Entrevistas

Bill Porter: «Si quieres traducir un poema, tienes que encontrar el corazón del poeta»

Bill Porter para Jot Down

En 1989 las protestas de los estudiantes de la plaza de Tiananmén habían colapsado el tráfico de Pekín. Bill Porter tuvo que abandonar su taxi para recorrer a pie el último tramo que lo separaba de la estación central de la ciudad y alcanzar a tomar el tren que lo llevaría en un viaje de búsqueda imposible. El de los ermitaños budistas y taoístas chinos que, durante miles de años, se habían evadido del mundo en remotos refugios de montaña para meditar y alcanzar la sabiduría. Todos le advertían que eran cosa del pasado, y que seguramente habían desaparecido del todo después de la Revolución Cultural de Mao Zedong, y de una de sus máximas, que la religión es el opio del pueblo. Nada disuadió al entonces periodista y hoy uno de los traductores más reputados de la poesía budista china de su empeño.

Aquel fue el inicio de una travesía que acabaría en un viaje de descubrimiento interior y exterior, y que lo llevó a escribir uno de los libros que hoy vuelve a ser referente de la juventud china como guía de reencuentro con su pasado cultural milenario. Además de usarlo como manual de evasión, o búsqueda, para encontrar una salida a la inquietud e incertidumbre del tiempo presente. Camino al cielo, ahora editado por primera vez en nuestro idioma, es una guía de viaje que comienza en un tren, que nos adentra en una China que era desconocida incluso para su propia población y sus dirigentes, y que nos enseña que existe una forma diferente de entender y experimentar el mundo y a nosotros mismos.

Empecemos por tu juventud. Creciste como millonario y pasaste a ser pobre.

Crecí en una familia muy rica. Incluso de niño me avergonzaba ver el efecto que el dinero tiene en la gente. Así que, cuando mi padre perdió toda su fortuna, me sentí aliviado. Tenía una cadena de cincuenta y dos hoteles, era el vicepresidente de campaña para la zona oeste en la reelección del presidente J. F. Kennedy, así que se movía en un círculo de gente rica y poderosa. Desde niño vi lo terrible que era esa gente, porque, ¿sabes?, los niños tienen una mirada más clara sobre las cosas. Después, como adultos, nos acostumbramos a todo. Pero, cuando los niños ven las cosas por primera vez, se preguntan «¡guau!, ¿cómo pueden ser mis padres gente tan terrible?».

¿Eso fue lo que te inclinó al budismo?

Obviamente sabía que nunca iba a escoger el camino de hacer dinero para tener poder, pero no me sentía necesariamente atraído hacia el budismo. Disfrutaba de joven leyendo el Nuevo Testamento, me gustaban las enseñanzas cristianas de Jesucristo. Pero también, por alguna razón, nunca me sentí a gusto aceptando la autoridad, así que no me atraían las doctrinas que te exigen someterte. Admiraba las enseñanzas de Jesús pero no me afectaban, y no fue hasta la universidad cuando empecé a preocuparme por cuestiones más profundas. ¿Qué es real?, ¿cuál es el sentido de la vida?

¿Desde la antropología?

No, me gradué en antropología por la Universidad de California en Santa Bárbara, pero fue cuando leí el libro de Alan Watts El camino del zen, y me pareció que tenía mucho sentido para mí. Era el tipo de camino que yo estaba buscando. Hablaba del pueblo chino, e incluía caracteres chinos, y yo me preguntaba: «¿Cómo es posible que alguien entienda esto?». Porque no son letras, sino un dibujo con muchas líneas.

¿Qué edad tenías?

Veintiséis, iba a cumplir veintisiete, era el año 1970. Nací en 1943, hace ochenta años. Me inscribí en la Universidad de Columbia para hacer un doctorado en antropología, pero no tenía dinero, mi padre lo había perdido todo. Recibía ciento setenta y cinco dólares mensuales del Gobierno por haber estado en el ejército durante tres años, así que me apunté a todas las becas que encontré. Una de estas becas pedía como requisito ser ciudadano americano y estudiar un lenguaje raro para los americanos. Acababa de ver los caracteres chinos en el libro, así que me apunté a clases de chino, casi por capricho, no tenía interés en ese país o en sus gentes.

Y te dieron la beca.

Sí, una beca de cuatro años para seguir un programa de doctorado en antropología en Columbia, con la famosa antropóloga Margaret Mead. Y estudiaba chino también. Era terrible. Durísimo. Lo odiaba. Pero me daba dinero, así que seguía. Hasta que me encontré a un monje chino en Nueva York y me atrajo la práctica del budismo. Me enseñó cómo meditar. Al segundo año comencé a pasar fines de semana con él en el campo, haciendo meditaciones y cánticos. Cuanto más lo pensaba, más me parecía que aquello era más importante para mí que conseguir el doctorado. Así que, después de dos años en Columbia, lo dejé, les devolví el dinero de la beca y me fui a un monasterio en Taiwán.

Hubiera preferido China pero entonces no se podía ir, el país estaba aún en la Revolución Cultural. Tampoco fui a Japón, donde iban la mayoría de los estadounidenses interesados por el budismo zen, porque había estudiado chino. No iba a ir a Tailandia o Sri Lanka. Así que Taiwán era mi única opción. Un compañero de clase me dio la dirección y entré en contacto con gente taiwanesa. Me dijeron que era bienvenido y que me admitían en el monasterio.

¿En el monasterio de Fo Guang Shan?

Sí, ese fue el primer monasterio en el que estuve, tenía un estilo padre sobreprotector y era muy grande. No iba conmigo. Recibía demasiadas visitas de turistas. Además, todos me miraban porque nunca habían visto un occidental allí antes. Eso me hacía sentir muy incómodo. Así que me trasladé a un monasterio más pequeño, con solo veinte monjes y monjas, donde me dieron una habitación.

Allí no había turistas.

Ninguno. Cero. Cero turistas. Estaba en las montañas, era un lugar precioso, estuve dos años y medio practicando meditación y leyendo textos budistas. Un día, el abad me dio un libro de poesía china, Los poemas de la Montaña Fría. Su autor era un chino muy famoso, Han Shan. Yo conocía su nombre. Jack Kerouac había dedicado su libro Los vagabundos del Dharma a Han Shan. El abad me dijo: «Bueno, sí, pues aquí está su poesía. Quizá podrías traducir algunos poemas». Tenía un estilo muy simple, así que empecé. Un poco más tarde, durante ese mismo año, el abad volvió a llamarme para decirme que tenía una llamada de teléfono del consulado estadounidense. Mi padre había muerto. Una semana más tarde recibí una carta suya. Nunca me escribía, probablemente lo hiciera el mismo día de su muerte o un día antes. Solo eran un par de líneas: «Has estado fuera ya por cuatro años. ¿No es el momento de que hagas algo productivo con tu vida?». Eso fue todo lo que me escribió. Ahora ya no podía comunicarme con él porque estaba muerto.

Pensé en sus palabras. Me di cuenta de que estaba viviendo en un monasterio donde cuidaban completamente de mí. No querían dinero. Solo estaban felices de tenerme allí. Pensé: «Bueno, quizá sea el momento de irme, de sostenerme solo». Y lo hice. Me marché a un pueblecito rural en las montañas de Taipéi, donde viví catorce años. Allí comencé a traducir los poemas que me había dado el abad. Me crucé con un estadounidense que me dijo que conocía a un editor en América que me publicaría. Le mandé mi traducción de los poemas de Han Shan y los publicó. Los poemas de la Montaña Fría.

¿Así de fácil?

¡Así de fácil! Este estadounidense llamó a mi puerta, conocía el trabajo que estaba haciendo y me preguntó si necesitaba un editor. Ya había mandado mis traducciones a sellos importantes, como Tuttle, Weatherhill y Shambhala. Todos me rechazaron. Pero esta editorial, Port Towns, en Washington, me publicó.

Bill Porter para Jot Down

¿Ahí es cuando comienza el oficio de traductor con el que hoy te defines?

Ocurrió que, mientras estaba trabajando en la traducción de Los poemas de la Montaña Fría, llegó a mis manos otra edición, más antigua, que incluía los poemas de otro autor, Shiwu, un monje que había pasado treinta y cinco años retirado en una cabaña. Sus poemas eran aún mejores que los de Han Shan. Los traduje también, y ahí es donde comenzó mi experiencia con la poesía china. El intento de traducirla, porque yo no era poeta. El amigo que me presentó a la editorial Port Towns me dijo que, si quería traducir un poema, tenía que escribir un poema: «No sirve que tu traducción sea precisa y literal, porque, si traduces un poema y es malo, el lector pensará que el poeta es malo. Y no te culparán por ello». Lo entendí. Culparían al poeta.

Trabajé muy duro para intentar adaptarme al significado de cada poema, de manera poética. Fue una experiencia de aprendizaje. Luego encontré a una mujer con la que me casé y tuve hijos. Así que necesitaba un trabajo.

Y te convertiste en periodista.

Empecé a trabajar en una radio del ejército estadounidense. Cuando Estados Unidos reconoció al Gobierno de Pekín, abandonaron la emisora, pero el Gobierno de Taiwán la mantuvo como pública, así que permanecí allí, emitiendo en inglés. Me contrataron para hacer el noticiario local, y aprendí el oficio de escribir. Nunca había escrito antes. Aprendí a entrevistar.

Un día, después de un par de años, decidí que viajaría a China para ver si gente como Han Shan o Shiwu existían realmente. Sus vidas parecían demasiado increíbles, dejando todo atrás, sobreviviendo en cuevas, viviendo en las montañas, y escribiendo preciosos poemas sobre la vida.

Los chinos te insistieron en que ya no quedaba ninguno de ellos.

Todo el mundo me lo dijo. Mi última entrevista fue con el presidente de Taiwán Ma Ying-jeou [en ese momento solo era el secretario general del Kuomintang, N. de R.], que me dijo: «Ya no hay monjes ni monjas en China, menos aún ermitaños, así que vas a malgastar tu tiempo».

Eso fue en 1989.

Sí, era ese año. Como necesitaba dinero para viajar a China, se lo pedí a la Fundación Guggenheim, famosa por ayudar a artistas y escritores. También entrevisté a Winston Wong, hijo del millonario Wang Yung-ching, el dueño y fundador de Formosa Plastics Group. Al final de la entrevista le pregunté si había visto la película El graduado. Wong me contestó que sí, y entonces le pregunté si a un graduado le diría «¿plásticos, hijo, plásticos?». «No —me respondió—, le diría que siga el camino del tao».

Su respuesta me dejó asombrado y cambió mi visión sobre él. Así que decidí contarle mi proyecto, la búsqueda de los mojes budistas, que había solicitado ayuda a la Guggenheim, le conté todo. Y él me dijo: «Si ellos no te dan el dinero, yo te lo daré».

No me lo dieron, así que lo llamé. Me preguntó por la cantidad que necesitaba y yo le respondí que entre tres y cinco mil dólares aproximadamente. Wong me dijo: «De acuerdo, ven esta tarde, ¿qué prefieres, efectivo o cheques de viaje?». Tan sencillo como eso. Todo estaba siendo tan fácil, era como cosa de los dioses.

Y te fuiste a China.

Llegué a China, llamé a un amigo fotógrafo (Steven R. Johnson), que tomó un vuelo, se vino y nos encontramos en Hong Kong. Desde allí volamos a Pekín. Llegamos el primero de mayo, Día del Trabajo, cuando hacen una gran celebración. Ese año era todavía mayor porque no había control del Gobierno y los estudiantes habían tomado la ciudad. Todo el mundo estaba feliz, todo el mundo lo celebraba [manifestaciones lideradas por los estudiantes chinos en la plaza de Tiananmén, 15 abril a 4 de junio de 1989, N. de R.].

Al día siguiente, 2 de mayo, fui al templo budista de la Asociación Budista Nacional de China. Le pregunté a un monje por los ermitaños y no sabía ni de qué le estaba hablando. Otro monje intervino para decirme que creía que quedaban algunos en las montañas de Zhongnan. Eso fue todo. Hasta que un oficial nos oyó e intervino: «No, no. No quedan ermitaños en China, además no deberías ir a las montañas, eres un extranjero». Pero yo me quedé con el nombre: montañas de Zhongnan.

En chino la palabra montaña no tiene singular y plural. ¿Zhongnan era una montaña? ¿O una cordillera? Finalmente resultó ser una cadena montañosa que abarca trescientos veintidós kilómetros de norte a sur y ciento sesenta y uno de este a oeste. La misma extensión que los Pirineos, pero no tan picudas, son más parecidas a un bosque.

Tenías que encontrar algo muy pequeño en una zona inmensa.

Sí, así era. Pero de todas formas me fui hacia el sur, como mi amigo Steve, hasta Xi’an, donde están las montañas.

Bill Porter para Jot Down

¿Llegaste hasta allí en tren?

No, los trenes chinos entonces eran terribles porque los asientos estaban reservados a los miembros del partido [Partido Comunista de China, N. de R.]. Podías comprar un billete para ir de pie y, si quedaba un asiento libre, lo podías ocupar, pero no podías comprar un billete con reserva de asiento. Era un problemón viajar durante siete horas de pie todo el tiempo, así que usaba el autobús. Ahora los trenes son fantásticos, pero también por eso China no es tan interesante como era hace cuarenta años [risas].

Volvamos a tu primer viaje a Xi’an. Llegaste a la ciudad en autobús. ¿Y después?

Alquilamos un taxi para que nos llevara hasta el pie de las montañas. Era ilegal que los extranjeros fuesen allí, podías pedir un permiso, pero lo normal era que te lo denegaran. Así que nos limitamos a alquilar un taxi y a pedirle a la mujer que volviera a recogernos en dos días. Y eso es lo que hizo.

Una vez en las montañas, las únicas personas que veíamos eran campesinos, recolectores de plantas medicinales o monjes. Después de tres horas de travesía empezamos a encontrarnos con algunos ermitaños. Así es como llegué hasta ellos. Fue una experiencia increíble. Cuando entablamos conversación con ellos, comprendí que la tradición no solo era real, sino mucho más compleja de lo que creía. Pensaba que, si querías ser un ermitaño y vivir alejado de la gente, te ibas a las montañas. Entonces descubrí que era una tradición muy antigua, existía desde hacía tres mil o quizá cuatro mil años en China. La gente siempre se había retirado a las montañas durante un tiempo, y luego regresaba. Era como conseguir un doctorado. No ibas a las montañas si no tenías un máster.

Quiero decir que no todo el mundo sirve. Si vas a las montañas, necesitas tener una práctica espiritual. De otro modo estarás hambriento, pasarás frío y no dejarás de preguntarte «qué estoy haciendo aquí». La gente que vive en la montaña es especial. La mayoría, un 80 %, son budistas, otro 30 %, taoístas, y alrededor del 70 % son mujeres. La mayor parte de los ermitaños son mujeres.

Me he dado cuenta de eso leyendo tu libro, ¿cuál es el motivo?

El motivo es que es muy fácil conseguir el permiso de los padres para seguir el camino espiritual. Es más difícil para el hijo, que tiene que ser el soporte de sus padres cuando sean viejos, lo cual no es una obligación para las hijas. Si una hija se casa y se va a vivir a otra casa, cuidará de los padres de su marido. Así que es sencillo para sus padres decirle «sí, claro, así ganaremos el favor de los dioses».

Es una práctica piadosa, pero no ascética. No se flagelan, ni se privan de comida como en la India. Aunque cuando vas a la montaña solo dependes de ti mismo. Bueno, me refiero solo a las montañas de los ermitaños, que son el 1 % de las montañas totales de China, donde el 99 % de sus habitantes son ermitaños. Descubrí que allí los ermitaños viven a intervalos de distancia de quince minutos. Necesitan un territorio para recolectar madera, porque no cortan árboles, solo usan las ramas muertas. También necesitan cultivar alimentos y, como el terreno no es llano, no hay mucha área de cultivo disponible. En esas montañas, aproximadamente cada quince minutos puedes encontrar una cabaña. Algunas de ellas llevan allí miles de años, se han derrumbado y han sido reconstruidas una y otra vez.

Así que, si quieres, llegas y te estableces en esas montañas como ermitaño.

Tienes que buscar una zona vacía, tal vez un lugar en el que haya una vieja cabaña casi derruida o puedas construir una. Los ermitaños veteranos se acercarán para conocerte y saber si eres bueno en la práctica espiritual. No son lugares donde resulte fácil mantener un huerto para alimentarte y además hace mucho frío. Lo normal es que no domines las técnicas del chi kung que te permiten generar calor en tu cuerpo. El chi kung es como un arte marcial pero enfocado en la salud. No conoces las plantas silvestres que crecen a tu alrededor. Así que los que ya saben cómo vivir en las montañas, los encargados de transmitir de generación en generación estos conocimientos, enseñan a los nuevos ermitaños.

Durante el primer año aprendes todo sobre las plantas silvestres. Después, qué cultivos pueden ser devorados por conejos, jabalíes y otros animales salvajes.

Es una vida muy difícil.

Sí, muy difícil. Además, los habitantes de las montañas necesitan tres cosas que no pueden producir por sí mismos. Alguien se las tiene que subir a la montaña. Necesitan arroz, que se suele cultivar en el sur de China, harina de trigo para hacer noodles y sal para sobrevivir al invierno, porque la sal conserva los vegetales que hayan cultivado.

¿Los campesinos de alrededor les dan todo eso?

Sí y no. Necesitan grandes cantidades de estos alimentos, además de queroseno para las lámparas, y todo eso se lo tiene que traer alguien. Habitualmente en tu primer año como ermitaño bajas a buscar lo que necesites. Después de un tiempo, los campesinos empiezan a llevártelo. O tus familiares cuando te visitan, una vez al año. Una vez lo calculé, necesitan unos diez dólares mensuales para mantenerse.

¿Diez dólares de hoy o de entonces, de los noventa?

Actualmente, serían unos doscientos dólares, aunque las cosas que necesitan no suelen subir de precio. Y ahora ya no usan queroseno, sino pequeños paneles solares, como este [señala la revista]. Pueden ver de noche, se han modernizado un poco.

Después de un tiempo, los campesinos te llevan todo eso porque creen que, con un buen ermitaño cerca, sus granjas irán mejor. Quieren que estés en la montaña para que llegue la lluvia para sus cosechas.

Bill Porter para Jot Down

Citas a uno de estos ermitaños en tu libro Camino al cielo. El hombre tiene ochenta y cinco años y asegura no saber quién es Mao Zedong.

Sí, recuerdo que me dijo: «¿De quién estás hablando?, ¿quién es el tal presidente Mao?». Este ermitaño subió a la montaña con treinta y cinco años siguiendo un sueño que tuvo cuando tenía cinco. En este sueño se le apareció la montaña y le pidió que la protegiera. Cuando nos encontramos, no había bajado de allí en cincuenta años. La gente sabía que estaba allí y le llevaban cuanto necesitaba.

Los ermitaños son personas muy sencillas, no suelen tener educación secundaria, dejan de estudiar después de primaria. No les interesa lo que pasa en el mundo. Él era un hombre sencillo, siempre sonriente, feliz de cuidar de la montaña.

¿Así que el motivo de buscar esa vida espiritual como un ermitaño es aislarse completamente del mundo?

Sí, pero buscan el aislamiento por un motivo, profundizar en la comprensión de sus tradiciones. En el budismo, en las enseñanzas de Buda. En el taoísmo, en la inmortalidad.

¿Sigue habiendo ermitaños ahora?

En el área que visité, donde había como unos doscientos, veinte años después regresé con una productora china para un rodaje, y el realizador había fotografiado a seiscientos. Su población se ha triplicado. Y son muy diferentes. Graduados con carreras universitarias, hombres de negocios retirados, con dinero. Antes eran gente pobre, granjeros que, como mucho, habían cursado la educación secundaria. Los ermitaños de ahora tienen estudios avanzados, se podría decir que son un reflejo de la riqueza actual de China. Antes nunca tuvieron la oportunidad de ganar dinero. Sin embargo, ahora lo tienen y comprenden que no es tan importante. Lo importante es la tradición espiritual, el camino.

Es sorprendente. Como lector, pensaba que la Revolución Cultural y el comunismo de Mao había acabado con la espiritualidad. Incluso en la época de tu viaje, 1989, aludes a un monasterio abarrotado donde están celebrando el aniversario del nacimiento de Buda.

Eran turistas chinos, sí. Ha habido mucha gente buscando la espiritualidad en el país desde el siglo XIX, y ahora son como el doble.

En parte es por la influencia que han tenido tus libros en China.

De este libro [Camino al cielo] se han vendido dos millones de ejemplares en China, y se habla mucho de él en televisión. En Estados Unidos lleva impreso treinta años y no ha llegado a los treinta mil ejemplares. Se venden quinientas copias al año, algún año hasta mil. Cada Año Nuevo, un miembro del Comité Central del Partido Comunista Chino, que conoce mi libro y que tiene un ejemplar, me manda una tarjeta de felicitación como agradecimiento por mis contribuciones a la cultura china. Porque ellos habían descartado la existencia de los ermitaños, daban por hecho que habían desaparecido. Es como haberles descubierto una parte de su propio país y sus propias tradiciones.

Una cosa interesante de los ermitaños es que viven de manera ilegal. No hay tierra privada en las montañas. A pesar de esto, el Gobierno jamás les ha tocado. A menudo, cuando alguna gente rica se instala allí y se construye una mansión, el Gobierno la tira abajo. Las montañas pertenecen a los ermitaños, no son para que la gente rica construya sus viviendas donde les plazca. Por tanto, los ermitaños cuentan con una especie de protección y hasta el Gobierno los respeta.

Ermitaños retirados y, a la vez, monasterios chinos que, hoy día, están muy sobreexplotados por el turismo, ¿cómo puede hacerse convivir eso con la espiritualidad budista?

Es una muy buena pregunta. ¿Puede hacerse? No lo sé. No creo que sea una buena cosa, pero hay que esperar a ver cómo se desarrolla. Porque, cuando un chino consigue tener dinero, lo primero que hace es cuidar de su pequeña familia, luego de su clan, de la familia amplia. ¿Entiendes lo que quiero decir? Y luego comienza a cuidar su próxima vida. Es como conectar tu dinero con el banco del cielo. Hacer cierto tipo de cosas, de trabajos, afecta a tu vida ultraterrena. Así que, para potenciar esto, donan su fortuna, en primer lugar, a los monasterios budistas que, por esa razón, han amasado grandes cantidades de dinero y no saben qué hacer con él. Quiero decir que los monasterios existen por razones espirituales, pero ahora tienen cuentas bancarias. Toda los donantes quieren ver el monasterio. Así que lo embellecen. Cobra un aspecto bellísimo. Y llegan los turistas, porque quieren verlo también. ¿Qué hace todo esto con la vida espiritual? La arruina. ¿Qué se puede hacer? No lo sé.

Es decir, hoy en día, los chinos buscan la espiritualidad más que antes. 

Está teniendo una repercusión enorme. China vive un renacimiento espiritual, liderado sobre todo por la gente joven y las mujeres. Cuando yo visitaba los sitios en los que vivían los monjes zen, había entre veinticinco y cincuenta. Ahora, en los monasterios de mujeres, viven unas quinientas. Hay muchas más mujeres haciéndose monjas que hombres.

Por el motivo que antes comentabas.

Exacto, la misma razón, no tienen que cuidar de sus padres. Y las mujeres están más liberadas, se podría decir que tienen más libertad para elegir el camino espiritual.

También quizá porque ellas, y el resto de chinos, encuentran ahí una salida a la angustia permanente y a la sensación de amenaza que, según he leído en la prensa china, también experimentan, como en Occidente.

Sí, están igual. Han conseguido tener una educación universitaria y no consiguen trabajo, o un trabajo que les llene. Así que se sienten aburridos y deprimidos. Se vuelven hacia las prácticas espirituales, la meditación, que se ha vuelto masiva en China. Van a un retiro espiritual una, dos semanas, donde meditan todo el día, diez horas al día.

No van a monasterios turísticos.

No, no, esos lugares no son turísticos. No se admiten turistas. Los turísticos están sobre todo en las ciudades.

¿Y estas prácticas son útiles también en el mundo occidental, con la misma sensación de angustia instalada en sus sociedades?

Sí, creo que sí, y la razón es que la experiencia espiritual es real, no es como tomar una medicina que te puede ayudar con la depresión pero no va a cambiar los motivos por los que estás deprimido. El camino espiritual va ayudarte con eso, pero no puedes forzar a una persona a que lo siga, tiene que querer seguirlo por sí misma.

No sé si estamos culturalmente muy alejados para que nos sirva, por ejemplo, a nosotros, los españoles. Hace poco se publicaba que somos el primer país del mundo en consumo de ansiolíticos.

Algunas de esas cosas pueden servir, pero tienen que encajar en España, deben tener raíces en su cultura, salir de su propia cultura. De otra forma solo estarán sustentadas por el dinero, y eso nunca es bueno. Ese es el motivo por el que se vive este renacer en China, porque la espiritualidad está conectada con sus propias tradiciones. Están redescubriendo las tradiciones budistas, de Confucio, las taoístas. No puedes importar a España lo principal de ellas.

Volviendo a los ermitaños de tu libro. Narras un encuentro con una monja que tiene los pies deformados por la antigua práctica china de vendarlos, otro ejemplo de lo alejados que vivían del mundo de 1989. Realmente se puede aprender algo de quien se ha retirado de su propia época.

¿Sabes?, el problema es que uso esa palabra en inglés, ermitaños (hermits), y no es la correcta. Pero no sé cuál es, porque en inglés significa alguien a quien no le gusta la gente y quiere vivir apartado. Estas personas no son este tipo de ermitaño. Ellos buscan la soledad para volver al mundo. No puedes salvar a alguien que se está ahogando si no sabes nadar. Así que van a las montañas para poder hacerlo. Estas personas han estudiado libros y escuchado enseñanzas de un maestro vivo, pero son las palabras de otra persona. La razón de ir a la montaña es encontrar tus propias palabras, tu propia voz. Y luego, cuando bajas, no estás repitiendo lo que está en un libro o lo que tu maestro te dijo. Cuando te hacen una pregunta, puedes ser honesto y directo con ellos. Así lo que dicen significa más que la frase de un libro o una enseñanza. Por eso la tradición de los ermitaños es tan importante. Puede decirse que por eso esta tradición es una parte tan importante de la sociedad china.

Qué es lo más importante que podemos aprender los occidentales de esa idea china.

Que la riqueza material no es la solución para encontrar la felicidad. Ninguna de estas tradiciones chinas pone el dinero en un pedestal. Confucionismo, budismo, taoísmo, todas estas filosofías tratan sobre trascender la riqueza material y ayudar a la gente, estar disponible para ayudarla. Eso es lo que está ocurriendo ahora en China, se crean muchas ONG para ayudar a huérfanos, a hospitales después de una inundación, para aliviar las hambrunas, para ayudar en epidemias, como la del covid.

En Occidente oímos a diario que China es el enemigo, el enemigo comercial, económico, político.

Lo que pasa es que el verdadero valor de China no son sus gobernantes ni el dinero que puedan prestarte. El verdadero tesoro de China es el corazón de su gente, y su continua focalización en la importancia del corazón y de la poesía. Incluso su poesía del año 200 a. C. contiene palabras que salen del corazón, no que salen de la cabeza y van al corazón. Por eso, los chinos siguen amando su poesía. Cuando entras en una casa china, lo primero que ves es un poema escrito en caligrafía. Diría que esa es la mayor lección. Y debería ser la solución más fácil. Toma de China su amor por la poesía: es amor verdadero.

Algo que necesitaríamos entender. Tú eres y te defines como traductor, ¿realmente podemos captar todos los matices de su idioma en los nuestros, superando la barrera cultural?

Sí, se puede hacer aunque es muy difícil, y lo es porque un montón de gente entiende mal lo que es una traducción. Yo he entendido que es como bailar con una pareja. Nunca iría pisando a mi pareja en un baile y diría que eso es bailar. Pero eso es lo que alguna gente llama traducir. Si pongo mis palabras inglesas encima de las chinas, mato la danza. Para mí, traducir poesía es acompañar. Usar mi poema en inglés para acompañar el poema chino. Escribir un poema de un modo que encaje, acompañe, y que te haga sentir el movimiento del original. Es muy individualista, una forma de arte. No puedes hacerlo con una inteligencia artificial porque no está enraizada en las palabras. Los poemas están por debajo de las palabras, y llegan del corazón. Si quieres traducir un poema, tienes que encontrar el corazón del poeta.

Has traducido más de dos mil poemas chinos. Si tuvieras que elegir uno para nuestros lectores, ¿cuál sería?

Construí mi cabaña junto a un camino

pero no oigo ni carros ni caballos

tú me preguntas cómo es posible.

Donde la mente va allí voy yo

cogiendo crisantemos junto a la cerca del este

en la distancia veo la Montaña Sur.

El aire de la montaña, la luz del atardecer

pájaros que vuelan juntos a casa,

en esto hay una verdad

y la explicaría si pudiera recordar las palabras.

Tao Yuanming (372-427)

(Traducción sobre el texto original de Bill Porter: «I built my hut beside a path / but hear no cart or horse / you ask how can this be / where the mind goes I go too / picking chrysanthemums by the eastern fence / in the distance I see South Mountain. / The mountain air the sunset light / birds flying home together / in this there is a truth / I’d explain if I could remember the words»).

Bill Porter para Jot Down

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3 Comments

  1. Hermoso artículo.

  2. Pingback: Bill Porter: «Si quieres traducir un poema, tienes que encontrar el corazón del poeta» – Masticadores

  3. Abruptus

    Vaya vida ha llevado éste señor. Chapó.

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