Sociedad

La premonición y los piratas (o el extraño caso del vuelo VY3968)

1620px EC MBF A320 Vueling BCN

I

Aeropuerto de Bilbao, veinticinco de julio. Un día más de verano, otro vuelo entre Bilbao y Valencia, parte de una rutina familiar para mí. El aeropuerto no está demasiado lleno. Paso los controles con la ausente resignación de quién se somete a la misma tortura cada semana, me pongo a la cola cuando nos llaman, a la hora prevista y a las 13:30 estamos todos a bordo y listos para despegar. Todo va bien, lo cual, en verano, no es poco. Supongo que el astuto lector, la amable lectora, están bien al tanto de que el sistema de navegación aérea, ya sobrecargado en general en nuestro país, funciona en los mismísimos límites de lo sostenible durante la estación estival. Pero no parece ser el caso hoy, el avión se suelta de la plataforma de embarque y empieza a recular hacia la pista. En unos minutos estaremos en el aire.

De repente, un revuelo cerca de mí. Estoy sentado en la primera fila y la pasajera que está en la fila de al lado se suelta el cinturón y se levanta. La sobrecargo del vuelo, rápidamente, se dirige hacia ella y le indica enérgicamente que se siente, pero la pasajera no le obedece. El avión se detiene. La sobrecargo, amable, pero firmemente, se lleva a la pasajera hacia la parte más delantera del avión, pero no corre del todo las cortinas que separan esa zona de la cabina principal y mi posición privilegiada me permite seguir la conversación.

La pasajera está sufriendo un ataque de ansiedad. No quiere volar de ninguna manera. La sobrecargo intenta en vano razonar con ella.

Pero señora dice . Es un vuelo corto, sin ninguna complicación, hace un tiempo excelente, no vamos a tener ni un bache. ¿Qué le preocupa? ¿Es que no ha volado nunca antes?

Y la pasajera le responde, con voz entrecortada por el terror.

Una premonición jadea . Tengo una premonición.

Su miedo es contagioso, incluso para alguien que, como yo, lleva medio siglo volando. Se me vienen a la cabeza los tres o cuatro sustos a lo largo de estas décadas. Aquella vez que aterrizamos en mitad de una tormenta en el aeropuerto de Zurich, después de tres intentos y una hora dando saltos en el aire y al salir del avión alcancé a distinguir el rostro pálido por el miedo del piloto. Aquella otra, despegando desde Boston, el avión no ganaba altitud y los ojos aterrorizados de la azafata confirmaba que la cosa no era normal. El vuelo entre Kinsasa y Goma, hace media vida, en un avión que parecía a punto de caerse en pedazos. Volar, si se piensa bien, no es divertido. Uno se sienta en la lata de sardinas y se confía a la tecnología y al piloto, con la esperanza de que el avión esté bien revisado y el comandante (la comandante, en el caso de nuestro vuelo) sepa lo que se hace. Uno conoce las estadísticas y sabe que los accidentes son raros (pero también sabe que cuando ocurren no queda ni el apuntador). Uno, en fin, tiene el callo muy hecho y no va a permitir, aunque eso requiera respirar hondo un par de veces, que ninguna pasajera con ataque de ansiedad y premonición siniestra lo saque de sus casillas.

La sobrecargo nos informa de la situación, el avión recula y vuelve al espigón. Nos explican que hay que esperar un poquito a que desembarque la pasajera y bajen su maleta. Son gajes del oficio del viajero, me digo a mí mismo, mientras nos garantizan que en cuestión de diez minutos estaremos volando.

Pero pasan los diez minutos y el avión no se mueve. Al cabo de veinte, la comandante nos informa de que van a repostar y nos piden que nos soltemos los cinturones mientras lo hacen.

¿Repostar? ¡Si no nos hemos movido! ¿Para qué repostar, acaso, por error, el avión no llevaba bastante combustible? ¿Acaso la premonición de la pasajera tenía fundamento? Observo en los rostros de otros viajeros avezados como yo (los que viajamos mucho y por trabajo, buscamos la parte delantera del avión para desembarcar pronto y los asientos de pasillo, para no molestar cuando vamos al baño) el mismo rictus de desconcierto que sin duda se dibuja en el mío.

Pero la cosa no se queda ahí. Diez minutos más tarde nos informan que hay problemas técnicos y otros diez minutos después nos confirman que los problemas técnicos son graves y tienen que desembarcarnos del avión. La comandante, obviamente apurada, se disculpa en nombre de la empresa y de la tripulación y nos asegura que nos informarán en breve.

Nos devuelven a la terminal. La mitad del pasaje acaba en la cafetería cercana a nuestra puerta de embarque. Hay poco sitio, así que compartimos mesas, con la solidaridad de los náufragos. Todo el mundo está inquieto por el retraso, pero mucho más inquietos por la situación. Nadie se atreve a formularlo, hasta que una chica joven, de grandes ojos negros, que viaja a Valencia para ver un concierto esta noche lo dispara a quemarropa.

—O sea, que si no llega a ser por la premonición de esa señora, nos matamos.

Risas nerviosas, caras de susto. Un chico de pelo rizado apunta:

Espero que no nos suban al mismo avión.

No hay que preocuparse apunta un hombre de media edad con pintas de viajero avezado y un bonito Omega Seemaster en la muñeca . Los primeros que no van a volar en un avión que no esté en perfecto estado son los miembros de la tripulación.

Pues nos acaban de bajar de uno que tenía una avería grave replica un chaval delgado, con cara de pocos amigos.

Y que no llevaba bastante combustible —remata otro pasajero.

Pasa una hora. Nadie dice nada por megafonía, pero en la pantalla aparece que el vuelo está cancelado y nos llega un correo de Vueling confirmándolo y diciendo que «en breve» nos darán más instrucciones. Me falta tiempo para salir por piernas, intentando adelantarme a la marabunta que sé que no va a tardar en reaccionar. Salgo de la terminal de embarque, me dirijo, casi a la carrera a los stands de coches de alquiler y consigo asegurar uno antes de que, en efecto, empiece a llegar un torrente humano. Uno de los pasajeros bromea.

Igual podríamos alquilar un autobús.

Pero la situación no tiene gracia. Vueling no ofrece ningún otro vuelo hoy, ni mañana, hay que esperar dos días (¡dos días!) o buscarse la vida. El coche alquilado es la opción más rápida y también la más cara. El viaje me sale por unos doscientos cincuenta euros, sumando alquiler, gasolina y autopista y aun así tengo suerte, soy un habitual de la compañía de alquiler y me hacen un buen precio. Alguno de los pasajeros va a pagar mucho más, ya que la tarifa por alquilar en Bilbao y devolver en Valencia se dispara a medida que van escaseando los coches de alquiler. Y más de cuatro van a quedarse sin viajar. Pero nadie parece muy molesto. Todo el mundo está pensando lo mismo.

Gracias a la premonición hemos salvado la vida.

II

Si esto fuera un relato de ficción, acabaría en el párrafo anterior. ¿O no? Después de todo, una de las reglas básicas de la buena ficción es que siempre hay que añadir una vuelta de tuerca.

Y además, este no es un relato de ficción.

Podría darse el caso, como no, de que la premonición de la pasajera que detuvo el vuelo, estuviera justificada. Pero ay, el científico escéptico que suscribe, no cree en el pensamiento mágico y las premoniciones pertenecen a esa provincia. Los datos de los que disponía, en cambio, son muy claros:

  1. El avión sufrió un retraso, debido a la necesidad de desembarcar a la pasajera.
  2. En verano, el tráfico aéreo es extremadamente denso, lo que quiere decir que el avión, presumiblemente, perdió su «slot» (el pasillo aéreo que se le asigna para volar) por culpa del retraso.
  3. El avión repostó combustible, algo innecesario si el plan de vuelo fuera llegar a Valencia (ya habían repostado el combustible necesario).
  4. Los «problemas técnicos graves» que les obligaron a desembarcarnos huelen a chamusquina. ¡Qué extraño que no los hubieran detectado media hora antes y qué oportuno, dado que el vuelo a Valencia llevaba retraso.

Las dos capturas de pantalla de más abajo, aclaran la situación. La primera muestra el vuelo previsto, entre Bilbao y Valencia que nunca ocurrió. La segunda aclara que el mismo avión (matrícula única EC-MFK) voló a las 17:25 de ese mismo día a Milán.

La explicación, por tanto, es la siguiente. El retraso inducido por la necesidad de desembarcar a la pasajera con ansiedad, hace que nuestro vuelo pierda el slot y necesite que se le asigne otro. En cualquier caso, esa situación genera un retraso que supone una pérdida económica para la compañía. En lugar de informarnos honestamente de esa circunstancia y buscar alternativas, el departamento de logística de Vueling decide que conviene más enviar el avión a Milán (de ahí la necesidad de repostar), previo desembarcar, sin explicaciones (o más bien con explicaciones falsas) al pasaje.

En otras palabras, Vueling parece actuar con la misma falta de consideración por sus pasajeros que cualquier pirata.

¿Por qué lo hacen? Porque pueden, para empezar. De acuerdo con la legislación actual, los pasajeros damnificados tenemos derecho a 250 € de indemnización por semejante putada. Esa cantidad ni siquiera cubre los gastos de desplazarse en coche de alquiler desde Bilbao a Valencia, como hicimos muchos y a Vueling le conviene pagarla, a cambio de que el avión no se quede parado varias horas. Naturalmente, si en lugar de 250 € la indemnización fueran 2,500 €, Vueling se lo habría pensado un poco más.

Pero eso no es todo. No es solo la frialdad con que la compañía renuncia a su obligación mirando su beneficio, sino el descaro con el que mienten y la impunidad con que lo hacen. La vuelta de tuerca del vuelo VY3968 no es que la premonición de una pasajera nos salvó del desastre, es la evidencia de que el viajero de a pie está absolutamente desprotegido, atrapado entre la espada de los intereses comerciales (y falta de honestidad) de compañías como Vueling y la desidia de una administración que, claramente, les permite salirse con la suya.

Ya saben. Cuidadito con las premoniciones y… Happy Vueling!

vueling01

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2 Comentarios

  1. José Manuel

    ¿Puede ser que, en vez de por pérdida del slot, el problema fuera que no llegó a Bilbao la aeronave que debía hacer el vuelo Bilbao-Milán? Quizá la indemnización por no hacer ese vuelo a Milán fuera mayor que el de un vuelo nacional como era el vuestro y Vueling, con toda su cara, decidiera priorizar…

  2. Tremendo. Hasta qué punto somos marionetas y qué poco importamos. Y todo eso con la connivencia de la tripulación.
    Y también es increible que no les importe nada que tanta gente se vaya a su casa creyendo que podían haber muerto por culpa de Vueling.
    Lo dicho, tremendo.

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