Se llamaba Bill Harry, sumaba veintipocos años y tenía pinta de estar buscando algo, porque eso era exactamente lo que hacía. Rastreaba las calles y los antros del Liverpool de los primeros sesenta con una libreta en la mano, tomando nota de todos aquellos chavales que se plantaban en los clubs empuñando instrumentos y con ganas de armar follón. Al igual que a todos los jóvenes, a Harry le apasionaba la música. Pero también sentía la necesidad de documentarla, de informar a la sociedad sobre las bandas locales que atronaban en las entrañas de la ciudad.
Harry poseía vocación periodística, había fabricado fanzines y revistas siendo crío, y tenía el convencimiento de que lo que se estaba cociendo en Liverpool era el equivalente a lo que ocurrió en Nueva Orleans a principios de siglo, pero sustituyendo el jazz por el desmelenado rock and roll. El problema es que ninguna publicación parecía dispuesta a cederle un hueco al chaval para escribir sobre ello. La almidonada prensa musical del momento no quería embarrar sus páginas con los infames acordes que escuchaban los adolescentes.
Decidido a hacer las cosas por su cuenta, Harry logró que le prestaran cincuenta libras para fundar Mersey Beat, un periódico que cubriría los sucesos sonoros acontecidos en varias ciudades del condado de Merseyside. La tirada inicial del primer número se publicó en 1961, y consistió en cinco mil copias que se vendieron como churros y se devoraron como pipas. En la segunda página de aquel ejemplar inaugural, los lectores se toparon con una biografía de coña sobre un grupo local que se ganaba la vida haciendo bolos entre Liverpool y Hamburgo. Un texto titulado «Una breve diversión sobre los dudosos orígenes de los Beatles» y firmado por un colega y compañero de estudios de Harry, un tío un poco rarito llamado John Lennon.
Una breve diversión sobre los dudosos orígenes de los Beatles
Se llamaba Brian Epstein, sumaba veintimuchos años y tenía pinta de estar buscando su lugar en el mundo, porque eso era exactamente lo que llevaba haciendo toda su vida. De niño, había sido expulsado de una escuela detrás de otra. De adolescente, se había convertido en paciente habitual de los psiquiatras. Durante toda su existencia, había estado sometido a la presión familiar por no cumplir con lo que se esperaba de él, y a la marginación social por ocultar su homosexualidad en una época en la que encamarse entre varones era oficialmente ilegal.
A principios de los sesenta, Epstein dirigía una tienda de discos e instrumentos musicales de la franquicia The North End Music Stores, propiedad de su familia. Un puesto en el que había sido colocado por sus progenitores, y donde el hombre se demostró extremadamente competente. Durante el verano de 1961, comenzó a vender en el local una nueva revista independiente llamada Mersey Beat. En la portada del segundo número de dicha publicación descubrió la foto de un grupo de jovenzuelos que se hacían llamar The Beatles.
A finales de ese mismo año, Epstein solicitó al editor del magacín, Bill Harry, que le colase en una de las actuaciones de la banda en el legendario The Cavern Club. Tras contemplar en directo a John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Pete Best, aquel gerente de una tienda de música intuyó que los chavales tenían alma de estrella. Asistió a varios conciertos más y contactó con el expromotor de la banda, Allan Williams, quien, ligeramente desencantado con la experiencia de lidiar con los Beatles, le recomendó «no acercarse a ellos ni con una puta pértiga».
Haciendo caso omiso, Epstein concretó una reunión con el grupo para tantear el terreno. Lennon, Harrison y Best se presentaron con demora a la cita tras entretenerse bebiendo, y McCartney anunció que llegaría más tarde aún porque se estaba dando un baño. Harrison tranquilizó a un airado Epstein, que veía que todo aquello no era serio, apuntando que McCartney «llegaría tarde, pero estaría muy limpio». En cuestión de días, Epstein convenció a los chicos para ejercer como el mánager de la banda. Gradualmente, los obligó a sustituir los tejanos y las chaquetas de cuero que vestían por trajes hechos a medida, y también les prohibió hacer el cafre sobre el escenario.
A la altura de 1962, unos Beatles que habían incrementado su caché y encadenaban conciertos con éxito firmaron un contrato con EMI. Poco después, Epstein le indicó a Pete Best dónde estaba la puerta y colocó en su lugar a otro batería llamado Ringo Starr. En los años posteriores, los Beatles se convirtieron en la banda más famosa de todo el planeta.
Una breve diversión sobre la dudosa separación de los Beatles
El 27 de agosto de 1967, Brian Epstein fue hallado muerto en la cama de su residencia londinense tras sufrir una sobredosis accidental, consecuencia de combinar barbitúricos y alcohol. Que un mánager la palme no suele suponer una noticia digna de causar mucho revuelo, pero aquello se convirtió en un titular destacado por los medios al tratarse de un caso especial, porque el finado era una auténtica leyenda. Era el hombre que había descubierto a los Beatles, el grupo que conformó el mayor fenómeno musical de unos sesenta en los que The Rolling Stones aún estaban precalentando en la banda. Epstein fue esa persona que McCartney definiría como el auténtico quinto beatle. Tres años después de aquella muerte, la formación de Liverpool se separaría definitivamente.
Desde entonces, los melómanos y los historiadores se han dedicado a intentar acotar una causa concreta que propiciase la ruptura de los Beatles. A tratar de localizar qué pudo destruir definitivamente a una banda que, en solo una década, había trepado al trono para transformar el mundo del pop por completo, erigiéndose como los artistas más influyentes del ecosistema musical. Algunos achacan la culpa de la disolución a las tensiones internas del grupo. Pero otras teorías señalan a las drogas, a los caóticos tejemanejes empresariales, al hartazgo ante la fama, a la súbita desaparición de Epstein o a la inesperada aparición de una mujer llamada Yoko Ono.
En abril de 1970, McCartney anunció públicamente que se alejaba de los Beatles. Aquello supuso el final del grupo de manera instantánea, aunque el divorcio total no se formalizaría hasta casi cinco años después en los dominios de Mickey Mouse. Porque los Beatles solo dejaron de existir legalmente a finales de 1974, cuando los abogados persiguieron a Lennon hasta Walt Disney World, el parque de atracciones floridano donde descansaba en compañía de su hijo Julian y de su novia May Pang, para que firmase el papeleo que finiquitó la asociación musical. Unos documentos donde los otros Beatles ya habían estampado su rúbrica previamente. En realidad, las fisuras en la banda habían comenzado a aparecer mucho antes de que McCartney dijese adiós con la manita. De hecho, el bajista y compositor ni siquiera era el primero que anunció su intención de salirse del grupo.
(Continúa aquí)
…mmmm, promete!
Yoko Ono no era más turbia que Linda Eastman
Mas o menos. Tanto McCartney como Lennon cambiaron los calzones despues de conocerlas.
¿Oyeee…? ¿Diego…? Escucha, tira palante el artículo sobre los Beatles que eso siempre tiene tirón. ¿Qué dices? ¿Que ya se ha escrito todo sobre ellos? Anda, y aquí en Jot Down, no veas… Pero bueno, dale porque los artículos, últimamente no los debe leer ni dios a juzgar por el aluvión de comentarios que llega. Y hazlo así intrigante, algo como una segunda parte a la que no se puede acceder aunque teclees hasta el fin de las olimpiadas. ¿Vale, majo? Pues eso…
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