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David Rubín: «De niño, inventar mis historias, dibujar cómics, era mi PlayStation» 

David Rubín para Jot Down

David Rubín (Ourense, 1977) es otro de esos gallegos que han vivido, constantemente, en la luna, con la cabeza en las nubes, viviendo y esculpiendo sueños. Cuando nos sentamos a tomar un café en Avilés, durante las Jornadas de cómic de 2023, pronto surgió una complicidad de camaradas lejos de la tierra, donde no faltó, evidentemente, la morriña por nuestra Galicia, un sentimiento que los gallegos suelen padecer porque también padecen la sed y la ambición de nuevas costas.

Las de Rubín se dibujan en viñetas. Panorámicas de extraño formato, y cargadas de cartelas, como las que pudimos ver en Gran Hotel Abismo. Violentas y épicas, como las que parecen sajar las páginas en las escenas de acción más memorables de El héroe o Beowulf. E intimistas y, hablando en plata, jodidas, como las que pueblan El Fuego, o mejor aún, en su gallego original, O Lume, su última gran obra en Astiberri. Los premios, de momento, lo han rubricado allá por 2007 como mejor autor revelación en el Salón del Cómic de Barcelona y lleva ya cuatro nominaciones a los Eisner, los Óscar del cómic, que acabarán cayendo, tarde o temprano. 

Café de por medio, David Rubín se lanzó a hablar sobre soñar, desde Ourense, con que se podía contar cualquier cosa. Siempre que los pies, se mantuvieran, bien firmes, sobre suelo selenita.

Pues si quieres, podemos empezar por Ourense. ¿Tú te criaste allí?

Sí. Sí, yo soy de Ourense, estuve allí parte de mi infancia. Porque por el trabajo de mi padre, que era periodista, nos fuimos moviendo. Parte de mi infancia la viví en O Barco de Valdeorras; es un pueblo que está ahí en el límite entre Ourense y León.

Y luego volví a Ourense otra vez, al comienzo de la adolescencia, a los trece años, y estuve ahí, ya hasta los diecinueve. Yo creo mucho sobre todo de las primeras cosas, de lo que se ha reflejado en mis primeras obras,tiene que ver mucho de Ourense, de ese ambiente, de que dónde me sentía guay era en los bares; en determinados bares.

Eso se ve en La tetería 

Claro. Cuando no existían los móviles, a veces, me tenía que localizar alguien y me llamaba al bar. ¿Sabes? Estará allí. Y si no estás allí, saben dónde buscarte. Muchas de las páginas de los primeros libros las dibujé en bares, porque como todo, yo tenía otro trabajo; curraba en el audiovisual.

Tú hacías animación, ¿verdad?

Sí. Ocho horas, metido en la productora, salía de ahí, luego me metía en casa, tres o cuatro más, a hacer tebeos. Y entonces lo que hice fue, coño, pues me voy a llevar el trabajo al bar. Entonces, cuando salía de la productora, ya llevaba una mochila, las páginas y tal, y me iba para un bar que me gustaba, en Ourense y luego en Coruña, también cuando vivía en Coruña.

¿Cómo se llamaban los bares?

Pues mira, en Ourense iba uno que se llama El Mocho.

El mocho, buen nombre.

Sí, sí, y estaba muy guay. Y luego, en Coruña, a otro que está en San Andrés, que también sigue con los mismos dueños, además, y para mí es casi como un… era mi segunda casa, que es el Macondo, El Café de Macondo. Y además me molaba, porque no tenía… de los pocos bares que no tiene televisión, no hay parte de fútbol, no hay tal.

¿Y la gente puede hablar?

Claro, y no te ponen la radio ni mierdas de música. Ponían música de calidad. Y es un sitio muy agradable para estar. Entonces me sentaba ahí y me tiraba horas y horas… 

¿Pero cuándo empezó realmente la cosa? ¿Tú fuiste dibujante de pupitre?

Sí, desde luego, o sea, yo… Tengo la primera constancia que tengo de haber utilizado un cómic para un tema así, fue cuando iba en primero de EGB. O sea, debía tener, no sé, cinco o seis años. Me gustaba una chavala de mi clase, estaba enamorado de ella.

¿Cómo se llamaba?

Se llamaba Elena. Elena. Primer amor. Era muy guapa. No sé qué habrá sido en ella tampoco.

Y me acuerdo que le hice un cómic, así pequeñito, de una página, contándole lo que sentía por ella; que me gustaría que fuéramos novios. Y eso al final terminó rulando por toda la clase. Llegó a la profesora. Eran otros tiempos. La última oleada de profesores que quedaban del franquismo. Los de la regla de madera. Y me gané un par de buenos reglazos por hacer ese cómic.

¿Qué le pareció el cómic a esa niña, a Elena? 

No me acuerdo ya. No me comí un colín. Tampoco sabría muy bien qué coño hacer. Pero yo creo que eso es un resumen bastante bueno de adónde iría luego mi carrera como autor. Una mezcla de amor, pasión y deseo con dolor. Mucho dolor.

Desde muy crío, siempre dibujaba cómics, porque dibujar y, sobre todo, inventar mis historias era mi PlayStation. No tenía… En mi casa tardó muchos años en haber reproductor

de VHS, ¿sabes? Tardó muchos años también en llegar la tele en color; la teníamos en blanco y negro. Pero ahora esas carencias las veo como virtudes porque potenciaron mucho más mi imaginación.

Me tenía que imaginar esos colores. Cómo serían. Luego veía las películas en otra ocasión, en casa de un amigo, lo que pillábamos en el videoclub. Al verlas, me daba cuenta: «pero si el coche era verde». Y yo me lo había imaginado de otro color. Y así con todo, ¿sabes?

David Rubín para Jot Down

Tuviste que hacer gimnasia con esto. 

Un montón. Veías una película en el cine o en la tele que te impactaba o que te gustaba mucho y no sabías si le ibas a volver a ver en tu puta vida más. Y entonces yo me acuerdo que llegaba a mi casa [después de ver una película] y me hacía la versión de cómic. Antes de que se me olvidaran las cosas. 

Para poder revisitarlas. Para que no se me olvidaran las partes que me habían gustado tanto.

¿Con qué peli te pasó eso, por ejemplo? Un par de ellas que te acuerdes. 

Con un montón, con un montón de ellas. El Batman de 89, Tim BurtonLos Goonies. Un montón, sobre todo películas que respondían a lo que demandaba el chaval que era yo de aquellas.

Y entonces en cierto modo el dibujo y la narrativa siempre me han ido acompañando a lo largo de la vida. Todos los trabajos que he hecho, incluso antes de poder dedicarme profesionalmente al cómic, siempre estuvieron ligados al dibujo y a la narrativa.

Empecé como dibujante de storyboard, como animador 2D de los antiguos. Andar intercalando las hojas y todo eso. 

Eso me explica mucho lo bueno que eres con los keyframes. Porque se nota mucho la parte de storyboard, saber hacer keyposes y todo eso.

Me sirvió como una gran escuela para aprender a resolver rápido situaciones, aprender a pensar rápido ¿cuál es el mejor encuadre para esto? Y resolver muy rápido. Porque tenías que ventilarte dos o tres páginas al día.

Yo creo que todo lo que iba aprendiendo en el cine, en los doce años que me dediqué al cine, lo iba vertiendo también en mi faceta como autor de cómic. Y muchas cosas del cómic me servían de ayuda y de herramienta a la hora de enfrentarme a los retos que me tenía que enfrentar en el cine.

Entonces se iba retroalimentando todo eso. Y así fue durante un montón de años hasta que eso iba ya publicaba, ya llevaba varios libros publicados y al mismo tiempo seguía manteniendo el trabajo en el cine porque por un lado era una nómina la parte fija, ¿no?

Me pagaban bien y al final ya estaba de realizador, ya dirigía una peli y todo el rollo.

Pero por otro lado a mí me jodía primero trabajar sobre guiones que no te convencían, que te venían y hay que hacer la peli así y tal. Luego el cine pasa por tantas manos, por tantas fases, por tantas cabezas que desde la idea que tú planteas en el story hablando con el equipo hasta lo que llega al final al espectador… Y normalmente los que más deciden son los que están más arriba y son los que menos ideas tienen de cine y de arte.

Era una frustración constante.

¿No se parecía a la visión al resultado?

No, no. Y entonces lo tenía bien claro, lo dije, termino nuestra peli y me piro. Voy a a buscar una vida como autor de cómic porque ya tenía yo que sé, veintinueve años, una cosa así o treinta, pensaba que ahora tengo energía, tengo fuerza no tengo responsabilidades; este es el momento de lanzarme e intentar conseguir de verdad trabajar, vivir del cómic, que es lo que a mí de verdad me apasiona, porque esto no lo voy a poder afrontar con cuarenta y pico, más cansado, con una hija, con más responsabilidades a la espalda… 

Era el momento perfecto. Dejé mi trabajo en la productora y fui por la vía judicial porque hubo ahí unos marrones gordísimos con mi contrato. Terminó la cosa muy mal, muy mal, porque hubo impagos y mierdas y tuve que demandar; e ir a juicio no mola nunca. Y sobre todo a escuchar mentiras sobre ti y sobre tu trabajo. Gente que hasta hace nada te doraba la píldora y tal, ahora, como hay un juicio de por medio…

Pero bueno… Gané el juicio y entonces… Borrón y cuenta nueva. Era un lienzo en blanco. Pero podía ser también el final. 

Llevaba escribiendo esa historia todo el último año que había trabajado la productora. Era un poco lo que me ayudaba a mantener la cordura en aquellos momentos tan jodidos y tan difíciles. Salía de ahí y me metía dos horas, tres horas todos los días en la cafetería, a escribir, a escribir, a escribir… 

¿Tenías claro desde el principio que el cómic empezaba así, contigo leyendo a Kirby [Jack Kirby; probablemente, el dibujante de superhéroes más influyente, prolífico y prestigioso de todos los tiempos]?

No. Eso se me ocurrió al final, cuando ya estábamos en imprenta. Me levanté por la mañana, se me vino esa página a la cabeza y me pareció precioso para iniciar. Llamé al editor, a Javi, Javichu, y le dije: «Quiero hacer esto». «No, no, no que imprimimos por la tarde». Y le contesté: «Esperad. Vamos a quitar una página del fondo, del final, para que cuadre todo. Me voy a currar ahora y a mediodía la tengo hecha. Y a la tarde vamos a imprenta». Y me la hice toda hostia. Pero ahí vas con toda la emoción y yo creo que fue un acierto, porque automáticamente al empezar el libro y encontrarse con eso, que no se lo esperan, hay una empatía directa con el lector; te están hablando de tú a tú. Y ya automáticamente están dispuestos a entregarse a todas las locuras que le vayas a contar en las trescientas páginas siguientes. 

Para mí, El héroe nació como mi canto de cisne. Iba a ser mi último cómic. «Voy a echar el resto», me decía. «Voy a hacer un cómic que nunca se haya hecho en España». Yo veía que se hacía cómic autobiográfico. Pero yo quería hacer algo con la ambición de Sandman o de Alan Moore; vamos a hacer algo supercósmico. Quería era aunar la tradición del cómic de aventura sin escapismo con el cómic de autor y al mismo tiempo rendir homenaje a las tres grandes escuelas de las que yo bebo, como autor y como lector, que son: el cómic americano de superhéroes; en todas sus vertientes y etapas; mucho Frank Miller… De hecho El héroe se estructura así: el primer libro es como la golden age y la silver age; y el segundo libro es la edad de bronce y la época oscura; va de los años 30 del pasado siglo a comienzos de los 2000. Va cambiando el estilo. Los personajes se van volviendo cada vez más oscuros, más adultos. 

Al mismo tiempo también era mi homenaje al manga; sobre todo al manga de los 70, cosas como Tezuka. Y al cómic franco belga; sobre todo a la ciencia ficción de los 70 Valerian… Todo aquello. 

Entonces, era mezclar todo eso en una turmix y añadirle unas gotas de mí, el mundo, y de mis mierdas y sacar ese tebeo para la gente que solo ha leído de superhéroes, y que no quiere salir de ese nicho. De repente, hacerles encontrarse con un cómic español que les hablaba directamente a ellos; y que les interesaba y que de hecho a muchos les sirvió de puente para interesarse más por el cómic español, por otros autores.

Y a la vez, que a la gente que no le interesaban los superhéroes, les sirvió también para buscar referencias y descubrir obras dentro del cómic americano de superhéroes que de otro modo no hubieran reparado en ellas. 

Y entonces, para mí, hacer esa obra, que era mastodóntica, en total casi seiscientas páginas en dos volúmenes a color, por un autor de aquellas no tan conocido como soy ahora… ¿Sabes? La editorial se la jugó. No sabía qué iba a pasar con eso, si se la iba a comer con patatas o no. Es un libro caro y fue sobre todo un libro muy caro de producir. 

Y en cambio, para suerte de todos resultó bien, y lo que iba a ser mi despedida, mi último tebeo, el irme como una estrella de rock por la puerta grande, fue el renacer. A partir de ahí, me empezaron a llegar las ofertas de Estados Unidos, a vender derechos a otros países con más facilidad y sobre todo a empezar a tener un nicho de mercado de crecimiento exponencial aquí en España. Poquito a poquito. 

Y luego, Beowulf

Fue un golpetazo también. Fue un tebeo que, desde que nació, funcionó muy bien de ventas. Se hablaba mucho de él; se vendió un montón de países; se nominó a los Eisner en Estados Unidos… Y sigue funcionando. Y sigue publicándose cada año en algún país nuevo. Eso terminó de apuntalar mi carrera. Entonces ahí ya empecé a poder vivir del cómic. No a hacerme rico, pero a vivir; a poder pagar lo justo que necesitaba para vivir sin grandes lujos. 

Y luego ya, pues eso, justo cuando estaba terminando Beowulf, me llegó un mail de Paul Pope, que es un autor que a mí me gusta mucho, y me llama por si quiero colaborar con él en la saga, aún no se había publicado el primero, de Battling Boy. 

Así que ciuando sacamos Aurora West allí, claro, eso fue otra puerta abierta que permitió primero que El héroe, que ya estaba vendido a Dark Horse, pero sale justo después que Aurora, pues ya se ve un poco mejor posicionado de entrada. Y llamó la atención de otros editores y editoriales que me empezaron a llamar para ofrecerme proyectos. 

Y así fue un poco como empezó el tema. Y ahora, pues por suerte, estoy ya en una situación que me permite lo que yo creo que es la verdadera libertad del siglo XXI: el poder decir que no incluso a cosas que te gustan o que te apetecería hacer. 

No sé cuánto durará esta racha porque esto son cosas que suben y bajan. Pero ahora mismo pues estoy en un momento en el que por suerte puedo elegir lo que quiero hacer, con quién quiero trabajar y qué historias quiero contar. 

¿Y por qué te quieres decantar?

Hacer una novela gráfica, por ejemplo, son muchos años. O sea, Dibujar Fuego fue un año, un año en exclusiva, solo dedicado a eso en donde tuve que renunciar y aplazar proyectos para Estados Unidos o decir que no a muchos otros por el compromiso que yo tenía con sacar este libro adelante para España. 

Además, no es que Fuego lo publicara en España porque no lo conseguía colocarlo en Estados Unidos. No. Mi idea era publicarlo en España y luego lanzarlo en otros países. Que nos cuesta mucho eso y es necesario si algún día queremos tener una industria fuerte, ¿no? Mejor de lo que tenemos ahora en el cómic español.

Los que tenemos la suerte de poder vivir de esto, de hacer de esto nuestra profesión, nuestro medio de vida, tenemos ya un bagaje, una carrera a las espaldas, un nombre que ya responde a ciertas ventas en tu país… 

Luego en mi caso, por ejemplo, yo me doy cuenta que cuando empezó aquí a publicarse trabajos que iba haciendo para Estados Unidos, me han dado un montón de nuevos lectores que luego buscan que más has hecho y eso es lo que hacemos siempre cuando encontramos un autor que nos mola. Es lo que hace que la rueda siga girando. Y que esos trabajos antiguos que ya nos tienen ya casi 20 años te sigan generando dinero, se sigan reimprimiendo, sigan estando en las librerías presentes… Eso ayuda al autor a seguir, claro, y genera ya un montante económico anual pues que ya va siendo una guita medio decente que sumado a lo que podrás por cada novedad pues ya te da que vivir. 

David Rubín para Jot Down

Me voy a enganchar a esto para hacer una pregunta difícil a este respecto; al de crear industria y al concepto de obras para el gran público y obras de autor. Estando aquí, en Avilés, en el Celsius, Joe Hill me hizo la siguiente reflexión: que por culpa de la influencia de dos genios en la novela americana, Hemingway y Fitzgerald, se renunció, durante casi un siglo, a lo lúdico en la literatura seria. ¿Qué opinas?

Yo creo que Hergé, como hace Frank Miller, o Alan Moore con Prometea, o Neil Gaiman… Todos saben que no hay que renunciar a divertir al lector aún cuando haces una obra de autor. En general en España a veces nos pasa el exceso de seriedad, el decir «bueno, si voy a sacar unas aventuras no me van a tomar en serio» porque crees que nos pasa eso más que a los americanos o a los japoneses. Los japoneses no tienen ningún puñetero problema; pero nosotros tenemos como la sensación de, hostia, si ahora saco una nave espacial, ya no se lo van a creer. Yo creo que es un rollo que igual bien adquirido del tema de no terminar de creerte muy bien lo que quieres hacer o no confiar de verdad en ti mismo y en la historia que quieres contar. 

Es como…No sé. Como avergonzarte de lo que estás contando ¿no? Por usar algo más pulp o por meter acción… No sé. Yo como lector además me cabreo cuando lo veo en otras obras que es el rollo este de la seriedad impostada el rollo de «mirad que serio soy cuando me pongo corbata». 

Y gin tonic. 

Claro. A mí ese rollo me parece horroroso. Vamos a ponernos a fumar en pipa. Y, ojo, también, el lado contrario. Tampoco me interesa hacer tebeos solo de molar, porque al final

también la gente que solo quiere hacer tebeos de molar por molar en el fondo son como el tipo que sale por la noche solo pensando en follarse a alguien que al final vuelve de vacío a casa porque se le nota la desesperación en la cara. Y la desesperación no es atractiva. Yo no conozco a nadie que haya conseguido enamorar a nadie dándole pena. Hay que fascinar. Esa es la clave. Para todo en la vida; para que alguien se enamore de ti; para que alguien confíe en ti; para que alguien se lo pase bien leyendo el tebeo que has hecho; para compartir una caña; para lo que sea, hay que fascinar siempre. Hay que mantener esa capacidad despierta y fascinarte a ti también y sorprenderte a la hora de crear y no aburrirte. 

Entonces, yo intento estar en un término medio entre esas dos cosas e intento que mi obra tenga de las dos cosas. Puedes contar algo muy jodido, como por ejemplo El Fuego. Es un libro extremadamente jodido; desagradable; tiene pasajes muy desagradables que no están pensados para pasártelo bien mientras lo lees.

A mí me mató el monólogo a su hija; cuando pone que la transmisión no conecta. Es como si estas viendo Interstellar, cuando se va a sentar McConaughey a ver el mensaje de su hijo y no hay mensaje. Te destroza. 

Te destroza. Pero, al mismo tiempo, toda esa desolación, toda esa podredumbre que cuento en El fuego, utilizo el lenguaje del cómic para contarlo de tal manera que aunque sea un libro de doscientas cincuenta páginas te lo lees en un pispás.

Te puedo decir que conmigo así fue. 

Es que está pensado para que ocurra eso; para que tus ojos vuelen. Es muy jodido, pero no puedes evitar seguir la andanza de ese desgraciado del protagonista a lo largo de su odisea de mierda y conseguir que empatices con un tío que además de entrada no te lo presento como un héroe y en la página veinte meto el girito y descubres que es un hijo de puta y que te quedan doscientas treinta páginas por delante de aguantarlo y tener que meterte en su puta piel.

Y eso fue lo más difícil. El mayor reto para mí con El fuego conseguir que los lectores empatizaran con alguien así, porque en el fondo lo que mueve al personaje y a toda su catarsis y la redención que busca y no termina de conseguir, porque no la merece, es un sentimiento que es común a todos, hayas hecho algo como lo suyo o hayas cometido otras faltas que te pesan en la conciencia, que es la culpa. La culpa que es algo que, sobre todo, nos ha inculcado la religión cristiana. Desde el minuto uno. Es la hostia. Es lo primero que te meten; el puto complejo de culpa. Pero es acojonante. Te bautizan para que no vaya a ser que te mueras y entonces te vayas al limbo. Pero qué cojones es eso. Es generar un horror en un ser que acaba de nacer, que no tiene culpa de nada, que no distingue en qué mundo vive. Y luego el rollo de que Jesucristo se sacrificó para limpiar nuestros pecados; pero qué cojones… La culpa. Y, a la vez, poniendo la expectativa de que todos tenemos que intentar ser Superman porque, claro, si tienes a un tío que aguantó que lo clavaran en una cruz, que le pusieran una corona de espinas… Oye tú esfuérzate, hijoputa. Sé bueno siempre. 

No se es bueno siempre. Se es, más bien, dócil siempre. 

No alces la voz. No te quejes. Confórmate con lo que tienes. ¿Es una mierda? bueno, pero es una mierda asumible. Trabaja con eso, como buen cristiano. Al final, eso termina en una sociedad que estamos viendo: dormida, con cero capacidad crítica, una sociedad que que busca el respaldo y da los apoyos a los más corruptos, a los que menos saben gestionar para joderle la vida al votante que les ha votado y que además ya no hacen como cuando en los 80 o así, que aún se cortaban un pelo, como que disimulaban un poco.

Esta visión la dejas clara en la dedicatoria que haces en Gran Hotel Abismo a Rajoy. 

Es que Gran Hotel Abismo es una obra que nace de la rabia de aquel momento. Es muy iracunda. La hicimos Marcos y yo. En aquella época en la que aún estaba gobernando Rajoy y salían los papeles de Bárcenas, lo de Camps y Barberá, todas esas locuras, esos despilfarros locos aún encima de esa misma gente que luego te decían que teníamos que apretarnos el cinturón, que hay que rescatar a la banca y toda esa mierda. 

Entonces, eso genera una crispación tal a la que tú, como artista, no eres impermeable. Ni debes serlo. Tienes que estar siempre presente y la realidad que te rodea termina impregnando también tus páginas, y las historias que cuentas. Gran Hotel Abismo surgió de esa, como decimos en Galicia, esa carraxe, esa rabia interna, jodida; somos muy buenos los gallegos en eso; en tener mala hostia. Y bueno, los catalanes, ni te cuento. Marcos es catalán. Lo vertimos todo ahí. Y quisimos hacer un cómic en el que que, además, esa rabia fuera el propio hilo conductor esa rabia. No hay una trama que conduzca todo; no hay un protagonista; te presenta a un tío que parece que va a ser el protagonista; pero después del prólogo ahí se queda. 

Simplemente, vas viendo pequeñas pinceladas de él porque lo que interesa no es la acción que te narra al principio; son las consecuencias de esa acción y cómo repercute sobre la sociedad. Es, digamos… Marcos y yo siempre decimos que Gran Hotel Abismo empieza donde V de vendetta termina. V de vendetta termina con el parlamento estallando y nosotros, a partir de ahí, empezamos a construir el relato contando lo que pasa después de un acto así. Lo que pasa no es muy esperanzador. 

David Rubín para Jot Down

V de vendetta parecía que dejaba la puerta abierta. Pero… uf, parece que la puerta se cierra. La página final es el fin de la historia.

Yo creo, además, que ahora son tiempos bastante peores que los de V de Vendetta, porque no había ni móviles, ni Twitter, y veníamos de épocas muy jodidas. En Inglaterra estaban con Tatcher y venían de un montón de mierdas. Pero, en aquel momento, en los 80, aún albergabas la esperanza de que si te esfuerzas puedes llegar a algo. 

Pero ahora… Te puedo contar amistades, que tengo la suerte de tenerlas brillantísimas, que están con dos carreras currando de pizzeros y mierdas así; porque el sistema no les devuelve. Porque está todo jodido. 

Estamos peor que hace veinte años. Yo, hace veinte años, me fui de casa de mis padres, con un sueldo que no llegaba a mil pavos en aquel momento. Y me pude ir. Pude tener mi propio piso para mí solo y pude empezar a generar una vida de adulto. Pero hay gente en casa de sus padres, hoy, hasta los cuarenta. Y no es por su culpa o porque sean unos inútiles. Que es algo que la ultraderecha aprovecha siempre: que si están así, es porque no se lo han sabido merecer, porque no le han echado cojones a currar. 

El sistema está en contra. Todo el sistema está pensado, casi desde el comienzo, para convertirte en un puto borrego; en mano de obra barata; y que cuanto menos cuestione, mejor. Y se usa, que es algo que también rascamos mucho en Gran Hotel Abismo, la estrategia del miedo. El… cuidado que tienes casi cincuenta palos y como te echen a ver que haces con tu puta vida. Y mientras te dicen eso, si te despiden, aunque se suponía que jubilarse, cuanto más tarde mejor, no te contratan con cincuenta palos en ningún puto lado. Que es, evidentemente, una contradicción. Es como una bola de mierda que va creciendo cada vez más y arrasándolo todo. 

Yo sobre todo desde que he sido padre, hace ya casi nueve años, me hago muchas más preguntas que antes. Y eso también se ve en mi obra. Antes, me preocupaba por mí mismo, o ni me preocupaba; me daba igual; porque si me muero mañana, me muero; qué cojones me importa. Estoy viviendo lo que quiero vivir; pero con un carácter bastante destructivo. Y de repente el hecho de tener una vida que depende de ti; de tener una unión familiar que deseas que sea buena y fructífera y tal para que tu hija crezca en un buen ambiente; para intentar educar en la igualdad, en el entendimiento, en la educación y en el respeto… Te haces muchas más preguntas que antes. 

De hecho vivimos una época en la que la ambigüedad y el hacerse preguntas no está bien visto. No sé si eres fan de Stephen King… 

Me gusta. Pero tampoco soy su mayor fan. 

Pues hay cosas que haces en El Fuego que a mí me recuerdan a algo que hizo él en It, con ese final en el que la catarsis para vencer a un monstruo aterrador es una orgía, consentida, entre adolescentes. En El Fuego tienes a un tío que es infiel y deleznable, pero con el que vas empatizando. Estas cosas, cada vez, cuesta más contarlas. 

Pero es que son cosas que están ahí. Que les ocurren a todo el mundo. Todas las putas familias…Y no puedes dejar eso debajo de la alfombra y hacer como que no existe porque al final el montón de mierda bajo de la alfombra va creciendo y un día te pegas una hostia 

o se te va a la olla. Claro; es así. Entonces yo creo que hay que reconocer lo que somos: somos seres humanos; somos imperfectos por la naturaleza. Entonces, ya está. 

Estamos acabando con los recursos de un planeta cuando no tenemos adonde ir. Hemos vivido de espaldas a las estrellas toda la puta vida y la sociedad, por ejemplo, que se plantea en El Fuego tiene un montón de adelantos tecnológicos, pero siguen sin haber llegado a Marte y a otros planetas. Seguimos encerrados en esta puta bola; y la estamos jodiendo. Y cuando se joda, no tenemos plan B. No hay plan B, amigo. Ese es el tema. 

De hecho, el meteorito para mí lo que simboliza en El Fuego es la cura, ¿sabes? Aquí había una anomalía que se llamaba vida; y había un cáncer llamado humanidad, que estaba destruyendo esa vida; y aquí viene el meteorito, que es el fuego purificador, a volver a poner las cosas en su sitio; como siempre han estado. Como pedazos de roca inerte. 

Esa es la última viñeta. 

David Rubín para Jot Down

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4 Comentarios

  1. Bloqueao en X

    Marcos y yo siempre decimos que Gran Hotel Abismo empieza donde V de vendetta termina.

  2. LePeisens

    Que malvados y corruptos eran Barberá, Camps y Bárcenas. No cómo Ábalos, Koldo, Begoña, Chaves, Griñán… para cuando un cómic como muestra de gratitud a su incuestionable honorabilidad?

  3. O Lume es, para mí, la gran obra en gallego de lo que va de este siglo, le pese a quien le pese.

  4. Comic-san

    David Rubín ofrece una mirada profunda y personal a su trayectoria e ideas. Destaca en la entrevista su enfoque sobre la «narrativa emocional» en sus obras. Explica cómo busca no solo contar una historia, sino también hacer que el lector sienta cada momento, conectando emocionalmente con los personajes y la trama. Este enfoque va más allá de la simple ilustración, creando una experiencia inmersiva que resuena profundamente con el público. Genial.

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