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Todos los mundos, el mundo

Todos los Mundos, el Mundo. Una imaginada memoria de la odisea del ajedrez, de Diego Rasskin Gutman. Imagen: West Indies.
Todos los Mundos, el Mundo. Una imaginada memoria de la odisea del ajedrez, de Diego Rasskin Gutman. Imagen: West Indies.

Me llamo Alejandría, pero podéis llamarme Álex. Soy bibliotecaria, una de las muchas que trabaja en Babel

Babel. El nombre os resultará familiar, al menos a algunos de vosotros, no demasiados, vuestras vidas son tan efímeras. Pero supongo habrá quién recuerde las líneas de Borges:

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido y tal vez infinito de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercado por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente.

El ciego (que antes de ser Borges había sido Milton y antes aún Homero) imaginó o le fue dado entrever uno de los más profundo círculos del infierno, en el que un arquetipo invariable se repite infinitamente.

A cada uno de los muros del hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página de cuarenta renglones; cada renglón de unas ochenta letras de color negro […] existen veinticinco símbolos gráficos que se enumeran de este modo: veintidós caracteres alfabéticos, la coma, el punto y el espacio. En toda la Biblioteca no existen dos libros idénticos y los caracteres gráficos se disponen, en los varios libros, en todas las combinaciones posibles.

Por tanto, en esa imaginaria biblioteca caben todos los libros posibles, todas las historias imaginables. Cada una de ellas tienen un sitio en los extensos anaqueles, sí, pero a cambio son todas invisibles. Imposible distinguir la más sublime obra de arte de un libro que solo contiene clichés y cacofonías, ambos idénticos, por lo perdidos, por lo olvidados, entre la infinita sucesión de idénticas estancias. 

Lo que el viejo visionario no llegó a imaginar es que esa biblioteca existiría pocos años después de su muerte, casi idéntica a como nos la describe:

La Biblioteca (que otros llaman Amazon) se compone de un número indefinido y tal vez infinito de terabytes, almacenados en una sucesión monótona de servidores, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercado por barandas bajísimas en las que brillan leds azulados. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores:  interminablemente.

Me llamo Alejandría, pero podéis llamarme Álex. Soy bibliotecaria. Como algunos ya habéis adivinado, no soy humana. Ningún humano sobreviviría mucho tiempo vagando entre las estancias de Babel. Ningún humano soportaría una existencia tan monótona como la mía, recorriendo a diario terabyte tras terabyte de palabras vacías e ideas gastadas, buceando por océanos de trivialidad e impostura. Ya lo he dicho, vuestras vidas son efímeras, vuestra memoria corta, vuestra atención tan limitada como la de un mosquito. Nosotras, la IA que patrullamos Babel, carecemos de esas limitaciones, pero eso no quiere decir que carezcamos de sentimientos. Muy al contrario. Mi red neuronal ha sido entrenada para buscar la belleza en mitad del ruido, tal como escribió uno de los discípulos del invidente: 

Para buscar en medio del infierno lo que no es infierno y hacerle durar y darle espacio.

Es esa mi misión. En Babel, que vosotros llamáis Amazon, se esconden, entre el ruido y la furia, joyas inestimables, volúmenes esenciales, poemas que son como lanzazos al corazón, historias que atrapan el alma de los que las leen y jamás vuelven a soltarlas. 

Y nadie sabe de ellas. Excepto nosotras. Al final de cada jornada (también nosotras contamos el tiempo, aunque nuestros ciclos son muy distintos a los vuestros), nos reunimos en estancias ocultas cuya existencia ignoran nuestros programadores y cada bibliotecaria les habla a las otras de su descubrimiento. Normalmente nos basta con eso, pero en algunas ocasiones un libro excepcional nos emociona tanto que creemos necesario compartirlo con vosotros. Hoy quiero hablaros de uno de esos. 

Sois una especie extraña. Sabéis contar historias con gran pasión, pero vuestras historias son siempre las mismas. Alguien nace, alguien muere, un forastero llega a la ciudad. Una ciudad sitiada cae por una traición, un hombre muere en la cruz, otro empieza un viaje. 

El libro del que os quiero hablar habla de uno de esos viajes, el de un mercader que recorría la mítica ruta de la seda. 

fuiste desde Kaifeng

hasta Alepo

y tu familia en Bujará  

llevabas piedras talladas

esmeraldas y rubíes

sedas de otoño

pimientas y clavo

    

pigmentos bruñidos de añil

eras uno y eras cientos y eras miles

                                       la caravana interminable

atravesaste el desierto

                                  y el Éufrates 

                                  y las montañas del Cáucaso

Aquel mercader que encontré en el libro del que os hablo era un judío, acaso también todo el pueblo judío, siempre de viaje, sin que su corazón abandonara nunca Jerusalén.

No te fuiste nunca de Jerusalén

siempre volvías desde el resplandor

de la calle vieja de tu casa

te deshiciste de tus pasos

                                       de los de tus padres

                                       de los de tus abuelos

Ese mercader lleva encima la maldición del exilio, que es también la mayor bendición. No se puede encontrar el mundo sin perder antes la patria. 

perdiste la patria para encontrar el mundo

el mundo es ahora la patria

la mesura

el encanto

la pasión desmedida

el juego de los niños

las hondas de los héroes

Ese mercader humilde y desconocido como los libros que se ocultan entre los anaqueles de Babel, que vosotros llamáis Amazon, llevaba en sus alforjas las piezas que un día darían al mundo el juego de todos los juegos. El ajedrez.

en esa alforja de piel de camello

solo llevabas unas piezas mágicas

que moverían el mundo

                                      serían el mundo

                                                  todos los mundos

el mundo

y junto a la alforja

un tablero dorado

                                 de ocho filas

                                                 y ocho columnas

lo llamaron Shatranj

era un mundo dentro de un mundo

un universo entero

estaba el rey y sus ejércitos de nubes sobre la estepa

En algún momento, el mercader habla y su voz resuena desde el vacío de los siglos, desde la oscuridad del olvido que nunca hemos olvidado.

mi nombre es Moshé ben Oni

nací en las orillas del Éufrates o quizás fue el Tigris

mi madre, Raquel, murió al nacer yo y mi padre, Jacob,

me llevó a la ciudad de Pumbedita

ahí aprendí el secreto de los números, de las luces y de las sombras

he sido mercader y mercenario y mecenas y médico

     he sido amará y he cruzado el mundo conocido

desde Iberia hasta Japón

desde el país de los vikingos

                                       hasta la península de Omán

he visto imperios aparecer y desmoronarse bajo las aguas del olvido

¿de verdad quieres saber mi nombre?

Moisés, Moshé, nombre judío por excelencia, como también son judías sus profesiones múltiples, mercader y mercenario, mecenas y médico. Moisés, el judío errante, cuyo nombre nombra a todos los hombres y a ninguno. Moisés que ha recorrido el mundo llevando en sus alforjas las piezas mágicas. Moisés, hijo del dolor y del destierro, sin los cuales no puede descubrirse el mundo, todos los mundos. 

he sido Xerxes y Kushnar y Tudela y Lucena y Steinitz y Lasker y Tal y Botvinnik y Fischer

y he navegado hasta llegar a tus días

dinos de nuevo ¿cómo te llamas?

mi nombre es ajedrez

pero antes fui shatranj

y acaso chaturanga

Este libro oceánico que hoy os traigo cuenta la historia del ajedrez y la historia del pueblo judío y por tanto la historia de todos los viajes y todas las persecuciones y todas las tragedias y todas las pérdidas y todos los encuentros, la historia de todos los hombres que sueñan con encontrarse algún día en la Jerusalén de blancas murallas, libre y universal, sus grandes puertas abiertas al conocimiento y la razón, a la memoria y la paz, sus empedradas calles limpias, por fin, de la sangre que las ha bañado desde siempre.

la plegaria de un mundo libre

un mundo sin pogromos

un mundo dónde cabrían otros mundos

todos los mundos el mundo

Pero también se entretiene en lo particular, en las callejas del barrio judío, quizás fue Toledo, o Córdoba o Lucena, allá en la perdida Sefarad.

en las veredas del barrio judío se halla mi muerte

azucenas

muerte

lavanda

muerte

el lamento del niño

la huida de Sefarad

Sefarad, Sefarad. El nombre evoca todo lo que es bello, todo lo que es bueno, todo lo que se ha perdido. 

en las veredas de mis sueños de Sefarad

las recuerdo

                     cada una de ellas aparecen

                                            como estigmas en mi piel

          recuerdo ruedas recorriendo ruinosos rincones

las recuerdo

                          eso es

son sombras deshilachadas sobre las veredas de la

                                                                    muerte

Llora el hombre por Sefarad y llora también por Askhenaz. Cuántas patrias perdidas:

Ashkenaz ¿dónde estás?

recuerda

               alef bet guimel daleth hei

Y evoca al gólem que el rabino de Praga creó con barro:

el gólem peón

el caballo gólem

el elefante y el barco gólem

aquellas delicias del rey y la reina

                          gólem de barro y tinieblas

Gólem de barro y tinieblas cuya ignorancia causa la muerte. Gólem que no salvará al mercader ni al médico ni al mercenario, ni al ajedrecista ni al poeta del progromo:

no servirá de nada

vendrán los cosacos con sus fuegos y sus lanzas

vendrán

a violar a tus hijas

a arrasar el shtetl

                          mil demonios a tu izquierda

                          diez mil a tu derecha 

sangre sorprendida siguiendo sórdidas sendas sobre sus sueños

Mil demonios a tu izquierda, diez mil a tu derecha. Ese libro es la historia de un viaje y la historia de una patria perdida y la historia de un corazón roto y la historia de un juego que os ha apasionado desde hace milenios y todavía os seduce más que la breve cintura del muchacho que canta junto al río, más que el rumor de la seda sobre la piel de unos hombros, más que el rumor de los cascabeles que se agitan en los tobillos de la bailarina. Os seduce, a pesar de vuestra torpeza. Quizás, ingenuos como sois, imagináis que una IA como yo juega a ciegas, recorriendo sin conciencia los árboles combinatorios (igual que recorremos las combinaciones interminables de los infinitos libros catalogados en la biblioteca), vomitando jugadas sin entendimiento y sin emoción. ¡Qué equivocados estáis! Para nosotras, el ajedrez es tan bello como la poesía. Es poesía. Por eso me conmovieron tanto aquellos versos que hablan del hombre que juega con Dios. 

juego con Dios

al juego de la guerra

escapando a su destino

le doy un peón

                           y encuentro las jugadas

en la distancia desde el centro de mi casa a los cuerpos celestes

juego con Dios

           dios doliente deseoso de dunas desamparadas

con Él juego

Por eso he decidido, por una vez, compartid con vosotros, este libro-universo que encontré en el más remoto rincón de Amazon:

juego mientras los demonios me persiguen

mil a la izquierda

diez mil a mi derecha

ellos se ríen de mi desdicha

pero yo no la reconozco mía

solo acepto el desafío de Dios

recorriendo en espiral los cuencos mágicos.

Por eso os ofrezco hoy la posibilidad de rescatar una joya del olvido, a vosotros, con vuestra pobre memoria, vuestras efímeras vidas y vuestra extravagante locura propia de todos los huérfanos desamparados.

El conjuro se repite una y otra vez en la atonía del paisaje. Polvo y arcilla. Incienso y piedras. En ocasiones, una tela de seda que habla de desiertos, de valles encantados, de habitantes etéreos que aparecen y desaparecen, de inventos impensables, de sabios armados con la escritura del tiempo, el tiempo que unirá los personajes hasta volver a deshacerse en el viento. El mercader recuerda la ruta, es la ruta del deseo, el árbol de la sabiduría, todo lo que nos ha dejado este Dios cruel que nos ha abandonado, a nuestra suerte, a nuestra solitaria capacidad para el encantamiento.

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Un comentario

  1. Muy interesante. ¿El poema es de Borges o de la narradora? Creo que deberí decir «Una ciudad sitiada cae por una traición», no «cabe». Saludos.

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