La primera vez que vi expuesta de forma explícita la noción de que la ciencia es un juego fue en un artículo de Isaac Asimov (aunque probablemente fuera Karl Popper el primero en formularla); pero la más bella expresión de esta idea que conozco es la siguiente: «¿Jugamos una partida? Esta es la antigua pregunta que el universo, o algo detrás del universo, empezó a hacerles a los desconcertados bípedos implumes que proliferaban en el tercer planeta del Sol, tan pronto como sus simiescos cerebros pudieron comprender el juego de la ciencia. Es un juego curioso. No hay ningún conjunto de reglas definitivo, y parte del juego consiste en tratar de descubrir cuáles son las reglas básicas. Parecen ser matemáticamente simples, hermosas, variadas, arbitrarias y cada vez más difíciles de descubrir. El juego nunca ha sido tan apasionante y tan peligroso como ahora». Es una cita del libro Orden y sorpresa, de Martin Gardner, cuyo título expresa con certera elegancia el binomio —la dialéctica— realidad-percepción, materia-mente, universo-reflexión: el cosmos —el orden— se mira en el espejo de su culminación evolutiva, que es la consciencia, y se sorprende sin cesar ante su propia armonía.
La ciencia es un juego del que todos los seres humanos, en mayor o menor medida, formamos parte. Cobrar conciencia de ese juego, de su belleza y sus riesgos, aumenta tanto su eficacia como su placer. Y para ello no hace falta ser un científico: todos podemos y debemos participar activamente, todos podemos y debemos ser jugadores, si no queremos convertirnos en meros juguetes. No hay reglas definitivas. Pero una de las técnicas básicas del juego es hacer preguntas, y la otra, como dijo Galileo, consiste en medir todo lo que es medible y hacer medible lo que no lo es. Hay que tomar todas las medidas. Hay que atreverse a hacer todas las preguntas (por tontas o impertinentes que parezcan) e intentar hallar todas las respuestas; y viceversa.
Hemos avanzado mucho en los últimos diez mil años, pero todavía no hemos llegado a la meta, suponiendo que haya una meta. Ni siquiera la vislumbramos. Algunos piensan que estamos cerca de alcanzar el pleno conocimiento de las reglas del juego; otros creen que jamás lo alcanzaremos. En cualquier caso, el juego de la ciencia nunca ha sido tan apasionante —y tan peligroso— como ahora.
La reflexión y el mito
La sorpresa ante el orden del universo, que lo hace —aunque no del todo ni de forma definitiva— comprensible y expresable mediante descripciones y modelos relativamente simples, no es privativa de los científicos: está también en la base misma de la literatura y el arte. En su novela más famosa, El hombre que fue Jueves, proclama el inefable G. K. Chesterton: «Le digo que cada vez que llega un tren a su destino, pienso que el ser humano le ha ganado una batalla al caos. Usted dice despectivamente que cuando uno deja atrás Sloan Square tiene que llegar a Victoria. Yo digo que podrían pasar mil cosas distintas, y que cuando llego realmente allí tengo la sensación de haber escapado por los pelos. Y cuando oigo al revisor gritar Victoria, no es una palabra sin sentido. Para mí es el grito de un heraldo que anuncia una conquista».
El asombro reverente ante la armonía del universo halló su primera expresión en los mitos cosmogónicos de las diversas culturas, que con el tiempo evolucionarían hasta dar lugar a las religiones actuales. Y hasta hace bien poco esta tendencia a atribuir el orden a una divinidad ordenadora coexistió con la ciencia. El propio Newton veía en su gran descubrimiento, la gravedad, el continuo milagro con el que Dios mantenía unidas todas las cosas que había creado. Hoy día, sin embargo, solo los fundamentalistas bíblicos se resisten a reconocer que el salto conceptual del orden a un supuesto «ordenador» carece de base. El orden es un hecho objetivo que, por sí mismo, no conduce a ninguna conclusión ulterior. La reflexión sustituye (aunque no siempre) al mito; la duda estimulante, a la certeza adormidera.
La ignorancia y el poder
Decía Einstein que lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible. Y Rudolf Carnap expresó la misma idea de forma más técnica pero en esencia idéntica: «Es algo realmente sorprendente que la naturaleza pueda expresarse mediante fórmulas matemáticas relativamente sencillas». Y Bertrand Russell escribió al final de un libro sobre la relatividad: «La conclusión es que sabemos muy poco, y no obstante es asombroso que sepamos todo lo que sabemos, y todavía más asombroso que tan poco conocimiento nos confiera tanto poder».
Pero en realidad el mundo no es tan comprensible —el propio Einstein no pudo aceptar la mecánica cuántica a causa de su consustancial incomprensibilidad— y el poder que dimana del conocimiento está en muy pocas manos, y no en las mejores. Y solo una auténtica revolución cultural puede revertir una situación tan discriminatoria como potencialmente catastrófica.
En las Jornadas de Vanguardia Científica celebradas en México hace unos años, Mario Molina, Premio Nobel de química por sus investigaciones sobre la capa de ozono, señaló que las principales causas de la lentitud e ineficacia con que se están afrontando los gravísimos riesgos del cambio climático son, por una parte, los intereses económicos de los países más contaminantes y, por otra, la generalizada ignorancia sobre la verdadera naturaleza y magnitud del problema. Es necesaria una revolución pedagógica que capacite al gran público para comprender y valorar tanto los avances tecnológicos como sus consecuencias sociales y ambientales, me dijo el profesor Molina, con quien tuve el privilegio de conversar durante la comida que siguió a su conferencia.
En estos momentos críticos en los que está literalmente en juego el futuro de la humanidad y en los que las soluciones pasan, más que nunca, por el afrontamiento racional de los problemas, los científicos y los centros de investigación deberían hacer un esfuerzo pedagógico y tener la generosidad de poner al alcance del gran público blogs y páginas interactivas que recogieran las dudas e inquietudes de la población, y que respondieran de forma sencilla, pero no por ello menos rigurosa, esas preguntas que normalmente solo hallan respuesta en los discursos demagógicos de los políticos y en las patrañas difundidas por los poderosos intereses contrarios a la información veraz.
Innovación y sensacionalismo
Con la ciencia de vanguardia ocurre algo paradójico: es la más interesante desde el punto de vista mediático, pero a la vez la más difícil de transmitir. Las noticias son, por definición, las novedades, los últimos hallazgos. Que tienen que ver, lógicamente, con las investigaciones más punteras. Que a su vez suelen basarse en los desarrollos teóricos más avanzados. Que implican conceptos físicos y matemáticos normalmente muy alejados de los conocimientos y posibilidades de comprensión del gran público. Por eso la mayoría de los medios de comunicación, e incluso algunas revistas especializadas, optan por el sensacionalismo, sustituyendo las explicaciones por los titulares impactantes y las imágenes sugerentes. Con lo que la ciencia, que debería ser lo contrario del pensamiento mágico, a veces se rodea de un aura mítica y misteriosa que, lejos de fomentar el racionalismo, parece a menudo el esbozo de una nueva religión (en este sentido, no es casual el alarmante éxito alcanzado por esa aberración ética e intelectual autodenominada «cienciología»).
Un siglo después de que la relatividad, la mecánica cuántica y la lógica de Gödel transformaran radicalmente nuestra visión del mundo, solo una exigua minoría tiene claro que Galileo, Newton y Aristóteles no dijeron la última palabra. ¿Cuál es la solución? ¿Cómo se puede divulgar el conocimiento sin vulgarizarlo? No parece fácil. Pero ahora disponemos de una nueva y poderosa herramienta, la interactividad, que podría y debería ser una extensión de ese diálogo en el que Platón vio el camino más seguro hacia el conocimiento. El juego de la ciencia podría y debería ser también un juego online.
Odio estos artículos tuyos que son medio buenos medio malos. Es claro que escribes bastante mejor, cuando te da la gana, piensas más y te sientes comprometido. Éste no es el caso. Cuando te pones en modo diplomáticamente correcto, malo. En una columna citas nada menos que doce nombres. Cuando el argumento real es el de la autoridad, poco importa que hables de la razón o de la fe: mereces un calzón tres tallas más pequeño.
Quede claro que los científicos me tocan las narices. No me caen nada simpáticos. Son chusma vendida al servicio del poder. Tengo en el retrete una amplia variedad de libros positivistas que no dudo en emplear cuando escasea el papel higiénico. Toda esa gilipollez sobre la santidad del conocimiento científico no tiene otro objeto que aupar a la verdad epistémica como única verdad y destruir los dientes del dragón del hegelianismo. Se exalta la autoridad de los hechos con la intención de rechazar la verdad histórico-política y subordinar lo racional a lo real. Cuando la sociología es una proyección de la biología, el monarca no necesita ya de la iluminación de Dios para explicar su reinado. Él es el león en la sabana.
Hay dos tipos de autoridad muy distintos, por no decir antagónicos: auctoritas y potestas, y si fóbicamente los metemos en el mismo saco, no vamos a ninguna parte. El conocimiento científico no tiene nada de santo, es lo contrario de la santidad, y con todos sus defectos -y excesos- es lo mejor que tenemos para defendernos de los «creyentes» de todo tipo y condición.
Qué rigor. No le caen simpáticos los científicos. Chusma vendida. Dientes del dragón del hegelianismo. Gilipolleces.
Además, para un (supuesto) marxista está feo criticar a un trabajador por cumplir y ganarse el jornal.
Eso. No permitas que los hechos desautoricen tus ideas.
El “proyecto Manhattan”, ¿quién lo llevo a cabo? ¿Policías? ¿Militares? Fueron científicos, lacayos a sueldo del patrón. Gracias a ellos países como Rusia y, probablemente EEUU, se hallan en una situación de dictadura eterna, al igual que más de medio mundo. Netanyahu también tiene la bomba. Irán anda en ello. Corea del Norte es del club, como Francia, Inglaterra, la India, Pakistán y, probablemente, Sudáfrica. Cantemos loas a la ciencia. Gracias Einstein por las cartas que escribiste a Truman. Gracias Oppenheimer. Gracias Ulam por las bombas termonucleares que no tienen otro uso que el militar. Y gracias a tantísimos otros miserables inteligentes. Gracias por tanta destrucción, tanta liberación de radiación al medio ambiente y tanto cáncer. Y muchas gracias por Chernobyl.
Si quieres hablamos de la industria pesada. No florece en los árboles. Del envenenamiento de los acuiferos. De los plaguicidas. De la industria del plástico y su impacto sobre los océanos. O del efecto invernadero. Seguro que el queroseno sintetizado gracias a las plantas químicas y expulsado cada día a toneladas en la atmósfera no tienen nada que ver. Ni la gasolina que mueve a inmensos parques de automóviles cada día. Ni la deforestación sobre los bosques y las selvas gracias a la maquinaria pesada. Qué va.
La función de los frailes durante toda su macabra historia no han perpetrado una destrucción comparable a la que es imputable a los científicos y tecnólogos, lacayos de mierda al servicio del patrón y los tiranos de turno.
Estoy harto de que la sociedad lave la culpa de esta clase de miserables. Son tan santos que el mundo estaría muchísimo mejor si ninguno de ellos no hubiera nacido.
Qué cantidad de pamplinas. Perfecto, por poder podríamos vivir en la Edad de Piedra.
Eres muy joven y bebes demasiado (o demasiado poco).
Argumento ad hominem. Muy científico el señor.
Carlo, justo en el momento que pensé que habías conseguido hacer un artículo compartible por cualquiera que no creyese en el diseño inteligente, o fuese terraplanista o antivacunas, aparece un graduado anónimo de Heidelberg y te pone a parir. Soy testigo de que no estabas buscando camorra. Si hasta citabas a Chesterton y todo. Es que ya no se puede ni ser cordial.
Gracias, Rafa, pero no creo que – me ponga a parir, y, por otra parte, sus argumentos son interesantes, apuntan en la dirección correcta, creo, solo que se pasa de rosca y cae en un tremendismo generalizador que obviamente no comparto.
Obviamente, no estoy de acuerdo con -, pero no llamaría gilipolleces a sus generalizaciones iracundas. Hay argumentos válidos en su discurso, aunque acabe llevándolo hasta extremos indefendibles.
Yo también entiendo la parte «salvable» y hasta la comparto. Ahora, la descalificacion genérica de los científicos no se sostiene. Por ponernos estupendos también se podrían mandar bibliotecas «hegelianas» enteras al excusado.
No en vano un clásico del feminismo se titula «Escupamos sobre Hegel» (Carla Lonzi). Y conste que he leído a Hegel con gran interés y provecho. Y sin embargo…
«El horror, el horror» El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad
Ay si hija solas entre tanto tio ¡¡Que horreur!! a de más, tu entiendes algo? Me soldiralizo contigo.
«Hacer medible lo que no lo es» me resulta difícil de entender. ¿Implicaría que para Galileo todo es medible?
Galileo se refería al mundo físico, en el que, en principio, cabía pensar que todo era medible. Ten en cuenta que él fue el primero (gracias a su descubrimiento de la ley del péndulo) que pudo medir el tiempo con cierta precisión, lo que lo hizo muy consciente de que, simplificando un poco, pensamiento científico equivale a pensamiento cuantitativo.
Apreciado Frabetti,
Siempre acaba ocurriendo lo mismo: mezclamos «ciencia» como método de conocimiento con «ciencia» como institución social. Así, confundimos los medicamentos con las empresas farmacéuticas, las leyes de la física nuclear con las bombas atómicas… y la relatividad con el relativismo ;-). Y esta confusión nos lleva al terreno ideológico y acabamos llamando canalla a cualquier estudiante de ingeniería. Que la ciencia (como método, o conjunto de métodos) es la única cosa medio fiable que tiene la humanidad para resolver problemas de forma racional, debería ser admitido por todas y todos, sin excepción (salvo para el terraplanismo, supongo). Que las instituciones usen adecuadamente el conocimiento científico, es otro cantar, y es esto lo que deberíamos criticar racionalmente con el fin de mejorar la eficacia de la ciencia como método. Resulta descorazonador ver tanto filósofo posmoderno confundir ambas cosas (por muy interrelacionadas que estén, que lo están). En cualquier caso, gracias por mantener vivo el debate.
Gracias a ti, Eugenio. Efectivamente, es fácil caer en la perversa metonimia de confundir la herramienta con la mano que la empuña o la Luna con el dedo que la señala. Todos lo hacemos a veces, pero parece ser que algunos se atascan ahí. Los posmodernos y relativistas culturales han aclarado algunas cosas al precio de oscurecer otras muchas.
Excelente comentario. Lo suscribiría al 100% si supiera pensar tan bien. Dado el furibundo talante de algunos opinantes no me había atrevido a señalar que tal vez (y solo «tal vez») el proyecto Manhattan haya salvado decenas de millones de vidas. Sin la bomba atómica ahora estaríamos en la fase de clasificación para la cuarta o quinta guerra mundial y muchos de nosotros ni siquiera habríamos nacido.
Es posible que el poder disuasorio de las armas nucleares haya evitado alguna hecatombe (puede incluso que la esté evitando ahora mismo). Lo que no atenúa ni un ápice el horror material y moral de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el más abyecto acto terrorista de la historia de la humanidad.
Te lo dije tiempo atrás. Tu mayor problema es que profesas una religión. En cuanto aparece el término «ciencia» eclosiona tu fe y tu pensamiento crítico desaparece por completo.
La partida no ha acabado. No se por qué tengo la impresión de que es más fácil reventar el globo a base bombazos termonucleares que mediante catapultas.
Problemas:
1. ¿Cuántas catapultas hay que construir para producir una devastación equivalente a una bomba A?
2. ¿Indicar de qué número de árboles se debería disponer para que la devastación por catapultas sea equivalente a la de las bombas termonucleares?
En fin. La gilipollez conviene que quede en el cerebro, que decía Marco Aurelio.
Me pregunto, primero, si aceptarías aplicar tu razonamiento aparentemente brillante a la religión: «Siempre acaba ocurriendo lo mismo: mezclamos «religión» como método de conocimiento con «religión» como institución social». En cualquier caso, alguien dijo una vez que el mayor engaño del diablo es convencernos de que no existe y en el caso de la ciencia, nace institucionalizándose (ver VI parte del «Discurso del Método») y dependiendo de la subvención real. Los científicos no son la CNT. La ciencia es un proyecto común subvencionado por el estado y la empresa desde siempre. Aristóteles y Alejandro. El Museo y Ptolomeo «Soter», etc.
La revolución científica es coincidente con su institucionalización, amigo. Academia del Cimento de Florencia: 1657. Royal Society: 1663. Real Academia de Ciencias de París: 1667. Academia de Berlín: 1700. Academia de San Petersburgo: 1724. Esa separación a la que te agarras como «razonamiento» sólo se da en tu fantasía.
Cuando Darwin embarca en el «Beagle» ¿quién financia su proyecto científico? El viaje del Beagle es una de tantas expediciones británicas financiadas por la Royal Society cuyo objetivo consiste en determinar en qué lugares existen yacimientos minerales y materias primas aprovechables por la industria para mandar después los buques de guerra para colonizar, esclavizar a la población civil y expoliar acto seguido sus recursos. Las expediciones científicas se enmarcan en el ámbito de esa forma de capitalismo neocolonial despiadado. Son indisociables.
Los científicos no son la CNT. Así como las pirámides no nos dejan ver la explotación de los miles de esclavos que tuvieron vidas de mierda para erigirlas, los conocimiento científicos son el barniz que recubre la devastación sobre el ser humano y la Tierra.
Lo singular del tema es que una persona ilustrada crea en fantasías no menos delirantes que las religiosas.
Pues sí, lo aplicaría a la religión (aunque no a la católica). El sentimiento religioso, entendido como búsqueda de una hipotética realidad trascendente, aunque no lo comparta, me parece respetable, mientras que los tenderetes montados por las distintas instituciones que explotan ese sentimiento son lo peor.
Querido -,
Preguntas si aplicaría mi razonamiento bajo la forma: «Siempre acaba ocurriendo lo mismo: mezclamos «religión» como método de conocimiento con «religión» como institución social» Sí y no. La religión es una forma de conocimiento, pero no de conocimiento positivo… el conocimiento es tan amplio. En cualquier caso, la religión como institución es muy diferente de la religiosidad individual, estaremos de acuerdo en que no se deben de confundir.
Claro que la ciencia ha crecido a la par que su institucionalización, pues se trata de una tarea colectiva que, además, es usualmente cara de llevar a cabo. La filosofía, en esto, es diferente: no resulta cara de hacer y cada filósofa o filósofo puede crear su sistema, o anti-sistema, sin necesidad de llegar a ningún acuerdo con nadie. Por cierto, Hegel fue el profesor mejor pagado del estado alemán de su tiempo, con mucha diferencia.
Por supuesto que la bomba está ahí, e ignorarlo es tan patético. Como lo estuvo antes la dinamita, las armas de repetición y todo lo que la técnica ha creado para destruir humanos y otras bestias. Pero la ciencia solía ir por detrás, no te confundas en esto: costó más crear la ciencia de la mecánica que construir catapultas, como costó más crear la química que crear la pólvora, o los cañones que la termodinámica: la ciencia solía ir por detrás de las máquinas. No todo es tan sencillo como nos gustaría. Ciertamente, ahora las cosas ya no son como eran.
Finalmente, la ciencia es, en última instancia, método científico que no es más que una forma reforzada de sentido común, un “atente a los hechos” porque ellos mandan. Y no es una religión, es un método, una guía. ¿Tienes otra?
Pierdes -perdemos- el tiempo, querido Eugenio. Quien nos acusa de religiosidad científica -o cientificismo religioso- es un curioso ejemplo de inquebrantable fe anticientífica. Los psicoanalistas lo llaman proyección. A veces aciertan.
Apóstol de la ciencia apelando a una teoría paracientífica imposible de falsar para sacar adelante como sea su fe.
@Frabetti
No lo aplicas a la católica, porque es la religión en que fuiste enseñado (o, mejor dicho, amaestrado) y la conoces demasiado de cerca como para que no te escueza asentir a la afirmación. Y la «búsqueda de una hipotética realidad trascendente» es platonismo y metafísica, no religión. La religión se fundamenta sobre unos hechos inciertos, incomprobables que acontecieron en un período limitado de tiempo que el creyente debe estimar como «canónicos» para el resto de la vida humana. No se trata de filosofía. Te lo dije previamente. Tu racionalismo convierte al «Tractatus» de Spinoza en la filosofía del futuro. Tu manera acrítica de considerar las ciencias es una fe que lastra tu pensamiento. Te obliga a mantener los encorsetados límites dentro de los que tu credo tiene un sentido antropocéntrico que realmente no tiene, jamás ha tenido, ni puede tener.
«¿Jugamos una partida?» Pues ve pensando que entre los jugadores están Josef Mengele y Shiro Ishii.
No me gusta dejar sin respuesta comentarios tan elaborados, pues podría parecer que «paso olímpicamente» y no es el caso. Y tampoco pretendo tenerla última palabra. Pero no tienen sentido repetir una y otra vez los mismos argumentos en bucle. Gracias por tus asiduas y a menudo estimulantes aportaciones.
@Eugenio
1. «Sí y no» no me vale. O es conocimiento o no. Y lo de «positivo» es complejo de superioridad. Una manera de decir que el conocimiento científico es superior. Ese complejo de superioridad queda pronto al descubierto: Si tan listos sois, ¿por qué no mandáis?
2. «En cualquier caso, la religión como institución es muy diferente de la religiosidad individual, estaremos de acuerdo en que no se deben de confundir». Pues no. No estoy de acuerdo. La religión individual es una fantasía social. No es la conciencia individual la que determina la realidad, sino la realidad social la que determina la conciencia de cada individuo. La lengua que empleamos ambos para comuinicarnos tengo la impresión de que no la has inventado tú. Pues lo mismo con el resto de tus ideas.
3. «Mezclamos «ciencia» como método de conocimiento con «ciencia» como institución social.» Pues no. La ciencia es una actividad de clan, como cosa nostra. De esto ya he hablado previamente. Mejor no leer por encima. Yo no lo hago por respeto al interlocutor.
4. «La ciencia solía ir por detrás». ¿De qué? Confundir entre técnica y tecnología no va a hacer que mejore un mal razonamiento. No es lo mismo crear un par de zapatos que una bomba termonuclear. Ésta ni la planifican, ni la llevan a cabo los artesanos.
5. «La ciencia es, en última instancia, método científico que no es más que una forma reforzada de sentido común, un “atente a los hechos” porque ellos mandan». No son los hechos los que mandan precisamente. Nietzsche retrata la situación en «Más allá del Bien y del Mal, 207».
6. «Y no es una religión, es un método, una guía. ¿Tienes otra?» Tal y como tú la profesas es una religión más. No hay más que leerte para darse cuenta de que crees un único camino de «salvación». La pregunta es: ¿Para quiénes? La ciencia en su progreso exponencial configura un mundo en el que no hay sitio para todos. Es una empresa excluyente y criminal por su propia naturaleza. Date una vuelta por El Fasher y hablas luego de la guía que supone la tecnología bélica.
7. «Por cierto, Hegel fue el profesor mejor pagado del estado alemán de su tiempo, con mucha diferencia». Tampoco. El estado alemán no existía cuando él nació (era un siervo del ducado de Wurtenberg) y cuando murió pertenecía al estado prusiano. No fue ni de lejos rico. Buena parte de su vida fue profesor de instituto. Schopenhauer sí era rico. Ni siquiera tenía que trabajar para vivir. Marco Aurelio aún fue más poderoso al ser emperador. Era un estoico como Epicteto, que, empero, era esclavo. Pero, ¿no estaremos tratando de rascar el argumento ad hominem? Aparte de que los filósofos no hayan sido más que de último profesores (Spinoza pulía vidrios) son poco «clasificables». En cualquier caso, citar a Hegel en este contexto es manifestar que ni siquiera lo has leído. Uno de sus lemas es «lo real es racional». Lo que está ocurriendo en Gaza no es racional. Y como es real, se trata de la pesadilla imaginada por unos cuantos cabronazos y la obligación de cualquiera que razone es acabar con esa situación. La ciencia aboca a fortalecer el poder de los tiranos y envenenar el medio ambiente. Esto es real. Y no es racional. Es la representación de unos cuantos cabronazos que se benefician de la situación. Adivina qué procede hacer.
«Adivina qué procede hacer.» Dejar esta conversación.
La ciencia y la tecnología (ambas van de la mano) pretenden imponerse unilateralmente a la naturaleza y la sociedad. Le acompañan dos efectos secundarios en los que niegan reconocerse. Por un lado, los daños colaterales sobre el medio ambiente y la vida social. Rechazan que les sean imputables las consecuencias depredadoras que desatan. “No es nuestra parcela”. Ellos sólo cumplen con su trabajo, sólo obedecen órdenes. El otro efecto es más soterrado; amparados por la ideología de la eficacia, se erigen en único modo de ser impidiendo de antemano su cuestionamiento crítico. Lo mismo que los frailes hacían lo que hacían y permitían hacer lo que permitían por la mayor gloria de Dios, los científicos y tecnólogos contemporáneos hacen lo que hacen y permiten lo que permiten en aras del bien de una humanidad en el que a efectos prácticos se excluye a la mayoría de ésta.
Causa perplejidad que un moralista científico abogue por la dieta vegana, cuando la ciencia y la tecnología son el infierno de los ecosistemas. Es como si un libertino, entre orgía y orgía se pusiera a rezar piadosamente un padrenuestro por mor de la virtud universal. Pero, amén, que ellos son los abanderados de la coherencia.
El error sistemático en que incurren la mayoría de los científicos (incluyendo a Frabetti) es creer que la esencia de la ciencia «debe ser» algo científico. ¿Por qué debería serlo? Unas mentes tan listas ya deberían haber sospechado de la ciencia en cuanto se convirtió en una empresa estatal y empresarial incontestable. No se comprende a la ciencia afirmándola, negándola o permaneciendo indiferente (religión que practica la mayoría de los científicos creyendo no profesarla por mantener una idealizada -y falaz- posición neutral). Estamos encadenados a la ciencia. La voluntad de unos pocos para el bien de otros pocos se impone como destino absoluto al resto.
Gracias al cambio climático originado por los procesos puestos en juego por una tecnología cuyo equipamiento está diseñado científicamente, a día de hoy ha entrado la fiebre del Nilo en Andalucía. Y hay que esperar a que los científicos, cuya grey puso en juego el cambio climático, den ahora una solución para una enfermedad sin cura y, por favor, nada de imputar a la ciencia aquello que le corresponda. Hay que pensar en términos positivos de causas eficientes inmediatas. El responsable de esta nueva crisis es un mosquito y un virus, no el hijoputa que ha puesto este fenómeno en curso: el científico. Tan inimputables como los monarcas.
Oído ayer en una serie televisiva: «Los fanáticos son incansables y siempre tienen tiempo libre»
Que el uno cite al psicoanálisis y caracterice mi pensamiento como «proyección» y que el otro me tilde de «fanático» apelando a las series de TV no responde a argumento alguno. Si el patriotismo es el último refugio de los miserables, el argumento «ad hominem» se trata de la última «razón» de los que no tienen otra cosa que aportar en un diálogo aparte de fe.
Nadie ha caracterizado tu pensamiento en su conjunto como proyección: la proyección es un mecanismo concreto que -junto con la negación, su complementario- todos usamos a veces, y el psicoanálisis, con todos sus excesos, ha aportado algunas ideas interesantes. Y no confundas el argumento ad hominem con la falacia ad hominem.
A mi entender el papel que juega la ciencia en el mundo es negativo. Los científicos no me lo han puesto muy difícil.
El que entienda que su función es positiva, deberá mostrar por qué lo es.
Ahora bien, “*****” alega que o yo bebo demasiado o demasiado poco. Una respuesta muy racional.
Eugenio abraza el fatalismo (como no hay otra cosa, San Joderse cae en lunes) y muestra la arrogancia habitual de un científico. Se pone en plan pedagógico y se remite a cuatro clichés. Ni siquiera consulta si Hegel es alemán o no. Cuando queda expuesto como un ignorante se va él y su “hybris” con la música a otra parte. Ha dado un portazo figurativo: “¡Usted no sabe quién soy yo!”
Tú conviertes en tema lo que no es el tema: aludes a que hay caracteres a los que no es posible convencer, etc. El Gallo Claudio, que va de palmero, va un paso más allá, hace el mate y me tilda de fanático.
En suma, las argumentaciones de tu club se centran en demonizar al adversario… lo propio de quienes profesan una fe. Es algo que te ofende. El caso es que el único argumento que tu artículo aporta a favor de la ciencia parafrasea el de Aristóteles. Se trata de un argumento ingenuo, de una época en la que la tecnología no tenía el menor significado y que no responde ni de lejos a las dos cuestiones ya citadas en:
https://www.jotdown.es/2024/07/el-juego-de-la-ciencia/#comment-1398752
No soy yo quien padece un problema de coherencia.
Tal vez no se lo crea pero mi comentario sobre el fanatismo no iba dirigido tanto hacia usted (a quien no mencionaba, usted sabrá porqué se ha sentido aludido) como hacia el hartazgo que me produce que casi cualquier debate en esta revista (sobre todo si está de por medio el pobre Frabbetti, que casi siempre tiene buenas intenciones) se vea arruinado por una tropa de opinadores intolerantes y malencarados que convierten lo que podría y debería ser un agradable intercambio libre de opiniones en un irrespirable tumulto. En cuanto a la coherencia…. Escribir una furibunda diatriba contra la ciencia desde el teclado de un ordenador conectado a una red mundial sostenida por cables de fibra óptica submarina, satélites geoestacionarios y otros cacharros que «no-tienen-nada-que-ver-con-la-ciencia» no le convierten en candidato al oro olímpico de la coherencia, precisamente. En fin, me voy a tomar un gelocatil, al que le tengo mucha fe, (espero que alguien sepa apreciar la sutil ironía de este chascarrillo), para aliviar el dolor de cabeza que me ha producido este debate, le pido disculpas si en algo le he ofendido y prometo no volver a dirigirle la palabra ni en este ni en ningún otro foro. Saludos cordiales!
Acerca de que “el que se pica, ajos come”, ya te vale. No insultes mi inteligencia. Guárdate tu condescendencia en donde te quepa.
Entre los “opinadores intolerantes y malencarados” que fomentan “un irrespirable tumulto” asumo que me incluyes. De paso te presentas como uno de los que pertenecen al otro grupo, los que contribuyen al “agradable intercambio libre de opiniones”. Mesianismo. Mundo en blanco y negro. No te hace falta abuela. En cualquier caso, sólo confirmas tu previa argumentación “ad hominem”.
Aparte de tu constante aportación “ad hominem” y el argumento ingenuo de Aristóteles, nada. Porque si crees que es obra en favor de la ciencia el que tengas a tu disposición el paracetamol, va a ser que no. La mayor parte de la humanidad está privada de las medicinas más elementales. Esa mayor parte de la humanidad vive en lugares en donde se extraen las materias primas al más bajo precio mediante trabajos que son menos trabajo que esclavitud y violencia. La felicidad de una minoría se construye sobre la infelicidad de una mayoría. ¿Ése es tu “razonamiento” en favor de la ciencia? Disculpa si no me impresiona tu «opinión libre».
Allá en donde se monta una industria de componentes informáticos, los índices de cáncer aumentan tan escandalosamente que se producen las inevitables demandas que los abogados de las empresas implicadas contestan empleando el argumento “correlación no es causalidad” y demoran a base de recursos hasta que la mayoría de los afectados hayas muerto. Pero supongo que estás entre aquellos a los que no les importa que su hij@ tenga cáncer por el bien de una pequeña y, normalmente blanca, occidental y de clase media o alta “mayoría”.
«el pobre Frabbetti, que casi siempre tiene buenas intenciones». Siempre, querido gallo, siempre. Con mayor o menor éxito, pero mi intención siempre es la de fomentar ese agradable intercambio libre de opiniones al que aludes. Y la tropa de opinadores intolerantes tampoco es tan numerosa, en comparación con otros foros, no puedo quejarme. Gracias por tus ponderados y juiciosos comentarios.
Gracias, estoy de acuerdo pero cuesta mantener la calma cuando alguien escribe que «no me importa que mis hijos tengan cáncer». Como se puede ver tardé once días en entrar a comentar por aquí y casi de incógnito, una puntualización sin más, pues soy consciente de que hay personas más preparadas que yo para este debate y en la esperanza de que la tormenta del desierto se hubiera aplacado un poco lo cual no ha evitado que me llamen gilipollas, palmero, ignorante y otras lindezas. Hasta donde puede llegar en su obsesión por considerar la ciencia una rama de la balística o la demonología. ¡ Pero si ha estado en un tris de llamarte fascista ! Y diga lo que diga, el chiste de la fe en el gelocatil, que no es mio sino oído a una señora en un ambulatorio, es graciosísimo y muy pertinente para el tema en cuestión. Espero que en otro foro más sosegado se puede debatir tranquilamente de temas tan importantes como ciencia vs religión o la indudable sumisión de los creadores de cualquier tipo a cualquier poder establecido. Como se entere de para quien trabajaba Bach, nos quema todas las partituras del cantor de Leizipg. ¡ Y qué decir de «Las meninas» de ese lacayo de los Austrias !. Habría que avisar de que no le dejen entrar en el Prado, jiji. Saludos cordiales y hasta dentro de un par de meses que se me habrá pasado el bajón.
Hay una escena de «El halcón maltés» en la que Bogart le dice a Lorre mientras lo abofetea: «Dé las gracias cuando le peguen». La primera vez que vi la película era muy pequeño y no entendí la frase (ni casi nada de la compleja trama), pero el sentido, creo, es que mientras te pegan no te disparan. Por mi apoyo a la revolución cubana y al derecho de autodeterminación de los pueblos (vasco, catalán, gallego, sardo, corso, saharaui…), he recibido tantas amenazas que, cuando solo me insultan, sobre todo si lo hacen con argumentos que me ayudan a reflexionar o a ampliar mi punto de vista, me siento afortunado. Te recomiendo que intentes verlo de esa manera, aunque reconozco que no es fácil. Y no tardes dos meses en volver por aquí.
Cuando rebajas una discusión a argumentos “ad hominem” está de más sentirte luego molesto por recibir respuestas en tu misma clave. En cualquier caso, sigues sin aportar argumento alguno que incline la balanza a favor la ciencia.
La situación de Frabetti es singular, porque no es la primera vez que defiendes la ciencia básicamente con el mismo argumento que cabe encontrar en Aristóteles, “Metaph.” I, 2, 982 b 11-17. Esa figura de la ciencia en la que piensas es obsoleta. Pertenece a una época en la que la tecnología y la maquinaria pesada no existían. Ser un mecenas era la manifestación cultural de que un tirano era poderoso. Gastaba en cultura con objeto de subrayar la cantidad de dinero que podía permitirse tirar en fines extravagantes. Esa situación no la has conocido nunca. Desde hace siglos es otra.
No tengo ningún problema con Sebastian ni con Velázquez. Eran artistas, no científicos. No magnificaron el poder de ningún tirano. Tuvieron una familia a la que sustentar. No alardearon de ser inteligentes, ni de no ser siervos. A Bach le tocó hincar la rodilla ante un montón de idiotas investidos de poder. Por algo firmaba sus partituras “soli Deo gloria”. Mozart y Beethoven lamieron botas de otro modo. La “Heroica” fue primero dedicada al foutriquet del momento hasta que le dio por investirse emperador.
Hay un episodio tétrico vinculado a Auschwitz Birkenau, en donde las SS mantenían una orquestina judía que tocaba para acallar los gritos y gemidos procedentes de las cámaras de gas. De ahí la leyenda “después de Auschwitz es imposible la poesía”. Pero en la perpetración de una barbarie, como la citada o la que ahora mismo se manifiesta en El Fasher o en Gaza, estoy absolutamente seguro que los responsables de la síntesis del Ziklon B o las GBU-39 no son músicos, sino tecnólogos y científicos. Su responsabilidad es otra, su complicidad es bien distinta y no voy encima a justificar su barbarie.
Por cierto, se me olvidaba comentar que me hubiera gustado aportar algún apunte tal vez interesante a partir de nuestra común afición a la SF, como diversos relatos sobre la carrera armamentística (uno, muy irónico de Lem cuyo título no recuerdo). En estos días estoy revisionando nostálgicamente esa maravilla kitsch sesentera de «La conquista del espacio» (Star Trek para los más jovenes que yo) y creo que muchas de las tribulaciones del atormentado capitán Kirk sobre el uso adecuado de la inimaginable fuerza de la nave Enterprise y los balances de poder (que en realidad son el tema central de la serie, muy en su contexto de guerra fría) podrían haber sido pertinentes para los asuntos aquí tratados. ! Otra vez será ¡. Saludos.
Sí, Star Trek merece una revisión a fondo, y hay auténticas perlas (también en el sentido irónico) en muchos de los episodios. Y hablando de Lem, tal vez te interese este «serial» protagonizado por él: https://www.revistamercurio.es/tag/la-taberna-flotante/