Cynthia Rimsky (Santiago de Chile, 1962) estudió periodismo pero de a poco fue descubriendo que eso no era lo suyo. Lo suyo era escribir y así lo demuestra su obra: Poste restante, Ramal, El futuro es un lugar extraño, La revolución a dedo, La vuelta al perro, Yomuri, Los perplejos, entre otros, son libros singulares que se han editado en Chile, Argentina y, algunos de ellos, también en España. La charla es en un café del centro de Buenos Aires, ciudad a la que viaja Cynthia cada semana desde Azcuénaga, el pequeño pueblo —el campo, en sus palabras— en el que vive desde hace más de diez años, cuando decidió cruzar la cordillera. Excepto los días en que dicta clases en la Universidad Nacional de las Artes, el resto de la semana transcurre en la paz de la pampa como entorno para la escritura: «mi deseo y mi pasión». Dueña de una mirada única, Rimsky la ha convertido en una marca sin marcas ni fórmulas, en una voz narrativa personal. Una de esas voces que, para ser escuchada, pide que nos alejemos del ruido de época.
En tus libros, de alguna u otra manera, están siempre presentes los viajes, ¿no?
Un trayecto, siempre hay algo como un trayecto.
¿Y eso tiene un por qué? ¿Te lo has preguntado alguna vez?
No. No me lo pregunté, empiezo a escribir y… Los viajes te dan una distancia, una distancia para mirar, una distancia de tiro como necesita ella, la fotógrafa, que tiene que alejarse para tomarnos las fotos. Alejarme me obliga a tomar una distancia frente a lo que estoy escribiendo y es una distancia que aparentemente me acomoda.
Hay algo del movimiento y cierta inestabilidad que tiene cualquier viaje que quizás se traslada a la escritura y la vuelve más plástica. Eso me produjo hace años la lectura de Poste restante. ¿Ese fue tu primer libro?
No fue el primero que escribí, pero sí el primero que publiqué.
Es explícitamente un libro de viaje pero el contenido se traslada a la forma. Cuando uno está de viaje necesita andar más liviano y hay algo de eso en la escritura.
Siempre me interesó eso. Más que qué contar, me interesan las formas. La pregunta que me hago ante cada libro es cómo lo voy a contar porque, si no, me aburro mucho. Yo soy muy inquieta. Si cuando estoy escribiendo me siento cómoda, me aburro. Necesito que haya un desafío, un problema de inteligencia, necesito problemas constructivos.
¿Pensás la forma antes o al empezar a escribir van saliendo formas novedosas?
Van saliendo. Por ejemplo Los perplejos es la historia de un filósofo medieval que, para escribir su gran obra, su hermano tiene que ir a comerciar piedras preciosas en los mares y le llega la noticia de que murió en el mar. Hay una culpa ahí. ¿Y qué voy a hacer? ¿Se murió en el mar, se sintió muy triste y se puso a llorar? ¡no! Me aburro, eso es aburrido. ¿Y qué hago yo? Me encanta que la escritura va trayendo casualidades que van produciendo cosas mágicas, porque estás en un estado tal de concentración, cuando estás escribiendo es tanta la concentración que empieza a traer otras cosas, empiezan a pasar otras cosas; como si fuera un imán, la novela va atrayendo sus propias escenas. Entonces me encontré con una amiga que había tomado un curso de restauración de libros, me empezó a contar cómo era y era maravilloso, y fui a ver cómo restauraban libros. Fui a una práctica y me hicieron la escena: lavan los libros, los secan, los borran, les hacen injertos. Entonces el tipo, el filósofo medieval, se encierra en su duelo y empieza a reparar todos los libros y está escrito así, con una prosa muy de letanía.
La cuestión de la forma puede ser producto de una decisión previa o algo fortuito, como en este caso que un encuentro hizo que vayas para un lado imprevisto.
Claro. Lo único que diría es que no hay que conformarse. No hay que aceptar la primera solución que te da la cabeza, que siempre es la del sentido común, sino esperar, ir más allá. A todos los libros trato de buscarles algo. Ahora me metí mucho con el humor y con la ironía, ya me estaba metiendo de a poco y Yomurí es un libro con el que te cagás de la risa. Eso me encanta.
¿Cuándo empezaste a escribir?
Será cuando tenía once años. El diario de vida con candado, típico.
Bueno, muchos empiezan escribiendo así, su diario, pero no todos siguen haciéndolo. No todos se convierten en escritores.
No todos siguen escribiendo, claro. Pero me costó mucho, o sea, publiqué mi primer libro a los 39 o 40 años. Tarde, para todo lo que ya llevaba escrito, pero nada me conformaba.
Vamos a repasar un poco tu biografía. Naciste en Chile y viviste ahí…
Hasta que me vine para acá a los 48 años.
Vivías en una gran ciudad como Santiago, ¿por qué Argentina y por qué el campo?
A Argentina, por una situación no profesional y al campo, porque ya en Chile tenía muchas ganas de irme a vivir a un pueblo pequeño y, por lo menos para mí, la transición entre que una está escribiendo, concentrada, y después salir al mundo, se me hacía muy angustioso. Era un choque. Me acuerdo que salía en bicicleta, a las seis de la tarde terminaba de escribir y tenía que salir en bicicleta y entonces el campo me parecía que tenía más una adecuación entre el ritmo de la escritura y después salir de ahí y tenés la vuelta y el cuerpo y salir a caminar… Es como una cosa más protegida, no sé si es protegida la palabra, más armónica.
Ya hace varios años que estás acá. La adecuación que buscabas, ¿funciona?
Funciona.
Y más allá del acto de escribir y lo que necesitás como entorno, ser escritora en Argentina o ser escritora en Chile, ¿cambia?
Sí, cambia. Cambió. Por una parte, me puse a leer mucha literatura argentina y hay mucha diferencia entre la literatura argentina y la literatura chilena. Uno podría decir que acá, como es un país más grande, hay más escritores, hay más tradiciones, hay un campo más abierto donde hay posibilidades de hacer más cosas; en cambio en Chile es un campo mucho más pequeño, hay una tendencia a hacer una sola cosa y con muchos menos recursos, con muchas más dificultades. Y es una literatura más social, una literatura que expresa mucho la lucha de clases que hay en Chile, donde no hay una clase media y donde hay un sistema muy opresivo en términos de justicia, de división de clases, de salarios, que lleva muchos años arrastrándose, instituciones que deberían cambiarse y que no se cambian y eso está demasiado presente, o muy presente, en la escritura. En cambio, en Argentina, tengo la sensación de que la creatividad, la extrañeza… Hay mucho más una escritura de la extrañeza, de tomar las cosas como fenómenos y no para condenarlas, verlas como fenómenos, analizarlas, trabajarlas, asociarlas con otras cosas, pero sin juicio de valor.
¿Eso lo ves como algo que la caracterizó en el pasado o que también está en la literatura actual? Porque quizás eso ha sido así en la literatura argentina pero creo que ha cambiado bastante.
Fue cambiando pero hay un diálogo. Bueno, hoy en día el campo está muy pequeño porque está todo muy caro, pero hasta hace poco tiempo tenías de todo, tenías una literatura con muchos estilos y mucha reflexión también acerca de la literatura. Una cosa que me llamó la atención es que en Argentina un escritor no solo escribe, sino que además piensa su proyecto, creo que en Chile no. O al menos yo lo vine a descubrir acá. Vine a escribir ensayos desde que estoy acá, ensayos narrativos o sobre lo que me interesa o la mirada.
Y antes, ¿no era que no lo pensaras, sino que no lo escribías?
No, claro, no tomé en cuenta esa parte de un escritor que es súper interesante, y es la de reflexionar sobre tu propia obra, ¿no?
¿Qué escritores te gustan de esa tradición argentina?
Bueno, está lleno de gente, porque en realidad casi todos lo hacen. De los actuales y de los antiguos: Borges, con la literatura sobre la literatura, Puig, Piglia, Aira. Y las mujeres: María Moreno, Sara Gallardo, las Ocampo. Hay una capacidad de reflexión que me parece muy interesante.
Pero bueno, Chile tiene premios Nobel en literatura, que Argentina no tiene. Son reconocimientos en poesía y quizás en Chile esa tradición de pensar la literatura está centrada en la poesía, incluso en la escolarización, donde los alumnos están muy atravesados por la lectura de la poesía. No pasa lo mismo en Argentina.
No, acá es la narrativa y el ensayo. Incluso uno aquí ve que se explayan; un profesor argentino se explaya, habla horas y yo voy al tiro del asunto. Los argentinos van más a la charla, a la expansión de la novela y eso tiene también que ver con el campo. En Chile el campo es más estrecho: o te caíste al pozo, al mar, o te exiliaste en la montaña. En cambio acá está la pampa, que es un campo más abierto donde hay más actores, pero también, por otro lado, es desolada la pampa. Tú vas al sur de Chile, por ejemplo, y a cada rato hay una casita, hay alguien haciendo algo y en cambio aquí recorres miles de kilómetros y no hay nada. Es cierto que la geografía y la historia influyen, esto fue un gran virreinato y Chile era una fortaleza militar. Todo eso va armando literaturas y modos distintos de habitar.
Y decís que todo eso ha sido pensado, desde la literatura, en Argentina, pero no en Chile.
Hay más silencio. Hay un silencio mucho mayor. Claro que está Enrique Lihn que tiene unas reflexiones maravillosas sobre la poesía, pero es siempre desde la poesía. Chile no es un país muy respetuoso de la tradición, siempre estás naciendo de nuevo. De hecho, a Gabriela Mistral le dieron el Premio Municipal después que le dieron el Nobel; es así, hay un cierto maltrato a lo que es propio.
Antes hablabas de que no habías pensado en tu escritura hasta llegar a Argentina, que simplemente escribías. ¿Qué comenzaste a pensar? ¿Qué descubriste sobre tu obra?
Empecé a trabajar dos conceptos que me atraen mucho. Uno es la mirada: cómo un escritor, una escritora, se construye a partir de su mirada y construye textos a partir de esa mirada. Y otro, es la relación del trabajo con los objetos, cómo la asociación con los objetos va a construir un discurso. A mí me interesa mucho la materialidad, me cuesta mucho la abstracción. Muchísimo. Ya en la escuela me costaba mucho todo lo abstracto, en cambio tú me pasas algo material como esta galletita, y yo te puedo escribir un texto total de la galletita, pero tú me dices, escríbeme algo sobre la enajenación y yo me quedo así. Todo lo pequeño, lo local, la política en las pequeñas cosas… Tengo una escritura bien política pero no es una actitud política de discurso, sino que es fijar la vista en lugares y personas en los cuales la literatura generalmente no las fija, o sea, en los lugares muy alejados del poder.
En tu literatura hay una microscopía del poder muy interesante, esa que hace que puedas detenerte en el modo en que está armada una maleta, en la construcción de un pozo para sacar agua o en el precio de los huevos.
Es como un tono menor, una literatura de tono menor.
¿Es algo buscado?
No, no. No sé por qué siempre puse la mirada en ese lugar y después fui pensando por qué ponía la mirada en ese lugar.
Y esa mirada estaba ya en tu primer libro.
Sí, después también reflexioné mucho sobre otras cosas. Porque en ese tiempo que hice Poste restante era un libro raro. Hoy en día es súper común eso y todas las formas extrañas de combinar lo documental con la ficción pero en esa ocasión no sabían dónde ponerlo.
Un problema para los libreros.
Exactamente. Y para los críticos. Por ejemplo, La revolución a dedo se ganó un premio de no ficción y yo lo acepté porque era dinero (risas). Pero era rarísimo porque, ¿cómo dices qué es ficción y qué no es ficción? Durante un tiempo, también, estuve muchísimo trabajando la idea de cómo ir corriendo y haciendo distintas combinaciones entre lo ficcional y lo documental. Y además me encanta engañar a los lectores y a las lectoras, que no sepan. Que no sepan (risas).
¿Te suelen preguntar por la verdad de esos relatos? Recuerdo a Vargas Llosa cuando decía que es una pregunta vana porque la literatura siempre miente.
Siempre ficciona. En la literatura no es que tú miras para arriba y te cae una ficción del techo. Tú ves algo, una silla por ejemplo, y ficcionas a partir de esa silla, siempre a partir de algo que existe, incluso en la ciencia ficción.
¿Por qué crees que importa tanto esa pregunta por lo que hay de verdad en la escritura?
Bueno, Ricardo Piglia tiene un texto, que es el discurso que dio en Talca cuando recibió el Premio José Donoso, y él dice que cuando yo cuento un sueño a la gente no le interesa pero que, si estuviera involucrado, le interesaría el sueño. Entonces la pregunta es cómo involucrar al lector en lo que tú estás contando. Esas son cosas con las que yo peleo bastante en mis libros, cuando siento que hay algún personaje con el que el lector o la lectora se va a poder identificar o incluso predecir el siguiente movimiento, se lo tuerzo, se lo desvío. Es una preocupación constante que tengo: no permitir que el lector o la lectora se apoltrone y, sobre todo, prediga el comportamiento de los personajes. Porque yo me aburro con libros así y uno escribe como lee. Ahora estoy muy metida con la cosa de la ficción y abandonando un poco lo documental, ha sido como un corrimiento y he pensado mucho. En este momento en que no hay una utopía o en que pareciera que no hay nada más que lo que existe, no como antes que existía el comunismo, que podía ser como fuera pero era una utopía que uno tenía adentro, había una alternativa a esto, un espacio medio mágico y medio místico que ahora no existe, entonces estaba pensando cómo la ficción sí puede construir otros mundos, otros mundos donde pasan las cosas de otra manera, ¿no? La idea es cambiar formas de mirar y formas de pensar, y ahí existiría otro mundo, y la literatura puede construir una puerta en ese sentido, como cuando eras niña y no te dejaban salir o no te permitían ir a tener aventuras, y una leía los libros de aventura y a través de eso salías y te imaginabas un mundo y veías que había un mundo fuera de tu casa, algo distinto, y que podrías ser alguien distinto.
¿Está presente en esto algo así como una función social de la literatura?
No, no. No creo que tenga una función social la literatura. Ha habido distintas épocas sociales donde efectivamente la literatura servía para escolarizar y para un montón de cosas pero creo que hoy día la literatura es una cosa de nicho a la que muy poca gente accede. La literatura de este tipo, no la literatura de Harry Potter, pero incluso Harry Potter también es para un número muy pequeño de personas. La literatura está convirtiéndose casi en una literatura boutique, lo que es bastante tremendo, ¿cuánta gente puede comprar un libro? Cuando llegué a Buenos Aires yo me sorprendía porque en el metro tú veías montones de personas leyendo y hoy día no ves a nadie leyendo. Los teléfonos celulares coparon todo y uno se pregunta cuánto se lee y también cuánto tiempo alguien le puede destinar a un libro. Un ratito, entonces se crean fragmentos y todo se está adecuando a eso.
Y sin embargo sigues escribiendo.
Porque es un deseo. Escribir me encanta, es mi deseo y mi pasión porque, si no, es ¿qué hiciste hoy día? Me levanté, comí, dormí y trabajé. Al otro día igual. ¡Me muero!
Cuando te preguntan sobre tu profesión, a la hora de llenar el casillero de un formulario, ¿pones escritora?
A veces sí. Otras veces, profesora. Me gusta jugar.
Y antes de ser escritora y profesora, ¿qué hacías?
¡Hice de todo! Ni te explico todas las cosas que hice. Hice una revista del gremio de de los hípicos, una revista ¡que se llamaba El relincho! (risas). Yo era periodista, después estaba en una radio y tenía que hacer como cincuenta notas al día de cosas como «cómo sacar las manchas a la ropa», esos datos útiles…
¿Te gusta el periodismo?
Hoy día me parece que está en una crisis. Por un lado está el periodismo narrativo que está bueno y, por otro lado, el periodismo tradicional está en crisis. Ves los diarios y ya nadie corrige ni los errores. ¡Es impresionante! Antes leer un diario era como la maestría total, tú aprendías, y hoy día es como aprender a des—escribir. Pero también hay una cosa que no había en mi tiempo y es la posibilidad de hacer periodismo narrativo, salirte de los márgenes estrechos del periodismo. Uno leía a Truman Capote o a Tom Wolfe pero eso era imposible hacer en Chile en ese tiempo.
En tu ejercicio periodístico, ¿cubrías actualidad?
No, no. Siempre en la periferia, en revistas. Trabajé en la televisión haciendo unas seriales pedorras, espantosas, de personas con defectos… Una cosa espantosa de morbo, todas cosas menores.
Que te fueron empujando a la literatura.
Me fueron empujando a irme del periodismo, claro.
Decías antes que siempre escribiste pero no pensabas en publicar. ¿Qué escribías en aquel momento? ¿Algo de estos géneros híbridos que te gustan?
No, no. Escribía cosas así muy sentidas donde creía que escribir era expresar tus emociones. Y nunca llegaba a ninguna parte porque, cuando tú tienes en la mente una cosa y la llevas al papel, todo se desarma. ¿Pero qué es esto, qué es esta minucia? Entonces nunca terminaba nada y fue recién con Poste restante…
Pero, ¿qué pasó en el medio?
Bueno, leí un libro. Una amiga me dijo que tenía que leer Diario de Moscú, de Walter Benjamin, también sus crónicas de viaje, y por primera vez me di cuenta de que uno puede hablar de una mesa y de cómo la gente usa la mesa y di vuelta la cosa porque es la mirada sobre lo otro. Ahí tú pones lo que sientes, claro, pero no encima de lo otro. Y ahí después me fui de viaje y, en vez de preocuparme por lo que me pasaba a mí, empecé a mirar y fue realmente —una palabra bien estúpida— pero fue una revelación. Me cambió totalmente, es como si me hubieran dado vuelta el calcetín. Y Poste restante fue tan importante porque fue el libro que me permitió ser escritora.
En ese momento dijiste «acá sí tengo un libro que alguien quiera leer».
Lo presenté a un editor de Sudamericana, todavía no era Random House, y a la semana me llamó, sin yo ser nadie. Es un libro que, desde el principio, causa como adhesión. Hace poco presentaron una nueva edición en Chile y fue súper lindo, hay gente joven que sigue leyendo Poste restante. Va a salir en España, ha salido en México, en Brasil, en Turquía. Yo nunca pensé que iba a pasar eso, no se me ocurrió, pero bueno, tiene esa cosa de la aventura, del viaje, de la precariedad, de la fragilidad, un personaje que está buscando… La búsqueda, ¿no?
Estás en Argentina desde hace más de diez años. ¿Sentís que formás parte del ambiente literario?
Formo parte en la medida en que puedo. Cuando uno es más joven cree que para tener un espacio tienes que adoptar los modos de otros y hacer lo que hacen otros que tienen ciertas habilidades sociales que uno no tiene, ¿no? Entonces es una pura frustración. En cambio, con el tiempo, yo me empeñé en encontrar una forma de participar del campo o del mundo literario desde donde yo puedo y como yo puedo hacerlo. Creo que ese es el mérito que tengo, que lo hice desde mi lugar sin adoptar las formas de otros y sin exigirme, como antes lo hacía, ser otra persona que no soy. Tengo lo que tengo, yo digo «mi negocio de barrio», tengo lo que tengo y lo puedo manejar porque está cerca mío. Hay cosas que puedo hacer y otras que no puedo hacer. Tengo que ir a un festival de Quito y todavía me pone todavía un poco nerviosa ir a una feria, hablar… Pero bueno, es un medio chico, con muchas ambiciones y además es un medio donde no se vive de lo que tú escribes, entonces es difícil.
Das talleres de escritura y clases en la universidad, así que supongo que estás convencida de que se puede enseñar a escribir.
Sí claramente. Uno plantea ciertas preguntas que los y las estudiantes no se plantean porque están en otro lugar y esa pregunta es interesante porque les mueve la cabeza y, al moverse la cabeza, todo se empieza a mover y me imagino que ese movimiento va haciendo un trayecto y hay personas a las que ese trayecto les empieza a apasionar, apasionar, apasionar y bueno, terminan escribiendo. No todos ni todas, pero es una búsqueda también; hay personas que no van a ser escritores ni escritoras y sin embargo algo les pasa, les mueve la cabeza y quizás encuentran otra cosa. Antes la universidad no era para que tú tuvieras un oficio, una carrera técnica, sino una formación humanística, un poco para hacerse preguntas.
Pero no todos quieren hacerse preguntas, algunos quieren claves para triunfar o dicen «dame diez consejos para escribir».
¡Esos suenan! Es que no hay claves, es un camino ser escritor. Ojalá fuera una cosa así como de milagro: te dan diez sesiones y salís escritor. Hay una cuestión muy muy curiosa, estoy pensando en escribir sobre esto, y tiene que ver con que es muy difícil escribir. Tú te sientas y dices «hoy día voy a escribir un cuento» pero hoy día no se te ocurre nada, mañana te bloqueas, pasado mañana no te gusta que lo escribiste. No es lo mismo que «hoy día voy a operar a una persona», porque entonces hay un procedimiento, entonces tú haces el paso uno, dos, tres y operas a la persona. Lamentablemente, muchos chicos y chicas se ven con el primer obstáculo de que no pueden escribir, o porque no tienen inspiración o por cualquier cosa, no pueden y se frustran. Y yo lo empecé a pasar bien en la escritura cuando empecé a poder escribir, y fue hace quince años no más, antes cada libro era un parto tremendo, una dificultad, era una tortura. No me salían y ahora me salen porque de repente cuando estoy perdiendo el hilo, me pregunto ¿por qué estoy escribiendo? ¡Ah, porque me gusta!, y vuelvo (risas). Claro, porque me gusta, y ahí encuentro la solución al problema. Pero en el medio está metido todo el deber ser, esa cosa tremenda de esta sociedad.
¿Y cuánto están presentes las ventas, las lecturas posibles o los lectores en ese momento de la escritura?
Los lectores y lectoras están presentes porque de repente digo «acá los voy a hacer reír». En cambio, en términos de venta, cuando escribo no sé ni siquiera a qué editorial se lo voy a dar. No soy de esos escritores que trabajan sus libros con editores, yo entrego mi libro cuando para mí está súper terminado y ahí viene la conversación con el editor, sus correcciones. Un contrato y «te voy a entregar un libro en tantos meses», no podría.
Hablamos de la escritura de Poste restante pero no de los que vinieron después.
Escribo como en dos corrientes. Por un lado están los relatos más bien de viaje como Ramal, La vuelta al perro, La revolución a dedo, y por otro lado, están mis novelas. Me gustan mucho las novelas porque son más desafiantes para mí. La crónica, el relato, el ensayo, los manejo, en cambio las novelas me desafían más y eso me gusta.
¿Justamente porque te resultan más trabajosas?
Sí. Porque estoy buscando mi manera de escribir una novela que es distinta a las novelas más tradicionales y en esa búsqueda vas descubriendo cosas y es un camino interesante descubrir tu forma novela. Así como descubrí mi forma relato ensayo crónica, esa combinación, ahora estoy en esa idea de encontrar mi forma novela.
¿Cómo es tu rutina de escritura? ¿Escribís a mano o en la computadora, tomás nota? ¿Tenés horarios fijos o lo dejás más librado al momento?
Escribo bastante. En este momento estoy trabajando poco, menos mal, y escribo bastante. La vida en el campo es bastante más barata que en la ciudad y eso me permite tener más horas de escritura. Generalmente escribo todas las mañanas, me gusta escribir en la mañana y después me dedico a trabajar por las tardes, lo del trabajo de oficina lo hago a la tarde. Y soy muy desprendida, no voy guardando lo que escribo. Tengo un archivo que se llama rezagos donde voy sacando, pues me gusta mucho sacar, sacar, sacar. Y cuando estoy terminando un libro estoy tan metida todo el día que ahora me ha venido que me despierto en la mitad de la noche con una idea. Descubrí que en el whatsapp tú puedes hacer uno contigo y me hice uno. Se llama «Yo».
El mío se llama «Tú», pero yo no le puse el nombre.
(Risas) Yo tampoco. Y bueno, ahí voy anotando cosas y después las voy trabajando. Me encanta esa última etapa, que a veces son meses, a veces son años, en que estás tan metida en la novela que todo la va alimentando.
Te gusta sacar en la escritura. ¿Eso significa que el método es escribir sin control y después podar?
Esto fue a partir de la novela Los perplejos, sobre Maimónides y todo ese ambiente. Entonces ahí me metí en la hermenéutica y me di cuenta que es como poner una página y escribir cualquier cosa. Da lo mismo, no hay que preocuparse, hay que escribir y escribir y después, lo que voy haciendo, es leer eso que escribí, pero leer interpretativamente. Entonces lo que está abajo, y que tú no habías visto, sale hacia arriba. Esto es una teoría de la hermenéutica, en el sentido que las palabras siempre dejan una sombra, una huella, por lo tanto no tienes que preocuparte; así que cortas sin preocuparte y después lees de nuevo y haces otra lectura y lo que viste antes vuelve a salir porque son las capas más informativas o más de sentido común. Vuelve a salir y se queda arriba. Y eso es un trabajo de capas que tiene que ver con una lectura cada vez más profunda.
Es muy lindo eso que contás y que implica además un gran trabajo de desprendimiento.
Total. Me da exactamente lo mismo. Igual, ya no anoto mis ideas, me gusta que se me olviden y, si vuelven, es que tenían que volver. No soy de esas escritoras que andan así cuidando la letra. Al lenguaje es como que hay que sacarle todos los abrojos que le trae la comunicación y tener otra herramienta que sea tuya. Entonces, esa es mi forma novela, a las palabras tienes que amasarlas para que tengan tu olor, si no es el mismo lenguaje de La Nación (periódico argentino) y la noticia de La Nación puede tener las mismas palabras que tiene tu novela y ¿qué hacen las palabras de La Nación en tu novela? Tienes que volver a relacionarte y entablar un diálogo donde haya un nuevo entendimiento entre tú y las palabras, esto no es mío sino de la hermenéutica. Dice que las palabras no te obedecen porque tienen vida, tienen memoria, son más viejas que tú, han vivido más que tú, entonces lo que tú tienes que hacer es entablar un diálogo y seducirlas para que se metan en tu texto y puedan trabajar juntos. Tu primer interlocutor, antes que el lector, son las palabras porque estamos en una conversación: «ayúdenme en esto, ¿cómo podemos hacer?»
Es un permanente ejercicio de desautomatización porque hay una concepción extendida de la escritura como algo natural, como que tenés una idea y solo falta escribirla. Y eso es justamente lo difícil.
Mucha gente cree que es llegar y escribir y entonces cuando se largan a escribir se encuentran con que no pueden. Y estamos en esta cosa de «hágalo usted mismo», en Instagram: «haga usted mismo el desinfectante, haga la web, haga todo» pero después, cuando no te sale el desinfectante para mosquitos, qué pasa. Y con la literatura pasa así. Otra cosa es dedicarte a eso, si yo tomo un pincel no puedo pintar.
¿Qué te interesa del panorama literario actual en español?
Los que experimentan formas nuevas son los que más me gustan…
¿Sin nombres?
Sin nombres. Los que están buscando formas nuevas o respuestas novedosas para las mismas preguntas de siempre: cómo narrar.
Lo último es más una observación. El campo literario argentino tiene una rica tradición en el debate, formal y político, en torno a la literatura, hablabas de eso antes. Me da la sensación de que eso se ha perdido. Hay algo aparentemente unívoco donde todos piensan lo mismo y no se generan debates literarios.
Por qué pedirle a la literatura algo que no pedimos en otros ámbitos. Pasa en todas partes, nadie debate nada. Si vas a un médico, te mira y empieza a darte remedios, tampoco debate con otros médicos sobre el problema de la salud, no debaten sobre qué medicina quieren. Eso es una cosa que está atravesando a toda la sociedad, entonces, por qué pedirle a la literatura algo que está ocurriendo y es que no hay debate. Es una forma de vivir, está todo muy difícil y cada uno trata de salvarse como puede y de salvar espacios. Y en Argentina hay una cosa que a mí me encanta y es que los escritores y las escritoras se leen entre ellos y ellas, y está bueno porque eso implica una conversación.
Las experiencias de vida y los viajes de Rimsky influyen en lo que ella crea como escritora. Me hace pensar que, aunque no viaje casi por decir nada, mis experiencias personales también influyen en lo que creamos. ¡Menos mal!