Cuando uno lee a Dostoievski siente que está en una posición como de adoración al autor. Decía Valle-Inclán que la historia de la literatura se componía de tres grandes etapas: una en que el escritor miraba al personaje de rodillas, sintiéndose insignificante ante las proezas narradas: este era el momento de la épica y de los grandes cantares de gesta de Homero, Virgilio o los anónimos escritores, probablemente juglares, del Poema de Mio Cid. El siguiente gran momento de la literatura correspondería a los siglos de oro en el que el autor miraba a los personajes cara a cara, sabiendo que compartía con ellos grandezas y miserias: no de otro modo cabe entender las obras de Shakespeare y Cervantes. Por fin, el tercer gran hito del mundo de las letras sería aquel en que el escritor miraba a sus personajes de arriba hacia abajo, como si fuera un titiritero moviendo sus muñecos o un bululú. El autor sería consciente de lo grotesco de los humanos afanes y se desternillaría con ello: este sería el gran tiempo de los esperpentos y una fase de la literatura cuya invención se atribuía el propio Valle. Pero es que cuando uno lee a Dostoievski, se siente como de rodillas ante la grandeza del escritor. Algo hay de las Comedias bárbaras, de don Ramón, en Los hermanos Karamazov, de Fiódor, si bien esta obra es anterior a la española, pero no es este el momento de detenernos en esas consideraciones.
El caso es que Dostoievski fue nihilista, se acercó al Círculo de Petrashevski y estuvo a punto de ser ejecutado a la edad de veintiocho años. En el último momento se le conmutó la pena capital por cuatro años de trabajo forzados en Siberia, que por aquella época no figuraba en los programas de las empresas mayoristas de viajes ni ahora tampoco. Y nihilistas hay en El gran Lebowski (1998), dirigida por Joel, producida por Ethan, lo que nos permite otras opciones de interpretación para una película de culto de los hermanos Coen, valga la redundancia: no solo Dostoievski inspira adoración.
No vamos a cambiar el hábito que hemos observado hasta ahora cuando hemos llegado a la última película de nuestro estudio. Por ello, comencemos nuestro análisis con un brevísimo repaso de la crítica en medios, que se ha deshecho en elogios, con algún reparo en la reseña que publicó Todd McArthy para Variety el 19 de enero de 1998: «Spiked with wonderfully funny sequences and some brilliantly original notions, The Big Lebowski, a pseudo-mystery thriller with a keen eye and ear for societal mores and modern figures of speech, nonetheless adds up to considerably less than the sum of its often scintillating parts, simply because the film doesn’t seem to be about anything other than its own cleverness». Mucho más entusiasta es la opinión de Janet Maslin para The New York Times el 6 de marzo de 1998: «Watching it amble along is enough of a treat, since the Coens populate this story with oddballs and bowling balls of such comic variety». Para el argentino Diego Lerer en su blog Micropsia se trata de un «delirante y placentero juego de los hermanos Coen, una suerte de policial slapstick, a los directores de Fargo se los siente más libres que nunca».
Unanimidad, por lo tanto, en lo que a la vis cómica de esta cinta se refiere, mas parece haber escapado a los estudiosos de los Coen que El gran Lebowski está arropado por el entramado filosófico materialista que caracterizó a gran parte del siglo XIX, sobre todo a su segunda mitad, y que todavía sigue vivo en sectores muy importantes de las sociedades contemporáneas. Que vamos a ver, que yo no pretendo derribar la lectura literal de esta película, un argumento que la ha convertido en uno de los grandes iconos del frikismo, pero si un largometraje se inicia con la voz en off de una madeja rodante de espinos en el desierto de California, que además se erige en la voz narrativa de los acontecimientos, necesariamente hemos de pensar en algo que vaya más allá de lo que las escenas en sentido estricto nos muestran.
No figura, pues, entre mis intenciones el derribar las sugerencias que los hechos en sí han despertado y siguen vivos entre los clubes de adoradores de esta película: podemos quedarnos con la literalidad de las escenas y estaríamos ante un largometraje excepcional, pero considero que hay algo más. Las diferentes acciones que se suceden en El gran Lebowski obedecen a esa voluntad tan coeniana de vincular sus filmes con los grandes momentos del pensamiento o de la creación, artística pero también mística.
Porque, vamos a ver, ¿a quién nos recuerda la estética de Jeff Bridges en su papel del Lebowski Nota? Obviamente a Carlos Marx, cuyo antagonista, el desencadenante de toda la trama es el Lebowski Capital. De hecho, en el primer encuentro que mantienen ambos, el Capital le dice al Nota: «Tu revolución ha terminado», siendo así que en la elegía que Friedrich Engels dedicó a Marx le consideró como la encarnación del espíritu revolucionario. El Kapital, con K, resulta fascinante a Baird Whitlock en Hail, Caesar!, pero observamos desprecio en las palabras y en las acciones del Nota hacia las convenciones cotidianas del capital, con c minúscula. Por ello, en la primera escena le vemos firmando un talón de 0,69 dólares en un supermercado por un cartón de leche, que ya se ha medio bebido, vestido con albornoz y gayumbos, lo que significa una burla ingeniosa del sistema. Nada que ver con las últimas tendencias de la moda.
Y, bueno, no hace falta insistir demasiado en conceptos bastante conocidos en nuestro mundo desde hace casi dos siglos, como la interpretación dialéctica de la historia, la lucha de clases o la dictadura del proletariado. Por ello, voy a traer un párrafo de Marx, que no es el más famoso y forma parte de uno de sus últimos textos. Estoy refiriéndome a la Crítica del programa de Gotha (1875):
En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!
Algo que también recuerda Valeri Lomidze en un determinado momento de la novela de Ignacio del Valle, Busca mi rostro, que citamos en el primer capítulo de este libro, dedicado a la mística de los Coen. Pues bien, Lomidze es un oligarca georgiano y combina a Marx y Lenin de la siguiente manera:
—Bien, me parece bien que cada uno reciba según su necesidad y dé según su capacidad —dijo sin sarcasmo—. Lenin también afirmaba que lo importante no es derrotar a alguien, sino eliminarlo; […]. Buena gente, tipos serios e irónicos, que escribieron libros inteligentes y fueron devorados y desprestigiados por Lenin (p. 293).
Todo un ejercicio de nihilismo en una excelente novela durante la cual el autor asturiano desarrolla una narración sin máscaras donde el rostro es un espejo que refleja los rincones más oscuros del alma humana.
Así pues, de cada cual, según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades, pero las necesidades del Lebowski pobre no van más allá de adquirir un cartón de leche en el supermercado.
Además, en el caso de la película la lucha de clases se desencadena cuando un matón de medio pelo hace pis con toda su mala leche en la alfombra de salón del Nota, algo que para el Consejo de Sabios de la bolera constituye un atropello en toda regla. Ahora bien, seamos realistas: una alfombra meada, por muy mona que sea, aunque tengo mis dudas, es algo demasiado poco consistente como desencadenante de una sucesión de situaciones entre las que encontraremos personajes vinculados explícitamente al pacifismo, al nihilismo, al fascismo y a las vanguardias artísticas. Hablaremos de todos esos movimientos más adelante, así como algunos implícitos, de los que sin duda el más importante es el marxismo, porque no podemos limitarnos a lo que de manera literal vemos en la pantalla, hemos de ir más allá y buscar el entramado cultural en que acontece este filme, teniendo en cuenta, eso sí, que los hermanos Coen no pretenden trasladar a las salas de cine de finales del siglo XX la efervescencia ideológica de la segunda mitad del XIX. No se trata de una adaptación a nuestros días de las vicisitudes filosóficas y vitales de los grandes pensadores decimonónicos. Lo que estos cineastas acometen en este largometraje, así como en gran parte de su producción, es una fantasía inspirada en grandes obras, corrientes de pensamiento o pensadores que han significado algo así como puntos de inflexión en la historia de la humanidad. Pongamos un ejemplo que considero suficientemente esclarecedor, pues en determinado momento, en la bolera donde se sucede gran parte de la película, como si de la Acrópolis ateniense se tratara, se suscita una confusión explícita entre John Lennon y Vladimir Ilich Uliánov, alias Lenin, cuando el Nota afirma que si buscas a la persona que se beneficia de algo, entonces descubrirás quién ha causado una situación, y si ambos mitos se traen a colación es por algo: esas menciones son las miguitas que nos permiten hallar el camino por donde discurre El gran Lebowski. Además, Lenin y Lennon bebieron en el marxismo.
De manera que, los Coen se inspiran muy libremente en el caldo de cultivo que constituyeron las filosofías positivistas para desarrollar su película y si Marx estuvo acompañado durante toda su andadura socialista por Engels, el Nota lo está por Walter Sobchack, interpretado por John Goodman. Pelo corto y barba larga muestra Engels en las fotografías que se conservan de él, pelo a cepillo y barba corta Walter en la película. Eternos descontentos ambos, partidarios también de la acción directa contra las injusticias cotidianas. Alemanes fueron Marx y Engels, alemanes son los nihilistas de El gran Lebowski, y alemanes son los sueños eróticos del Nota, que se pueblan de algo tan nibelungo y tan wagneriano como las valquirias. Engels sería luego el nombre del perrito faldero de los guionistas comunistas en Hail, Caesar!, según hemos consignado en su lugar.
Demasiadas coincidencias como para ignorar la proyección filosófica de esta película, recreación libre de las ideas que bulleron en la Europa de la segunda mitad del siglo del XIX y primer tercio del XX.
Si enfocamos nuestra atención en los nihilistas, que es la corriente de pensamiento que con mayor claridad se muestra en El gran Lebowski, y seguimos al profesor Salvador Echeagaray de la Universidad Autónoma de Guadalajara (México), el «nihilismo se considera una forma de existencialismo cuando afirma que la vida carece de significado, propósito o valor». Para los nihilistas no existe nada, ni siquiera un ser supremo y por lo tanto la vida carece de sentido. De hecho, nihilismo viene de la voz latina nihil, que significa «nada».
El nihilismo nace con la escuela cínica en el siglo IV antes de Cristo, cuyo representante más conocido es Diógenes, quien caricaturizaba cualquier forma de autoridad o poder y se imponía la austeridad como modo de vida, pues las posesiones materiales imponen una esclavitud. Ya sabemos todos en qué consiste el complejo de Diógenes.
El término se popularizó en 1862, gracias a la novela Padres e hijos, de Iván Turguénev, donde se plantea una situación en la que los jóvenes rechazan la herencia cultural que han recibido de las generaciones precedentes, y es muy curioso comprobar que cien años después, concretamente en 1964 y en el hemisferio occidental, Bob Dylan alumbró el tema «The Times They Are a-Changin», donde plantea la caducidad de los valores establecidos y consagrados, algo que en 1970 retomaría Cat Stevens con su himno inmortal «Father & Son».
El nihilismo fue muy popular en la Rusia de los zares y ya hemos comentado cómo afectó a Dostoievski. Sin embargo, se considera que los grandes teóricos del tema son dos filósofos alemanes: Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger. No es de extrañar, por tanto, que el Nota en El gran Lebowski se refiera en numerosas ocasiones al origen alemán de los nihilistas que les acosan y, para mayor abundamiento, estos personajes hablan inglés con fuerte acento germánico, aunque quien da vida al líder del grupo, Peter Stormare, que tiene un papel importante en Fargo, es de origen sueco.
Alfredo Marín García recuerda que dentro del nihilismo encontramos dos subtipos desarrollados por Nietzsche:
Nihilismo activo o positivo: Consiste en la destrucción de todos los valores y principios que rigen la sociedad para imponer unos completamente nuevos que propicien la aparición del superhombre. Este es un hombre libre, que tiene sus propios valores y posee una madurez suprema a la del hombre común.
Nihilismo pasivo o negativo: El hombre, tras la aceptación de que la realidad y los valores que conocía carecen de sentido, opta por la autodestrucción y los malos actos, movido por sentimientos negativos.
Este segundo tipo es al que pertenecen los nihilistas de la película de los Coen, puesto que su actitud oscila entre la pasividad del primer nihilista que vemos en pantalla, «durmiendo la mona» sobre una tumbona en la piscina, y la agresividad de los nihilistas alemanes, ataviados como ninjas.
Por cierto, que la escena del nihilista vegetativo tendido en la piscina que acabamos de mencionar no puede ser más original. La cosa, más o menos, sucede así: el Nota pasa junto a Bunny, la veinteañera esposa del Lebowski rico y septuagenario, quien (la joven) está pintándose las uñas de verde, en bikini junto a la pileta. Bunny le pide al Nota que le sople sobre el esmalte recién dispuesto, a lo que este opone un reparo, por si la masa de carne en el agua es el marido, novio, amante, gigoló o lo que sea de la chica; pero esta responde: «No te preocupes, es nihilista»; y yo les aseguro a ustedes, por no usar un verbo más fuerte, que jamás de los jamases he asistido a la solución de un trilátero amoroso, real o imaginado, alegando que uno de los lados es nihilista, lo que sin duda constituye un destello de humor de estos singulares hermanos, pero también nos anima a pensar que nos hallamos ante una personalísima parodia de todas esas descabelladas teorías filosóficas que triunfaron en el contexto occidental, Rusia incluida, de la segunda mitad del siglo XIX.
Y, bueno, para terminar estas breves notas sobre el nihilismo, que, insisto, es uno de los ejes principales de El gran Lebowski, podemos traer esta cita de Nietzsche, considerado el autor por excelencia del nihilismo:
Dios ha muerto, pero los hombres son de tal naturaleza que, tal vez durante milenios, habrá cuevas donde seguirá proyectándose su sombra. Y respecto a nosotros… ¡habremos de vencer también a su sombra!
«Dios ha muerto» es una de las frases más polémicas del filósofo alemán, que supera con creces el pesimismo de Schopenhauer y propicia una especie de ateísmo sobrevenido: Dios existió, pero ya no.
El caso es que, si no hay Dios, ya podemos perder toda esperanza de que aquí pueda haber cualquier otra cosa.
Es posible aún seguir profundizando en las referencias culturales que sostienen la cinta de los Coen que estamos comentando, puesto que no debemos ignorar la raíz judía del comunismo. Recordemos simplemente que tanto Marx como Engels eran judíos y que Walter en El gran Lebowski profesa de manera radical esa fe hasta el punto de observar rigurosamente el descanso de los sábados, que tan solo puede vulnerar en casos de vida o muerte.
El Nota y Walter forman equipo de bolos junto a Donny, constantemente inseguro incluso de las cuestiones más obvias. Pues bien, ¿quién fue el gran compañero de pensamiento de Marx y Engels? Hegel, cuyo bucle dialéctico, tesis más antítesis nos da una síntesis, muy bien puede haber sido parodiado por los Coen en la fragilidad mental de Donny. Esa plasmación de la dialéctica se recuperará en la reunión del grupo de guionistas comunistas de Hail, Caesar!
Debemos aludir asimismo al crack de la bolera, al superhombre de las competiciones, interpretado por John Turturro, que funciona a caballo entre Zaratustra y el vértigo de situarse más allá del bien y del mal, todo lo cual ha de recordarnos una vez más a Nietzsche. No en vano se llama Jesus y viene aureolado por una de las más repugnantes perversiones sexuales: la pederastia; lo cual enlaza con el Anticristo, que es el título y el tema de otro de los libros del controvertido filósofo alemán. Sin olvidar que la estética de Turturro es bastante mefistofélica: si es que al anticristo Jesus solo le falta coserse el nombre boca abajo en la camisa (y, por cierto, que el apellido de Jesus en la película es Quintana, lo cual permite una cierta analogía: Jesus Quintana, Jesús Cristo). Aunque hemos de señalar que, en propiedad, el Anticristo de Nietzsche no es la negación de Cristo, sino la vindicación de un Dios de la maldad como una necesidad básica para alcanzar la plenitud mística, junto con el de la bondad: «¿Qué importancia tendría un Dios que no conociera la cólera, la venganza, la envidia, el escarnio, la violencia? ¿Que no conociera ni siquiera los fascinadores apasionamientos de la victoria y del aniquilamiento? Semejante Dios no se concebiría: ¿qué objeto tendría?».
Una inversión de todos los valores, según declara explícitamente el filósofo alemán en el título del prólogo de esta obra, que fue escrita en 1888, pero no se publicó hasta 1895 a causa de su polémico contenido (algo de eso ya se barruntaría Nietzsche cuando inicia el prólogo con estas palabras: «Este libro está hecho para muy pocos lectores»). Podemos recordar asimismo la vocación musical del filósofo, que también fue compositor, en concreto para piano, y de ahí que en 1887 le dijera a su amigo Peter Gast que «la vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio»; y un acompañamiento importante de la película de los Coen sobre la que estamos ahora reflexionando es la música, como el famosísimo «Hotel California», de los Eagles, en la versión libérrima de los Gipsy Kings, que es el tema que preside la escena cuando Jesus derriba de manera infalible todos los bolos en su turno de juego.
Ya hemos mencionado a los nihilistas y podemos aludir ahora a otros movimientos ideológicos importantes de finales del siglo XIX o principios del XX, como fueron las mujeres sufragistas que se plasman en la libertad artística y vital de Maude, interpretada por Julianne Moore. Por otro lado, este personaje representa la libertad creativa que impusieron las vanguardias a principios del siglo XX, e incluso la doctrina del amor libre en el credo soviético y la liberación sexual femenina: nada la detiene para pintar desnuda y aleccionar al Nota sobre las sociedades que castran los diálogos sobre las vaginas.
Desde luego que fueron unas décadas particularmente intensas en la cultura europea, extrapoladas a gran parte del globo terráqueo, aunque observadas desde el momento actual comprobamos que aquello se trató del canto del cisne del viejo mundo, pues tras la Segunda Guerra Mundial se impuso como una apisonadora la cultura pop, con capital en los Estados Unidos de Norteamérica.
Mas a lo que íbamos, porque podemos apreciar un guiño a Freud y el psicoanálisis en una estética tan fálica como la de Jackie Treehorn, interpretado por Ben Gazzara. Un nombre totalmente intencionado, puesto que «I’m horny» es una manera coloquial en Norteamérica para decir «estoy calentorro» o «tengo una erección», y como tree significa «árbol», Treehorn podría traducirse a nuestra lengua castiza como «estar palote». Además, Treehorn sirve al Nota un cóctel aderezado con alguna sustancia alucinógena que le induce el sueño erótico de la valquiria y ya sabemos todos que los sueños y el erotismo eran para Freud dos cosas muy principales. Por cierto, que Sigmund es un nombre que Freud adoptó luego, porque él fue inscrito en el registro civil como Sigismund, es decir, Segismundo en la lengua de Calderón de la Barca, en una de cuyas obras cenitales, La vida es sueño, el protagonista se llama así, Segismundo, y es que nunca dejarán de sorprendernos las libaciones diabólicas del karma. Otro rasgo de este personaje es su inmensa devoción por el alienante Kapital.
No encuentro referencia alguna en El gran Lebowski a la encíclica Rerum novarum, de León XIII, pero quizá no he sabido verlo, como sin duda se me habrán escapado otras muchas opciones y referencias de de lo que fueron las controversias ideológicas previas a la sociedad actual, recreadas de manera libérrima por los Coen.
Sí hay, en cambio, dos menciones explícitas a dos movimientos sociopolíticos del siglo XX, como son el pacifismo y el totalitarismo. En cuanto al primero de ellos, la cosa acontece en los primeros compases de la película cuando Walter resuelve una disputa acerca del cómputo de puntos en la bolera sacando una pistola, a lo que el rival afectado alega que es pacifista y no puede hacer nada al respecto. Para enfatizar la crítica al militarismo, los Coen sitúan esta película durante la primera guerra del Golfo, es decir, la emprendida por George Bush padre, y, por lo tanto, en la cinta se muestran imágenes televisivas del desarrollo de las hostilidades en tono absurdo. De manera que no son ajenas a El gran Lebowski las enseñanzas de Mahatma Gandhi.
Y en lo que se refiere al espíritu dictatorial, esta actitud totalitaria se materializa en el jefe de Policía de Malibú, de quien el Nota afirma que se trata de un fascista por el trato que dispensa a los detenidos.
No son secuencias esenciales dentro de la trama, sino más bien auxiliares, pero encajan perfectamente dentro de la interpretación filosófica bajo la que he observado este largometraje.
Ah, bueno, sí, un detalle más cabe añadir al análisis de El gran Lebowski, pero este ya de ámbito general, y es que de la misma manera que los griegos tuvieron una Acrópolis para inventar la democracia y los gimnasios para debatirla; los romanos, el Foro; los árabes, los baños, auténticos centros sociales y de poder de la época; y, en fin, el té de las cinco en la sociedad victoriana, o los castizos casinos hispánicos en la península; los Coen han cometido la osadía de trasladar el epicentro de su diálogo trascendental a una bolera, muy populares todavía a finales del siglo pasado, prácticamente desaparecidas en la actualidad, al menos en España, y bien que lo siento.
Como una piedra rodante, es la imagen existencial de Bob Dylan. Como una bola rodante, la de los Coen. La vida gira como esa bola y derriba bolos con aspecto antropomorfo.
Por todo ello, considero que El gran Lebowski es la manera personal y cotidiana que eligieron Ethan y Joel Coen para configurar en nuestros días lo que fueron unos momentos ideológicos particularmente intensos dentro de las sociedades a las que denominamos occidentales.
Para conseguir lo anterior, los icónicos hermanos de Minneapolis establecen un entramado ilógico dentro del cual engarzar situaciones surrealistas, según es su modus operandi habitual, lo que permite esos momentos cómicos que han sido destacados por la crítica con la unanimidad que hemos mencionado más arriba. Algunos de esos momentos son los siguientes, todos ellos con presencia del Nota, entre otras cosas, porque este personaje aparece en todas las escenas del filme:
-El Lebowski rico llama al Nota para hacerle saber que su mujer ha sido secuestrada y que su vida corre peligro. La escena es un interior con chimenea incluida y un ambiente sombrío mientras suenan los acordes del Réquiem de Mozart. Pues bien, en ese contexto exquisito con cierto regustillo decadente, el Nota le pregunta si puede encenderse un canuto.
-Genuino toque Coen es cuando el Nota prepara un artificio en casa para que nadie pueda entrar, puesto que espera la desagradable visita de unos facinerosos. Todo está preparado para que la puerta del apartamento no se pueda abrir hacia dentro, pero lo hace hacia fuera, inutilizando el artificio del Nota, los forajidos entran y todo eso se muestra en imágenes sin texto. Un humor sutil que no busca la carcajada estentórea que provoca un tartazo en la cara, sino una sonrisa mucho más interiorizada.
-Una vez más, la melodía de esta película corre a cargo de Carter Burwell, pero ya hemos comentado que el «Hotel California» se escucha en la versión de los Gipsy Kings. Pues bien, en determinado momento el Nota viaja en taxi y el taxista escucha a los Eagles, pero al Nota no le gusta esa banda y, por ello, se establece una disputa de apreciación musical que acaba con el taxista sacando al Nota del taxi a cajas destempladas en medio de la nada.
Un humor que se sostiene sobre detalles muy pequeños, como es la impotencia de los personajes ante el absurdo imperante, de los que solo he ofrecido tres ejemplos, pero este filme está lleno de ellos. Baste recordar que dos personajes que se hallan en las antípodas actitudinales, como son Brandt, el envarado secretario personal del Lebowski rico, interpretado por Philip Seymour Hoffman, y Walter, el Friedrich Engels del Nota, son dos fuentes inagotables de humor por su comportamiento y por sus palabras.
Podemos mencionar asimismo que el vaquero con bigotones, interpretado por Sam Elliott, que departe con el Nota en un par de ocasiones es ese matojo rodante que hemos mencionado varias páginas más arriba y visto tantas veces en las películas del Oeste como materialización de la desolación en los pueblos abandonados o la soledad del desierto. Como ya sabemos, este matojo/vaquero será la voz en off que introduzca al espectador en la historia y aleccione luego al Nota con su sabiduría proverbial basada en la metafísica de los osos (o te los comes o te comen), siendo así que un oso es el animal que aparece en el escudo oficial del estado de California.
De manera que, para cerrar nuestras reflexiones sobre The Big Lebowski, humor hay y mucho, y situaciones disparatadas también, porque se trata de una historia tremendamente original para mostrar una galería de personajes que se mueven en esa zona difusa que separa la cordura de la insania, pero ha quedado ya suficientemente justificado que este largometraje es algo más que el humor por el humor, aunque se trate de un humor de excelente factura. No nos conformemos, pues, con la estricta literalidad de las escenas, profundicemos en nuestro análisis e intentemos llegar a The Big Picture.
Este texto pertenece al libro Hey, Dude! El toque Coen de Francisco Javier Rodríguez Barranco publicado por Ediciones Azimuth
Sin duda es uno de los filmes más logrados de los Coen. La clave interpretativa que ofreces es sugerente. Lo que sí es que, en este caso, acotaría aún más el campo de las referencias culturales centrando el análisis en la pugna entre materialismo y nihilismo. Para mí uno de los aspectos centrales de la fascinación que ejerce el personaje del Dude viene de esa carismática y sublime forma que tiene de diluir todo tipo de propiedad o «materialidad», sea ésta en términos de ser o de poseer. Dos escenas para apuntalar lo anterior: la primera frente a Lebowski, el poderoso, y la segunda frente a Jesus Quintana, el expresidiario. En ambos casos el Dude se encarga de desarticular la materialidad del poder político económico y la del poder lumpen, oponiendo esa extraña serenidad asentada en el carácter que muestra a lo largo de la película y que podríamos llamar, siguiéndolo a él mismo, su «dudeness». Qué es lo que representa esto último lo desentrañará cada uno viendo el filme… ¿Quizás lo más cercano a un Diógenes posmoderno? Gracias por el análisis.
«…posee una madurez SUPREMA a la del hombre común»
Creo que en esta frase se está utilizando mal la palabra «suprema». Se está utilizando en el sentido de «superior», pero no es lo mismo «superior» que «suprema». Suprema significa que es superior A TODOS LOS DEMÁS, por lo tanto no tiene sentido decir «A es suprema a B», sino simplemente «A es suprema» (Si es suprema, es superior a B, a C y a quien sea, por lo tanto no hace falta mencionarlo)
Lo correcto sería «posee una madurez superior a la del hombre común» o simplemente «posee una madurez suprema».
Por lo demás, muy interesante el artículo.
Mu complicao para mí éste artículo 😅
La volví a ver hace dos días y aunque no soy de los que se ponen a buscar fallos a las películas, me di cuenta de que el comienzo de la película, lo que la hace echar a andar es muy poco creíble.
Me explico. Lo de que los dos matones confundan al Nota con el millonario inválido que le debe dinero a su jefe no sé sostiene. ¿Dieron con él buscando la dirección en internet o algo así? ¿Treehorn no sabía donde vivía para mandarlos a tiro hecho? Muy poco creíble…
Además el Gran Lebowski del título es el viejo millonario, quien en un momento dado llama a el Nota Pequeño Lebowski. Ya que el protagonista de la película es el Nota… ¿no se debería titular la película El Pequeño Lebowski?
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