Cine y TV

‘Doctor Who’, 2024: la TARDIS y los lobos

Doctor Who, temporada 1 (2024). Imagen BBC.
Doctor Who, temporada 1 (2024). Imagen BBC.

El Doctor está de vuelta.

El final de 2023 marcaba un nuevo hito (y van…) en la trayectoria de Doctor Who. Sesenta años desde la emisión de su primer episodio: aquel que fracasó estrepitosamente en audiencia porque acababan de asesinar a un tal John Fitzgerald Kennedy y claro, la gente el 23 de noviembre de 1963 no estaba para extraterrestres y máquinas del tiempo. Poco podrían imaginar los ejecutivos de la BBC que tras ese arranque turbulento vendrían seis décadas de aventuras espaciotemporales a bordo de una cabina telefónica, pero aquí estamos, recién terminada la temporada número cuarenta, y contando.

Es de justicia reconocer, eso sí, que el viaje ha sido accidentado, como todos los que realiza el Doctor. Cancelaciones, quince años en barbecho, regresos infructuosos y altibajos artísticos… lo normal para cualquier obra tan longeva, como puede atestiguar cualquier lector de tebeos de superhéroes. Pero, como ocurre también en estos últimos, tras las vacas flacas siempre viene una nueva edad de oro creativa, y la serie británica no ha sido una excepción. El 60 aniversario nos pillaba saliendo de una etapa cuestionable y cuestionada, con no pocas virtudes, pero también un puñado de problemas. Problemas que no tenían que ver con el pretendido wokismo que denunciaban desde un lado, pero es que de un tiempo a esta parte siempre son los mismos los que ponen el relincho en el cielo. Al fin y al cabo, Doctor Who siempre ha sido un relato sobre la tolerancia, el respeto, la igualdad y la justicia, así que quienes descubrieran en 2018 que la serie tenía una ideología progresista andaban más despistados que un fascista viendo The Boys. 

Tampoco eran culpa de Jodie Whittaker, magnífica en su encarnación de una Doctora más cercana a la interpretación de David Tennant que a la de Matt Smith o Peter Capaldi. Pero como decían los aldeanos de Burgos sobre ese Homelander histórico que fue el Cid Campeador: «Ay, qué buen vasallo / si tuviese buen señor». Con la marcha de Steven Moffat como showrunner para dejar paso a Chris Chibnall, la actriz se encontraba defendiendo un personaje que no encontraba guiones a su altura. Semana tras semana, Whittaker se batía el cobre heroicamente contra bichos lamentables (el gran villano de su primera temporada era un extraterrestre con dientes por toda la cara), diálogos poco afilados y una linealidad impropia de una serie cuya premisa descansa sobre piruetas temporales. Así, de un año para otro Doctor Who se convirtió no en una serie mala (que no lo fue en ningún momento), sino en algo casi peor: una serie convencional.

También es de justicia reconocer que Chibnall fue cogiéndole poco a poco el punto, y que al llegar a su tercera temporada ya se podía reconocer al menos una parte de la chispa perdida. Pero en sus mejores momentos, su etapa se sentía casi como una imitación de Doctor Who; cariñosa y honesta, sí, pero como una banda tributo de los Beatles. Así que, cuando se anunció el regreso a los mandos de Russell T. Davies, el Beatle original, responsable máximo de las temporadas de 2005 a 2009, se produjo un torbellino de expectativas y de incógnitas. ¿Sería capaz el nuevo-viejo showrunner de reverdecer los laureles de una serie que parecía languidecer por momentos? Y, tras tres episodios especiales de precalentamiento coincidiendo con la efeméride antes mencionada, las respuestas empezaron a llegar.

La primera cuestión era la de siempre: cada era de Doctor Who se mide inevitablemente por el actor o actriz que encarna el papel protagonista. En ese aspecto toca alinearse con Tom Baker (Doctor residente entre 1974 y 1981) cuando al referirse a sus homólogos anteriores y posteriores declaró que el del Doctor es un papel ante el que «nadie ha fallado». Pero, como había ocurrido con Jodie, y con algún otro actor antes que ella, muchas veces una interpretación notable queda ensombrecida por un pobre trabajo de escritura y dirección. Por fortuna, en esta última temporada, los astros se han alineado. 

Por un lado, la llegada de Ncuti Gatwa (Sex Education) le ha dado al personaje una muy necesaria inyección de brío. Este nuevo Doctor es un torrente de energía imposible de contener, que desde el primer momento parece haber llegado a la serie para pasárselo bien y hacer disfrutar a quienes le rodean. Ese aspecto imparablemente lúdico había quedado establecido en su breve aparición en el tercer especial de aniversario, donde básicamente se dedicó a jugar a la pelota en calzoncillos con David Tennant contra Neil Patrick Harris. Juzguen ustedes si eso no es la viva idea de diversión que puede tener alguien como Russell T. Davies. Así que, entre guionista y actor, han (re)construido a un Doctor enérgico, atrevido, alegre, que llena y desborda cada plano que habita (el trabajo corporal y gestual de Gatwa posee una fluidez y una expansividad asombrosas). Pero que también se muestra enormemente emocional, con facilidad para las lágrimas, y desvelando a cada paso sus fragilidades ocultas. También es el primer Doctor abiertamente queer, porque si los fans más conservadores (los que se quejaban de la «inclusión forzada» con la Doctora de Whittaker) esperaban un paso atrás por parte de la BBC, Davies ha demostrado desde el comienzo que si ha vuelto a la serie no es para hacer prisioneros. El primer especial de aniversario (aún con Tennant de protagonista, en un retorno fugaz pero bienvenido) integraba en su tema y su trama la idea del no binarismo, y una semana después el Doctor reconocía sentir atracción física por un Isaac Newton buenorro. Desde ahí para arriba, y en esta temporada hemos visto por primera vez al Doctor enamorarse de un hombre, plantando un beso en pantalla destinado a escandalizar a los espectadores más pacatos dentro y fuera de la diégesis. Davies parece empeñado en expulsar de su templo a quienes nunca merecieron estar en él.

Y es que el creador de Queer as Folk siempre ha utilizado la fantasía y la ciencia ficción como vehículos para el dardo sociopolítico. Una mirada crítica que ha estado presente en cada aventura de esta temporada, pero que seguramente ha encontrado su punto álgido en el quinto episodio, «Punto y burbuja». Se ha dicho de él que es un acercamiento a Black Mirror, pero basta con echar un vistazo a capítulos como «The Long Game», «Bad Wolf» (ambos de 2005) o «The Idiot’s Lantern» (2006), por poner un par de ejemplos, para comprender que la serie creada por Charlie Brooker en 2011 ya llevaba desde sus inicios ADN de Señor del Tiempo. Con todo, la maestría de «Punto y burbuja» está en la forma en que, bajo su abierta crítica a la sociedad multipantalla, esconde a plena vista una verdad mucho más profunda e incómoda. Y en cómo ese golpe de trilero consigue ponernos frente a frente con nuestra propia situación de privilegio, que a menudo nos lleva a no ver lo evidente. El desgarrador grito de Gatwa en los últimos instantes del episodio es aún más doloroso porque le pertenece solo a él, y ni siquiera su compañera Ruby Sunday (Millie Gibson) puede participar de ese dolor.

Mención aparte merece también la actriz, porque, debido a problemas logísticos (incompatibilidad de calendarios de rodaje de Gatwa con Sex Education), en esta temporada se ha dado una refrescante novedad, y es que su estructura ha ofrecido amplios espacios para que la companion brille con luz propia desde el principio. No es raro encontrar lo que entre los aficionados se conoce como episodios doctor-lite: tradicionalmente, uno por temporada, en una trama pensada para ofrecer un pequeño descanso al actor principal en medio de una agenda particularmente agotadora. Pero este año han sido no uno, sino dos, y en lugar de situarse hacia el final del recorrido han aparecido a la mitad. El primero de ellos, «73 yardas», ha sido una verdadera exhibición interpretativa por parte de Gibson, sin el eclipse constante que suele suponer la fulgurante presencia del Doctor. Un episodio tan mutante como la propia serie (al fin y al cabo, Doctor Who es un perpetuum mobile que se mantiene vivo por pura fuerza de metamorfosis), que comienza como un folk horror, se convierte en un drama sobre la soledad y da paso a un thriller de política-ficción apocalíptica deudor de Stephen King… antes de hacer un par de piruetas más en sus apenas 45 minutos.

Resulta imposible resumir de manera cohesiva el despliegue de inventiva de estos ocho episodios, y en realidad ahí reside su mayor virtud. La serie nacida en 1963 alcanza su mejor versión cuando es difícil de sintetizar: cuando se convierte en una explosión de ideas tan febril que el espectador apenas tiene tiempo de acabar de maravillarse por una antes de toparse con la siguiente. Por supuesto, no todas están a la misma altura, y algunas quizá no acaban de funcionar (números musicales con goblins, bebés que hablan…). Pero esa ha sido también la seña de identidad de las mejores temporadas de Doctor Who, e incluso los pequeños traspiés esconden siempre algo fascinante detrás. En el peor de los casos, son el peaje que hay que pagar a cambio de los momentos de verdadera genialidad, que surgen de ideas igualmente improbables pero que, contra toda estadística, acaban ofreciendo una catarsis emocional pura. Bienvenidos sean los altibajos y las turbulencias si el resultado es un accidentado, espectacular y exultante viaje a bordo de una TARDIS. Que, como bien sabe el Doctor, nunca aterriza donde uno quiere, sino donde más se la necesita. Y en este momento histórico que nos ha tocado vivir, en el que los lobos reaccionarios aúllan a las puertas de la ciudad, la TARDIS y su piloto inmortal son más necesarios que nunca.

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3 Comments

  1. elchistesecuentasolo

    Don’t ask questions, just consume product and then get excited for next product.

  2. Season 14 was a copy and paste of RT Davies’ first season, where the protagonist was Ruby Sunday as Rose Tayler in the first season, but unlike Rose Ruby had no noteworthy development. The Doctor often repeating that he was the last of his race was something already heard with the Time War. Poor Ncuti Gatwa who had scripts that were not only bad and full of stereotypes but also tired as if T Davies had no ideas and thought it best to copy himself because people idolize him anyway. I expected so much especially after Moffat’s brilliant writing and Chibnall’s masterful writing.

  3. Pingback: ‘Doctor Who’, 2024: la TARDIS y los lobos - Multiplode6.com

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