y una pequeña caña para que circule el aire. Cada mañana, el monje sepultado tañe la campana indicando que continúa con vida, y una vez deja de hacerlo el cuerpo permanece enterrado varios meses, hasta ser exhumado por los acólitos para comprobar si la momificación ha tenido éxito. En caso negativo, el asceta recibe las más honorables pompas fúnebres, pero si el sokushinbutsu tiene éxito se le concede la categoría de buda y es exhibido en el templo de origen.18 Actualmente se encuentran esta clase de momias en los templos de Kaikōjo, Nangakuji y en la comarca de Okitama, entre otros.
Dicho de otra forma, la negación de la voluntad de vivir no consiste en cortar el nudo gordiano de la vida, sino en exponer el nudo al sol, dejar que sus rayos hiendan en las hirsutas fibras; que el inclemente clima las horade lento y parsimonioso; hasta que el ceñido nudo, simplemente, se desfrunza solo.
En Million Dollar Baby, encontramos uno y el otro caso. Maggie, postrada en la cama, ya no puede soportar el salón carnavalesco de su existencia. Atestada por el dolor, procura cortarse la lengua con los dientes, al modo en que los coyotes, desesperados por la picazón que causa la rabia, se arrancan mechones de pelo a mordiscos. Ante su súplica, Frankie le concede la extremaunción, le inyecta adrenalina y le acompaña mientras el zigzagueo de su pulso palidece.
Por su parte, quien fuera su entrenador, confidente y a la postre padre simbólico, sin nada «dentro del corazón» se retira «a mitad de camino de ninguna parte y el olvido»; un lugar en el que «este mundo nuestro tan real, con todos sus soles y vías lácteas, no es tampoco otra cosa que… nada».19
El río crece, inunda sus orillas y nos arrastra como efímeras flotando a la deriva: miran al sol y, en un instante, no queda nada.
(Gilgamesh)
Notas
(1) Camus, A., El mito de Sísifo, Alianza, Madrid, 2014, p. 17.
(2) Cabrera, J., Crítica a la moral afirmativa, Gedisa, Barcelona, 2014, p. 52.
(3) Vid. Plümacher, O., El pesimismo en el budismo y otras religiones, Sequitur, Madrid, 2023, p. 46-47.
(4) «¿Qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol? Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa» (Ec. 2: 22-23).
(5) Shakespeare, W., Macbeth, Planeta, Barcelona, 1991, V: 5, p. 187.
(6) Hartmann, E., Filosofía de lo inconsciente, Alianza, Madrid, 2022, p. 599
(7) Leopardi, G., Zibaldone, Gadir, Madrid, 2010, p. 37
(8) Vid. Gámez, H. W., Diálogo de la potencia, Independently Pubilshed, 2022, p.41
(9) Schopenhauer, A., El mundo como voluntad y representación I, Gredos, 2014, p. 357
(10) Schopenhauer, A., Parerga y Paralipomena II, Trotta, Madrid, 2014, p. 317
(11) Vid. Plümacher, O., El pesimismo en el budismo y otras religiones, op. cit., p. 39
(12) Sófocles, Tragedias, 1224-1229, Gredos, Madrid, 1981, p. 559
(13) Plümacher, O., El pesimismo en el budismo y otras religiones, op. cit., p. 80
(14) Schopenhauer, A., El mundo como voluntad y representación I, op. cit., p. 127
(15) [Con tal de que se nos entienda, seamos condescendientes con las palabras]
(16) Schopenhauer, A., El mundo como voluntad y representación I, op. cit. p. 453
(17) Mainländer, P., Filosofía de la redención, Xorki, Madrid, 2014, p. 360
(18) Shayne, A. P. (2020). Buddhist Mummy or “Living Buddha”? The Politics of Immortality in Japanese Buddhism, Antropological Forum, 30: 3, 292-31
(19) Schopenhauer, A., El mundo como voluntad y representación I, op. cit. p. 466
Si tuviera a mi alcance unas pastillas que tomándome seis o siete por la noche, al ir a dormir, me facilitaran el tránsito a la «otra vida» o a la nada, directamente y sin enterarme, durmiendo plácidamente, haría muchos años que me habría escabullido de aquí. El problema es que para conseguir eso, tengo que tirarme desde un octavo o a las vías del tren, después de haberme emborrachado y lo cierto es que me asusta esa situación tan traumática. También pienso a veces que si hubiese tenido acceso a un arma de fuego, me habría volado los sesos. Pero tampoco estoy seguro de haber podido reunir el valor necesario para hacerlo. ¡Sí, sí, VALOR he dicho! Para hacer eso o lo del octavo y el tren, hay que tenerlos cuadrados.
Es que requiere mucho valor, cualquiera que se haya enfrentado a esa disyuntiva conoce el miedo al dolor antes de partir y al dolor que dejas a tus seres queridos. El artículo es brillante, de lo mejor que he leído en mucho tiempo. El concepto de la vida, con todo, me sigue pareciendo demasiado elevado para las mentes humanas. No llegamos a entenderlo y eso nos apena, nos empequeñece. No es de extrañar que los filósofos lo orienten hacia opiniones pesimistas.
Hay un cómico americano que dice que no se es racista o no racista, que es una carretera que a veces se conduce y a veces no. Creo que su monólogo aplica mejor a las ganas de vivir. A veces se tienen, a veces no. Depende de cuánto te arranque esta vida, depende de cuánto tengas por pelear y, aún más importante, depende de si sigues teniendo sueños por cumplir o la capacidad de crearlos
En este asunto de los medios, parece ser que, tal como usted supone, la disponibilidad de armas de fuego representa una ayuda considerable. En USA, el 61% de las muertes por arma de fuego son suicidios, y los suicidios que las usan son el 51% de los totales. Así que parece que su suposición de que tener un arma accesible es una puerta entornada parece ajustarse a los hechos. Lo que también parece generar en algunos es un deseo febril de ajustar cuentas antes de desaparecer, pero esa es otra historia.
Lúcido y sesudo, escrito con una prosa clara y poética. Ojalá más escritos de estas alturas.
Gracias.
Joven promesa
Gracias.
Magnífico
Gracias.
Muy bueno. ¿¡Y que haya gente que busque la inmortalidad?!
En mi caso es cuando veo los ojos de los que quiero fijos en los míos cuando siento que todo merece la pena, efímero pero lleno de sentido