Cine y TV

Fargo T3: Sartre, la náusea del androide y una verdad invisible (1)

Fargo T3 1
Fargo temporada 3. Imagen: MGM.

Introducción: Quien exista, que cierre al salir

A pocos les suena el síndrome de Cotard. Yo oí hablar de él porque así lo dictaba el temario de la carrera, y dudo que me hubiese llegado por otra fuente. Bien es cierto que no parece el mejor tema para el cóctel de una boda o para ver a alguien en el hospital, pero sería curioso que lo mencionaran los telediarios de vez en cuando. Todos habríamos ganado algo. Especialmente Noah Hawley (Nueva York, 1967), que habría dado por sabido al escribir Fargo III que la idea de que uno mismo no existe tiene poco de nuevo. Porque en eso consiste el síndrome de Cotard, por cierto. A grandes rasgos. Y si está usted preguntándose cómo puede alguien creer que no existe, haciéndole la peineta a los griegos, al pienso, luego existo y a los anuncios de colonia que no están dirigidos a nadie en particular, Fargo III tiene un par de ideas.

Empecemos por decir que esta temporada es, con diferencia, la más oscura de la serie. No porque no haya esperanza, que eso ya me lo dirá usted, sino porque, aunque la haya, el panorama presenta nubes negras tan neurálgicas que parecen incontestables. Que el mundo se mueve indiferente a nosotros lo sabe cualquier hijo de vecino, aunque secretamente se diga lo contrario; pero que esa indiferencia es, a fin de cuentas, una equiparación de nuestra existencia con la nada ya es otro cantar. Debemos estar aquí, ¿no? Al menos yo, que escribo, y usted, que me lee. Eso debe ser verdad, y la verdad debe importar. El síndrome de Cotard solo es un síndrome y mañana saldrá el sol. Todo esto parece impepinable. Tal vez, si a los malogrados personajes de Fargo III se lo hubieran dicho, no habría serie. O tal vez ya lo sepan, pero a la idea subyazca un terror demasiado morboso como para apartar la vista. Tanto la verdad como nosotros somos muy moldeables. ¿Cómo de moldeables? Le cuento.

Fargo III nos presenta a los hermanos Ray y Emmit Stussy. El primero es un tipo fracasado que se llevó el gen de la calvicie; el segundo es un empresario con pelazo dueño de una cadena de aparcamientos. La diferencia de estatus proviene de que cuando el padre murió, les legó un coche deportivo y una colección de sellos. Emmit debía quedarse con el coche y Ray con los sellos, que resultarían valer millones de las antiguas pesetas, pero aquel embaucó a este para intercambiar la herencia. Así pues, arrancamos con Ray y su amada, Nikki, intentando recuperar lo que consideran suyo de propio derecho, y con Emmit, tratando de devolver el préstamo que pidió a una turbia empresa liderada por V. M. Varga, quien tiene bulimia, sicarios multiétnicos y el convencimiento de que la verdad será lo que él diga. Por supuesto, en medio de este entuerto habrá una muerte. De investigarla se encargará Gloria Burgle, una jefa de policía a la que van a desproveer de su cargo y a la que las máquinas no reconocen. Y si me da usted un par de líneas más, le cuento cómo el filósofo Jean-Paul Sartre (1905-1980) da cuenta de este embrollo.

La máquina inútil de toda vida

Cuando digo que a Gloria Burgle no la reconocen las máquinas, me refiero a que la ignoran de una forma rayana en el bullying. Si se pone frente al sensor de una puerta automática, esta no se abre. Si llama por teléfono, apenas la escuchan. Si quiere lavarse las manos en un grifo de esos que escupen una cascada en cuanto detectan una uña, se queda seca como una pasa. Esto la irrita, pero tampoco parece que la desconcierte como debería. Cabe achacar esa resignación a la costumbre, pero también a otro par de cosas.

En primer lugar, el equipo de policía que comanda Gloria va a integrarse en una fuerza de mayor capacidad, con lo que dicho equipo, constituido por ella y un agente que consiguió el puesto porque nadie más lo solicitaba (esto último es teoría mía), va a desaparecer y ella dejará de ser la jefa. No habría pasado de un palo profesional si no fuera porque el nuevo jefe, además de ser un hombre de esos que no toman muy en serio a cualquiera que no se les parezca, es un amante de las nuevas tecnologías. Cuando en el segundo episodio descubre que Gloria no usa ordenadores y que tiene debilidad por los documentos en papel, le dice que es el futuro y que las cosas ya no se hacen así. A Gloria, no obstante, le gusta el trabajo a la antigua usanza. Si esto se debe a que las máquinas la odian o al revés, decídalo usted.

En segundo lugar, Gloria estaba casada con un buen tipo junto al cual tiene un chavalín recién entrado en la adolescencia. Pero el hombre presentó su dimisión como marido por ser gay y estar enamorado. Causa suficiente, debió pensar Gloria, a la que encontramos manteniendo, pese al divorcio, una buena relación con él. Toda su familia queda, pues, circunscrita a su hijo y a su propio padrastro, un señor cascarrabias y borracho del que sabe más bien poco.

Si un servidor tuviera que definir cómo se siente esta mujer que le describo, la palabra que le surge es «alienada». Este término tiene muchas acepciones, pero me remito a la más fundamental: la de sentir una distancia abismal entre ella y el mundo que la rodea, quedando confinada en una angustia solitaria e impotente. Sartre, el estrábico más célebre de la historia, nos regaló un nombre para esta situación existencial: la náusea. Tal término nace de los postulados de El ser y la nada (1943), donde nuestro autor distinguió entre dos tipos de ser: el ser en-sí y el ser para-sí. La terminología puede sonar abstrusa, pero en realidad es muy simple: el en-sí se refiere a los objetos inanimados, y el para-sí a los humanos, los únicos animales con el suficiente grado de desarrollo de conciencia para distinguirnos filosóficamente del mundo que nos rodea. Y mientras que el en-sí «no tiene un dentro que se oponga a un fuera y […] no tiene secreto: es macizo» (Sartre, 2013, p. 37), el para-sí «en tanto que conciencia consiste en existir a distancia de sí como presencia a sí» (Sartre, 2013, p. 135). O dicho de otra manera: un vaso no tiene conciencia ni idea de sí mismo, de modo que es exactamente lo que es; por el contrario, un ser humano, como Gloria, tiene conciencia de sí, lo cual implica que se sabe distinta de su exmarido, de su jefe y de los ordenadores para los que es invisible, y dentro de esa distinción, se resulta extraña incluso a ella misma.

Sobre esta dualidad del ser erigió Sartre el famoso existencialismo, cuya máxima definitoria le sonará a usted: en el ser humano, «la existencia precede a la esencia». En pos de la brevedad, entiéndase aquí «esencia» como el propósito de algo. Y esto es clave en la situación de Gloria, porque mientras que una máquina (ser en-sí) es creada con un propósito previo (en el caso del vaso, almacenar líquidos), el ser humano (ser para-sí) no es creado con propósito alguno. Simplemente, es. Se halla arrojado al mundo sin ninguna esencia ni objetivo previos, y esa falta de sentido intrínseco en su vida le desorienta y angustia. Por eso nos dice Sartre:

¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. […] El hombre no es otra cosa que lo que él se hace (Sartre, 1999, p. 31).

Esa responsabilidad de sostenerse a uno mismo en un mundo del que estamos separados por la falta de sentido es, precisamente, lo que nos separa del mundo. Nos encontramos así como únicos responsables de decidir qué camino tomamos y en quién queremos convertirnos. 

Si nada me constriñe a salvar mi vida, nada me impide precipitarme al abismo. La conducta decisiva emanará de un yo que todavía no soy. […] Y el vértigo aparece como captación de esa dependencia. Me acerco al abismo y mis miradas me buscan en su fondo a mí (Sartre, 2013, p. 77).

En el fondo del abismo está, como le decía antes, la náusea que vertebra al personaje de Gloria. En resumidas cuentas, le diré que la náusea es el sentimiento que le sobreviene a uno cuando se percata de que, a diferencia del ser en-sí que le rodea, él está vacío de esencia y sentido. Es tomar conciencia de la contingencia. La náusea se intensifica hasta impregnarlo todo, haciendo del mundo la manifestación inerte de nuestra alienación. En la novela homónima nos dice Sartre que «la Náusea no está en mí; la siento allí en la pared, en los tirantes, en todas partes a mi alrededor. Es una sola cosa con el café, soy yo quien está en ella» (2016, p. 41), y esto se debe a que nace de nuestra convivencia con el mundo, que gira indiferente a nuestra angustia.

Gloria encarna esa sensación de abandono. La vemos reflejada en su rostro cuando lidia con los implicados en un caso que se va retorciendo hasta lo grotesco y que, además, la toca de cerca: el asesinato de su padrastro. Por motivos que, para mantener el orden, le detallaré más tarde, el cascarrabias del que le hablaba antes aparece muerto en su salón, y es Gloria quien descubre el pastel. Pero le esperan sorpresas quizá más desconcertantes. Ahí va una: tras registrar la casa por si el intruso sigue allí, descubre un tablón suelto bajo el cual se apilan novelas de ciencia ficción antiguas escritas por un tal Thaddeus Mobley. No tardará en descubrir que ese autor es, en realidad, su difunto padrastro, que debió cambiarse el nombre en algún punto de su oscuro pasado. Quizá tenga importancia, o quizá Gloria solo sea un ser humano errante buscándole sentido a lo contingente y sometida al azar que rige su vida. Este la zarandea, destruye sus estructuras de significado, como su matrimonio o la creencia de que conocía a su padrastro, y la deja a su suerte para que se las apañe.

Por fortuna, Gloria aún está en forma, metafísicamente hablando, y se muestra inasequible al abatimiento. Así, desoyendo las instrucciones de su recién estrenado superior, decide viajar a Los Ángeles, lejos de su nevada ciudad natal, para investigar al tal Thaddeus Mobley. Durante el camino, sin embargo, va leyendo una de sus novelas: The Planet Wyh, que podría traducirse como El planeta Por Qué, si no fuera a causa de que «Por Qué» está intencionalmente mal escrito. En ese libro se cuenta una historia muy ilustrativa de las ideas sartreanas, encarnadas en el día a día de Gloria, que procedo a exponerle.

Una nave espacial se estrella en la Tierra, y el piloto moribundo le dice al androide que surca el universo con él que informe de lo que ha ocurrido. Para que el viaje no haya sido en vano, apostilla. A esa petición tan humana de darle significado a algo aleatorio, como es morir por un accidente automovilístico (y cósmico, en este caso), responde Minsky, el androide, con la única frase que a todas luces sabe decir: «Puedo ayudar». Solo en ese mundo desconocido, el tierno robotito vaga, cito textualmente, «en busca de sentido». Ve surgir y caer imperios, y cada siglo debe pararse a recargar la batería, periodo durante el cual es vulnerable, y se nos muestra cómo unos bandidos le atacan, arrancándole el brazo. «Puedo ayudar», es todo lo que responde Minsky, antes de reanudar la marcha. ¿Ve usted por dónde voy?

Estoy arrojado en el mundo, no en el sentido de que permanezca abandonado y pasivo en un universo hostil, como la tabla que flota sobre el agua, sino, al contrario, en el sentido de que me encuentro de pronto solo y sin ayuda, comprometido en un mundo de que soy enteramente responsable, sin poder, por mucho que haga, arrancarme ni un instante a esa responsabilidad, pues soy responsable hasta de mi propio deseo de rehuir las responsabilidades […] (Sartre, 2013, p. 750).

Minsky no se sustrae ni un segundo a su tarea, y, como nos dice la serie, el androide recoge una enorme cantidad de datos, «pero los números carecían de significado». A veces, la tecnología evolucionaba y podía informar a su mundo, pero para entonces, no quedaba nadie que pudiera responder. Y en esa soledad, una nave aparece sobre Minsky, succionándole. «Puedo ayudar», repite él mientras asciende.

Una vez arriba, aparecen unos señores que le reconocen como «el ser consciente más viejo del universo», y quizá habría sido conveniente para Minsky escudarse en Sartre y decir que, «sin duda, la conciencia puede conocer y conocerse. Pero en sí misma, es otra cosa que un conocimiento vuelto sobre sí» (2013, p. 18). Él no dice nada, claro, porque no es su programación, de modo que escucha a los señores contarle cómo sus datos ayudarán a los tripulantes de la nave a «descifrar el sentido del universo». Él insiste: «Puedo ayudar». Pero nadie quiere su ayuda. Le indican que debe apagarse porque su servicio ha terminado. Ahí tiene usted el valor de la existencia de Minsky, ya que «este es el sentido de su existencia: que es conciencia de estar de más» (Sartre, 2016, p. 269). Así que Minsky obedece y se apaga, no sin antes decir una última vez: «Puedo ayudar». 

Si aún no se ha dado usted a la bebida, aguante, que hay más. Resulta que, mientras Gloria hace su primera incursión en esta alegre historia, un hombre misterioso de sonrisa cálida y agotada que se sienta a su lado en el avión entabla conversación con ella. Gloria le dice que el libro trata de un robot buscando el sentido de la vida, aun en esa huida hacia ninguna parte que es su vagar por un planeta hostil, porque «comprende entonces el sentido de la huida que es Presencia: es huida hacia su ser, es decir, hacia el sí-mismo que ella será por coincidencia con lo que le falta» (Sartre, 2013, p. 192), pero Gloria no parece leer la historia con la esperanza de que lo que ella es coincida alguna vez con lo que le falta. Sea como fuere, el tipo, a quien quizá usted reconozca por su rol clave en Twin Peaks, contesta: «Sé lo que se siente». Gloria volverá a verle, pero antes, debe pasar por su motel. Allí le roban la maleta, pero existencialmente hablando, pueden pasarle cosas peores, tales como encontrar en el armario de su habitación una máquina inútil. No me he inventado el nombre, y vea usted por qué: el dispositivo en cuestión es una caja cuya única función es apagarse sola. Usted pulsa el interruptor, la cajita se abre, sale una mano muy simpática y vuelve a pulsarlo, solo para volver a las profundidades de la tecnología como resultado de su fútil intento de hacer algo con lo que tiene delante.

No deja de ser llamativa la presencia que tiene la tecnología en este periplo de Gloria, pues, siendo ella ignorada por las máquinas, exponerse a la historia de una, como el androide Minsky, para enfrentarse a continuación a la máquina inútil le da a uno que pensar que hay cierta unidad temática en todo esto. Y es que ella, ajena a ese mundo que se mueve demasiado deprisa, podría decir que «lo que me aflige no es tanto estar privado de cierta clase de goce, sino más bien que toda una rama de la actividad humana me sea extraña» (Sartre, 2016, p. 176). Esta rama, claro, es la tecnología. La técnica en su progreso exponencial configura un mundo en el que no hay sitio para todos. Es excluyente por naturaleza, y parece resistirse a todo juicio por parte de solitarios responsables. Permítame apartarme un instante de Sartre para ilustrar esto mediante otro filósofo francés, Jacques Ellul (1912-1994), quien en su obra La edad de la técnica (1954) dice:

La técnica ha conquistado progresivamente todos los elementos de la civilización. Ya lo hemos indicado respecto a las actividades económicas o intelectuales; pero también el hombre mismo es conquistado por la técnica y se convierte en un objeto de ella. Esto significa que la técnica, al tomar por objeto al hombre, se sitúa completamente en el centro de la civilización, y este acontecimiento extraordinario, que no parece sorprender a nadie, lo vemos frecuentemente formulado cuando se habla de la «civilización técnica» (Ellul, 2003, p. 132).

La máquina inútil es el epítome de este sometimiento personal. A quien la inventó debió parecerle gracioso, pero para Gloria es ese mosquito al que se mata de noche y cuyo cadáver se deja en la pared para prevenir a los demás. Y hablando de quien inventó la máquina inútil: fue uno de los padres de la inteligencia artificial, y asesor de 2001: Odisea en el espacio, quizá la película existencial estadounidense más sonada de la década. Marvin Minsky, se llamaba. En efecto: el androide de la novela que lee Gloria se llama Minsky. Menudo encuentro nominal. Encerrará un significado, sin duda, porque la contingencia del sentido nos horroriza. Lo que está, está por algo. De lo contrario, «todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad» (Sartre, 2016, p. 214), como nuestro pobre androide. Veamos qué dice el episodio.

Gloria va descubriendo la historia de su padrastro poco a poco, y termina encontrando a un hombre que le estafó de joven. Ese hombre está ahora en una residencia a pocos palmos de la muerte, y cuando Gloria se identifica y trata de averiguar algo más sobre su difunto familiar político, él le contesta: «La ciencia tiene una teoría. Y está demostrada. Lo llaman nosequé cuántico. Dice que somos partículas que van flotando por ahí, viajando por el espacio, pero nadie sabe dónde estamos». Añade que, de vez en cuando, chocamos, «y de repente, durante un minuto, somos reales. Y luego seguimos flotando otra vez. Como si ni siquiera existiéramos. Antes pensaba que significaban algo esos encuentros, la gente a la que encontramos…». De tal forma resuena esta descripción en la náusea sartreana de Gloria que inquiere: «¿Y ahora?». Pero lo único que le dice el viejo es que tenga cuidado con la puerta al salir.

Tras este encuentro y vagar por Los Ángeles como el androide Minsky, Gloria termina de forma análoga: recopilando todos los datos solo para comprender que, de hecho, no guardan ninguna relación con el asesinato de su padrastro. El mismo nombre que adoptó, Ennis Stussy, no es más que el producto de otra casualidad: así se llama la empresa de los retretes que hay en cada habitación del motel donde se aloja Gloria, y donde también se alojó su padrastro décadas atrás. Otra contingencia más que carece de sentido, otro pedazo de conocimiento que no es más que una casualidad incapaz de ofrecer consuelo.

Y sin embargo, cuando Gloria vuelve de su viaje a la nieve del hogar, vemos que ha traído consigo la máquina inútil que encontró en Los Ángeles. Esto sugiere que, pese a que en su propia concepción el dispositivo carece de utilidad y parece reírse de ella por el simple hecho de activarlo, puede que esto no determine su sentido o sinsentido. Que en el ser humano la existencia preceda a la esencia es solo otra forma de decir que «la libertad humana precede a la esencia del hombre y la hace posible; la esencia del ser humano está en suspenso en su libertad» (Sartre, 2013, pp. 68-69), y quizá esto sea lo que se esconde tras la resolución de Gloria respecto a la máquina inútil. Una escena del penúltimo episodio da testimonio de ello. Es una en la que nuestra protagonista, en conversación con una policía lozana y parlanchina, le cuenta a esta la historia del androide Minsky. Le habla, en definitiva, de su náusea cuando le dice que «si tuviera que definirlo, así es como me siento yo la mayoría de los días. El resto de días me siento invisible. Bueno, invisible no. Irreal». Ahí le habla también de que la técnica (que, como señala Ellul, se ha apoderado de la civilización) la ignora, y esto la lleva a tener en secreto la teoría de que no existe. 

¿Sabe usted como reacciona la joven a la que Gloria le hace estas confidencias? Pues la hace ponerse en pie, la abraza, deja que Gloria llore, y, cuando termina, la mira y le dice: «¿Vale?». A usted puede parecerle poco, pero tome nota: tras la conversación, Gloria va al baño y el lavabo con sensor y dispensador automático la detecta. Tal vez nuestra angustiada protagonista haya comprendido que:

Estoy condenado a existir para siempre allende mi esencia, allende los móviles y motivos de mi acto: estoy condenado a ser libre. Esto significa que no podría encontrarse a mi libertad otros límites que ella misma, o, si se prefiere, que no somos libres de cesar de ser libres (Sartre, 2013, pp. 599-600).

Y, puesto que la falta de sentido intrínseco conlleva la falta de restricciones intrínsecas, ¿por qué no iba a elegir ella la senda que mejor le parezca respecto al caso, respecto a su familia y respecto a su incapacidad de darle sentido al mundo? Si acepta a su marido, es su libertad; si sigue sus hallazgos investigativos pese a las instrucciones explícitas del tozudo de su jefe, es su libertad. No puede rehuirla ni escudarse en la maciza indiferencia del mundo.

Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré al decir que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo y, sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace (Sartre, 1999, p. 43).

Pues adelante, concluye Gloria ante la tecnología que, por fin, la reconoce como real. Vemos esa aceptación conclusiva en el último episodio, cuando le dice a su hijo, respecto a la muerte de su abuelastro, que hay cierta violencia en descubrir que el mundo no es lo que uno creía que era. «Por el momento, vale con que sepas que a veces el mundo no tiene mucho sentido», son las palabras maternofiliales con las que le transmite al chavalín que la existencia precede a la esencia.

Aún nos queda un último golpe de baqueta de Gloria, y no crea que no me tienta coronar esta sección con él. Pero, ajustándome a la responsabilidad sartreana, debo mostrarle todos los lados de la cuestión antes de llevarle hasta allí. Pasaremos, pues, a los asesinos de su padrastro.

(Continúa aquí)


Bibliografía

Ellul, J. (2003). La edad de la técnica. Octaedro.

Sartre, J.P. (1999). El existencialismo es un humanismo. Edhasa.

Sartre, J.P. (2013). El ser y la nada. Losada.

Sartre, J.P. (2016). La náusea. Alianza.

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17 Comentarios

  1. Me encanta esta serie de artículos!

  2. Qué interesante articulo. El personaje de Gloria me encantó. Ahora con más matices y profundidad.

  3. Qué interesante. El personaje de gloria me gustó mucho. Ahora lo veo con más matices.

  4. Esta serie de artículos me está abriendo muchas vías de reflexión y, sobre todo, unas ganas enormes de volver a ver la serie con la seguridad de que la veré con otra óptica.

  5. Mike Lake

    Gran serie Fargo!!! Muy interesante el análisis filosófico.

  6. No sé qué me gusta más, si el artículo en sí, o que lo encabece un «(1)» y lo cierre un «(Continuará)». ¡Gran ensayo!

  7. Tremendo! Me encanta la manera de entrelazar la trama con reflexiones tan precisamente referenciadas. Deseando leer la continuación!

  8. Hieronimus

    Excelente ensayo.
    En un océano de textos, noticias, contenidos y chorradas varias sin un ápice de esfuerzo en su escritura y con muy limitada trascendencia resulta un enorme placer descubrir una relectura de una gran serie en clave de estudio filosófico. A valorar, especialmente la claridad y el tiempo que se toma el autor en exponer sus puntos de vista. Imprescindible disfrutar de nuevo de la serie.

  9. La verdad es que no sé si me enganchó más la serie en sí o estos artículos que te dejan con ganas de más. Gran descubrimiento para lxs fans de la serie!

  10. Kalelena

    La reflexión sobre la tecnología es la que más me ha impactado de este artículo. Creo que de alguna manera ya estaba en mi cabeza pero me has ayudado a traducirla en palabras y hacerla accesible. No puedo dejar de sentir una enorme tristeza ante la historia de Minsky (gracias por la anécdota del nombre!), pero la lectura de la vivencia de Gloria con las máquinas me ha dejado cierto regusto dulce. Quizás Fargo vaya de eso toda ella, de mostrarnos lugares oscuros con un poco de luz y compañía.

  11. Esta serie de artículos de Fargo es de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Está escrita y referenciada de forma exquisita y hace que los que ya habíamos visto la serie, sintamos que tenemos que verla de nuevo bajo este prisma que nos ha desbloqueado el autor.
    Deseando leer más.

  12. Esta serie de artículos referente a la serie Fargo es de lo mejor qhe he leído en años. Exquisitamente escrita y referenciada, y a los que hemos visto la serie, nos hace querer verla de nuevo bajo este prisma absolutamente nuevo.
    Deseando leer más.

  13. Esta serie de artículos sobre Fargo es oro molido. Gracias. Muchas gracias.

  14. Pingback: Fargo T3: Sartre, la náusea del androide y una verdad invisible (2) - Jot Down Cultural Magazine

  15. Laprovitola

    Vaya locura de artículo! Muy bueno

  16. Me descubro.
    Por favor, más

  17. He seguido tras la temporada 1 solo para poder combinar la serie con los artículos. ¡Qué de matices y qué profundidad de análisis!
    Imágenes e ideas a las que no da tiempo prestar atención mientras se ve el capítulo, una vez leídas cobran fuerza y aparecen nuevos contextos.
    Estoy enganchada.

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