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El tren es el verdadero psicópata

El tren es el verdadero psicópata
Tokio ca. 1960. Fotografía: Getty.

1.

La biblia de la psiquiatría moderna, el DSM-5 o Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, etiqueta como trastorno antisocial de la personalidad a lo que el resto del mundo continúa llamando psicopatía. 

Los psicópatas se caracterizan, principalmente, por hacer lo que les da la gana sin importarles lo que opinen los demás. 

Por supuesto, la realidad es mucho más amplia, rica y profunda que el enunciado anterior. Y, además, todos tenemos algún que otro rasgo psicopático.

Veámoslo desde otra perspectiva.

Imaginemos que estamos frente a una enorme consola llena de palanquitas que pueden graduarse desde «nada» hasta «demasiado». 

Cada una de esas palancas regula una emoción o comportamiento. 

Están las que consideramos emociones positivas: empatía, solidaridad, responsabilidad, carisma, encanto, capacidad para tomar decisiones, audacia, sensibilidad, remordimiento, etcétera. Y otras que consideramos negativas: narcisismo, agresividad, manipulación, impulsividad, frialdad, dificultad para relacionarse con los demás, hipocresía, etcétera.

Si quisiéramos identificar rasgos psicopáticos en las personas, entonces, necesitaríamos regular entre «nada» y «demasiado» todas y cada una de esas características que nos presenta la consola. De este modo habrá individuos que no manifiestan violencia y son empáticos con sus congéneres, y otros con un narcisismo extremo y una impulsividad peligrosa. Las combinaciones son infinitas. Por eso la psicopatía es un agujero sin fondo en el que bien pueden caer tanto los asesinos seriales como los empresarios más exitosos o el cirujano que nos salvó la vida.

Interesante. Pero ¿qué tienen que ver los psicópatas y los trenes?

Ya llegaremos a eso.

2.

En un artículo escrito en 1967, la filósofa británica Philippa Foot (1920-2010) plantea el famoso dilema del tranvía. Este experimento mental ético parte de la siguiente premisa:

Un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía por un filósofo malvado. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará al tranvía por una vía diferente, por desgracia, hay otra persona atada a esta. ¿Debería pulsarse el botón?

Para Foot, desde la filosofía, el asunto es bastante sencillo desde un punto de vista utilitarista. Salvar a cinco personas vale más que salvar a una sola. Por lo tanto, hay que apretar ese botón. Sin embargo, accionar el botón responsabiliza a quien realiza esa acción sobre aquella muerte. Ergo, nadie debería involucrarse y que la situación siga su curso natural. 

El tema no se acaba allí, por supuesto.

El neurocientífico Joshua Greene se salió de la dicotomía bueno-malo en la que pone el énfasis la filosofía y consideró que la decisión de accionar el botón depende de, justamente, la combinación de los niveles en los que están las palanquitas de cada persona. Depende, entre otras cosas, de la ausencia de empatía por las víctimas, de la posibilidad de pensar fríamente, de la falta de remordimientos.

O sea, el dilema del tranvía serviría para identificar a un psicópata.

¿Usted accionaría el botón?

Hagamos el experimento más interesante aún:

¿Y si entre esas cinco personas que quiere salvar está Hitler?

¿Y si esa única persona que está en la otra vía es su madre?

No es tan fácil.

3.

La culpa, sin embargo, no es del tren o del tranvía.

O sí.

Un relato del genial escritor argentino Roberto Fontanarrosa, «Los trenes matan a los autos», dice:

Un camión que transportaba coches recién salidos de la fábrica Peugeot fue sorprendido en la noche, mutilado, triturado y vejado por El Serrano, tren de velocidad y potencia sorprendentes. Aquello desató el escándalo. Veinte coches de corta edad, impecables, fueron destruidos, reventados y despedidos en todas direcciones. En la horrible noche se oyeron claramente los espantosos crujidos de los chasis, las explosiones agónicas de las bombas de aceite, los reventones convulsivos de los neumáticos, el alarido doloroso de las bocinas.

Humor aparte, de todos los medios de transporte terrestre, el tren (tranvía o subterráneo) es el único que no puede cambiar de rumbo.

Hasta un avión tiene mayor margen de maniobra en el cielo, puede ascender o descender o girar. No hablemos del resto de los medios de transporte. Pero un tren, si quiere sobrevivir, no puede hacer otra cosa que mantenerse aferrado a sus vías. Y estas funcionan como un cerebro trastornado, incapaz de permitirle la mínima rebeldía. 

El tren va a arrollar todo lo que esté a su paso sin inmutarse. No puede detenerse fácil y rápidamente. No puede elegir otro camino que no sea el de sus vías.

El tren es el verdadero psicópata. 

4.

Por las razones antes descriptas, filósofos y científicos continuaron varios años jugando con sus trenes. 

En 1985, la filósofa estadounidense Judith Jarvis Thomson (1929-2020) le dio un pequeño giro al dilema del tranvía:

Como antes, un vagón de ferrocarril va descontrolado por una vía hacia cinco personas. Pero esta vez, usted se encuentra de pie detrás de un desconocido muy corpulento en una pasarela peatonal por encima de las vías. La única forma de salvar a las cinco personas es arrojar al desconocido a las vías. Este morirá al caer, desde luego. Pero su corpulencia bloqueará el vagón, salvando así cinco vidas. ¿Debería usted empujarlo?

En este caso suponemos que el sacrificio de lanzarse uno mismo a las vías no serviría para detener el tren. Por lo tanto, el dilema implica una acción directa, violenta, audaz, fría, repentina y sin culpa. Casi un regalo para una personalidad psicópata.

5.

¿Existe una solución correcta al dilema del tren? Claramente, no. Nadie puede responder qué vida o cuántas vidas valen más que otras. Sin embargo, de todos los experimentos y respuestas posibles, hay una que merece el premio mayor por encantadora, graciosa y tierna. 

Hace algunos años, un profesor de psicología moral de Estados Unidos, y además comediante, E. J. Masicampo, le planteó el experimento a su hijo de dos años.

En un video que filmó y subió a YouTube, Masicampo armó el escenario completo con los juguetes de su hijo. Las vías, el tren, cinco pequeños muñecos en una vía y uno solo en la otra. El niño observa la situación, toma al muñeco solitario, lo coloca en la vía junto a los otros cinco, y luego se hace cargo de la locomotora.

Sentado en el piso, con su manita regordeta, el niño lleva el tren hacia la vía en la que ahora hay seis personas y las arrolla a todas sin dudarlo, como si estuviera diciendo: todas las vidas valen lo mismo.

6.

La extraña relación entre psicopatía y trenes no se agota en los dilemas éticos y morales. Los trenes han sido protagonistas llenos de matices, como las personas, en películas, libros y cómics.

También en la vida real. 

Pero comencemos por la ficción. 

Rompenieves (Snowpiercer) (1982) es un cómic europeo escrito por Jacques Lob, con ilustraciones de Jean-Marc Rochette y Benjamin Legrand. Fue también una película olvidable y una serie de Netflix. Este rompenieves de miles de vagones que circula sin detenerse nunca a lo largo y ancho de una Tierra congelada es el arca que protege a lo que queda de humanidad luego de un apocalíptico cambio climático. 

En el tren se reproducen todos los males de la humanidad, como si nada del cambio exterior repercutiera en la organización social. En definitiva, a nadie hace más humano. Así, en los primeros vagones viajan los ricos y poderosos, y en los últimos los parias de siempre. Pronto habrá una revolución por la supervivencia, por supuesto. 

Si regresamos a la definición de psicopatía como la de un ser que no se detendrá frente a nada para lograr su cometido, entonces, el rompenieves, que seguirá andando incluso cuando la cena de algunos hombres del último vagón sean otros hombres, merece un lugar especial en la lista de trenes psicópatas.

Pero todavía nos falta intentar abordar trenes reales.

7.

Ningún otro medio de locomoción está tan relacionado con la violencia y la muerte como el tren. 

Buenos Aires, 1871. En un conventillo del barrio de San Telmo se detecta el primer caso de fiebre amarilla. Pronto serán miles los muertos. Desbordada la capacidad del único cementerio de la ciudad, en donde habían sido enterrados los fallecidos por la anterior epidemia de cólera, el Gobierno decide la construcción del cementerio de la Chacarita en una zona de difícil acceso, sin calles ni vías.

En tiempo récord, una cuadrilla de entre seiscientos y ochocientos trabajadores tienden los rieles para que el antiguo Tren del Oeste, hoy Urquiza, pueda llevar los ataúdes hasta el cementerio. 

En el que pronto la sociedad bautiza como «tren de los muertos» viajan los cajones tapados por una lona y los deudos. El maquinista se llamaba John Allan. Tal vez no haga falta decir que murió de fiebre amarilla. 

8.

«La Bestia», o «el Tren de la Muerte», es un carguero que recorre México desde Chihuahua hasta Ciudad Juárez, a pasos de la frontera con Estados Unidos. Se estima que entre cuatrocientos mil y quinientos mil migrantes intentan abordarlo cada año con la esperanza de un futuro mejor en el país del norte. 

El apodo del tren, la Bestia, le calza perfecto. Porque se trata de una mole (sin las comodidades de los trenes de pasajeros) en permanente movimiento que hace lo imposible por rechazar toda embestida. 

El primer desafío, entonces, es poder subir a alguno de sus vagones y permanecer sobre el techo o colgado de los costados durante los más de mil seiscientos kilómetros que dura el recorrido por zonas rurales, con altas temperaturas durante el día y bajo cero durante la noche. 

Muchos caen. No hay un modo menos brutal de decirlo. Porque se duermen, porque se cansan de sostenerse, porque los empujan, porque el tren hace una maniobra que no esperaban. 

Son comunes las lesiones en las que se pierden extremidades y las muertes. 

El tren no se detendrá por nadie.

9.

Hubo en la historia un momento en que los trenes fueron, directamente, sinónimos de muerte. 

Alemania, Segunda Guerra Mundial. La Deutsche Reichsbahn, o sistema ferroviario alemán, se reconvierte en una gran máquina de asesinar. La «solución final», o sea, la aniquilación de los judíos de Europa, tuvo mucho que ver con la capacidad y rapidez con que los ferrocarriles pudieron transportar un gran número de víctimas a los guetos primero y a los campos de concentración después. 

Para ello fue necesario coordinar el trabajo de varios ministerios y secretarías alemanas, organizar los horarios de los trenes, el tipo de vagón (de cargas, mercancías o de ganado, sin ventanas), su capacidad, el procesamiento de las víctimas. Esta burocracia de la muerte con el sistema ferroviario como referencia fue, incluso, la que sirvió para demostrar la cantidad de personas llevadas a los campos y asesinadas en las cámaras de gas.

En los traslados, que duraban varios días o que quedaban detenidos para dejar pasar los trenes militares, cuando se abrían las puertas, ya todos los que viajaban allí habían muerto. 

10.

Tal vez luego de leer esta nota algunos comiencen a observar los trenes de otro modo. Como los monstruos humeantes que fueron en sus comienzos.

Lo cierto es que los trenes de los vivos y los trenes de los muertos no son más que un reflejo de quienes somos. Y de la combinación de palanquitas con la que funcionamos. 

A diario debemos tomar decisiones morales y éticas, no tan dramáticas como las del dilema del tranvía, pero sí trascendentes para nosotros mismos. 

A veces lastimamos a otros. A veces preferimos no involucrarnos o no nos responsabilizamos por nuestras acciones. A veces forzamos o manipulamos a otro para que decida algo que no queremos decidir.

Somos, ni más ni menos, locomotoras biológicas haciendo lo necesario por mantenernos en las vías el mayor tiempo posible.

Nadie dijo que fuera fácil.

11.

Padre, ya viene el tren de Alemanía,

anúncialo tocando la campana,

ponte la gorra, cierra la ventana,

que ya no hay nadie en la boletería. 

Madre, ya viene el tren con su alegría 

y el crisantemo de humo que desgrana.

No sé por qué te siento más lejana 

cuando lo mira tu melancolía. 

Oh, padre, adiós perdido entre los trenes, 

nadie despide a nadie en los andenes 

donde no sé por qué yo siempre espero. 

Nadie despide a nadie hasta que un día, 

en un remoto tren de Alemanía,

adolescente, con ustedes, muero.

(Manuel J. Castilla )

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Un comentario

  1. Agustín Serrano

    Te faltó «El tren del infierno», de Andrei Konchalovski, la peor y más destructora máquina ferroviaria.

    Qué curioso y buen artículo.

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