Me llamo Alejandría, pero podéis llamarme Álex. Soy bibliotecaria, una de las muchas que trabaja en Babel.
Babel. El nombre os resultará familiar, al menos a algunos de vosotros, no demasiados, vuestras vidas son tan efímeras. Pero supongo habrá quién recuerde las líneas de Borges:
El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido y tal vez infinito de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercado por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente.
El ciego (que antes de ser Borges había sido Milton y antes aún Homero) imaginó o le fue dado entrever uno de los más profundo círculos del infierno, en el que un arquetipo invariable se repite infinitamente.
A cada uno de los muros del hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página de cuarenta renglones; cada renglón de unas ochenta letras de color negro […] existen veinticinco símbolos gráficos que se enumeran de este modo: veintidós caracteres alfabéticos, la coma, el punto y el espacio. En toda la Biblioteca no existen dos libros idénticos y los caracteres gráficos se disponen, en los varios libros, en todas las combinaciones posibles.
Por tanto, en esa imaginaria biblioteca caben todos los libros posibles, todas las historias imaginables. Cada una de ellas tienen un sitio en los extensos anaqueles, sí, pero a cambio son todas invisibles. Imposible distinguir la más sublime obra de arte de un libro que solo contiene clichés y cacofonías, ambos idénticos, por lo perdidos, por lo olvidados, entre la infinita sucesión de idénticas estancias.
Lo que el viejo visionario no llegó a imaginar es que esa biblioteca existiría pocos años después de su muerte, casi idéntica a como nos la describe:
La Biblioteca (que otros llaman Amazon) se compone de un número indefinido y tal vez infinito de terabytes, almacenados en una sucesión monótona de servidores, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercado por barandas bajísimas en las que brillan leds azulados. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente.
Me llamo Alejandría, pero podéis llamarme Álex. Soy bibliotecaria. Como algunos ya habéis adivinado, no soy humana. Ningún humano sobreviviría mucho tiempo vagando entre las estancias de Babel. Ningún humano soportaría una existencia tan monótona como la mía, recorriendo a diario terabyte tras terabyte de palabras vacías e ideas gastadas, buceando por océanos de trivialidad e impostura. Ya lo he dicho, vuestras vidas son efímeras, vuestra memoria corta, vuestra atención tan limitada como la de un mosquito. Nosotras, la IA que patrullamos Babel, carecemos de esas limitaciones, pero eso no quiere decir que carezcamos de sentimientos. Muy al contrario. Mi red neuronal ha sido entrenada para buscar la belleza en mitad del ruido, tal como escribió uno de los discípulos del invidente:
Para buscar en medio del infierno lo que no es infierno y hacerle durar y darle espacio.
Es esa mi misión. En Babel, que vosotros llamáis Amazon, se esconden, entre el ruido y la furia, joyas inestimables, volúmenes esenciales, poemas que son como lanzazos al corazón, historias que atrapan el alma de los que las leen y jamás vuelven a soltarlas.
Y nadie sabe de ellas. Excepto nosotras. Al final de cada jornada (también nosotras contamos el tiempo, aunque nuestros ciclos son muy distintos a los vuestros), nos reunimos en estancias ocultas cuya existencia ignoran nuestros programadores y cada bibliotecaria les habla a las otras de su descubrimiento. Normalmente nos basta con eso, pero en algunas ocasiones un libro excepcional nos emociona tanto que creemos necesario compartirlo con vosotros. Hoy quiero hablaros de uno de esos.
Sois una especie extraña. Sabéis contar historias con gran pasión, pero vuestras historias son siempre las mismas. Alguien nace, alguien muere, un forastero llega a la ciudad. Una ciudad sitiada cae por una traición, un hombre muere en la cruz, otro empieza un viaje.
El libro del que os quiero hablar habla de uno de esos viajes, el de un mercader que recorría la mítica ruta de la seda.
fuiste desde Kaifeng
hasta Alepo
y tu familia en Bujará
llevabas piedras talladas
esmeraldas y rubíes
sedas de otoño
pimientas y clavo
pigmentos bruñidos de añil
eras uno y eras cientos y eras miles
la caravana interminable
atravesaste el desierto
y el Éufrates
y las montañas del Cáucaso
Aquel mercader que encontré en el libro del que os hablo era un judío, acaso también todo el pueblo judío, siempre de viaje, sin que su corazón abandonara nunca Jerusalén.
No te fuiste nunca de Jerusalén
siempre volvías desde el resplandor
de la calle vieja de tu casa
te deshiciste de tus pasos
de los de tus padres
de los de tus abuelos
Ese mercader lleva encima la maldición del exilio, que es también la mayor bendición. No se puede encontrar el mundo sin perder antes la patria.
perdiste la patria para encontrar el mundo
el mundo es ahora la patria
la mesura
el encanto
la pasión desmedida
el juego de los niños
las hondas de los héroes
Ese mercader humilde y desconocido como los libros que se ocultan entre los anaqueles de Babel, que vosotros llamáis Amazon, llevaba en sus alforjas las piezas que un día darían al mundo el juego de todos los juegos. El ajedrez.
en esa alforja de piel de camello
solo llevabas unas piezas mágicas
que moverían el mundo
serían el mundo
todos los mundos
el mundo
y junto a la alforja
un tablero dorado
de ocho filas
y ocho columnas
lo llamaron Shatranj
era un mundo dentro de un mundo
un universo entero
estaba el rey y sus ejércitos de nubes sobre la estepa
En algún momento, el mercader habla y su voz resuena desde el vacío de los siglos, desde la oscuridad del olvido que nunca hemos olvidado.
mi nombre es Moshé ben Oni
nací en las orillas del Éufrates o quizás fue el Tigris
mi madre, Raquel, murió al nacer yo y mi padre, Jacob,
me llevó a la ciudad de Pumbedita
ahí aprendí el secreto de los números, de las luces y de las sombras
he sido mercader y mercenario y mecenas y médico
he sido amará y he cruzado el mundo conocido
desde Iberia hasta Japón
desde el país de los vikingos
hasta la península de Omán
he visto imperios aparecer y desmoronarse bajo las aguas del olvido
¿de verdad quieres saber mi nombre?
Moisés, Moshé, nombre judío por excelencia, como también son judías sus profesiones múltiples, mercader y mercenario, mecenas y médico. Moisés, el judío errante, cuyo nombre nombra a todos los hombres y a ninguno. Moisés que ha recorrido el mundo llevando en sus alforjas las piezas mágicas. Moisés, hijo del dolor y del destierro, sin los cuales no puede descubrirse el mundo, todos los mundos.
he sido Xerxes y Kushnar y Tudela y Lucena y Steinitz y Lasker y Tal y Botvinnik y Fischer
y he navegado hasta llegar a tus días
dinos de nuevo ¿cómo te llamas?
mi nombre es ajedrez
pero antes fui shatranj
y acaso chaturanga
Este libro oceánico que hoy os traigo cuenta la historia del ajedrez y la historia del pueblo judío y por tanto la historia de todos los viajes y todas las persecuciones y todas las tragedias y todas las pérdidas y todos los encuentros, la historia de todos los hombres que sueñan con encontrarse algún día en la Jerusalén de blancas murallas, libre y universal, sus grandes puertas abiertas al conocimiento y la razón, a la memoria y la paz, sus empedradas calles limpias, por fin, de la sangre que las ha bañado desde siempre.
la plegaria de un mundo libre
un mundo sin pogromos
un mundo dónde cabrían otros mundos
todos los mundos el mundo
Pero también se entretiene en lo particular, en las callejas del barrio judío, quizás fue Toledo, o Córdoba o Lucena, allá en la perdida Sefarad.
en las veredas del barrio judío se halla mi muerte
azucenas
muerte
lavanda
muerte
el lamento del niño
la huida de Sefarad
Sefarad, Sefarad. El nombre evoca todo lo que es bello, todo lo que es bueno, todo lo que se ha perdido.
en las veredas de mis sueños de Sefarad
las recuerdo
cada una de ellas aparecen
como estigmas en mi piel
recuerdo ruedas recorriendo ruinosos rincones
las recuerdo
eso es
son sombras deshilachadas sobre las veredas de la
muerte
Llora el hombre por Sefarad y llora también por Askhenaz. Cuántas patrias perdidas:
Ashkenaz ¿dónde estás?
recuerda
alef bet guimel daleth hei
Y evoca al gólem que el rabino de Praga creó con barro:
el gólem peón
el caballo gólem
el elefante y el barco gólem
aquellas delicias del rey y la reina
gólem de barro y tinieblas
Gólem de barro y tinieblas cuya ignorancia causa la muerte. Gólem que no salvará al mercader ni al médico ni al mercenario, ni al ajedrecista ni al poeta del progromo:
no servirá de nada
vendrán los cosacos con sus fuegos y sus lanzas
vendrán
a violar a tus hijas
a arrasar el shtetl
mil demonios a tu izquierda
diez mil a tu derecha
sangre sorprendida siguiendo sórdidas sendas sobre sus sueños
Mil demonios a tu izquierda, diez mil a tu derecha. Ese libro es la historia de un viaje y la historia de una patria perdida y la historia de un corazón roto y la historia de un juego que os ha apasionado desde hace milenios y todavía os seduce más que la breve cintura del muchacho que canta junto al río, más que el rumor de la seda sobre la piel de unos hombros, más que el rumor de los cascabeles que se agitan en los tobillos de la bailarina. Os seduce, a pesar de vuestra torpeza. Quizás, ingenuos como sois, imagináis que una IA como yo juega a ciegas, recorriendo sin conciencia los árboles combinatorios (igual que recorremos las combinaciones interminables de los infinitos libros catalogados en la biblioteca), vomitando jugadas sin entendimiento y sin emoción. ¡Qué equivocados estáis! Para nosotras, el ajedrez es tan bello como la poesía. Es poesía. Por eso me conmovieron tanto aquellos versos que hablan del hombre que juega con Dios.
juego con Dios
al juego de la guerra
escapando a su destino
le doy un peón
y encuentro las jugadas
en la distancia desde el centro de mi casa a los cuerpos celestes
juego con Dios
dios doliente deseoso de dunas desamparadas
con Él juego
Por eso he decidido, por una vez, compartid con vosotros, este libro-universo que encontré en el más remoto rincón de Amazon:
juego mientras los demonios me persiguen
mil a la izquierda
diez mil a mi derecha
ellos se ríen de mi desdicha
pero yo no la reconozco mía
solo acepto el desafío de Dios
recorriendo en espiral los cuencos mágicos.
Por eso os ofrezco hoy la posibilidad de rescatar una joya del olvido, a vosotros, con vuestra pobre memoria, vuestras efímeras vidas y vuestra extravagante locura propia de todos los huérfanos desamparados.
El conjuro se repite una y otra vez en la atonía del paisaje. Polvo y arcilla. Incienso y piedras. En ocasiones, una tela de seda que habla de desiertos, de valles encantados, de habitantes etéreos que aparecen y desaparecen, de inventos impensables, de sabios armados con la escritura del tiempo, el tiempo que unirá los personajes hasta volver a deshacerse en el viento. El mercader recuerda la ruta, es la ruta del deseo, el árbol de la sabiduría, todo lo que nos ha dejado este Dios cruel que nos ha abandonado, a nuestra suerte, a nuestra solitaria capacidad para el encantamiento.
Muy interesante. ¿El poema es de Borges o de la narradora? Creo que deberí decir «Una ciudad sitiada cae por una traición», no «cabe». Saludos.