Ciencias

De las cuadrigas de Roma a la NASCAR, mira que nos ponemos tontos (y 2)

Coches compitiendo en la NASCAR. Foto Zach Catanzareti Photo (CC)
Coches compitiendo en la NASCAR. Foto Zach Catanzareti Photo (CC)

Viene de «De las cuadrigas de Roma a la NASCAR, mira que nos ponemos tontos (1)»

Desde principios del siglo XX la ciencia moderna disponía de un dato muy importante sobre el envenenamiento por plomo. El que demostraba que era la causa de la encefalopatía en niños de 1 a 3 años. Una encefalopatía que incluyó pérdidas de memoria y cambios de personalidad, y que era debida a la pintura de sus juguetes, que ingerían al chuparlos o morderlos.

No obstante este precedente, y las advertencias que los científicos hicieron sobre la peligrosidad del plomo para el organismo, la mayoría de la población del planeta lo consumió durante todo el siglo XX en grandes cantidades. Nuestros esqueletos son, seguramente, los que más plomo contienen de toda la historia humana. Pero a diferencia de los romanos, nosotros no tenemos excusa para haberlo tomado por pura ignorancia: lo sabíamos con antelación.

En 1920 los científicos del MIT, los de Yale, y los de Harvard, alertaron conjuntamente a General Motors para que no usara esa nueva gasolina con plomo añadido, que acababan de inventar, por sus efectos nocivos en la salud. Sería estupenda para el desgaste de los motores de combustión, que en aquel momento planteaban un enorme problema de averías, pero iba a matarnos a todos si el uso del coche se generalizaba entre la población. No solo no se les hizo caso: se tardó tanto en desterrar la gasolina con plomo que la Unión Europea no la prohibiría completamente hasta 1989, Estados Unidos aún más tarde, en 1996, y Argelia, último país del planeta en hacerlo, en 2021. Todos hemos respirado plomo, y hemos crecido respirándolo, a menos que naciéramos después de esas fechas. Y desde luego ha afectado a nuestros cerebros, especialmente en su fase de desarrollo.

Pero hubo que esperar hasta 1981 para que se prestara atención a los datos sobre la encefalopatía con origen en el plomo. El estudio de Needleman y Landrigan, muchas décadas anterior, alertaba que los niños con menos concentraciones de plomo en sus dientes de leche tenían mejor rendimiento cognitivo y académico que aquellos con mayores concentraciones. Este fue, junto a otros trabajos de la época, y a los resultados replicados con posterioridad, lo que condujo a la conclusión de que la presencia de plomo en el organismo, aún en bajas concentraciones, produce una lesión cerebral mínima caracterizada por: trastornos de la conducta espontánea —tics, piernas inquietas, y similares—; retraso en el aprendizaje por déficit de atención; y cambios en la actividad cerebral similares a los que presenta el encefalograma en epilepsia y otros trastornos convulsivos. El típico cuadro infantil. Estos síntomas neurológicos no son tan claros en adultos, donde se detecta en forma de demencia en etapas mucho más avanzadas. Lo que sí produce sin distinción de edades es un descenso en la capacidad cognitiva, es decir, una pérdida de inteligencia, que continúa o empeora durante el resto de la vida. Dicho en plata, el plomo nos vuelve más tontos.

¿Y cuánto menos inteligentes nos hizo aquel plomo que respiramos en las ciudades como consecuencia del uso de gasolina con este aditivo? En 2022, por primera vez, tuvimos una respuesta científica objetiva a esta pregunta.

Ese año se publicó, y fue el primero en su clase, un análisis científico sobre un grupo humano envenenado a propósito con plomo, que lo había sido incluso después de la prohibición de este aditivo en la gasolina. Ni en la más delirante fantasía del doctor Mengele hubiéramos imaginado hacer crecer a niños en un entorno contaminado con altos niveles de plomo en suspensión en el aire, y medir cuánto retraso les generaba esa sustancia en su organismo. Retirando luego el plomo del aire para comparar con los nacidos y crecidos cuando ya no se usaba el aditivo. Pero eso fue lo que hicimos, aunque no en aras del conocimiento científico, ni con doctores nazis. Su origen fue un evento deportivo masivo y de gran éxito, que había seguido usando la gasolina con plomo como concesión a una actividad que de otro modo, aseguraba, no podía seguir celebrándose. Las carreras de la NASCAR.

Esta es una de las competiciones de rally más famosas de Estados Unidos, que comenzó con turismos convencionales compitiendo en una carretera de playa en Daytona, Florida. Allí, cuando el circuito NASCAR se hizo nacional, empezaron a disputarse las 500 millas de Daytona, o sea, más de ochocientos kilómetros dando vueltas en un circuito oval. Este largo recorrido data de 1979, pero desde los años sesenta ya venía disputándose, y hasta 1996 los organizadores de NASCAR no se plantearon sustituir la gasolina con aditivos de plomo por otro combustible.

No fue una decisión motivada por imitar lo que se había legislado en la sociedad, sino porque todos los miembros de sus equipos, corredores y mecánicos, presentaban un altísimo nivel de plomo en sangre. Muy superior al considerado normal, y saludable, para una persona de hoy. Los organizadores no hubiera podido afrontar las demandas millonarias de sus pilotos si no retiraban el aditivo, en caso de que estos decidieran denunciarles por delito contra la salud. Así que finalmente NASCAR eliminó el plomo de la gasolina de sus coches… en el año 2007.

La organización seguía así la decisión mundial originada en los años ochenta, que entre otras cosas eliminó la pintura con plomo de los juguetes de los niños, y estableció regulaciones para reducir el nivel de plomo en suspensión en el aire de las ciudades. No solo se hizo por un interés político en la salud de la población, sino por avances en ingeniería de motores y en la industria petroquímica de combustibles. Ya no era un drama prohibir el plomo. Si en cambio se hubiera hecho en 1920, puede que el uso masivo del coche nunca se hubiera alcanzado, porque los motores no hubieran aguantado ni largos desplazamientos, ni años de uso. El precio de nuestra movilidad fue respirar plomo durante un período aproximado de ochenta años.

El plomo inhibió parcialmente la función de nuestros glóbulos rojos, generando un mayor número de anemias. Redujo nuestra capacidad pulmonar, y ralentizó la función nerviosa de nuestro organismo. Es lo que debió suceder, pero es muy difícil, si no imposible, disponer de datos que permitan medirlo a gran escala. En cambio sí podemos comprobar cuánto redujo nuestra capacidad para el razonamiento lógico, reflejos, cuántos más despistes y períodos de ausencia nos provocó. Ello gracias a los registros escolares de Daytona, la ciudad de la NASCAR, con un estudio cuyos resultados podemos extrapolar al resto del mundo.  

Daytona es una ciudad pequeña, de unas sesenta mil personas, que ha convivido con estas carreras desde los años veinte, y con especial incidencia desde los ochenta, cuando más se popularizaron. Sus habitantes han respirado más plomo, y durante más tiempo, que cualquier otro lugar del planeta. Así que es el lugar perfecto para comprobar los efectos que ha tenido en la población más vulnerable a este metal, los niños. Dotada de colegios e institutos, la ciudad conserva los resultados académicos de sus alumnos a lo largo de las décadas. Bastó cruzarlos con el uso de gasolina con plomo, y los niveles de exposición al metal en el aire, para comprobar que los resultados eran exactamente los que la ciencia había previsto a inicios del siglo XX.

En Daytona la bajada de rendimiento cognitivo fue muy evidente entre los niños de entre 8 y 9 años. Iba descendiendo a medida que crecían, con mucha menor incidencia cuando ya habían cumplido los 12. Lo que no quiere decir que mejorasen, sino que dejaban de perder capacidad. Los investigadores descubrieron que el efecto era evidente a partir de los 4 años, podía detectarse claramente a partir de los 8, y luego se mantenía en el resto de la vida académica de cada alumno. Simple y llanamente, los estudiantes se quedaban anclados en su retraso.

Traducido a las notas, incluida la educación física, entre un 60 y un 40 % de la clase suspendía. Cuando el plomo desapareció, a partir de 2007, ese porcentaje se redujo espectacularmente, estabilizándose en un 10-15 %. Hoy es el porcentaje medio habitual en cualquier colegio estadounidense, y posiblemente en los de todo el mundo. Los alumnos incapaces de adaptarse con éxito al sistema académico no suelen superar el 10 %, pero el plomo elevó ese porcentaje en Daytona hasta el sesenta.

Los centros de Daytona para el estudio se eligieron en un radio de 80 kilómetros en torno al circuito. Cuanto más cercanos estaban al estadio de la NASCAR, más aumentaba el porcentaje de suspensos. Más plomo respiraban. Y a medida que se alejaban del circuito, los resultados académicos eran mejores, porque vivían en una zona con menos plomo. Pero sin importar la distancia, los resultados eran idénticos en todos los barrios, independientemente de su nivel de renta. No había diferencias tampoco entre familias blancas, hispanas, o negras. O sea, que ni el dinero ni la formación de los padres, ni su nivel de ingresos, ni estar sometidos o no a discriminación racial, influía en que las notas de los niños envenenados mejorasen. El plomo fue un envenenador absolutamente democrático.

En 2024 ya hemos eliminado el plomo, casi completamente, de nuestra vida, pero debido al mundo industrial y tecnológico en que nos desarrollamos muchas otras sustancias se han sumado a los venenos frecuentes que ingerimos. Los microplásticos, cuyo efecto exacto desconocemos aún, están ya muy presentes en el semen, la sangre, y en nuestros órganos internos. Los disruptores endocrinos se desprenden a diario de los envoltorios de la carne y el pescado, o de las sartenes con las que cocinamos. Lo sabemos y los científicos nos advierten sobre ellos. Hay regulaciones legales que impiden, supuestamente, que los ingiramos en dosis peligrosas para la salud, aunque no todos los científicos están muy de acuerdo en que sea así. Por muy razonable que sea la ciencia, siempre pesa más en la opinión pública la información difundida por los potentes lobbies industriales. Las empresas emplean cantidades millonarias para que este tipo de datos se pasen por alto, sobre todo en las leyes nacionales y locales. Las petroleras eludieron durante setenta años la responsabilidad por los efectos nocivos de sus combustibles con plomo. Y en 2021 el Tribunal de la Haya condenó a la petrolera Shell por conocer el efecto del uso del petróleo en el cambio climático —manejaban informes científicos internos que ellos mismos daban por válidos— pero que ocultaron por todos los medios. Aun así, mucha gente cree que el cambio climático con origen humano es una mentira.

Y es que los seres humanos, cuando nos organizamos en una civilización, somos tontos, o nos ponemos tontos, como más nos guste decirlo. No somos ni modernos ni originales en eso, desde la cuadriga romana al NASCAR estadounidense, de imperio a imperio, hemos repetido los mismos errores. Con plomo, o sin plomo. Eso nos deja ante una escalofriante posibilidad más para resolver la paradoja de Fermi. Esa que plantea porqué no hemos encontrado todavía ninguna otra civilización avanzada en el universo. ¿Quizá todos los seres inteligentes acabamos entontecidos por nuestro propio progreso tecnológico? Puede que, al menos en eso, no estemos solos en el universo.


Notas

Estudio sobre la incidencia de las 500 millas de Daytona en el rendimiento escolar: A Thousand Cuts: Cumulative Lead Exposure Reduces Academic Achievement. DOI.

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