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¿Una conversación imaginaria? La entrevista de Jaime Tello a Cernuda en 1945

Jaime Tello en la BBC
Jaime Tello en la BBC. (DP)

Entre las cuatro entrevistas a Luis Cernuda recogidas como apéndice en el segundo tomo de la Prosa completa (Siruela, 1994) del poeta sevillano, la primera de ellas es la que el colombiano Jaime Tello publicó el 7 de octubre de 1945 en el periódico bogotano El Tiempo (páginas segunda y tercera de su suplemento literario, coordinado por el importante poeta Eduardo Carranza). La transcripción de la misma en Prosa II no es completa, y como Luis Maristany y Derek Harris aclaran en la correspondiente nota: «Seleccionamos únicamente aquello pasajes que parecen reproducir con cierta verosimilitud las respuestas de Cernuda». 

Ciertamente, lo recogido por los editores de Cernuda es lo mollar de la entrevista, pero aun así hay otros fragmentos de ella que, habiendo permanecido desconocidos hasta hoy, y únicamente accesibles en hemerotecas colombianas, tienen su interés para completar la imagen del poeta. A las preguntas y respuestas ya conocidas hay que sumar las circunstancias que rodean la conversación entre el poeta consolidado y el joven poeta Tello (1918-1996), que además de su obra en verso y ensayística dejó numerosas traducciones entre las que se cuentan una selección de Paul Éluard (como Cernuda) y La tierra estéril (con este título, no «baldía») de T. S. Eliot. Tello residió en Londres exactamente los mismos años que lo hizo Cernuda (1945-1947).

La entrevista se realizó según Tello un luminoso domingo de mayo por la mañana, en Cambridge (aunque luego se datara en Londres). El colombiano se dirigió a Emmanuel College, donde Cernuda había estado enseñando hasta hacía unos días. El recorrido desde su hotel al college le sirvió para describir con cierto tipismo las calles de la universitaria Cambridge. Seguidamente explicaba el contexto del Cernuda profesor: «Los chicos residen en los colegios, en una especie de pensionado, y asisten a los colegios donde se dan las clases correspondientes. Pero lo de menos son las conferencias. Lo importante es que cada alumno tiene un mentor que lo guía en el estudio de las cosas que le interesan. Luis Cernuda enseñaba español y literatura española en Emmanuel College, pero tenía alumnos de Trinity College, de King’s College, de Trinity Hall, en fin de dos docenas de instituciones que son las que integran la mundialmente famosa Universidad de Cambridge».

Explicado el entorno, Tello habla ya de Cernuda, lo describe: «No es que yo hubiera creído que Cernuda fuera distinto a como es, físicamente. En realidad, nunca me había detenido a pensar cómo era el autor de La realidad y el deseo. Pero no dejó de ser un shock para mí el encontrarme frente a frente con un hombre muy buen mozo, alto, delgado, elegante, muy bien vestido, de cabellos entrecanos con reflejos de acero, un rostro fresco, un cuidado bigote, y una timidez verdaderamente deprimente y contagiosa. Cualquiera que conozca a Cernuda cree, al verlo, que es un lord inglés de veraneo por los aledaños de Cambridge, recorriendo los pasos perdidos en la juventud estudiantil. Pero nunca llega a imaginarse que es un poeta español y para remate sevillano. Y de ascendencia gallega» (su abuelo paterno era, efectivamente, de Marín, Pontevedra). A continuación, agrega: «Cernuda es un hombre fino, delicado de maneras, un introvertido y casi totalmente silencioso. Es muy difícil arrancarle algo».

Para romper el hielo, Tello le dijo a Cernuda que este era uno de los poetas «que más influencias ha ejercido en Colombia». Según el entrevistador, «Cernuda se tomó las dos manos, enrojeció, y se sintió totalmente incómodo. Musitó algunas palabras de excusa». Tello habló de poetas que habían comenzado imitándolo, y mencionó a Fernando Charry Lara (que dedicaría un puñado de páginas a Cernuda, a quien conoció más tarde personalmente en México) como ejemplo de poeta que luego había seguido su propio camino, frente a otros que habían persistido en la imitación. También, según él, Cernuda dijo saber algo de Rojas (Jorge Rojas, fundador de la revista Piedra y Cielo) y de Carranza, leídos en números atrasados de El Tiempo que estarían disponibles en la biblioteca de Emmanuel College, pero nada más. Cabe pensar que ese citar los nombres de dos poetas colombianos fue un invento de Tello, especialmente en lo que concierne a Carranza, artífice del suplemento donde vería la luz la entrevista. «Pues es la primera noticia que tengo. Ya ve usted que uno nunca se imagina que escribiendo unas cuantas tonterías le salgan a la larga con esas noticias», respondería Cernuda. Y, siempre según Tello, Cernuda preguntó a su interlocutor para que lo impusiera sobre la poesía de su país (esto sí es en parte verosímil, pues como es sabido el autor de La realidad y el deseo era más de preguntar que de abrirse a sus interlocutores).

Prosigue Tello: «Yo le hago un esquema de lo que es, hoy por hoy, la poesía colombiana. Le explico qué ha sido exactamente el movimiento piedracielista y lo que ha venido luego. Cernuda se siente muy complacido de que haya sido España nuevamente quien haya orientado a las jóvenes y nuevas generaciones de poetas colombianos». El entrevistador le pide a continuación que le muestre cosas recientes, dice, «y él, con voz pausada, sin emoción exteriorizada me lee algunos de sus nuevos poemas», los cuales parecen muy diferentes a Tello de lo conocido de Cernuda, algo ahora más sencillo y austero. Al pedirle un poema inédito para publicar en El Tiempo, Cernuda dejó a Tello que eligiera él, «y me advierte que no sabe si eso ya lo habrán publicado en México en un libro que le van a editar en estos meses». El poema escogido es «A un poeta futuro», que apareció en el mismo número de El Tiempo, flanqueando la entrevista. Como quien espera el alba, libro al que pertenece y que Cernuda había confiado en manuscrito a Octavio Paz, no se publicó finalmente en México, sino en Buenos Aires en 1947. La publicación en El Tiempo es, pues, la primera de este poema.

Continúa la charla: «Después de leer algunos de sus poemas, siendo ya un poco tarde, yo le invito a almorzar. Pero Cernuda me explica que es casi imposible hallar comida en Cambridge un domingo. Que es preferible que me quede a almorzar con él en el Colegio y así pueda darme cuenta de cómo es un almuerzo en una universidad inglesa». Tello acepta, y van al comedor de Emmanuel. Sigue la descripción del lugar, ilustrativa del ambiente en que vivió Cernuda de 1943 a 1945: «Es una larga sala con largas mesas a todo lo largo de los muros y otra larga fila por el centro. Las mesas son desnudas, de viejo roble, muy siglo XVI. No hay asientos. Largas bancas primitivas, tan largas como las mesas. Yo me sentía en un convento medieval, viendo la luz multicolor filtrarse por los viejos vitrales con escenas bíblicas. El comedor estaba presidido por un antiguo retablo al óleo de un caballero de la época de Elizabeth sin duda, y que, a primera vista, se me pareció mucho a Felipe II. En la mesa principal, colocada perpendicularmente a las tres filas que recorren el salón a lo largo, estaban sentados unos cuantos profesores de la universidad. Cernuda y yo nos sentamos entre los alumnos, pues como él no es catedrático sino simplemente lo que se llama ‘lector’, él no tiene derecho a usar la otra mesa. Allí comemos un buen almuerzo».

Pero a renglón seguido matiza: «Bueno en las actuales circunstancias inglesas en que la comida escasea. En cambio podemos tomarnos un buen jarro de cerveza y conversar en voz muy baja, pues el silencio del comedor apenas en estos años ha comenzado a ser derrotado. Ya no está el lector en su cátedra leyendo durante las comidas las vidas de los santos o el martirologio romano». Después de almorzar en lo que llama ambiente conventual, el colombiano le ofrece un cigarrillo a Cernuda. Como se vuelvan hacia él todos los rostros con gesto de desaprobación, según él, Cernuda le explica: «Está prohibido fumar en el comedor. Es la tradición. Cuando se fundó este colegio no existía el tabaco en Europa, de manera que se supone que aquí no se fuma. Nadie ha osado romper la tradición».

Dejado aparte el tabaco, emprenden un paseo en el que Cernuda hace de guía por algunos de los colegios. Le muestra un viejo puente de madera sobre el río Cam, y una torre de tres pisos en la que vivió Erasmo de Rotterdam. Cernuda comenta que ha estado dentro y que las vigas que sostienen el techo son de aquella época. Como Tello se asombre de que no haya una placa que recuerde la estancia allí de Erasmo, Cernuda le dice (o al menos él lo refiere, quizá adornándolo): «Sería absurdo, me responde. Aquí han estudiado Darwin, Shelley, Byron y Aldous Huxley. Son millares de ellos. La ciudad tendría que llenarse de placas. Además no hay para qué, porque la tradición se encarga de conservar los recuerdos».

Bordeando el río, surcados por soldados americanos y chicas inglesas que ya han aprendido a mascar chicle, señala Tello, hablaron de poesía, supuestamente en los términos que se recogen en la entrevista tal como fue extractada por Harris y Maristany. Y aquí hay que señalar un error de cierta importancia en la transcripción de Tello. Lo que Cernuda dijo según el texto impreso en El Tiempo fue (error que confunde la obra de Dostoievski con la de Pérez Galdós, atribuible seguramente al joven colombiano): «No he leído de novela reciente donde la poesía intensifique pasajes como el del sueño del usurero en Los hermanos Kamarazov o como lo soliloquios del inquisidor en Torquemada en la hoguera». Con buen criterio, Harris y Maristany corrigieron sin dar explicaciones: «No he leído de novela reciente donde la poesía intensifique pasajes como el del sueño del usurero en Torquemada en la hoguera o como los soliloquios del inquisidor en Los hermanos Kamarazov». 

«Yo le anoto que tal vez solo Virginia Woolf ha sabido inundar de la mejor poesía su obra novelística, a lo que Cernuda asiente». Luego, Tello contará cómo Cernuda elude dar datos de su vida, citando a Machado con ese «Mi historia, algunos casos que recordar no quiero». Introvertido, tímido, dice de él el entrevistador. «Y es que Cernuda solo se da en la poesía, nunca en la charla». Quizás hubiera sido mejor que Tello no rellenara los silencios del reticente Cernuda, porque divulga especies como que el sevillano nació en 1904 o que, además de en Glasgow y Cambridge, ha sido lector «de literatura española» en las universidades de Manchester y Oxford. En el momento en el que se publica la entrevista, es profesor en Londres (en el Instituto Español). Dice Tello que estará allí un par de años, luego el contrato debía de tener desde un principio esa duración (confirmada por la partida a Estados Unidos en 1947).

En cuanto al poema «A un poeta futuro», el texto de este se corresponde con el ya conocido de Como quien espera el alba (salvo algunos descuidos o erratas). Luego Cernuda introduciría cambios al reproducirlo en la tercera edición de La realidad y el deseo (1958). La más importante diferencia es la supresión de una estrofa de doce versos que comienza: «Sin tierra, amargo estoy con mis recuerdos». Las variantes están bien recogidas en la nota de la edición de Poesía completa (Siruela, 1993). 

¿Por qué dudaron de Tello Harris y Maristany? Intuiciones aparte, conocían un documento conservado en el archivo de Carlos-Peregrín Otero. Un mes después de publicarse la entrevista, Cernuda escribió el 8 de noviembre una carta al director de El Tiempo. Allí denunciaba que en la entrevista se le atribuían muchas cosas que no dijo (vuelve a sentiré malinterpretado, como en la propia entrevista se quejaba de lo dicho sobre él por Moreno Villa en Pasado en claro). Comienza deshaciendo un par de errores («que Shelley estudió en Cambridge, cuando fue en Oxford donde estuvo matriculado»), o «afirmaciones gratuitas (como hacerme calificar mis trabajos literarios con la elegante expresión de «unas cuantas tonterías»». Declara no haberse molestado  en escribir la carta si solo fuera eso. «Pero, entre otras cosas de importancia, se me atribuye una opinión acerca de la poesía colombiana, sobre la cual, dada mi ignorancia de la misma, no me hubiera permitido yo decir nada». Y añadía que había dado por escrito las únicas palabras suyas ciertas incluidas en la entrevista. Y aquí entra la duda, puesto que en el archivo de Otero las respuestas de Cernuda a un cuestionario acompañan al original de la carta al director de El Tiempo, sí, pero ese cuestionario es el que le realizó Augusto Roa Bastos por parecidas fechas (el escritor paraguayo se embarcó para Europa en 1945, y su entrevista con Cernuda se incluyó en su libro La Inglaterra que yo vi, del año siguiente).  ¿Se confunde Cernuda? Este habla en su carta de «conversación imaginaria», y acompañó a la carta copia del cuestionario y las respuestas dadas por él. Finalizaba su misiva diciendo: «Sé que no es raro un margen de infidelidad al reproducir por escrito una conversación con otra persona. Pero en ésta, que pretende reproducir una conversación conmigo, se ha usado y abusado de ese margen, de mi nombre y de mi confianza».

El Tiempo no publicó la réplica de Cernuda (James Valender se preguntaba en una nota del Epistolario cernudiano si habría llegado a enviarse), y sus lectores tuvieron que tragarse esas mistificaciones, lo mismo que quienes, en el mismo diario, hallaron la conversación del poeta sevillano con Emmanuel Carballo el 22 de febrero de 1959: «Por primera vez Luis Cernuda refiere la historia de su formación poética». En este caso casi todas las palabras las podría suscribir Cernuda, puesto que en realidad, ensambladas como diálogo, en general corresponden a párrafos enteros de «Historial de un libro», texto que el sevillano escribió como acompañamiento de la tercera edición de La realidad y el deseo, el año antes. Solo en algunas ocasiones el texto de la entrevista se separa del de «Historial de un libro», para adaptarse al formato conversacional. Se anunció una segunda parte que no llegó a aparecer. La misma supuesta entrevista se publicó por las mismas fechas en México en la Cultura y Papeles de Son Armadans.

Aunque Tello alterara lo dicho por Cernuda y seguramente metiera algunas morcillas y frases de relleno, lo cierto es que debió de escuchar recitar a Cernuda, puesto que describe exactamente el modo neutro, frío, desganado, que este tenía de leer en público sus poemas según las grabaciones que han llegado hasta nosotros (incluida la lectura del Poetry Center de San Francisco, en 1961, que había pasado desapercibida hasta que la descubrí y divulgué hace unos años). También debió de visitar Tello Emmanuel College, ¿y por qué no acompañado del propio Cernuda? No sería entonces conversación tan imaginaria, y la descripción del comedor del colegio así parece indicarlo, pues se corresponde con lo que hoy mismo (y también en las fotos de época) se puede apreciar. Eso sí, los bancos son algo más tardíos, de roble del siglo XVIII (y de pícea noruega). El retrato al que se refiere, presidiendo la sala, debe de ser el de sir Walter Mildmay (1520-1589), fundador del Colegio y contemporáneo del monarca español. Cernuda dedicaría un extenso poema a Felipe II, «Silla del rey», escrito en 1948, ya en América. Ahí, magia del monólogo dramático, hace pensar en verso al rey Felipe. Una invención al fin y al cabo, pero con más arte y conocimiento que la que perpetró Tello, entrando así en el infierno de los que Cernuda consideraba tergiversadores, como Moreno Villa, ya se dijo, o, en caso extremo para su intimidad dolida, Emilio Prados.

Walter Mildmay

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Un comentario

  1. Interesante artículo. Pocas personas como Rivero conocen al poeta. Me gustaría saber si es cierto que Cernuda envió alguno de sus poemas a T. S. Elliott esperando su aprobación y que este le respondió con el absoluto silencio.

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