Música

¿La culpa de todo la tuvo Yoko Ono? (y 2)

yoko ono
John Lennon, George Harrison, Ringo Starr y Paul McCartney, 1963. Fotografía: Getty.

Viene de «¿La culpa de todo la tuvo Yoko Ono? (1)»

A mediados de los sesenta, cuando los chicos apenas sumaban unos pocos años girando tras cultivar un éxito descomunal, descubrieron que eran incapaces de domar al monstruo que, sin querer, habían creado: la beatlemanía. Un insólito fenómeno de histeria generalizada entre unas fans que gritaban desquiciadas y acosaban en masa a los cuatro de Liverpool. Un suceso fascinante desde el punto de vista psicológico que el poeta David Holbrook definió como una fantasía masturbatoria colectiva. Los Beatles no tardaron en acabar hasta las pelotas de tanta persecución y griterío por parte de las chavalas. Se vieron obligados a viajar en camiones blindados, cancelaron las apariciones televisivas para que las seguidoras no demolieran los platós, y padecieron conciertos en los que apenas podían escuchar lo que estaban tocando ante aquel muro sónico de berridos femeninos incesantes. Hastiado por el acoso, George Harrison anunció a Brian Epstein su intención de abandonar la empresa, pero el mánager lo convenció para quedarse cuando los Beatles acordaron, tras su tour norteamericano de 1966, no volver a hacer giras nunca más.

Lo cierto es que Epstein era un mediador necesario para aquella pandilla, tanto en las relaciones personales como en los negocios vulgares. Por eso mismo, su fallecimiento dejó al equipo bastante más a la deriva de lo que ninguno de ellos hubiera querido reconocer. Justo antes de morir, Epstein ensambló una compañía llamada Apple Corps para beneficiarse de pagar menos impuestos. «¿Qué hacemos con todo este dinero? —les preguntó a sus muchachos en cierto momento—. ¿Se lo damos al Gobierno o montamos algo para quedárnoslo?». Ante la ausencia del hombre que se hacía cargo de sus negocios, los Beatles decidieron ejercer ellos mismos el papel de empresarios y comandar el devenir de Apple Corps por su cuenta.

A principios de 1968, Lennon y McCartney presentaron su reluciente nueva compañía Apple Corps ante la prensa. Una sociedad que albergaría una rama musical, pero también otros departamentos dedicados a la electrónica, la publicidad, los comercios de venta minorista, las publicaciones o las películas. Lennon vendió la moto como una organización multidisciplinar que financiaría a la gente creativa más loca sin poner pegas: «Queremos fabricar un sistema en donde la gente que quiera crear, por ejemplo, una película sobre lo-que-sea no tenga que arrodillarse en la oficina de alguien». Y McCartney lo revistió todo de manera idílica: «Es una suerte de comunismo occidental […]. Solo queremos combinar los negocios con el disfrute. Nos encontramos en la feliz posición de no necesitar más dinero. Así que por primera vez los jefes al mando no estarán en esto por los beneficios. Ya hemos comprado todos nuestros sueños, ahora lo que queremos es compartir esa posibilidad con los demás».

Los Beatles comandarían el negocio, pero colocaron como director general de Apple Corps a Alistair Taylor, el que fuese asistente personal de Epstein. De paso, a McCartney se le ocurrió disfrazar a aquel pobre caballero de hombre orquesta para fotografiarlo y estamparlo en un anuncio de prensa donde se invitaba a todos los lectores con algún proyecto en mente a dirigirse a la empresa de la manzanita para obtener financiación sin intermediarios. En poco tiempo, las oficinas de Apple Corps se saturaron de tarados en busca de libras por la cara, la mayoría agarró la pasta y desapareció, dejando tras de sí una nube de humo. «Recibimos a todos los frikis del mundo», apuntaría Harrison, resumiendo la habilidosa estrategia empresarial.

En el interior de las oficinas de Apple Corps, la situación no pintaba mejor: los Beatles contrataron a un amplio equipo de empleados, pero se olvidaron de proporcionarles directrices o supervisión. Aquellos trabajadores, al descubrir que podían hacer lo que les saliera del papo, se dedicaron a tocarse los pies durante toda la jornada laboral. Y de rebote, a encargar comilonas, alcohol o drogas a cuenta de la empresa, para metérselo todo en el cuerpo en horario de oficina. «Teníamos a unas mil personas que no eran necesarias —recordaba Ringo Starr—, pero todas se lo pasaron muy bien. Estaban cobrando por estar sentadas ahí. Teníamos a un tío contratado solo para leer las cartas del tarot o el I Ching. Era una locura». Tras observar que aquello era un sumidero de millones de libras, los Beatles abandonaron la idea de jugar a ser empresarios, renunciaron a su fantasía de mecenazgo y colocaron la compañía en manos de gente más ducha en esas gestiones. Pero el caos financiero provocado por aquella aventura dejó tocados a los músicos y a sus arcas.

En 1968, las fricciones entre los cuatro miembros de la tropa aumentaron al mismo tiempo que sus visiones artísticas comenzaban a distanciarse. La grabación del mítico Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band en el 66 había supuesto un esfuerzo creativo muy bien coordinado. Pero, a partir de ahí, la brújula de cada Beatle apuntaba hacia una dirección diferente a la hora de confeccionar los temas. McCartney seguía componiendo estrofas poperas que Lennon contemplaba disgustado. Lennon se había puesto a parir creaciones psicodélicas y experimentales que McCartney observaba con el morro torcido. Harrison había comenzado a tomarse en serio su trabajo como letrista pero ninguno de los dos anteriores le hacía ni puñetero caso: «Yo les mostraba canciones que eran mejores que algunas de las suyas y, aun así, teníamos que grabar ocho de sus temas antes de que se tomasen la molestia de escuchar uno de los míos». Starr contemplaba todo lo anterior bastante amargado porque sus compañeros menospreciaban sus habilidades como batería.

Durante la gestación del disco The Beatles, conocido popularmente como White Album, Lennon comenzó a presentarse en las grabaciones acompañado de una chica muy especialita llamada Yoko Ono, la artista vanguardista por la que había sustituido a su esposa. Aquella invitada no deseada no tardó en romper el flow de los Beatles, que acostumbraban a trabajar en privado y rara vez permitían a nadie, parejas incluidas, asistir al proceso creativo. Los desencuentros crecieron en el estudio, donde Lennon prestaba más atención a Ono que a sus colegas de charangas, y Starr optó por abandonar el grupo durante un par de semanas, al sentirse totalmente ignorado por sus camaradas. El resultado de tanto drama fue un doble elepé donde era evidente que cada Beatle ya iba a lo suyo. Cuando se publicó el White Album, la revista Rolling Stone lo definió como «Cuatro discos en solitario bajo el mismo techo». Lennon apuntaría más tarde que, además de música, lo que se podía escuchar en aquellos dos vinilos era la propia ruptura de la banda.

Todo caería en picado en los meses posteriores. La accidentada creación de un nuevo disco, que comenzaría llamándose Get Back pero mutaría en Let It Be, llevaría a Harrison a separarse de los Beatles para, poco después, recular y volver al equipo por obligaciones contractuales. Entretanto, Lennon cabalgaba problemas más gordos al haberse convertido en un adicto a esnifar heroína. La pandilla no era ajena a las drogas, en realidad, comenzaron consumiendo alegremente benzedrina, fenmetrazina y cannabis en sus inicios, tantearon la cocaína y, finalmente, se habían convertido en fans del LSD después de que, en 1965, el dentista de Harrison les sirviera un par de cafés aderezados con ácido. Pero la adicción de Lennon al caballo fue mucho más jodida que las excursiones lisérgicas recreacionales, agravando seriamente la relación con sus socios e incluso culpándolos a ellos de haberse enganchado a esa droga por la presión a la que se veía sometido. Tras la grabación de Abbey Road, un álbum que se publicaría antes que Let It Be, Lennon anunció al resto de la cuadrilla que se marchaba del grupo, pero los cuatro acordaron mantener aquella separación en secreto por el bien de los proyectos que estaban en marcha. Meses después, fue McCartney el que abandonó el barco de manera pública.

A finales de 1974, Lennon oficializó la desintegración de los Beatles firmando el divorcio en el lugar menos glamouroso posible, una habitación del hotel polinesio de Walt Disney World. Desde entonces, melómanos e historiadores han tratado de determinar el elemento concreto que causó la separación de la agrupación. Algunos apuntaron a los roces internos, otros, a las drogas, los fracasos empresariales, la beatlemanía, la muerte de Epstein o la presencia de Yoko Ono. Todos estaban equivocados y todos tenían razón al mismo tiempo.

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6 Comentarios

  1. Ambituerto

    Si Peter Jackson se pudo cascar ocho horas de documental sólo con la grabación del Let it be, tú tenías mucho más margen para hacer algo más completito con un tema tan fértil como los motivos de la defunción de la mejor banda de la historia del pop-rock mundial. Pero bueno, mal no está lo que has escrito.

  2. Jordi_BCN

    «McCartney seguía componiendo estrofas poperas que Lennon contemplaba disgustado. Lennon se había puesto a parir creaciones psicodélicas y experimentales que McCartney observaba con el morro torcido.» «Estrofas poperas», Blackbird, supongo. «Creaciones psicodélicas», Bungalow Bill, debe ser. En fin, cliché sobre cliché, mucha mucha música de los Beatles no parece haber escuchado el autor. Por lo demás, con un buen prompt, ChatGPT escribe un artículo menos manoseado.

  3. Jordi_BCN

    Este comentario lo ha escrito ChatGPT:

    «El texto presenta una visión excesivamente simplista y sensacionalista de las diferencias entre los miembros de la banda. Al centrarse en los conflictos personales, ignora la complejidad de las colaboraciones y la evolución artística del grupo. Además, la narrativa parece apoyarse en anécdotas y citas posiblemente fuera de contexto para exagerar las discordias, lo cual reduce la credibilidad del artículo.

    Así mismo, el autor no proporciona suficiente evidencia o fuentes para respaldar sus afirmaciones. Aunque menciona las diferentes direcciones artísticas de McCartney, Lennon y Harrison, el artículo no profundiza en cómo estas diferencias se reflejaron en sus trabajos individuales o en los álbumes del grupo. Esto hace que las conclusiones parezcan superficiales y poco fundamentadas.

    También la caracterización de Ringo Starr como un miembro amargado y subestimado es un tropo recurrente pero injusto. Esta visión desmerece su contribución al grupo y perpetúa una imagen sesgada que no se alinea con las opiniones de muchos críticos y fans que valoran su estilo único y su papel esencial en la dinámica de los Beatles.

    En resumen, el artículo falla al ofrecer un análisis equilibrado y bien documentado de las tensiones en los Beatles, optando en su lugar por una narrativa simplista y sensacionalista que no hace justicia a la rica historia del grupo.»

    Este comentario escrito por una IA demuestra, en mi opinión, que artículos banales e impersonales como el que nos ocupa los puede igualar, si no mejorar, una IA correctamente estimulada (no se me ocurre una mejor traducción de «prompt»). Quizá Jot Down haría bien en mejorar la calidad media de sus colaboradores, aunque ello supusiera el pago de una razonable cuota mensual, pues la calidad se paga, y en esta revista, desde que ya hace años la empecé a leer, la calidad va en lento pero continuo descenso.

    • Di George

      El otro dia hice referencia a esto mismo que comentas en un articulo que, basicamente , era una autopalmada en la espalda (u acto de onanismo periodístico). En esencia, mencionaba que los articulos eran mas cortos y menos detallados.

      JotDown (supongo que el editor) me contestó vehementemente y poco autocrítica que eso no era cierto en absoluto.

      Pues el otro dia al leer la primera parte estuve a punto de escribirlo mismo y lo dejé pasar porque esto no es twitter y no estamos aquí para hatear. Pero tu comentario sobre el chat GPT me ha hecho revivir la sensación de haber pasado de una revista cultural de buen nivel (tengo hasta el tomo 24 de la revista fisica), a una suerte de GQ o de Muy Interesante

  4. Qué picajoso!!
    Es un artículo, no un libro.
    Y por cierto, ameno, bien documentado y claro en planteamientos y conclusiones.
    Y no soy familia del amigo Cuevas.
    PD: «la mejor banda de la historia del pop-rock mundial» muy discutible, mucho.
    El mayor fenómeno, sí.

  5. Gracias por el artículo. Un saludo.

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