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En la entrada del 29 de marzo de 1959 Rosa Chacel escribe en su diario: «¡Qué tristeza, qué angustia y qué cólera me produce este confinamiento en la indiferencia que tiene uno que sufrir por el mero hecho de ser español!». Es una anotación a la que sigue más adelante otra relacionada con la lectura de El ser y la nada de Sartre: «Puede uno pensar que Sartre ha utilizado ideas básicas de Ortega y no se ha preocupado de citarle porque ¿quién va a saber lo que ha pensado un filósofo español? Pero también puede uno pensar que Sartre llegó a la mayoría de edad sin haber citado a Ortega, porque ¿para qué leer a un filósofo español?». Este tipo de anotaciones serán recurrentes en los diarios de Chacel, pues ella misma estaba convencida de que su obra —pienso en su primera novela Estación. Ida y vuelta, publicada en 1930— se había adelantado en varias décadas al llamado nouveau roman francés —recordemos a Michel Butor, Alain Robbe Grillet o Marguerite Duras y su grandísima influencia en la narrativa europea de los años cincuenta—, sin que la crítica francesa advirtiera su precocidad. Tampoco lo había percibido así la crítica española, más allá de la insistencia de la propia escritora en señalar las coincidencias. Chacel, en todo caso, se lamentaba de un imposible, pues nadie la había leído y a día de hoy se la sigue ignorando en Francia, aunque no voy a entrar en el delicado asunto de la dificultad que ofrece la literatura chaceliana, pero sí subrayar su estupor al ver cómo en el dominio francés en los años cincuenta se hacía una literatura tan profundamente inmersa en la fenomenología del punto de vista, como ella venía haciendo desde 1925 (año de su escritura) sin ninguna repercusión ni en España ni en Francia. Poco después, su encuentro con Michel Butor en Río de Janeiro es uno de los más penosos episodios que puedan leerse en relación a la proyección de nuestros libros y autores; pero también dice mucho de una intelectualidad parisina abducida por ejercer su propio dominio intelectual, menospreciando otras influencias intelectuales consideradas de poco prestigio, como la española.
Y en la misma línea se entiende la condescendiente amargura con que la autora vallisoletana asistiría a la publicación y excepcional reconocimiento que alcanzaba una obra como El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, cuyos planteamientos teóricos eran, y son, en realidad, bastante básicos si los comparamos con la ambiciosa propuesta intelectual que quiso llevar a cabo la propia Chacel desde la década de los treinta, cuando en respuesta a George Simmel y a su concepto de la «cultura femenina» publicaba en Revista de Occidente un artículo titulado «Esquema de los problemas prácticos y actuales del amor» que nadie se molestó en entender y discutir en su momento y que por tanto cayó en saco roto. Porque las ideas si no encuentran una recepción inteligente y adecuada se pierden. Allí Chacel señalaba precozmente que la identidad femenina no es ni puede ser una percha ontológica sobre la que colgar una serie de atributos. La urdimbre de la identidad femenina es fundamentalmente humana y por tanto su gestión puede tener características particulares, pero su horizonte es común al de los hombres. El artículo se publicaba en 1931, y sin que ahora pueda detenerme en el contenido del mismo, digamos que era un tema que preocupaba profundamente a la escritora y lo desarrollaría después en su irregular ensayo Saturnal, de 1971, igualmente caído en saco roto en su momento. Y antes de 1931, con veintitrés años, ya había dado una conferencia en el Ateneo titulada «La mujer y sus posibilidades», que generó una agresiva polémica. La polémica la recogía Gonzalo Sobejano en su libro Nietzsche en España. Por lo visto, al terminar su intervención, de la que no conservamos copia, alguien del público le dijo a la «señorita Chacel» que libando «sabia y maravillosamente» a Nietzsche se había dejado llevar, sin embargo, por su naturaleza femenina, tan bella como cruel: «Permítame que dejándome llevar yo por los impulsos de mi naturaleza masculina, trate de flagelarla y penetrarle a Nietzsche». Qué disparate, qué falta de seriedad, qué comentario tan vulgar y sexista. Pero no quiero perderme en observaciones epocales y anecdóticas, aunque verdaderamente lesivas para las mujeres que en aquellos años luchaban por su propio espacio intelectual. Chacel leería las Memorias de una joven formal de Beauvoir en 1959, en pleno desconcierto personal al no tener en España interlocutores de fuste que se tomaran en serio su trabajo, a excepción de Julián Marías. Vivía entre Buenos Aires y Río de Janeiro y solo pensaba en nuestro país y en cómo incidir en su cultura:
El proceso de evolución […] sufrido por mi generación [se refiere a la generación del 27] y por mí […] fue, en la famosa década, un fenómeno mucho más sutil, más rico, que lo que aquí refleja esta criatura —anota Chacel refiriéndose condescendientemente a Beauvoir—. Sin embargo, ¿tendría algún sentido que yo escribiera un libro semejante? ¿Habría un editor que cargase con él? Y por enésima vez se da en España el caso de la anticipación de un problema.
La sombra de impotencia que Chacel proyectaba sobre nuestro mundo intelectual se ha mantenido más allá de los límites históricos que cabía esperar. Porque la incorporación de nuestro país a las democracias europeas podía hacernos suponer y esperar una plena incorporación a sus circuitos culturales, pero no ha sido así y lo cierto es que en el debate internacional —donde la reflexión teórica y su praxis literaria coexisten como disciplinas relativamente independientes e igualmente poderosas (nada que ver con lo que ocurre en España, donde la crítica y la teoría literaria malviven en los confines de la creación, apenas disponen de reconocimiento y visibilidad, y mucho menos de influencia, y todo eso repercute en la tentación a importar el corpus teórico dominante en cada momento para estar en línea con los tiempos)—, decía pues que en el debate internacional los pensadores e intelectuales españoles siempre han jugado un papel secundario, por no decir inexistente, puesto que a menudo se ha creído, equivocadamente, que en España la reflexión y el pensamiento original brillaban por su ausencia. Y si a esto se le suman los efectos tardíos pero tenaces y duraderos hasta ahora mismo que desde el siglo XVII ejerció la llamada leyenda negra sobre la producción cultural española —imposibilitando la conversión de su cultura en capital simbólico universal—, nos encontramos con la situación, por no decir tormenta, perfecta para explicar las dificultades que ha tenido la cultura española para abrirse camino en el mundo y alcanzar una cierta proyección internacional. Es un asunto muy serio y delicado, que no se soluciona con golpes de pecho.
En su momento nos dijimos que solo era cuestión de tiempo —y a la distópica relación entre la cultura española y la modernidad ya se han referido ampliamente Javier Gomá y Basilio Baltasar—. Lo cierto es que el tiempo pasa y tal vez sea el momento de hacer un balance provisional de los logros, materia objeto de esta serie de artículos promovida por la revista Jot Down a iniciativa del propio Basilio Baltasar. Recuerdo cuando visité al maestro Philippe Lejeune en la Sorbonne, sobre 1982, atraída por la lectura de Le pacte autobiographique, un libro que deslindó el camino teórico que yo misma necesitaba para mi tesis doctoral sobre la evolución de la escritura autobiográfica en España. Me atendió muy amablemente y cuando me presenté como profesora de literatura española en la Universidad de Barcelona, profesora no numeraria y casi sin cobrar (aunque eso obviamente no lo dije) de inmediato se disculpó muy francamente. Algo así como: «Lo siento, nunca me pareció necesario para mi trabajo conocer la literatura española. ¿Me puede recomendar algún autor que no sea Cervantes?».
De hecho, el fenómeno que vino a sacudir profundamente el ensimismado ecosistema literario español fue la internacionalización de su lengua a través de los escritores del boom. Por primera vez, y dejo El Quijote al margen porque me obligaría a unas consideraciones poco felices que ahora y aquí no vienen al caso, por primera vez digo un grupo de escritores conseguirían ser traducidos a muchísimas lenguas y conseguirían algo fundamental y es que ni una sola persona culta en Europa o en Estados Unidos pudiera presumir en los años ochenta de ignorar su literatura. Hasta Woody Allen menciona Cien años de soledad en alguna de sus películas. A muchos escritores españoles —pienso en Torrente Ballester, en Francisco Umbral, en la propia Chacel, los tres vertieron observaciones muy ácidas sobre el apabullante éxito del realismo mágico porque les dejó desconcertados—. A muchos autores aquel desembarco literario no les cayó nada bien. Porque si bien suponía un atractivo escaparate lingüístico, el ámbito peninsular quedaba al margen y… descolocado. Durante mucho tiempo permanecería descolocado, invirtiéndose de forma definitiva la dirección de las influencias culturales: si en el siglo XVII la cultura novohispana adoptaba los modos del barroco porque España imponía su propia estética allende los mares, en 1987 Antonio Muñoz Molina ganaba el primer premio nacional de narrativa mostrando con El invierno en Lisboa que había leído muy atentamente a Borges y a Cortázar. Esto por simplificar hasta extremos que a los lectores de este artículo les pueden resultar intolerables y les pido perdón por ello. Lo que quiero decir es que aquella explosión literaria nos dejaba en las mejores condiciones de explorar y avanzar en una teoría que estuviera a la altura de las formidables propuestas poéticas y narrativas, porque fueron formidables, aunque ahora, pasados los años, seamos críticos con algunas de sus costuras. La teoría no llegó y es mi convicción que lo que impide la floración teórica es el peso de la historia en el estudio de las disciplinas humanísticas. Eso es un hecho evidente en las universidades españolas donde todavía ahora la enseñanza de una materia es heredera de los planteamientos historicistas del siglo XIX y sigue siendo la historia de la materia, fomentándose un conocimiento acumulativo pero de muy poco recorrido, porque supone una pretensión de cientificismo que impide reflexionar sobre el tipo de conocimiento que proporciona la disciplina en cuestión, orillándose el razonamiento teórico, el trabajo conceptual e interpretativo, ambos fundamentales para el desarrollo de un espíritu libre, crítico y abierto a la imaginación.
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En todo caso, si la primera consideración que hacía, al hilo de la queja chaceliana, tenía que ver con la falta de una teoría literaria generada a partir de los valores y calidades de nuestra cultura —y la función que desempeña el elemento literario dentro de un lenguaje filosófico me parece fundamental (¿cómo abordar si no obras como Claros del bosque o Visión desde el fondo del mar?)— la segunda consideración que quiero hacer está relacionada con una necesaria, imprescindible, política cultural adecuada que ayude a promover dichas calidades en un contexto internacional. Tanto las instituciones, políticas como académicas deberían combatir la polarización política que solo sirve para fomentar un ecosistema intelectual y literario ensimismado en sus propios debates ideológicos y ajeno al intento de comprensión del complejo conjunto del mundo. Pondré un ejemplo. Hace unos años animé a una estudiante china de máster a que hiciera su trabajo final sobre la recepción de la literatura española en China, respondiendo a una pregunta que yo misma le formulé: ¿cuál es el autor o autora, pero que fuera una autora me parecía una respuesta imposible, que más les había interesado a los chinos por el número de ediciones de las obras traducidas? Lo fácil, lo más fácil, es decir que el Quijote, y en efecto dispone de una primera versión al mandarín de 1922 con el título de La historia de un caballero loco. El autor de la traducción, Lin Shu, por lo visto no conocía ninguna lengua extranjera, de modo que tradujo la obra según la versión oral que le hacía del inglés su ayudante Chen Jialin. Un auténtico disparate, pero lo cierto es que aquella aventura funcionó y el libro despertó el entusiasmo entre los primeros estudiosos de las literaturas extranjeras. A aquella traducción, lógicamente, le seguiría otra mucho más fiable que la primera. Sin embargo, el autor español, no en lengua española, más leído en China ha sido hasta fechas recientes, aunque no puedo concretar exactamente hasta cuándo porque la obtención y exportación de datos en China no es fácil, ha sido, digo, el valenciano Vicente Blasco Ibáñez, un escritor de verdadero fuste y que, sin embargo, ignoramos olímpicamente en nuestros programas universitarios. ¿Blasco Ibáñez? Primero me sorprendió mucho la referencia, después recordé su viaje a la antigua Manchuria descrito en La vuelta al mundo de un novelista, pero es que a poco que lo pensemos una cultura campesina tan apegada a la tierra como la china, con tanto sufrimiento milenario para sacar adelante una cosecha de arroz, la historia que cuenta una novela como Cañas y barro encaja perfectamente en su imaginario. Por el contrario, cuando a otra estudiante le propuse trabajar sobre la recepción de Belver Yin de Jesús Ferrero en China —recordemos que el libro tuvo un gran éxito en España cuando se publicó en 1981— me comentó, ya de entrada, que aquello no fue nada bien. Después nos lo confirmaría el propio Jesús Ferrero. Y es que para la cultura china contemporánea la relación incestuosa entre dos hermanos sigue siendo difícil de aceptar como lectura de ficción. Tiempo después, la misma autora, quien me ruega que no dé su nombre, preparó su tesis sobre la recepción de la narrativa española contemporánea en China y para ello se puso en contacto con algunos traductores del español a fin de conocer su experiencia y opiniones: he aquí una respuesta (omito asimismo el nombre del traductor) a las preguntas ¿quién decide lo que se traduce al chino? y ¿qué tipo de obras literarias españolas prefiere? Respuesta:
El criterio lo deciden las editoriales. En la cadena de la industria de la publicación de un libro, el traductor juega un papel casi insignificante. Ahora sólo colaboro con editoriales amigas, mejor dicho, con editores que son amigos. Uno de ellos me contó que, a instancia de un traductor amigo suyo, que le había recomendado unas obras en lengua española, el editor chino pagó por los derechos de autor de estos libros extranjeros, pagó también a varios traductores para que los tradujeran, pero una vez en el mercado estos libros no se vendieron. Por lo que el amigo traductor sintió mucha pena por haberle recomendado estos libros al editor y ya no volvió a hacerlo. Ya ves, la literatura extranjera es un mercado bastante pequeño en nuestro país, sólo unos pocos libros como Cien años de soledad o Ficciones se venden. Yo procuro recomendar libros que puedan tener algo en común con las preocupaciones actuales de la sociedad china, pero sobre todo, que no arruinen a mis amigos editores.
A mí me gustan libros con algo de filosofía, no necesariamente un libro de filosofía, pero que hagan pensar hondamente a la gente. Eduardo Galeano me encanta, porque tiene un lenguaje poético, y dice cosas que no están escritas en la superficie del agua.
Se han llevado a cabo otras operaciones institucionales para promover y divulgar la literatura española en China en las que ahora no me puedo detener. Basta con subrayar que no es suficiente con organizar un acto o financiar una traducción. Hay que valorar después su utilidad y rendimiento.
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Termino con otra consideración, la tercera y última. No puedo comprender que cuando hablamos de cultura literaria toda nuestra atención deba centrarse en la novela. El resto apenas existe. Y no se atina en la importancia ejercida por la obra de pensamiento. No se tiene en cuenta, como si la obra de pensamiento fuera solo un tronco para hacer leña, nada relevante. No puedo comprender que no se vea con claridad que hay que promover y fomentar no solo la discusión intelectual sino la difusión de autores y de géneros como el ensayo histórico, filosófico o psicológico, la teoría literaria, la auto/biografía… Autores y géneros que ayuden, en clave internacional, al mejor conocimiento de nuestro pasado y/o de nuestra forma de estar en el mundo, en la medida en que esta procede de unas circunstancias específicas, por decirlo con Ortega. Resulta difícil comprender que estemos traduciendo, y perdonen el ejemplo tan personal, a la trabajadora social y activista estadounidense Jane Adams, contemporánea de Concepción Arenal, y no se promueva la proyección de la figura de Arenal en otras lenguas: porque Arenal fue una mujer muy respetada por los juristas de todo el mundo. Y además de activista y trabajadora social (por decirlo así) fue una extraordinaria pensadora. ¿Y quién lo sabe? La filósofa Martha Nussbaum tiene planteamientos sobre la compasión muy próximos a los suyos, en uno de sus libros más conocidos (traducido como paisajes del pensamiento Cuando lo leí me parecía imposible que Nussbaum apelara a la tradición europea que ha teorizado sobre la compasión ignorando a Arenal. Nunca la leyó. Lo menciono porque esto tiene una doble consecuencia inmediata. Por un lado nos conduce a pensar y a juzgar en una clave histórico-crítica que no es la propia, ignorando nuestras propias aportaciones al conjunto del pensamiento y por el otro, dichas aportaciones no pueden jugar ningún papel en el contexto internacional porque no se conocen. Disculpen el ejemplo, tan personal. Podría poner cualquier otro. Por ejemplo, pienso en el clásico ensayo de László Földényi sobre la melancolía (Galaxia Gutenberg, 1996, 20 ) y no recuerdo que el teórico húngaro tenga presente en su obra nuestro barroco y la profunda experiencia española del desengaño existencial que representó aquel momento histórico. ¿Cómo no tener presente la figura del Quijote y su lento hundimiento en la melancolía? ¿Cómo no considerar que «la maníaca sed de belleza formal» de nuestros escritores del siglo XVII, de Cervantes a Gracián, era la expresión de un déficit de felicidad colectiva casi insoportable? La propuesta es de Fernando Rodríguez de la Flor, uno de los principales estudiosos de la melancolía barroca, junto al mexicano Agustí Bartra (hijo de padres catalanes exiliados), autor de un soberbio ensayo Cultura y melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro, Anagrama, 2001). Lo que quiero decir es que la teoría literaria generada en España sobre el tema de la melancolía debería ser un referente obligado por disponer en nuestro pasado de una de sus principales manifestaciones históricas. No lo es.
Es de justicia recordar a un filósofo español, Eduardo Nicol, nacido y formado en Barcelona, discípulo de Jaume Serra Hunter, y afincado en México después de la guerra, por ser el autor de un libro, El problema de la filosofía hispánica, de 1961 (reeditado por Espuela de Plata en ) donde planteaba la naturaleza del problema: la filosofía española después de la debacle nacional del 36 tuvo que empezar de nuevo y lo hizo de una forma insolidaria. Pero tuvo que aprender por sí sola, o fuera de sus fronteras naturales, en otros filósofos, en otras escuelas, las técnicas y métodos del trabajo filosófico. Tuvo que aprender a pensar de nuevo, sin maestros, sin libertad. Sin embargo, con esta dificultad mayúscula tenía un deber por delante, convertirse en la conciencia del poder.
y 4
No hay año, no hay convocatoria del premio Cervantes, el de mayor entidad de la cultura en lengua española, que no me recuerde la figura de Américo Castro. Se preguntarán, como es lógico, por qué. La respuesta es sencilla y al mismo tiempo, lo reconozco, muy atrevida. Fue de los primeros teóricos de la cultura española, una figura imprescindible. Cuando yo estudiaba solo se le mencionaba por su polémica con Claudio Sánchez Albornoz. Se mencionaba con reverencia a Marcel Bataillon, estudioso del erasmismo en España, pero apenas una palabra de don Américo quien años antes, en 1925, había revolucionado los estudios cervantinos presentando al autor del Quijote como un verdadero pensador, muy alejado de la vis cómica del personaje en la que se insistía. ¿Y cómo olvidar su maravilloso y fecundo concepto de la morada vital? Don Américo había emprendido con su libro La realidad histórica de España (1954) la tarea, que en su caso llegó a ser obsesiva, de «discernir qué vida española surgió del suelo de sus circunstancias y cómo fue evolucionando en función de las nuevas circunstancias surgidas a través de los siglos», en palabras de uno de sus muchos discípulos estadounidenses, Albert Sicroff. Pero en España lo que consiguió fue una generación de eruditos entregados a debatir e incluso a ridiculizar sus ideas acusándolo, entre otras cosas, de judaizante o de mero deudor de las ideas de Dilthey. De vivir en 1976 (Américo Castro falleció, muy abrumado por las críticas que recibía, el 25 de julio de 1972) ¿hubiera sido merecedor del Premio Cervantes? Es fácil suponer que no, a pesar de «estar destinado [el galardón] a distinguir la obra global de un autor en lengua castellana cuya contribución al patrimonio cultural hispánico haya sido decisiva». Esta amplia declaración de principios se ha visto sin embargo jibarizada desde su creación en 1976 a la creación literaria en sus formas más convencionales (novela, teatro y poesía). Solo en una ocasión, 1988, se concedió el galardón a una filósofa, María Zambrano (y me temo que tuvo una dimensión más política y oportunista que intelectual, pues moriría poco tiempo después, en 1991). Y desde luego nunca se ha concedido a un autor/autora que haya sobresalido en el ámbito de la teoría, la crítica o el pensamiento. Por lo visto son disciplinas que no suponen ningún tipo de enriquecimiento al patrimonio cultural hispánico, pues eso es lo que se desprende de la praxis continuada del premio. El espacio del sentido representado un año y otro por los galardonados (con todo mi respeto por ellos) deja poco lugar a la idea de pensar que hay otras dimensiones de la experiencia intelectual que deberían recogerse, admirarse y potenciarse. Porque no hacerlo viene a ser nuestra derrota.
Anna Caballé Masforroll, profesora honorífica de la Universidad de Barcelona, biógrafa y crítica literaria. Su último ensayo, El saber biográfico, ganó el Premio Jovellanos en 2021. Premio Nacional de Historia en 2019. Presidenta de la Asociación feminista Clásicas y Modernas entre 2017 y 2021.
Ensayistas, filósofos, historiadores e intelectuales abordan uno de los grandes enigmas de la cultura española: el motivo por el cual permanece apartada del fecundo diálogo de los pensadores europeos.
- «Un terco y doloso complejo», por Basilio Baltasar.
- «La lengua de Ortega y Gasset», por Víctor Gómez Pin.
- «Sin asiento en la Gran Jerga», por Miguel Herrero de Jáuregui.
- «Debilidad y fortaleza de la filosofía en España», por Norbert Bilbeny.
- «Por qué no existe la «Spanish Theory»», por Antonio Valdecantos.
- «Pensar no es cualquier cosa», por José Enrique Ruiz—Domènec.
- «Un asunto delicado», por Anna Caballé.
- «Una cultura que se desprecia a sí misma», por Ignacio Gómez de Liaño.
- «Una cuestión de fe», por Ana Rosa Gómez Rosal.
- «Las voces de las diversas periferias», por Sonia Contera.
- «Las dimensiones ocultas y el lado oscuro de la ciencia en España (que inventen ellos)», por Juan José Gómez Cadenas.
- «La obstinada singularidad ibérica», por Carlos Collado Seidel.
- «En las orillas del Sena», por Almudena Blasco Vallés.
- «La España de la insignificancia tecnológica», por Pablo Artal.
- «La excepción baladí», por Jorge Freire.
- «La periferia del imperio», por Raffaele Simone.
- «La quimera del oro: museo y campus universitarios», por Enric Bou.
- «¡Pinchemos la burbuja del español!», por David Fernández Vítores.
- «Complejo y melancolía quijotesca», por Carlos Varona Narvión.
- «A vueltas con la filosofía española y la filosofía en español», por Carlos M. Madrid Casado.
Réplicas a La querella española
- «Filosofía española por el mundo», por David Teira.
- «La situación actual de la filosofía española en el contexto internacional», por Antonio Diéguez.
Por un lado me parece este serie de articulos muy interesante, por otro, de lo mas deprimente, por el tono de resentimiento y nacionalismo español que exhiben.
Se puede revindicar el pensamiento español sin caer en referencias a la muy exagerada leyenda negra ni «querellas»…
..y la idea de que alguien del nivel de Sartre hubiese rechazado a Ortega por «ser español» no es creible…
…que lo haya apuntado Rosa Chacel solo demuestra que hay una larga tradicion de resentimiento en esta cuestion…
…un resentimiento propio de paises que han pasado por una epoca de mucho protagonismo en el mundo y que les cuesta reconciliarse con un papel reducido (Putin, Trump, Brexit, Franco, Mussolini)…
En todo caso, como mi formacion es de ciencias sociales, la pregunta que haria es: donde estan las pruebas que hay un sesgo en contra el pensamiento (y toda la cultura española, por que nos vamos quedar alli?). Ademas, donde es el foco de este sesgo?
De que estamos hablando? De tesinas doctorales en universidades norteamericanas dedicados a Ortega o Zambrano? De departamentos universitarios con pensadores nacionales en el curriculum? De articulos publicados en revistas especializadas? De la exclusion / inclusion de españoles en historias de la fiñosofia como las de Russel o Gay?
En que pruebas se basa la querella, porque tal y como se ha presentado en Jot, no se admitiria a juicio por mal proceder de sus abogados….
Tambien, nadie ha señalado lo mas obvio que es que los paises com mas PIB, mas poblacion y mas poderio militar son los que mandan en todo lo demas, eso es, la cultura: en Europa, solo ha habido tres en los ultimos dos siglos y poco: Francia, Alemania y Reino Unido., todos con sus imperios ya perdidos…
Que la cultura de estos tres paises haya acaparado la atencion mas de la cuenta, seguro que si, pero no solo con perjuicio a España, sino todos los demas paises del mundo… Kundera afirmaba que si Kafka hubiese escrito en checo y no aleman, no lo conoceria nadie…
Y no hace falta ser marxista para señalar que la tardia y irregular industrialicazion de España, la debil Ilustracion, y catastrofica guerra de la independencia contra los franceses y consiguiente triunfo de la España mas reaccionaria en la figura de Fernando VII, por no hablar de Franco, le regala a la segunda division de paises europeos con la consiguiente perdida de poder cultural hasta antes de ayer…
Su recuperacion en los ultimos 40 años ha sido bastante espectacular yo diria.
Y como dijo Grombowitzc, lo mas importante de un pais es su futuro, nunca su pasado…
Sin ánimo de polemizar, pero todo su discurso, por seguir los términos empleados, parece que exuda resentimiento socialdemócrata al uso.
Por cierto,
«catastrofica guerra de la independencia contra los franceses y consiguiente triunfo de la España mas reaccionaria en la figura de Fernando VII».
¿Qué se supone que tendrían que haber hecho los españoles de entonces? ¿Aguantarse con unos invasores? ¿Haber dejado hacer?
Bastante heroicos fueron los liberales, patriotas y progresistas. Pero quizá debo pedir perdón, quizá el mero hecho de plantearme esto es propio de nacionalismo español.
Ninguna polémica, hombre, aunque un pizca sarcasmo desde luego…
Sin entrar en más valoraciones, la guerra de la independencia contra los invasores franceses es un catástrofe porque entre otras cosas mas allá la guerra en si, España pierde su imperio…
Esa pérdida es lo que domina todo el discurso del siglo XIX, llegando a su punto álgido con la Generación de 98 que se pierden la cabeza con la «regeneración nacional», del todo indiferente a Hegel y Marx y la idea de que vivimos en la Historia y que somos actores con unas posibilidades siempre limitados por el tiempo en que vivimos. Del todo indiferente también a Freud y que tenemos un subconsciente, y hasta de Darwin. La Generación de 98 con la excepción de Machado pasan de estas consignas de la Modernidad para volcarse a fondo con su gran tema, que es España, y como regenerar España de forma que vuela a ser un «gran poder»…
La prueba definitiva de que estaban equivocadps es que todos los demás países europeos han perdido sus imperios solo unas décadas después un proceso histórico inevitable con la llegada de la modernidad a las ex colonias desde India a Argentina.. La Generación de 98, incluido Ortega, están, como bastantes otros pensadores de la época en Europa, con que la raza es el motor de los Historia, la hispana sobre todo, cuando solo hay una raza, que es la raza humana…
Da un poco de pena y un pelín de miedo este discurso de que España no tiene su reconocimiento debido, siempre sin especificar ni en que foro exactamente ni en que sentido, por ende irrefutable…
… Lorca es el poeta más adaptado y traducido al inglés del Siglo XX, Picasso es reconocido como el gran artista del Siglo XX – no solo en pintura – Salvador Dalí era un estrella internacional, extrañamente pasado por alta hoy en día, los mismos franceses que supuestamente desprecian a los pensadores españoles son los que rescatan y revindican la figura de Goya a finales del siglo XIX, Malraux, contemporáneo casi del vilipendiado Sartre, escribe un libro sobre él, y le declara el inventor de la pintura moderna y son los ingleses que reivindican a «El Quijote» que en España no había tenido tanta repercusión hasta su traducción por Thomas Shelton…
En cuanto a Luis Buñuel, ha figurado en todas las listas de las 100 mejores películas de Sight&Sound en todas las ediciones encuestas, hasta esta ultima…
¿Cómo se explica todo lo arriba expuesto si hay un desprecio hacia España por parte de franceses y ingleses entre otros?
Otra cosa es que el Estado español nunca ha tomado en serio su propia cultura, ni ha querido ni ha sabido promoverla por ahí…
Sí, la guerra fue catastrófica y se perdió posteriormente el imperio, pero la cosa no iba por ahí. O yo me lo creo que no iba por ahí. Iba por donde suele ir, que tenían que haber ganado los liberales traidores (objetivamente), no los liberales leales.
Aparte de eso, yo soy de la idea que en la época de la Segunda República éramos un país como cualquier otro de nuestro entorno, es decir de segunda fila europea, ni bananeros ni excelentes.
Que también habría que hablar del colonialismo de RU y del francés, bastante inhumanos y crueles; y del intento alemán, tan espantoso.
La cuestión es hablar con inquina de lo español y cada cosa positiva que se dice de España tacharla de nacionalismo.
Pues no te había entendido, y no creo que tu a mi tampoco, pues no pretendía sostener que los españoles hiciesen mal en levantarse en contra de Napoleón y su hermano, Pepe Botella, eh?
Y, además, al final fue la Santa Alianza, las fuerzas del Eje de su tiempo, que aplastaron los liberales patriotas españoles y la Constitución de Cádiz, una fuerza extranjera mandado exprés para aplastar el liberalismo. Y de acuerdo sobre la II Republica, la Constitución de 36 era de las más avanzadas del mundo de su día…
Pero a lo que iba yo es que hay una relación entre el peso geopolítico de un país y su capacidad de proyectar su cultura. España pasa de ser un país que interviene en terceros países durante siglos – Italia, Holanda, las Américas – a ser intervenido por franceses y ingleses en la Guerra de la Independencia, hasta en las guerras Carlistas había una fuerza de británicos luchando de parte de Isabel como los brigadistas de la Guerra Civil unas décadas después, a su vez en contra de alemanes y italianos…
Pues todo eso pasa su factura a la proyección de la cultura española en el mundo digo yo, aunque hoy en día, la verdad, no creo que tenga mucha relevancia. No hay leyenda negra activa hoy en día en contra de España en todo caso, y el que diga que si la hay es un paranoico… No existe eso.
Igual que en España hay quien quiere lavar la imagen del imperio español, como López Linares, en el Reino Unido tenemos Niall Fergusson («Empire), y bastantes otros que defienden todavía el imperio británico. Yo me quedaría siempre con el excelente libro de Caroline Elkins que se llama «Legacy of Violence: a History of the British Empire» que es como su título indica, un largo relato de las brutalidades llevadas a cabo por las fuerzas de la Corona británica por todo el planeta… y otros libros de menor alcance como «Inglorious Empire: What The British Did To India» de Shashi Tarhoor, que es un libro que da vergüenza ajena…
Fernando VII en la actualidad está siendo revisado, como tuvo que ser revisada la figura del último Habsburgo español, Carlos II el «hechizado».
La Leyenda Negra Española es una alucinación colectiva que actúa como cualquier ideología, es decir, como una simplificación de la realidad. La Historia es un campo de batalla ideológico, donde se crean mitologías (fundacionales o no) para el mantenimiento de la eutaxia de los estados nación. En España se da la peculiaridad del auto-desprecio patológico, por razones históricas en las que no voy a ahondar por motivos de espacio; si le apuntaré que no fue por «nacionalismos reaccionarios» o «largas dictaduras», sino más bien por lo contrario, una excesiva tolerancia político-cultural con el «Otro» (regionalismos periféricos, sincretismos culturales y raciales, moral católica compasiva, tendencia histórica a la descentralización Taifas-Fueros-Cupos Fiscales, etc.).
Por último, como le digo, si quiere empezar por revisar triunfo de «la España mas reaccionaria en la figura de Fernando VII»: Luis del Pino hace pocos días acaba de publicar un monográfico sobre el monarca español; de momento no ha tenido atisbo de refutación.
Un saludo.
Difícilmente se puede refutar algo que es falso, no hace falta más que leer la magnífica biografía de Fernando VII premio comillas de biografías ( como lo fue posteriormente el de Clara Campoamor de Anna Caballé) escrito por el catedrático Emilio La Parra, Fernando VII no tiene que ver nada con la leyenda negra, y si con sus formas modos y maneras, por cierto, Carlos II empezó a ser rescatado por Henry Kamen en los 80, entre otros. Y ya de paso sobre la leyenda negra le recomiendo lea a Ricardo García Cárcel en su libro homónimo sobre el tema ( entre otros, como leyenda negra de Jesús Villanueva)
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Gracias, supongo, por esta serie de artículos tan alegres, entusiastas, nada deprimentes
Me han puesto en una de una alegrías espcial durante todo el día.
Debe ser todo un placer trabajar con ustedes. Hay gente con suerte.
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