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Julie Doucet: «Dejé el mundo de los cómics porque estaba un poco harta de la endogamia que lo envolvía»

Julie Doucet para Jot Down

Sorprende mucho la timidez y dulzura con que Julie Doucet (Quebec, 1965) se expresa. Parece una persona que teme soltar algo inapropiado, como si no lo hubiera dibujado todo ya. La artista canadiense irrumpió con fuerza, talento y dos ovarios en un mundo de hombres como era el del cómic y, más de una década después, con una reputada carrera a sus espaldas, se echó a un lado harta de ese mundo de hombres que era el del cómic. Referente punk, feminista —a su en ocasiones incomprendida manera— y con la libre irreverencia por bandera, la trayectoria de Julie Doucet bien merece ya no solo ser leída, sino también reconocida. Julie llegó, dibujó, publicó, molestó, se retiró, retornó, se volvió a retirar y ahora regresa con El Río (Fulgencio Pimentel, 2024), un libro donde viaja a un amor epistolar de la juventud.

Como empecé a conocerte a través de tus sueños, la única forma que se me ocurre de empezar esta entrevista es preguntándote qué has soñado esta noche…

No me acuerdo exactamente, pero sí de lo que soñé la noche anterior. Estaba trabajando como en una especie de obra de construcción y me resultaba muy difícil caminar porque había mucho barro. Intentaba e intentaba andar, pero apenas me movía porque mis pies se quedaban atascados en el fango. No recuerdo mucho más, salvo esa angustiosa sensación de caminar y no avanzar. 

Paul McCartney compuso «Yesterday» tras llegarle la melodía en un sueño…

¿En serio? No sabía…

Al menos eso es lo que ha contado alguna vez. Y Keith Richards dormía junto a una grabadora por si le aparecía alguna buena idea. Un día se levantó y, al revisar las grabaciones de la noche, se encontró con un riff que no recordaba haber grabado. Así nació «(I Can´t Get No) Satisfaction». No sé si con una grabadora, pero ¿alguna vez has dormido con un lápiz y un papel bajo la almohada?

No, no. Tengo un cuaderno donde escribo no solo mis sueños, sino ideas y situaciones diferentes que me inquietan o me parecen interesantes. Durante mucho tiempo no soñaba —o no recordaba lo que soñaba—, pero por alguna razón en este último año he empezado a tener sueños que me han hecho retomar el hábito y que vuelven a ocupar páginas de ese cuaderno. 

¿Has tenido algún sueño que has intentado convertir en una viñeta o un cómic y no has podido?

No recuerdo uno en concreto. Sí que me ha pasado en muchas ocasiones el empezar a dibujar y, cuando el lápiz ya parece que tiene vida propia, quedarme bloqueada porque no recuerdo con exactitud un número que para la historia era importante. Por un puñetero número se han quedado muchas buenas ideas en el camino y por mucho que intentaba recordarlo me era imposible.

Al leerte, tengo la impresión de que tus sueños no dejaron de forma repentina de ser una fuente de inspiración, sino que decidiste voluntariamente no seguir utilizándolos de una forma creativa.

Supongo que tienes razón. Hubo un momento en que me dejaron de parecer lo suficientemente interesantes como para ilustrarlos y convertirlos en cómics. Además, llegó un punto en el que no quería seguir arriesgándome a que se me conociera solo por lo que soñaba. Y tampoco pensaba que pudiera usarlos para cualquier otra cosa.

¿Lo de convertir tus sueños en ilustraciones y viñetas no era, de alguna manera, un modo de protegerte más que de arriesgarte? ¿Un modo de, incluso, sortear a la censura? Al fin y al cabo, ¿quién es culpable de lo que sueña?

Es posible. Quiero creer que, en muchos sentidos, los sueños están ahí no solo para ayudarte a entender ciertas circunstancias, sino también para cuidarte. Y no solo para cuidarme de cara al qué dirán, sino de protegerme incluso de mí misma. Recuerdo que, cuando vivía en Berlín, tuve algunos periodos duros y agobiantes y estaba pasando por una etapa personal un poco oscura, y durante ese tiempo tenía un sueño recurrente en el que me refugiaba en una casa de verano. Eso era lo más cercano que estaba de un lugar seguro y era muy especial porque deseaba que llegara la noche y viajar al lugar más agradable que podría imaginar. 

¿Alguna vez has sentido miedo de lo que soñabas?

Miedo no, pero algunas veces sí que me he sentido feliz por haber despertado [risas].

Julie Doucet para Jot Down

No sé si existe alguna relación, pero empezaste a publicar Dirty Plotte un par de años después de que David Lynch estrenara Terciopelo Azul. Cada uno con su estilo y a su manera, comenzabais a ser reconocidos gracias al onirismo que envolvía a vuestro arte. ¿Por qué a la gente le engancha todo lo relacionado con lo onírico?

Imagino que, además del amplio margen que te ofrece, donde tienes toda la libertad del mundo para crear desde la historia más bonita a la más perturbadora, es porque, de alguna forma, las personas encuentran una especie de conexión o simplemente se sienten identificadas.

Ya que hablas de conexiones, ¿cómo diferencias entre los sueños que puedes dibujar y los que no, desde una perspectiva comercial?

Los sueños que estoy dispuesta a ilustrar tienen que ser visualmente increíbles y además tienen que ser entretenidos. He tenido sueños que me parecían extremadamente interesantes y que al compartirlo con amigos no les parecían lo mismo. También me ha ocurrido que una idea que al principio parecía buena me ha parecido aburrida mientras la estaba dibujando. Creo que, para que me lance a plasmar un sueño en una página, este tiene que ser, sobre todo, cautivador. 

Hablemos de tu nuevo libro, El Río, (Suicide Total, título original). ¿Por qué has vuelto al cómic? Te he leído en varias entrevistas que estabas muy tranquila y, sobre todo, muy feliz de haber abandonado ese mundo. Hasta el punto de que ni siquiera leías cómics…

Porque no encontré otra manera de contar esta historia. Pero no quiero referirme a este libro como un cómic porque tenía claro desde el principio que no quería ilustrarlo como solía hacer antes, ya sabes, tener que dibujar todos los personajes y sus respectivos escenarios. Así que eso era imposible. Primero traté de escribirlo en forma de novela, pero no funcionó. Fue una experiencia horrible porque era muy mala. Luego intenté hacer un guion de cine, porque en el pasado he colaborado en varios, pero tampoco fue una buena alternativa. Así que, ante la ausencia de ideas, opté por un camino que conozco perfectamente, aunque llevara mucho tiempo sin saber de él. Empecé a dibujar de nuevo, pero como te he dicho, no quería dibujar como solía dibujar cómics, por lo que cogí una gran pila de viejas revistas tipo National Geographic y traté de dibujar de manera más realista, solo para intentar romper mis viejos hábitos. Al tiempo cogí uno de esos pequeños cuadernos de dibujos japoneses que parecen un acordeón y entre las National Geografic y estos cuadernos salió adelante este proyecto.

¿Cuánto tiempo pasó desde que comenzaste a dibujarlo hasta que lo terminaste?

Me llevó dos años y medio. Intentaba que los dibujos surgieran de forma improvisada, por fotos que veía en revistas, periódicos o libros. Pero como era una forma de dibujar completamente nueva, tenía que pensar bien en cómo comenzar a dibujar cada viñeta, y una vez que empezaba no podía permitirme cometer un error porque entonces tenía que volver a empezar de cero. Así que, sí, fue un proceso lento. 

¿Dos años y medio dedicados única y exclusivamente a este libro?

Sí.

Guau…

Sí…

La trama está basada en una historia que transcurre en 1989, ¿Cómo fue volver a la Julie que eras con 23 años?

Fue bastante divertido releer mis viejos diarios porque por aquel entonces escribía en ellos cada día. Son muy bonitos porque solía dibujar mucho en ellos. Tengo muchas páginas llenas de garabatos o de retratos de personas que veía en cualquier parte, por lo que todo era muy visual. A ello le añadí mi propia fantasía y creatividad para rememorar ciertas historias, o incluso adornarlas. También fue impactante leer historias en las que claramente me equivoqué, pero de esas prefiero no hablar…

Julie Doucet para Jot Down

Encuentro interesante que en ningún momento parece estar escrito por una mujer de 58 años. Creo de verdad que has clavado la voz de la chica que eras con 23, y eso de aportarle a un personaje joven la voz, la mentalidad y la personalidad de una persona acorde a su edad es algo que no todos los escritores saben hacer.

Bueno… supongo que eso es porque esta historia me ha perseguido durante gran parte de mi vida. Yo he ido creciendo, pero esa historia siempre ha estado ahí, como detenida en el tiempo. Esa sensación siempre me ha parecido muy poderosa y por eso tenía que quitármela de encima contándola. 

¿Cómo conectas de esa forma con diferentes momentos de tu vida?

[Risas]. ¡Ahhh, esa es la gran cuestión! Me siento muy tentada a decir eso de que no pienso, simplemente actúo. 

Hagamos un repaso cronológico de tu vida. Naciste en Quebec en 1965 y tu infancia se vio condicionada por algunas circunstancias que han forjado a más de un gran artista: una estricta educación católica, una familia disfuncional y una complicada relación con tu madre.

Mis padres se divorciaron cuando yo empezaba a ser adolescente y me quedé con mi madre, cosa que yo no quería porque ella era muy autoritaria y no nos llevábamos nada bien. Yo quería quedarme con mi padre, pero él vivía en el campo, demasiado ajeno a todo lo que nos rodea. Así que durante mi adolescencia iba cada fin de semana a ese lugar, un lugar aburrido donde no había absolutamente nadie de mi edad. Además, mi padre tenía que compartir su tiempo no solo conmigo, sino también con su novia, por lo que me volvía completamente invisible. Así que me pasaba el fin de semana dibujando, dibujando y dibujando. Ese aburrimiento se trasladaba a la escuela, una escuela católica donde solo estudiaban chicas. Mis profesoras eran en su mayoría mujeres no religiosas que habían sido enviadas ahí de manera obligada, por lo que su actitud con las alumnas dejaba mucho que desear. Cada vez que recuerdo algunas de las historias de esa etapa se me revuelven las entrañas, así que prefiero no rememorarlas. Solo te diré que en cuanto cumplí 17 años, me fui de casa y me alejé de esa vida tan rápido como pude.

Has mencionado lo importante que era para tu creatividad el hecho de aburrirte, una virtud, la de matar moscas con el rabo, que se ha ido perdiendo con el tiempo. La gente ya no tiene tiempo para aburrirse o ya no sabe cómo hacerlo. 

Sí, bueno, es que en mi caso no tenía otra opción ni tampoco escapatoria de esa opción [risas].

¿Es también en esa época dónde empieza tu interés por los cómics?

En realidad ese interés viene por mi madre. Ella siempre estuvo interesada por el mundo de los cómics. Recuerdo ver una foto de ella donde apenas tendría unos diez años y aparecía con un cómic en la mano. La recuerdo también aprovechando cada Navidad para leer cómics. Se leía unos veinte en esas fechas, por lo que en mi casa había muchos. Ella era una gran fan de la revista Pilote y yo la leí durante gran parte de mi vida, incluso ya siendo una adulta. Íbamos a la biblioteca cada semana y nos llevábamos a casa muchas revistas y libros del estilo de Pilote, así que esos momentos forjaron un nexo con mi madre.

Esa sensación de frustración que arrastrabas desde el colegio persiste incluso cuando entras a la Escuela de Arte de Montreal.

Fui a dos escuelas distintas porque el sistema educativo en Quebec te obligaba a ir a una especie de escuela preuniversitaria. De esa tengo grandes recuerdos porque conocí a algunas personas que dibujaban cómics.

¿Había más mujeres entre esas personas?

Había alguna, pero prácticamente todos eran hombres. Sin embargo, me marcó un curso sobre la historia del cómic al que me apunté. No era sobre cómo aprender a dibujarlos, simplemente era ver su relevancia. Me marcó un día que, mientras analizábamos los cómics de Valerian, una alumna levantó de repente la mano y dijo que quería proponer a otros autores, de los cuales casi todos eran mujeres. Citó a Nicole Claveloux, Olivia Clavel y a otras autoras de las que nunca había oído hablar. Por suerte, la profesora era una mujer, así que tomó nota e introdujo a todas ellas en el curso. Así fue como descubrí a algunas mujeres dibujantes. Me enamoré de la obra de Nicole Claveloux e intenté en la medida de lo posible encontrar sus libros, lo que no era nada fácil en Quebec y en aquella época. Por suerte, encontré un par, y así es como descubrí que, aun siendo mujer, era posible dibujar cómics. Que lo importante era tener una historia que contar.

Y lo haces con Dirty Plotte, algo completamente rompedor. Acabas la escuela preuniversitaria, te embarcas en la Escuela de Arte de Montreal, la dejas y comienzas a editar tu propio fanzine, el cual te financias gracias al subsidio para artistas emergentes que solicitas al estado. Te encargas de todo el proceso, desde dibujarlos, obviamente, hasta graparlos, fotocopiarlos y venderlos por distintas librerías de Montreal a 0,25 centavos la copia.

Dejé la Escuela de Arte porque simplemente no era el lugar adecuado para mí y, sí, comencé a trabajar en lo que realmente me fascinaba. Me puse a trabajar en una tienda de fotocopias, lo que también ayudó. Pero como dices, empecé a distribuir mi fanzine por librerías y tiendas de cómics y a venderlos por un cuarto de dólar. Quizá era poco precio, pero no me importaba porque lo único que buscaba es que me leyeran.

Algo que hizo tu madre, y no con una reacción muy positiva…

Sí… me dijo que nunca más quería volver a ver nada de lo que dibujara.

Resulta curioso viniendo de la culpable de que desarrollaras la afición que se convirtió en tu vida.

Así es, pero bueno. Nunca volvimos a hablar de mi carrera y no me consta que jamás leyera nada de lo que hice.

Julie Doucet para Jot Down

¿Es posible que esa primera reacción de tu madre rompiera cualquier techo que pudieras tener? ¿Qué ese rechazo fuera el momento exacto en que te liberas por completo de cualquier estigma?

Bueno, al principio fue algo duro, porque si ya me parecía difícil que alguien me publicara, tras ver la reacción de mi propia madre esa confianza se quebró por completo. Es duro poner todo tu corazón, tu cabeza e incluso tus tripas en hacer algo y ver que alguien que te quiere no lo comprende. 

¿Alguna vez te sentiste incómoda por las ideas que pretendías dibujar?

No con las ideas, pero sí con mi cuerpo y con ciertos pensamientos. Dibujarlos era como una especie de terapia, aunque en aquellos días lo difícil era saber plasmarlo en el papel porque no había o yo desconocía un vocabulario específico para hablar de lo que me pasaba. Eso hacía que, en muchas ocasiones, me sintiera aislada.

Sin embargo, comenzaste a ser cada vez más leída, que era lo que buscabas. ¿Cómo recuerdas las primeras reacciones de tus lectores?

A la gente le encantaba. La mayoría eran hombres, porque los cómics los leían los hombres. Ellos pensaban que era muy divertido, pero creo que lo leían sin profundizar realmente. Con el tiempo, se lo mostraron a sus novias, que lo leyeron desde una perspectiva más empática y, entonces sí, comenzaron a entenderlo. Ahí fue cuando empezaron a escribirme para hablar de mis viñetas.

He de confesarte que, al leer las historietas de Dirty Plotte, me he reído, me he divertido y, en alguna que otra ocasión, incluso me he excitado…

Bueno, puedo entenderlo porque hablan mucho de sexo.

No, pero no me refiero a lo obvio. Creo que es porque en tus viñetas hay situaciones que me he encontrado en mi propia vida, con parejas o con amantes o con amigas. Considero que el gran éxito de Dirty Plotte, y uno de los grandes logros de tu obra, es la manera en que representas la naturalidad, la individualidad y el individualismo de una mujer cotidiana. Es como cuando Foster Wallace decía que Alanis Morissette le parecía «una mujer guapa de una manera desaliñada, muy humana. Que me resultaba erótica porque me la imaginaba metiendo una moneda en el parquímetro o comiéndose un bocadillo de mortadela».

A eso me refería, de algún modo, con lo de profundizar. Desde bien pronto comencé a recibir comentarios porque había una página de lectores donde me escribían y me comentaban sus impresiones. No recuerdo que nadie me dijera algo así, pero sí que tengo clara la sensación general que han producido mis viñetas en hombres y que diferían mucho entre lectores que tenían o no pareja. Pero también diferían los comentarios de lectores tras una primera lectura de los que me hacían tras leer mis historias varias veces.

Entonces, la repercusión que empiezan a adquirir tus viñetas te abre puertas de magazines como Factsheet Five, Tchiize, Screw, S21 Art y, sobre todo, Weirdo, la revista fundada por Robert Crumb. ¿Llegaste a conocerle?

Le vi una o dos veces, pero de manera muy rápida. No se puede considerar que le conociera, simplemente coincidimos.

¿Qué te supuso ver tu trabajo publicado en una de las revistas más reputadas del cómic underground?

Supuso que se iniciara mi carrera de verdad. Un amigo de Montreal me enseñó la revista y me sugirió que enviara mi fanzine a Aline Kominsky-Crumb, así que eso hice. Ella tuvo la amabilidad de responderme con una postal donde aceptó publicarme. Fui afortunada por ello, pero sobre todo por atreverme a enviarle mis viñetas a tiempo y que aparecieran en los dos últimos números de Weirdo, porque la revista cerró de un día para otro y sin previo aviso.

A partir de este momento es cuando ya adquieres cierto renombre. ¿Es más fácil abrirse cuando saber que vas a ser leída o más complicado?

No me resultaba nunca complicado porque sabía que había mucha gente que apreciaba este tipo de cómics, pero era un nicho muy concreto. Ni siquiera se le podía llamar negocio, aunque había algunas revistas estadounidenses que publicaban historias de este estilo. Me viene a la cabeza Fantagraphics, una editorial de Seattle que publicaba cosas realmente locas. Al conocer la existencia de estas editoriales me parecía posible.

Y en 1990 Chris Oliveros se convierte en tu editor. Y Drawn & Quarterly en tu editorial.

La cosa es que D&Q en ese momento era tan solo una revista que yo conocía que editaba a ilustradores con un formato muy particular que a mí me encantaba. Me puse en contacto con él y me propuso escribir a Fantagraphics para preguntarles si les interesaría publicarme. Pero dijeron que no, así que Chris Oliveros me llamó al día siguiente para convertirse en mi editor. 

Robert Crumb, Chris Oliveros, César Sánchez en España… son hombres todos los que apuestan por una artista joven, feminista, rebelde y relativamente desconocida.

Bueno, en Weirdo fue una mujer la que apostó por mí. Ella era la directora de la revista en ese momento.

Cierto, disculpa. 

Y con Chris Oliveros fue una gran casualidad porque no salió lo de Fantagraphics. Pero todo sucedió muy deprisa, algo insólito en tiempos donde todo funcionaba mediante cartas por correo. No había Internet ni nada parecido. Estaba siendo publicada en distintas revistas y me estaba haciendo conocida, pero nunca he considerado que llegara a ser famosa, por lo que Chris corrió un riesgo publicando el primer libro con las viñetas de Dirty Plotte, pero era un riesgo calculado porque rápidamente otros ilustradores comenzaron a publicar en D&Q y la empresa se puso en marcha de inmediato.

Julie Doucet para Jot Down

En 1991 te marchas a Nueva York —luego hablaremos de esta etapa— y en 1992 te mudas a Seattle, la ciudad más famosa del mundo en ese momento, culturalmente hablando. ¿Te influyó de alguna manera esa corriente llamada grunge que dominaba la cultura mundial?

En realidad, a finales de 1992 y principios de 1993 el grunge estaba tocando a su fin…

¿De verdad? Vale, cambio la pregunta. ¿Cómo era el Seattle postgrunge? 

A ver, en Seattle estuve del 92 al 94, cuando las bandas de allí ya eran mundialmente conocidas y el fenómeno ya había pasado. Lo que sí recuerdo claramente es cuando Kurt murió. Te juro que fue dos semanas antes de que yo me fuera de Seattle. 

¡No jod…fastidies!

Sí. Había comprado un coche con mi novio y teníamos todo listo para irnos. Entonces sucedió lo de Kurt y recuerdo que fue uno de los momentos más tristes e impactantes que viví en Seattle.

¿Qué recuerdas de ese día?

Fue un shock general. Parecía que la ciudad estaba vacía y solo quedábamos unos pocos que deambulábamos por las calles con la esperanza de encontrar algún espacio en el que reunirnos y compartir nuestro dolor.

De Seattle te mudaste a Berlín…

No, volví a Montreal, pero no pude soportarlo mucho tiempo [risas].

Recuerdo esa viñeta de My New York Diary en la que aseguras que nunca volverás…

Así tenía pensado…por suerte fue solo un rato.

Y de ahí a Berlín, una ciudad que trataba de buscar su nueva identidad. ¿Qué tipo de ciudad te encontraste?

En Berlín estuve hasta el 98. Me encantaba la escena berlinesa porque era algo completamente diferente a lo que había visto antes. Me fascinaba que la mayoría de artistas que conocía hicieran cosas que estaban a medio camino entre las bellas artes y el cómic. Eran muy experimentales. Hacían cómics, grafitis, incluso teatro. Era un aprendizaje continuo en el que cada día descubría algo.

¿Has visitado la ciudad últimamente?

Lo hice en 2020, al principio del covid, así que tengo que ir lo antes posible.

Volvamos a Nueva York, etapa que ilustraste en My New York Diary, publicado en 1999, ocho años después de vivir allí. 

Sí, aunque comencé a escribirlo y dibujarlo en 1997.

Aquí cambias hacia un tono más sobrio, elegante incluso, para contar de forma lineal tu experiencia en la gran ciudad. Me llamó la atención como constantemente la protagonista se dice a sí misma que tiene que huir de esa relación e irse a vivir sola cuanto antes. ¿Fue tal cual lo cuentas o ese conocimiento de la situación te lo dio el tiempo, como suele pasar cuando se deja atrás una relación tóxica?

Creo que más o menos lo conté como fue, aunque quizás no detecté todo lo nocivo durante la relación y tampoco de una forma tan clara, desafortunadamente.

Es increíble como plasmas las inseguridades masculinas, reflejadas en el novio de la protagonista. Una de las cosas que te has criticado de forma recurrente, es la de salir con novios dibujantes que no tienen tu éxito y, por tanto, se sienten celosos.

Te juro que siempre he pensado que eso es una maldición que alguien me echó. 

Y que describes a la perfección, lo que hace que tus viñetas adquieran un componente terapéutico, no solo para ti, que tardaste varios años en reflejarlo, sino para quien te está leyendo.

Sí… sí… Bueno, necesitaba tiempo para digerir todo antes de ponerme a hablar de ello. Es una situación compleja que mucha gente ha vivido, sigue viviendo y vivirá y que es imposible verbalizarla de manera inmediata, mucho menos plasmarla en un papel. Al final hablas de personas que existen, de personas que, pese a su manera de ser, tienen conocidos y familiares, y eso no resulta nunca fácil ni tampoco agradable.

Llega el siglo XXI y decides dejar el mundo del cómic. ¿Fue causado por un momento concreto o por una sucesión de situaciones?

Ya estaba un poco harta de la endogamia que envolvía al mundo de los cómics. También supongo que en parte fue por estar en Berlín y ver a todos esos artistas haciendo cosas tan diferentes. Fue realmente inspirador. Además, compartía cuarto con una chica que estaba en Bellas Artes que me presentó a varias de sus compañeras de clase, algo rompedor para alguien acostumbrada a relacionarse solo con hombres. Al principio me sentía cómoda rodeada de hombres, pero llega un momento en que me convertí en uno de ellos, y eso me volvió algo esquizofrénica porque, al fin y al cabo, soy una mujer con su propia identidad y sus propias y particulares historias. Así que, aunque fue algo que sucedió de forma muy gradual, creo que esas fueron las dos principales razones.

En el momento en que más conocida eras decides dejarlo, pero tienes una década donde haces cosas interesantísimas, como la colaboración con Michel Gondry en 2008. Y, en 2010, es cuando tienes una segunda retirada, y es la que parece definitiva, alegando que, además de por la masculinidad que impera, estás completamente harta del mundo nerd que rodea al cómic.

Mira, lo de la película con Gondry se merece un capítulo aparte. Se suponía que iba a ser algo experimental, como un pequeño ensayo, y acabó convirtiéndose en un corto de 18 minutos que me supuso hacer innumerables dibujos para que fuera él quien tomara la mayoría de decisiones. Fue una carga de trabajo desmesurada que me volvió completamente loca y me hizo incluso enfermar. Tenía 42 años y enfermé de mononucleosis.

Además de la epilepsia que te detectaron cuando eras muy joven y que sigues padeciendo aún a día de hoy.

Sí, aunque la epilepsia con la medicación adecuada la tengo controlada. Pero por culpa de la mononucleosis estuve siete años sin dibujar porque me era imposible. Y todo por la puta película de Gondry. No me malinterpretes, respeto su trabajo y le considero un gran artista, pero no volvería a trabajar con él.

Me gustaría terminar esta conversación con un par de preguntas. Marjane Satrapi o Power Paola son algunas de las artistas que te nombran como referente. Que siguen el camino que tú abriste y por el que tuviste que romper muchos muros. ¿No te da rabia no haber tenido una Julie Doucet que hiciera ese trabajo sucio?

No, porque en mis inicios en el cómic me sentía completamente libre. Al no seguir ninguna estela, podía hacer lo que quisiera. Era algo inconsciente y que quizá a veces resultaba demasiado sacrificado, pero era muy feliz cuando estaba dibujando y cuando veía que mis ilustraciones salían publicadas. No te voy a negar que ha sido difícil volver a hacer cómics, pero por suerte ahora vivimos en un momento donde el mundo del cómic ha crecido mucho y yo tengo más de treinta años de trayectoria. Además, las ilustradoras ahora somos aceptados en mundos convergentes como el de la literatura y el de las artes visuales.

¿Te sientes cómoda con la carrera que has tenido? ¿Tú, que siempre has hecho de la incomodidad tu zona de confort?

No, por el mero hecho de que tengo que llevarla siempre a cuestas conmigo [risas].

Julie Doucet para Jot Down

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2 Comentarios

  1. La entrevista está muy bien, la verdad. Muy interesante. Pero luego no os quejéis cuando se os critica por el sesgo que le dais a todo: el titular invita a salir corriendo. Me he tomado la molestia de leer la entrevista porque sé que hacéis un buen trabajo, que os empeñáis en tirar por la borda.

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