Wham-Bam Glass-Breaker-I-Am-Jam.
Darryl R. Dawkins, jugador de baloncesto (1957-2015).
En el principio todo era oscuridad y silencio hasta que el profesor James Naismith colgó un cesto de melocotones en una barandilla de la galería superior del gimnasio. Es decir, en su origen, el baloncesto se jugaba sin tablero. Para evitar suspicacias o accidentes, dado que desde la barandilla de la grada los espectadores podían interferir en el juego o sufrir un balonazo, se introdujo un parapeto tras el cesto. Y ese parapeto, denominado tablero, es el que se pretendía proteger en el baloncesto base estadounidense a finales de los años sesenta.
Durante casi diez años, en la high school y en la NCAA, la liga universitaria de baloncesto norteamericana, estuvo prohibido machacar (introducir el balón con fuerza en el aro colgándose de este), incluso en los calentamientos. Las dos razones oficiales para esta No Dunking Rule fueron mitigar las lesiones que se producían bajo la canasta y evitar roturas de tableros que conllevaban suspensiones o retrasos en los partidos. Popularmente, esta restricción se conoce como la regla Alcindor, refiriéndose al jugador llamado por entonces Lew Alcindor (y que tras su conversión al islam pasó a ser Kareem Abdul-Jabbar, imborrable en el imaginario colectivo por su gancho, por sus gafas y por ser el copiloto de Aterriza como puedas), ya que se había mostrado imparable las dos temporadas anteriores e ingenuamente se pretendía así igualar la competición. No solo no funcionó, sino que provocó que Jabbar no pudiera mostrar al público los mates desde la línea de tiro libre que practicaba en los entrenamientos y que se especializara en su lanzamiento característico, el sky hook, si acaso aún más indefendible que machacar por su mayor rango de tiro. Es decir, se comprobó que los que eran grandes y buenos seguían siendo grandes y buenos a pesar de la regla, y que se estaba privando a los espectadores de un lance espectacular del juego. Y se revirtió. Para la historia de la infamia quedará que, por esta prohibición, nos dejaron sin poder disfrutar de los dunks de Julius Dr. J Erving en sus años universitarios. No obstante, se siguieron produciendo roturas de tablero, pero vale la pena el riesgo. Repasemos las más icónicas.
Sabonis rompe, el Real Madrid paga
Aún muchos recordamos con nostalgia el Torneo de Navidad del Real Madrid, en el que con frecuencia se jugaban partidos de fantasía entre clubes y selecciones, ya fueran nacionales (Unión Soviética o Yugoslavia) o de norteamericanos reunidos bajo nombres pintorescos (All-Stars Marlboro, Winston o Cheiw). En el del año 1984 al que nos estamos refiriendo en particular, el Madrid se enfrentaba al formidable combinado soviético de entonces que, con escuetos pantalones, amplias muñequeras, hirsutos y hieráticos, lucía las temibles siglas CCCP en el pecho. Entre ellos, se encontraba un muchacho de veinte años recién cumplidos que jugaba al baloncesto con una velocidad, destreza y agilidad increíbles para alguien de 2,21 metros de altura. Se le auguraba un futuro increíble, sin límites. Desgraciadamente, unos años más tarde sufrió una, o una y media, o dos roturas del tendón de Aquiles (dependiendo de las fuentes) que lastraron su juego. A pesar de ello y de largas y misteriosas convalecencias, pudo volver al máximo nivel y el resto es un conocido cuento de hadas: oro olímpico en 1988, fichaje por el Fórum Filatélico de Valladolid, comercialización de la colonia para hombre Triple de Sabonis, campeón de la Euroliga con el Real Madrid, siete temporadas en la NBA, y todo tipo de premios a nivel individual, de clubes y selecciones, culminados con su entrada en el Hall of Fame de la FIBA.
En aquel Torneo de Navidad, decíamos, se pudo admirar un prodigio de la naturaleza, un unicornio, como se denominan hoy en día este tipo de jugadores: alto, rápido y con tiro exterior. Cerca del final del partido ocurrió una de esas jugadas que marcan a una generación: Fernando Romay erró al intentar anticiparse a un pase a Sabonis en la zona, y este atrapó el balón y giró como un tornado, yendo directo a por el aro. Inconcebiblemente, Alfonso del Corral intentó taponar a esa bestia. Tal vez espoleado por la insolencia o empleándose con más contundencia por si acaso, el lituano saltó y machacó con dureza, posterizando al ingenuo Del Corral y reventando el cristal como un parabrisas que recibe una pedrada. Tras unos instantes de estupor, se vivió un maravilloso momento de comunión en la grada, que coreó como una sola voz: «que lo pague, que lo pague». El partido se suspendió y se dio por ganador al combinado soviético, ya que con dos minutos por jugar y catorce puntos de ventaja en el marcador se hacía prácticamente imposible la remontada. Y también porque la gente se querría ir a su casa, a rematar las compras de regalos, a volver a su vida, en definitiva, y no tener que esperar durante muchos minutos a que unos nerviosos operarios reemplazaran el tablero.
Aprovechando aquella visita, Sixto Miguel Serrano consiguió colarse en el hotel de concentración de la selección soviética y entrevistó a Sabonis, quien dejó las siguientes proféticas palabras (recordemos que estamos hablando de finales de 1984): «Para mí, Kareem Abdul-Jabbar es el mejor jugador del mundo. Aúna fuerza, espectáculo y clase, al igual que Moses Malone. Un jugador que me encanta, eso sí, aunque no sea pívot, es Michael Jordan».
From North Carolina, at guard, 6’6”
Qué se puede decir de MJ que no se haya dicho ya. El mejor jugador de todos los tiempos (hasta que algún día, sea cuando sea eso, se retire LeBron James y haya que hacer un honesto examen de conciencia colectivo) tuvo una época en que lo paseaban como atracción de feria: si alguien tenía un evento y necesitaba promoción, tal vez lo podía contratar de la mano de Nike. Y así se tuvo la oportunidad de verlo en una cancha de baloncesto en España por primera vez, en verano de 1990, durante la presentación de la Liga ACB. Todo rodeado de cierto aire folclórico, al estilo Bienvenido, Mister Marshall, jugó media parte con un combinado de estrellas de la liga, y la otra mitad, con otro. Para la leyenda quedan su actuación en el partido (fue el máximo anotador en la primera mitad, donde su equipo iba ganando, y también en la segunda, donde dirigió la remontada y ganó en el cómputo global) y el tercer tiempo en una discoteca barcelonesa con jugadores norteamericanos de la ACB. No recuerdo exactamente si fue en esa visita o en otra cuando en el programa Estadio 2 le regalaron una capa española al que denominaron «Superman negro». Todo diplomacia, Jordan recibió el regalo educadamente con un «Oh, I love it».
Un bolo parecido tuvo en Trieste (Italia) cinco años antes, en medio de una gira que también lo llevó a Francia e Inglaterra. Al mismo tiempo que la ACB acordaba la adopción de los aros retráctiles tras la performance de Sabonis de esas Navidades, Jordan rompió el tablero en una jugada postrera de aquel partido de exhibición. Atacó la canasta en una de sus jugadas características, batió desde el lado izquierdo, con el cuerpo en escorzo, y machacó con la derecha con una fuerza tremenda, quedándose con el aro en la mano hasta que el cristal estalló. No es que lo fisurara y que saltaran algunos pedazos pequeños, no, lo reventó: todo el vidrio cayó en cascada sobre la cancha (y también sobre un par de infortunados jugadores); el tablero propiamente dicho desapareció, quedó la estructura metálica limpia como las raspas del pescado. Recordemos que Jordan en esa época solo pesaba unos ochenta y cinco kilos.
Si hubiera movido más su culo en el gimnasio, yo ahora tendría doce putos anillos
Más o menos esas fueron las declaraciones de Kobe Bryant sobre su compañero Shaquille O’Neal, que nunca jugó en la NBA pesando menos de ciento treinta y tres kilos, tocando techo en los Playoffs de 2002 con unos formidables ciento ochenta y ocho kilos (no obstante, ganó el anillo y el MVP de las finales). Así que lo que vamos a contar a continuación no les sorprenderá.
Shaq debutó en la NBA en la temporada 1992-1993 con actuaciones antológicas: mejor jugador en la primera semana, mejor rookie del año, veintitrés puntos y catorce rebotes por partido de media y dos canastas rotas. Sí, canastas, no solo tableros. Contra los Suns se colgó del aro al palmear a dos manos un rebote e hizo colapsar el sistema hidráulico que sostiene la estructura de la canasta, encogiéndose esta como un perrito al que le han golpeado el hocico con periódico enrollado. Un par de meses más tarde, en un encuentro contra los Nets, recibió un balón en el poste bajo y machacó con tal dureza que partió la estructura metálica; el tablero, el aro y el marcador de veinticuatro segundos que se ubica sobre el tablero se desmoronaron, y este último terminó golpeándole en la espalda. Como consecuencia, la NBA ordenó reforzar la estructura de las canastas al finalizar la temporada. No obstante, los tableros en sí resistieron, no reventaron como en otras ocasiones porque, desde la temporada 1981-1982, la NBA impuso los aros retráctiles para intentar contener a otra fuerza de la naturaleza.
Darryl Dawkins
Sus dos sobrenombres más conocidos (Chocolate Thunder y Baby Gorilla) difícilmente serían admisibles hoy en día aunque fueran aceptados por el propio interesado, pero eran otros tiempos. Fue el primer jugador que llegó a la NBA directamente desde el instituto. Dawkins era un pívot explosivo, de 2,11 de altura y ciento quince kilos de peso, pero sus estadísticas no se pueden comparar a las de Shaq, a excepción de las faltas personales, donde lideró la liga una vez. Hay otro logro en el que le supera: en noviembre de 1979, en apenas tres semanas, hizo añicos dos tableros. El segundo de ellos fue especialmente brutal porque arrancó el aro, que acabó en el suelo, rodeado de pedazos de cristal.
Los aros de aquella época eran rígidos, se trataba de unas piezas metálicas empotradas en el tablero. Tras estos sucesos, la NBA advirtió a Dawkins de que lo multaría con cinco mil dólares por cada tablero roto. No obstante, en la temporada 1981-1982, la liga impuso en sus canchas los aros retráctiles, que contenían unos resortes que permitían que el aro se doblara cuando un jugador se colgaba de él, y recuperara su posición al finalizar el mate. Se evitaba así que toda la fuerza del mate se transmitiera al tablero y lo quebrara.
Dawkins, que siguió siendo embajador de la NBA y muy popular tras su retirada, murió en 2015 de un ataque al corazón. Shaq lo recordó así: «Él fue el padre de los mates poderosos; los demás solo hemos sido sus hijos».
Yo estuve en ese partido de Sabonis en el trofeo de navidad del 1984, y aparte de darme cuenta lo vejestorio que estoy hecho, recordé que Del Corral unas semanas antes había puesto un tapón a un tal Pankrashkin, jugador de 2,12 de altura del CSKA de Moscú. El valiente jugador del Real Madrid lo inentó contra el joven jugador lituano (como indica el artículo) pero claro, Sabonis era mucho Sabonis.
Yo también recuerdo esa jugada con Pankrashkin, pero no fue un tapón, sino un mate, lo cual tenía un enorme mérito debido a la diferencia de altura (2,12 contra 1,93).
Es cierto….!!!. Tienes toda la razón. Gracias….!!!
Sin ánimo de enemistarme con el casi siempre afable Shaq, quiero dejar claro que, aún siendo Dawkins un matador colosal, el padre de todos ellos, se llama Dominique Wilkins.
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Lleno de nostalgia ,plagado de romanticismo irrelevante,carente de análisis profundo.El autor se entrega a una repetición de clichés sobre la » magia » del ajedrez,olvidando que la verdadera belleza del juego reside en su complejidad matemática.
Dawkins, además de matador, le gustaba adornar el hecho con frases ilustrativas. Todo un poeta.
La frase ilustrativa de uno de los mates que hizo añicos un tablero:
“Chocolate Thunder Flying, Robinzine Crying, Teeth Shaking, Glass Breaking, Rump Roasting, Bun Toasting, Wham, Bam, Glass Breaker, I Am Jam.”