La poesía de James Joyce es uno de esos eslabones perdidos que el temerario lector debe conocer antes de deambular por ese espacio proléptico que precede al inconmensurable Ulises.
Llegó a España de la mano de José María Martín Triana, estudioso del irlandés, que decía que sus parientes eran tan solo españoles que habitaban en tierras septentrionales. Tradujo el primer volumen de Poemas manzanas.
La delicadeza y la sobriedad de Joyce nos trasmiten de igual manera la paz y el descaro de los artistas del romanticismo, quienes se imbuyen en el bestiario poético de los más grandes adalides de la Palabra.
Ella llora robre Rahoon (Trieste, 1915)
Dulce cae la lluvia sobre Rahoon,
Culde cayendo
Donde mi opaco amante descansa.
Triste es su voz que me llama,
Tristemente llamándome
Cuando gris asciende la luna.
Amor, escucha cuán suave,
Cuán triste su voz siempre me llama,
Siempre sin respuesta,
Mientras oscura la lluvia cae,
Ahora como entonces.
Oscuros también nuestros corazones,
Oh amor, descansarán y se quedarán
Fríos, como tu triste corazón
Descansa bajo las ortigas
Que grises hace la luna, bajo
La negra tierra, y la lluvia que murmura.
Debió sentir placer el indómito escritor, que parece reírse de sus acólitos, cuando caminando por el cementerio de Rahoon, y según las palabras del traductor de esta maravillosa edición, se encontrase con una lápida en la que estaba escrito el nombre de J. Joyce, vaticinando el final al que todo humano llega.
Suave es el rumor de la Palabra, que Joyce encadena para trasmitirnos el tenue fluir de sus cavilaciones, allí donde el hombre, receloso de la gallardía de sus homólogos compañeros, reniega de su éxito y decide que no es digno de sentarse en la mesa junto a grandes figuras como Dylan Thomas.
Poemas panzanas, originalmente Pomes Penyeach, hace alusión a los poemas que se venían a penique cada uno y nos recuerda, con satírica forma joyceana, la vacuidad de la poesía y, al mismo tiempo, su trascendencia, llegando a nuestro tiempo en forma de arte visual, de epigrama y de tesoro nacional.
Ecce Puer
Del oscuro pasado
Nace un niño;
Alegría y tristeza
Me desgarran el corazón.
Tranquilo en la cuna
Vivo descansa.
Que amor y gracia
Sus ojos abran.
La joven vida respira
Sobre el cristal.
El mundo que no era
Viene para irse.
Un niño duerme:
Un viejo se marcha.
Oh, padre renegado,
Perdona a tu hijo.
Catábasis hacia los infiernos, que repetiría Joyce tras la muerte de Paddy Dingman en su proscrito Ulises. En este recorrido espiritual por la muerte de su padre y el nacimiento de su hijo se adentra el poeta, muy ducho en la Palabra y privilegiado en su facundia, en las inhóspitas tierras del espectro telúrico, donde lo terrenal y lo divino dan forma a un sentimiento que actúa como demiurgo, devorador de ancianos famélicos y creador de vida, devolviendo el equilibrio a un mundo carente de justicia.
Un niño de cristal escribía estos poemas manzanas, renegando de la idiosincrasia literaria de la época para conducirnos por la vereda de lo antitético hasta las fauces de lo mundano. El que haya leído el Ulises, Dublineses o Retrato de un artista adolescente, sabe que la prosa de Joyce funciona como un laberinto cuya clave para la libertad es Stephen Dedalus, figura paralela a la de Dédalo, y cuyo vehículo para hallar la verdad, es la Palabra, reconvertida en resol de aire fresco con la poesía de este histórico autor.
A child is sleeping:
An old man gone.
O, father forsaken,
Forgive your son!
Los poemas de Joyce no reflejan su genialidad de escritor, yo las veo como frases que pretenden ser crípticas, propias de un poeta incipiente. Nada que transmita emoción o provoque inquietudes mentales.
Ulyses es un libro abierto. Simplemente uno espera que va a leer un libro de un escritor irlandés atado al terruño, y lo que encuentra son párrafos en los que se cuenta simultáneamente tres anécdotas de estudiantes en París, creando el shock correspondiente. Eso es una destreza o virtuosismo.