Viene de «Kiko Ledgard: el peruano que todos los niños españoles quisimos ser (1)»
De dictadura en dictadura
En 1971 llegó la nacionalización de la televisión peruana por obra de la dictadura militar de Velasco Alvarado. Kiko Ledgard empezó a sentirse insatisfecho ante las fuertes regulaciones decretadas, pues el 51 % de las ganancias de sus programas tenía que donarlas al Estado, lo que le impedía invertir en los regalos de sus concursos y cubrir el sueldo de su equipo. A ello se sumaba la reforma agraria impuesta por el dictador (la familia de Ana Teresa poseía una hacienda en Chincha), medida que formaba parte de toda una política inclusiva de cara al Perú rural, pero que no estaba exenta de traumas. Para Reynaldo «es un tema muy controvertido. Velasco Alvarado ayudó al Perú andino, como por ejemplo al introducir el quechua en la enseñanza, cosa que escandalizaba a las clases altas limeñas. Pero también actuó con autoritarismo y en contra de la modernidad en el sentido anglosajón. Es un clima complicado de enfrentamiento político y racial, un período de sustitución de las importaciones para orientarse a la producción nacional en todos los campos. En ese panorama, Kiko buscó otros horizontes». Melvin encuentra natural el choque de mentalidades: «Imagino que la imagen de un señor vestido con smoking, con sus relojes y con un abanico de billetes en la mano no conectaba mucho con la prédica social del dictador». Por ello, ya cincuentón, Kiko decide liarse la manta a la cabeza y empezar de cero en una España también dictatorial: primero viaja de avanzadilla sin su familia para una estancia de seis meses. «Nadie tenía ni idea de cómo le iría en España», concluye Reynaldo.
Al principio, la búsqueda laboral de Kiko en España no obtiene resultados. Televisión Española no halla atractivos sus proyectos ni le encandila su perfil de presentador… hasta que la responsable de la programación infantil se lo cruza por un pasillo del ente público, luciendo sus varios relojes en las muñecas (siete para ocasiones serias y tres para ropa informal, solía puntualizar) y los calcetines de distinto color, y se interesa por él. Le pregunta por su experiencia en shows para niños y, tras conocer el impresionante currículo del peruano, lo exhorta a presentarse a un concurso al aire libre para animadores infantiles en Madrid cuyo ganador sustituirá a Torrebruno dentro de su programa Hoy también es fiesta (1971), durante las cuatro semanas de vacaciones que se tomará el popular cantante y showman italiano. Kiko gana el concurso sin despeinarse y le ofrecen los cuatro programas. Su estilo es tan competente que, a la vuelta de Torrebruno de su descanso estival, empezaron a presentar el programa juntos. Como Ledgard comenta a Pedro Ruiz en esta entrevista de 1972 para Radio Nacional, él no veía reflejada la patente solemnidad de la tele española de entonces en la realidad de nuestras calles y gentes, por lo que resolvió emplear a fondo sus mejores cualidades en los platós: «Si uno se porta tal como es y cae bien, te va a ir bien». Siguiendo esa política, también cuenta que si uno convierte a los concursantes y al público en estrellas del programa, jamás se quemará como presentador.
En este sentido, Reynaldo destaca su sempiterna capacidad de seducción, dentro y fuera de las cámaras: «No sé si tuvo affaires extramatrimoniales, de repente estaba demasiado ocupado produciendo hijos. En TV decía como broma recurrente que le gustaban las mujeres con anteojos porque le recordaban a su esposa».
Ahora que las cosas empezaban a irle bien, arregla la venida a la península de su mujer y sus once hijos. La partida de la familia supuso todo un acontecimiento en Lima y el padre de Reynaldo y Melvin los llevó al puerto del Callao para despedirse. Ahí empezó una relación epistolar entre primos que fomentaría la «interculturalidad», como comenta Melvin: «Clipper y yo éramos de edades parejas y nos escribíamos: yo le enseñaba a dibujar caricaturas y él me mandaba historietas de Mortadelo y Filemón. Yo ya me había traído de casa de Kiko algún libro muy bueno de dibujo humorístico de Saul Steinberg, una especie de Quino gringo». Pero aun así, fueron unos comienzos difíciles para los Ledgard emigrados y los suegros de Kiko, reinstalados también en nuestro país, los tuvieron que ayudar con la manutención familiar.
Clipper asegura que no hubo ninguna muestra de xenofobia o racismo en el trato de los españoles a su familia: «Nosotros llegamos sin mucho extranjero, a lo sumo con una numerosa inmigración cubana que iba a España de paso, un tiempito, para luego dirigirse a los EE. UU. a ver si ya los dejaban entrar. En España nunca nos trataron mal. Huíamos de una dictadura militar y a España llegó gente con carrera, que se instaló bien». Kiko ya tenía una prima residiendo en Madrid, la célebre Mona Jiménez, periodista que organizaba famosas tertulias con figuras políticas ante un plato de lentejas. «Mi padre nos fue a buscar en autobús a Barcelona, con mamá, los abuelos y el productor del programa infantil con su novio, una pareja gay. Y nos fuimos en el autobús a Madrid. Para nosotros el cambio a España fue un choque, yo me fui con doce años: pasar de la casa con piscina que teníamos a ese pisito pequeño donde comíamos carne una vez a la semana… Pero también me impresionó venir de una capital como Lima, con muchas zonas pobres, a otra capital que era puro edificio, aunque aún pervivían rezagos de pobreza y edificaciones viejas marcadas por la guerra. También pasé a tener amigas, la mezcla de niños y niñas era más difícil de ver en Lima».
Lo paradójico es que el propio Kiko no tenía aún televisor en su modesto piso (ni coche para ir a TVE), por lo que sus hijos no podían verle desde casa en su primer programa español. «Íbamos a verle a casa de nuestro abuelo, un televisor chiquito en blanco y negro».
El triunfo en dos continentes
Sin embargo, y pese a haber plantado ya un pie en TVE, su sueño de vender su concurso estrella en territorio celtibero se topa con todo tipo de obstáculos. Básicamente, la dirección de nuestra televisión pública no confía en él… hasta que le vende la idea al laureado Chicho Ibáñez Serrador (Historias para no dormir). O, en palabras de Clipper: «Y de pronto, un viernes en el colegio, un chico me dice: “¡Mira, tu papá tiene un programa el lunes a las ocho!”. Y ahí lo decía, en una revista, que el presentador era Kiko Ledgard. Cuando llego a casa se lo digo a él a la hora de la comida. “¡Ah, sí, es verdad!”, responde. No nos había dicho nada porque se había enterado dos días antes. Y ahí nos explicó de qué iba. Y el mismo lunes siguiente empezó el Un, dos, tres. Decían que los programas concurso no triunfaban en España. Pues éxito instantáneo: a la primera semana, salió en siete revistas. Y ese primer mes, en veinte. Nos acostumbramos a eso otra vez».
Chicho se va apropiando poco a poco del programa, conforme comprueba que revienta audiencias. De hecho, según el periodista Guillermo Alonso en este revelador reportaje para Vanity Fair, al principio no incluyó su nombre como realizador en los créditos del concurso, algo avergonzado de la fórmula populista. Clipper sabe también del asunto: «Chicho era bien vivo y cuidaba su nombre. Cuando vio el éxito que tenía, ya puso su nombre bien grande. Él decía que la primera parte del concurso la inspiró en uno titulado Un, dos, tres, Nescafé, de la TV argentina de los 50. Pero no dice que la segunda parte, la subasta, la había visto también en Perú a cargo de mi padre».
En todo caso, resulta significativo que el programa de la tele más mítico de España viniera de la mano de un animador peruano y un realizador/cineasta uruguayo-español con formación artística argentina; y que la revalidación de la franquicia llegara en los 80 con una magnífica presentadora cubana, Mayra Gómez Kemp. La creatividad americana trajo indudablemente un soplo de libertad al cuarteado panorama artístico del tardofranquismo. «En público siempre hubo una relación cordial entre mi padre y Chicho, pero también había roces, porque cada uno decía que el programa era suyo. Cuando graban reportajes sobre el Un, dos, tres, sistemáticamente se minimiza la importancia de mi padre. El programa empezó siendo muy barato, porque solo se basaba en los diálogos que mi padre improvisaba con los Cicuta, no había aún tantos actores teatrales ni otros sueldos importantes. El peso lo llevaba Kiko. Él era lo que en España se resume con la expresión “¡Es usted un pillín!”, los hacía caer a todos. Hacía dudar continuamente a los concursantes. Él siempre trataba de incentivar eso, la duda. Le daba chispa al programa. En una ocasión, una pareja discutía sobre la decisión a tomar y decidieron jugársela a cara o cruz. Y al lanzar la moneda, mi padre la agarra al aire y dice: “¡Aquí de cara o cruz nada, aquí tienen que decidir ustedes!”. Y siguieron peleándose. Era entretenimiento puro».
Kiko presenta el Un, dos, tres durante dos etapas: de 1972 a 1974, las noches de los lunes y en blanco y negro; y de 1976 a 1978, cada viernes noche, ya a todo color. En la primera etapa recibió un TP de Oro como mejor presentador y, en la segunda, otro como personaje más popular. Su descaro americano con el dinero (prácticamente les pasaba a los concursantes un fajo de billetes por la cara, algo por entonces insólito en la catoliquísima y rigorista mentalidad española) y las azafatas en minifalda contribuyeron a tamaño liderazgo en la pequeña pantalla. Por cierto, él aplicaba un truco de aliado con las azafatas que se ganaba la franca estima de ellas: «Hasta Mayra lo cuenta: en un sketch con mi padre en el que ella aparece disfrazada de Cleopatra, él siempre la llama Mayra. Cuando ella pensaba que había que cortar porque él se había equivocado, él le dijo: “La gente tiene que saber que eres Mayra, tu nombre, para promoverte”. Mi padre insistía en que España supiera el nombre de todas las azafatas y actrices del programa».
Con el éxito renovado no llega la tranquilidad económica, pues el sueldo del Un, dos, tres tampoco le alcanzaba para alimentar once bocas: «Pero sí le proporcionó la fama suficiente para generar un montón de trabajo extra con el que ya le salían los números», aclara Clipper. Durante los años que no estuvo al frente del show estelar de TVE (llegó a presentar 137 ediciones), se encargó de las secciones de concursos en los programas de variedades Todo es posible en domingo (1974) y 300 millones (1979) e hizo giras con circo por todo el país. También presentó el espacio diario Los tres sietes, un concurso de corte similar a los primeros que promovió en la TV peruana, en este caso para Radio Popular de Madrid junto a Dely Huelva y Rafaela Aparicio.
En Perú, si no lo haces tú, nadie lo hará por ti
La excentricidad de Kiko no se limitaba a los colores de los calcetines ni al número de relojes. De un modo no por congruente menos singular, los nombres de sus hijos irían abrazando progresivamente una mayor originalidad: al de nombre más convencional, Kiko —que intentó como su padre seguir una carrera en el mundo del espectáculo—, le seguirían Annette, Roy, Brick, Nickel, Clipper, Flash, Tip («el que llegó como propina»), Ding-Lynn («como las campanas de la iglesia», explicó el propio Kiko al cura que bautizó a su hija), Jet y Spring. Según Clipper, la política de su padre era que «los nombres tenían que ser diferentes, raros, cortos y con inicial distinta». Cada Navidad, el orgulloso papá inventaba una postal o calendario celebratorio con sus hijos fotografiados o dibujados por él, a veces imitando estilos de pintores célebres.
Esa extravagancia festiva acrecentaba la buena impresión causada por la estrella limeña, que trajo a nuestros televisores la cercanía de trato del peruano promedio. «Caía bien, era muy simpático», ratifica Melvin, «siempre haciendo acrobacias y bromas, y para los sobrinos era el mismo de la tele. Vivía para el espectáculo, se entregaba en cuerpo y alma al show. Era muy ingenioso jugando con las palabras y era muy asequible con la gente. Había en él un cierto candor e inocencia, nunca se le percibía malicia y llevó a España una idiosincrasia peruana. ¡Su éxito allí fue tal que durante un viaje a Barcelona me invitó a comer un desconocido solamente porque se enteró de que yo era sobrino de Kiko Ledgard!».
Esa idiosincrasia le sirvió no solo en el apartado de la simpatía, también en el de la experiencia. Clipper lo expone a la perfección: «Recordemos que mi padre empezó a trabajar casi con el nacimiento de la TV. Cuando llegó a España tenía mucha experiencia, como presentador, guionista, realizador, productor y publicista, sabía lo que era la tele de pe a pa. ¿El secreto? Pues que en el Perú, si no lo haces todo tú… nadie lo va a hacer por ti».
En cuanto a esas bromas constantes, según Reynaldo, «podían llegar a desconcertar e incluso a fastidiar un poco, pero siempre de forma amable, porque él nunca era agresivo. Recuerdo que en el hipódromo, a mis 11 años, me pasó unos binoculares y los dejó caer al suelo: te asustaba hasta que veías que los sujetaba por la cinta».
Clipper remata esta semblanza: «Él era muy humano, muy cariñoso y siempre decía las cosas en broma, pero con mucha moral y sentido. Azafatas del Un, dos, tres como María Casal lo adoraban, tras haber recorrido el país trabajando con él. Un día en Lima me encontré con el bicicletero del barrio, un señor humilde que arreglaba bicicletas. Y me dijo: “Yo a tu papá lo quiero mucho, porque le debo mucho. Ahora vivo bien, pero yo vivía a unas cuadras de la oficina de tu papá y él siempre me estaba proporcionando trabajo para echarme una mano”. Su secretaria peruana, igual. Mi papá le daba un montón de responsabilidades que le hicieron aprender mucho y hacerse una carrera en Estados Unidos. De hecho, cuando mi padre tuvo el accidente, ella nos dio trabajo allí a mi hermana y a mí para mejorar la situación familiar…».
Doble tragedia
El alma peruana está acostumbrada a sobrellevar las mayores desgracias con un estoicismo y humor envidiables, pero hay que reconocer que la mala suerte se ensañó, por doble partida, con Kiko Ledgard y su familia, tanto en España como en Perú. Como dice el diario El País en un poco afortunado subtítulo que parece funcionar como involuntario cúmulo de desgracias: «Tuvo once hijos, a su suegra la asesinaron en Madrid, se cayó desde un tercer piso…». ¡Como si el número de hijos formara parte del paquete de infortunios!
En cuanto al asesinato de su suegra, poco se sabe al respecto. En 1973, Manuela Freundt Rossell fue secuestrada por alguien que exigió 200 000 dólares a cambio de su liberación. Días después, el cadáver de la madre de Ana Teresa aparecía ardiendo en una casa abandonada de Torres de la Alameda (Madrid). Manuela tenía setenta años. De inmediato, un amigo íntimo de la familia Ledgard fue detenido como sospechoso del secuestro y crimen, pero enseguida se le pondría en libertad al no hallarse evidencias de su implicación real en ambos delitos. Clipper comenta la cuestión sin tapujos: «No es como en las películas. En lugar de tenderle una trampa, detuvieron a ese hombre y tuvieron que soltarlo por falta de pruebas. Nunca hemos sabido quién estuvo detrás de lo sucedido, aunque siempre nos extrañó el secuestro, porque mis abuelos vivían muy austeramente en España y, por otro lado, en esa época no era tan fácil trasladar tu patrimonio ni tu capital de un país a otro». A día de hoy, el crimen de Manuela continúa sin resolver.
Ocho años más tarde, la calamidad golpeó de nuevo. En esta ocasión, directamente a Kiko y durante lo que iba a ser la antesala de su regreso triunfal a la televisión peruana. Pese a un marco nacional poco halagüeño en términos de salud económica e igualdades sociales, la nueva democracia instaurada en el Perú en 1980 auguraba un momento propicio para la vuelta de Kiko. «Cuando termina la dictadura de Velasco, a mi padre lo llamaron para algunos programas, que compagina con trabajos en España. Iba y volvía. En un momento en que ya no lo contrataban tanto en España, lo llaman repentinamente de Perú para firmar el contrato de un nuevo show que se iba a ver en toda Latinoamérica. Ya no podía pagar la casa en España, así que se vino a Lima con mis hermanos menores».
Ese día de mayo del 81 le tocaba protagonizar una rueda de prensa en el Hotel Country Club, lujoso recinto clásico de Lima inmortalizado por los escritores más pijos de la capital, para hablar de su vuelta a la tele de su país. Durante la transmisión en directo, un Kiko exultante salta a la baranda de la terraza con la pretensión de recorrerla, haciendo gala de su donaire acróbata de siempre… pero esta vez su habilidad le falla, se tambalea y pierde el equilibrio. Aterriza unos metros más abajo sobre su cabeza, logrando amortiguar apenas el impacto en el cráneo con la intromisión de su brazo.
Dos de sus hermanos contemplaron la caída por la televisión en vivo, caída que hasta hace poco se podía visionar en toda su crudeza por YouTube. Su hijo la recuerda con dolor: «Eso que hizo, unos meses antes lo estaba haciendo en un precipicio en Palos de la Frontera. Lo hacía también en balcones, saltaba y se quedaba sujeto a la baranda cuando ya parecía que se iba afuera… A su edad no era lógico». Reynaldo matiza: «Hizo lo que había hecho mil veces en su vida, que es saltar sobre una baranda y caminar haciendo equilibrios sobre el vacío. Yo se lo he visto hacer continuamente. Pero al parecer esa baranda se movió demasiado».
Melvin nos expone las terribles consecuencias del traumatismo craneoencefálico sufrido por su tío: «Tras el accidente surgió un nuevo Kiko, que se ponía serio de repente. Walter decía que su hermano era otra persona, que no era el mismo. Perdió precisamente su rapidez mental: se ausentaba en su cabeza, olvidaba cosas. Perdió la chispa. Y la movilidad de un brazo también la perdió, pero fue lo que interpuso en el golpe de su cabeza contra el suelo e impidió que se muriera».
Todo por unos segundos de exhibicionismo. Su hijo evoca los duros días que siguieron y la confirmación de un diagnóstico nefasto: «Después del accidente ya no pudo presentar, por eso tampoco volvió al Un, dos, tres. Al principio no reconocía a nadie, en la clínica no sabía quién era yo. Luego se recuperó, pero no del todo. Ya su ingenio no era el mismo. Ya sus chistes eran muy repetitivos. Y se daba cuenta. Mi padre escribía también poesía. Hay un par de poemas después del accidente donde hace mención a que él mismo no sabe cómo está… pero sabe que ya no es el que era. Nos hizo llorar al leerlos». Sus mínimas apariciones subsiguientes en el medio televisivo, como un par de presentaciones peruanas con Parchís (durante las que el cantante Tino comentaría: «En España Kiko Ledgard es más famoso que el rey»), ya fueron con asistencia técnica continua. Ya no se desenvolvía con la autonomía de antaño y obedecía indicaciones ajenas, porque no recordaba cómo seguía el guion y le costaba hilvanar cada paso. Reynaldo lo trató mucho en esa etapa: «Seguía siendo muy simpático, pero ya era una sombra de quien había sido».
Melvin trae a colación una anécdota que hoy se revela escalofriante: «En los 90 yo vivía en Nueva York y, durante un congreso de peruanistas, vino invitado el poeta Rodolfo Hinostroza y se quedó en mi casa. Él me contó esta anécdota: “¿Sabes qué recuerdo de Kiko?”, me dijo. “Que una vez estábamos en una reunión en el piso alto de un edificio y había un poste que se proyectaba al exterior. Kiko se agarró al poste y dio una vuelta en el aire, sobre el vacío. Eso me impresionó”. La gente siempre te contaba ese tipo de proezas acrobáticas suyas». Reynaldo incide en la relación de precedentes saltimbanquis: «En el famoso Hotel Crillón de Lima también lo hacía: se lanzaba a un balcón y se detenía en la baranda cuando ya parecía que iba a lanzarse al vacío, agarrándose in extremis al asta del parasol. ¡Eran bromas circenses!».
La «cabaña de Tarzán» tenía su razón de ser.
Telón español
Kiko Ledgard pasó el resto de su vida a caballo entre Madrid y Lima, donde visitaba a sus hermanos: «Mi madre quería reinstalarse en Perú. Pero él se sentía tan querido en España, que le encantaba quedarse allí. Era más popular ya que en su país. Y le encantaba que la gente se acercara a saludarle».
Kiko Ledgard falleció en la capital española casi una década y media después de su accidente, en 1995, a los setenta y seis años. Su esposa le sobrevivió otros dieciocho.
Clipper sigue emocionándose al recordar la estatura pública de su padre: «Fue el número uno de la televisión en ambos países. Hasta Emilio Aragón, con todas sus tablas y contando con la tremenda tradición de una familia de cómicos como la suya, dijo en una entrevista que cuando descubrió a mi papá en la tele, decidió que quería ser como él. Esas cosas te llenan de orgullo».
Yo, de niño, también quería ser Kiko Ledgard.
Agradecimientos especiales a Denise Ledgard por su inestimable ayuda en el contacto con la familia Ledgard. Fotos: cortesía de Clipper Ledgard.
Es cierto, recuerdo el año 1972 como el momento en el que eclosionó el «Un, dos, tres» (durante bastante tiempo lo vio todo el mundo, incluyendo a sesudos intelectuales aunque no lo admitieran) y estoy completamente de acuerdo en la apreciación sobre el señor Kiko Ledgard, un personaje cercano, muy simpático e ingenioso, además de enorme profesional del medio. Su recuerdo hace aflorar una sonrisa en mi semblante.
Buenísimos artículos! No sabía prácticamente nada de Kiko.
El recuerdo más claro que tengo del «un, dos, tres» de Kiko es de un programa en que subió por las gradas donde estaba el público, ofreciendo las xxx mil pesetas de la época a quien supiera cuál era su nombre.
Y no lo sabía nadie, hasta que le preguntó a una señora, sentada en uno de los extremos. La señora respondió: «Rodolfo Enrique». Y la replica de Kiko fue: «Ha acertado pero, como comprenderá, no puedo darle dinero a mi señora esposa, sería injusto»
Tengo la imagen del público ovacionado a la señora como si la hubiera visto ayer, en lugar de hace 50 años