La caseta de Renacimiento en la Feria del Libro de Recoletos era, a principios de los noventa, un maelstrom de literatos. Por allí asomaban desde Francisco Brines, siempre de conversación pausada e irónica, a Luis Antonio de Villena, pasando por Luis Alberto de Cuenca, Ricardo Gullón, Rafael Conte, Julio Martínez Mesanza, Amalia Bautista, Soledad Puértolas, Fernando Fernán Gómez… Yo qué sé. El sursum corda, que nunca he sabido qué era y no voy a googlearlo ahora: para mí el sursum corda ha sido siempre la clientela de Renacimiento en aquella época. Yo trabajaba de dependiente gracias a que Abelardo Linares me hacía el favor de que durante quince días me permitiera ganarme unos dineros para mejorar las economías del redactor de un periódico local que llevaba, junto al poeta José Mateos, un suplemento cultural: en aquella época, con veintipocos, también había que tener dos trabajos como mínimo para alcanzar las últimas rampas del mes sin pedir prestado. Si no me hubieran pagado, hubiera hecho el trabajo igual porque ya capitalizaba la experiencia pidiéndole colaboraciones para nuestro suplemento a todo el que pisara por allí. Unos me decían que encantados, otros que ya veríamos. Pero el más generoso de todos fue Andrés Trapiello que, además de meterse en la caseta a despachar libros cuando se le antojaba, me trajo una tarde un manuscrito: era El gato encerrado, libro al que le cabía el honor de haber sido rechazado en cinco o seis editoriales de postín, y que Pre-Textos publicaría en algún momento del año próximo. Me dijo que podíamos en el suplemento publicar lo que nos apeteciera. ¿Podríamos publicarlo entero, por entregas?, arriesgué. Encantado de la vida, me dijo mientras él vendía un Stendhal rebajándole el precio a la mitad por la belleza de la compradora.
Leí el libro aquella misma noche en la pensión en la que me quedaba: ni idea de lo que era, me importó poco no saber si era el cuaderno de apuntes de un escritor, un dietario que acoge sensaciones y experiencias de quien lo escribe durante un año, de campanada de Nochevieja a campanada de Nochevieja, la novela fragmentaria de alguien que sabe que a las novelas le sobran siempre el argumento y deben hacerse como la vida, de retales, de escenas familiares, de paseos, de viajes inoportunos, de impresiones cazadas durante un paseo. Había páginas que hacían que te tiraras al suelo de la risa, y otras con un sentido del paisaje que yo no había visto tan bien enunciado en parte alguna —un viaje de Cuenca a Madrid, por ejemplo. Había collejas imponentes a nombres sagrados —a Hopper, por ejemplo—, y episodios memorables recaudados en el Rastro de Madrid —recuerdo unas impresiones acerca de las falsificaciones de Dalí que no eran tales aunque para el caso daba lo mismo porque se había llegado al punto en que los únicos Dalí verdaderos eran los que estaban falsificados. Total: al amanecer el libro ya me tenía como hincha. Y así fue como el primer tomo del Salón de pasos perdidos (SPP) apareció en el suplemento cultural de un diario de pueblo antes que en ningún otro sitio ocupando semana a semana las páginas centrales del cuadernillo.
Lo mejor del libro sin embargo no estaba en el libro: lo mejor del libro es que no se había acabado en la última página, sino que solo era el primer tomo de algo que no se sabía cuántos iba a tener. Como la vida, ya digo. Pronto el SPP se convirtió en una costumbre anual, como el Tour de Francia, el debate sobre el estado de la nación o las hogueras de San Juan. Y ha ido agigantándose con el paso de los años y transformándose en la empresa narrativa más formidable de nuestra literatura. Conste que quien habla es un hincha y por lo tanto el lector puede rebajar mis impresiones lo que crea conveniente. Pero no veo yo en parte alguna nada semejante al SPP: un libro que, abominando como abomina Trapiello de las vanguardias —y abomina sabiendo muchísimo de ellas—, es el más vanguardista de cuantos ha producido la narrativa española del último medio siglo; un libro tan libre que no hay etiqueta genérica que lo sujete; un libro que está, además, lleno de libros (porque dentro del SPP hay una novela familiar, hay un libro de aforismos, hay una galería de retratos humanos, hay una crónica social radiante de humor, hay varios libros de viajes, hay un libro delicadísimo de poemas en prosa…).
Lo cierto es que de entonces a aquí, han pasado veintitantos tomos, algunos de casi mil páginas. Durante años Trapiello se negó a que se hicieran antologías de SPP, que se escogiesen sus mejores jugadas y se empaquetasen como sustituye a un partido de fútbol el resumen de ese partido: nada de highlights. Como a su novela en marcha se le iban agregando nuevos lectores —mientras aumentaba su notabilidad como ensayista, articulista, poeta y narrador y alcanzaba cotas de celebridad por sus intervenciones públicas— estos se veían obligados a comenzar con el tomo de un año cualquiera e ir añadiendo los que estuvieran por salir a la vez que buscaban los que ya habían salido, a pesar de lo cual, de sus obras quizá sea SPP aquella en la que a la vez más se le reconoce y la menos leída de las suyas. Cuántas veces no me habré encontrado con amigos, conocidos y saludados que al hablar del auge del diario en España han puesto a parir la obra de Trapiello por ser un almacén de chismes, lo cual es una perfecta demostración de que ni siquiera se habían asomado a ella. ¿Qué interés, nos preguntaban, puede tener un menda que cuenta lo que le pasa día a día en su vida de escritor y los domingos en el Rastro y las vacaciones en la casa de campo y las conferencias que va a dar a sitios donde el alcalde se quedó en Fray Perico y su borrico?, le preguntan a uno y uno qué va a decir: pues el mismo que la historia de un muchacho enamorado de las gestas napoleónicas que se las avía para llegar a Waterloo: reducidas a una frase así, no hay obra que despierte el menor interés en parte alguna (un científico que decide crear un nuevo ser humano que se convierte en monstruo y se vuelve contra él, un psicópata que es dos, de día ciudadano normal y respetuoso, de noche una mala bestia; uno que después de un sueño intranquilo despierta convertido en insecto). En fin, la vieja idea de que una novela es antes que nada un argumento, y si algo sobra en este mundo nuestro —basta con leer contracubiertas de libros— son precisamente argumentos… creo.
No creo además que SPP pertenezca al auge del diario del que hay muchísimas muestras en nuestra literatura última (no todas notables, aunque alguna haya). Ya digo que lo primero que llama la atención en él es la facilidad con la que esquiva la máquina de etiquetar: diría que es más bien el libro de una vida que se nos ha permitido leer a medida que se iba escribiendo —con un intervalo de cuatro o cinco años entre lo narrado y la narración, lo que introduce en esta otra libertad de vanguardista que consiste en que el narrador añade, con fecha posterior a lo narrado, aquello que le parezca oportuno para puntualizar, aumentar o incluso ridiculizarse cuando lo cree conveniente. Trapiello tiene mano incomparable para crear situaciones cómicas y en su favor hay que decir que muy a menudo —en viajes en avión, en noches de fiebre, en arritmias repentinas, en dolores de muela, en broncas que le echan en restaurantes y ante las que se queda como una estatua sin saber cómo reaccionar— el que sale peor favorecido es él mismo. Porque hay algo en lo que se hace poco hincapié cuando se habla de los volúmenes del SPP : y es el carácter cómico de muchas de sus páginas. De veras que no se me ocurre libro tan divertido en la narrativa española de los últimos años, volúmenes en que quepan tantas risas y carcajadas. Se ve a la legua que ha sabido Trapiello leer a Cervantes y a Galdós porque como en ellos melancolía y comicidad van de la mano muy a menudo y otras muchas veces se separan para contar cada cual lo suyo: para ello el observador, el narrador, tiene la perplejidad siempre atenta, no se espanta de nada aunque se maravilla a menudo, y lo mismo hace frente a una escena costumbrista de bajos vuelos que a un encuentro inesperado con una desconocida que va a comprarse unos zapatos. Al SPP ya le ha dado tiempo a tener episodios míticos, y este de la desconocida es uno de ellos. Los hay que te hacen emocionarte —el relato del entierro de una perra es un prodigio— y los hay que no podrían faltar en una antología de la mejor literatura cómica de todos los tiempos —el archiconocido viaje a Toledo con poeta catalán abrigado. Por supuesto se emplea muy a fondo Trapiello para retratar la mezquindad humana —no siempre en el mundo literario, que también, allá donde debía reinar la excelencia parece que el paisaje no presta más que miseria y ambición—, pero también se emplea muy a fondo para destacar la bondad, la generosidad y el aprecio. Su mujer, personaje esencial de la novela, hace las veces de ancla en la realidad: cada dos por tres está el narrador con la guadaña de la muerte en el cogote porque le han subido unas décimas de fiebre o un loco le ha puesto una denuncia, y ella hace de termómetro que trata de bajarle las neurosis. También se ve en estos volúmenes cómo le van creciendo los niños, con quienes tiene disputas muy divertidas (la de la bronca que le hecha a su hijo G. por tener la mesa desordenada cuando el padre la tiene más desordenada aún vuelve a dejar en mal sitio al propio narrador). Todo ello junto, paseos, vida familiar, vida social, literatura, alguna cena con político, mañanas en el Rastro, viajes, aforismos afortunadísimos, compone un inmenso collage en el que —y acaso sea esto lo esencial del SPP— contemplamos una vida que, sin heroísmos, por favor, sin épicas, campa a sus anchas la capacidad de celebración de quien escribe. Porque, en efecto, no hay quien le gane a Trapiello cuando su prosa se pone melancólica y el pincel se le va a la descripción nostálgica, pero se las arregla para que en el tono general en el libro lo que triunfe sea el canto de este misterio milagroso que es la vida, tan llena de trampas, de ausencias, de dolores, de insatisfacciones, de puñaladas, y a pesar de todo tan colosal e inexplicable y maravillada. La capacidad de maravillarse de Trapiello es lo que hace de su SPP un libro contagiosamente feliz.
Ahora, en vez de una antología de mejores jugadas, la editora Pilar Álvarez ha tenido la muy feliz idea de componer un Fractal: es decir, una estructura que repite en escala diferente un objeto mayor. De ahí que en las tres partes que componen el libro, cada una de ellas repita la estructura de cada uno de los volúmenes del SPP, comience con su prólogo, se eche a andar el día de año nuevo, deja que vaya pasando lo que tenga que pasar —escogido de los volúmenes del SPP hasta 2020— y vaya descendiendo hasta un nuevo fin de año. El resultado es un libro a todas luces perfecto para quienes no hayan aún probado a entrar en el inmenso SPP de Andrés Trapiello, que tan vanguardista es que se puede permitir multiplicarse en fractales y parezca que ha producido nuevos frutos de la propia novela en marcha. Lo dicho: no hay nada que se le pueda comparar en nuestra narrativa… y por lo que sé, en ninguna otra. Quienes no hayan tenido ocasión de entrar en el SPP asustados por sus dimensiones, tienen con este Fractal una puerta de acceso idónea. Quienes lo hemos leído entero, tenemos la oportunidad de revisitar algunos momentos antológicos y volver a comprobar que la verdadera protagonista de esta novela en marcha es la constante búsqueda de la celebración del misterio de vivir.
Pingback: Los diarios cambian de piel - Jot Down Cultural Magazine