Son un fenómeno musical que prácticamente solo funciona en Reino Unido. Un grupo prefabricado en la línea conceptual de las Spice Girls, pero con un sonido dance que recicla arquetipos tuneados de ABBA y los Bee Gees. En cada videoclip incluyen una coreografía boba para bailar en camada, de ahí su originalísimo nombre («Pasos»). Sus cinco miembros tienen menos carisma juntos que Baby Spice en solitario. Y solo una de ellos es una cantante notable, pero tampoco cuenta con un timbre muy distintivo.
Por supuesto, los cinco han fracasado como solistas.
Y, pese a todo, este año han cumplido veintisiete de existencia (quince de ellos inactivos como grupo, eso sí); han vendido veintidós millones de cedés; han sido número uno en las listas británicas en cuatro ocasiones, con dos álbumes de estudio y dos recopilatorios, y se han colado catorce veces entre los cinco primeros puestos de singles; tienen casi tres cuartos de millón de oyentes mensuales en Spotify; sus compatriotas siguen acudiendo en masa a sus conciertos (aunque solo canten en directo los pocos versos en que no bailan y el resto de sus voces sean pregrabadas: o así fue hasta hace poco); y este 2024 se anuncia todo un musical concebido en torno a su música.
Estamos hablando de un grupo que, si no existiera, habría que inventar. De hecho, se inventó sin que ellos tuvieran nada que ver en el proceso. Y ahora mismo, encarnan el sonido de pop bailable más divertido y fresco que uno pueda disfrutar en Europa.
¡Estamos hablando de los fabulosos Steps!
ABBA y Spice Girls en un solo grupo
1997. Las Spice Girls todavía están en activo. Siguiendo esa fosforescente estela, los productores/compositores Steve Crosby y Barry Upton, en complicidad con el mánager Tim Byrne, insertan en la prensa un anuncio de casting para cantantes y bailarines de ambos sexos con vistas a montar otro grupo probeta en Londres. En esa primera convocatoria son seleccionados Ian ‘H’ Watkins y Lisa Scott-Lee, junto a tres miembros provisionales que enseguida abandonarían la formación en ciernes, al presentir que esta solo se fundaría para conseguir un único éxito y que acto seguido sus propios artífices la condenarían al olvido. (Posteriormente, Lisa confesaría que se sintió aliviada de la desbandada, pues pensaba que esos desertores no compartían el alma pop que al parecer sí comparten los cinco miembros oficiales). En un segundo casting fueron escogidos la estupenda y acomplejadísima cantante Claire Richards, la britneyana Faze Tozer y el segundo varón del lote, el precioso Lee Latchford-Evans, quien apenas cantaba pero hacía gala de un físico envidiable y bailaba de maravilla. Ninguno de los cinco sobrepasaba los 22 años de edad.
Y así nació Steps.
La primera canción que grabaron, un horroroso himno country-dance de elaborado título (5, 6, 7, 8), letras dylanianas («My rodeo Romeo, a cowboy god from head to toe») y futuro videoclip marbellí, debía ya de destilar algo aprovechable, pues al instante llamó la atención del magnate del pop Peter Waterman (el del mítico trío de productores Stock Aitken Waterman, los que lanzaron en los 80 a Kylie Minogue, Rick Astley, Bananarama y, sí sí, Sinitta), quien no tardó en ficharlos para su sello EBUL, asociado por entonces con Jive Records, subsidiaria de la compañía estadounidense Zomba, la cual ya estaba apadrinando ídolos para adolescentes como Britney Spears o Backstreet Boys. Afortunadamente, Waterman cambió la orientación del sonido de Steps: de una insufrible horterada pachanguera lo viró a deliciosa horterada discotequera, que él definiría como «ABBA on speed».
Antes de lanzar el primer cedé de Steps, Waterman quiso probar suerte con un nuevo sencillo (5, 6, 7, 8 solo llegó al puesto 14 en la lista británica, aunque desde entonces se ha convertido en uno de los temas característicos del grupo) y, para no errar el tiro, jugó sobre seguro con una versión de su propia cosecha noventera, un estándar de Bananarama, Last thing on my mind, que en su remozado stepsiano alcanzaría el puesto 6 de las listas. Pero fue con el tercer sencillo, One for the sorrow, donde este doctor Frankenstein dio por fin en la diana con su criatura: un ritmo bailable de pátina melancólica y las luminosas voces conjuntadas invocaban a la perfección el espíritu de la banda sueca ABBA en un muy sólido vehículo forjado para ellos por los coproductores Mark Topham y Karl Twigg, quienes en mi opinión les proporcionarían las composiciones más vigorosas y bonitas de su repertorio. One for the sorrow llegó al número 2 de las listas británicas y al número 1 ¡en Australia! Eso sí, hasta en el videoclip de una canción tan triste metían su coreografía nivel tacatá para que los británicos on fire no se olvidaran de dar sus pasitos.
El trabajo de infiltración comercial estaba hecho. Al mes siguiente salió al mercado su primer cedé, Step One, que voló al número 2 en ventas en Gran Bretaña y al número 1 en Bélgica, y cuyo contenido, como casi todos los de ese jaez, hacía de la irregularidad su lema: lo completaban This heart will love again, otro corte abbadiano pero en clave blanda; Experienced, una balada gospel calculada para la voz de mediano alcance de H y muy inspirada en Raindrops keep falling on my head; Better not forgotten, su cuarto y digno single; las rutinarias y genéricas Back to you y Stay with me; y la segunda versión del disco, Love U more, el conocido éxito de Sunscream. Los productores de Steps reescribirían la agresiva letra original, convirtiendo ese «my sex hung, torn and quartered» en «my self hung, torn and quartered». O sea, que lo destrozado no sería su sexo, sino uno mismo. Y «We can turn wine into water as fathers rape their daughters» («Podemos convertir el vino en agua mientras los padres violan a sus hijas») quedaría en un mucho más recatado y alegre «turn sadness into laughter» («…y convertir la tristeza en risa»). Con todo, la otra gran pieza de Step One es su quinto sencillo, la entrañable Heartbeat de la compositora Jackie James, para la que grabaron un extravagante videoclip a medio camino entre el de Last Christmas de Wham! y Posesión infernal, aunque los únicos demonios que aparezcan aquí sean unos desdichados enanos a los que Steps debe enfrentarse para recuperar su libertad.
Steps había llegado para quedarse. O eso parecía, pues con su primer éxito serio llegó también el germen del conflicto que terminó por precipitar su primera y longeva separación: a fin de cuentas, One for the sorrow suponía un vehículo para el lucimiento casi exclusivo de la poderosa voz de Claire… y eso sentó como un tiro a sus compañeras, que hubieran querido ver el cometido vocal equitativamente repartido entre las tres. A partir de ese momento, las envidias y rencillas comenzarían a hacer mella en la relación y cohesión de los cinco miembros.
Y eso que todavía no habían descubierto que H se había ligado al mánager hasta el punto de mantener con él una relación secreta de tres años, que redundaría en un mayor porcentaje de fraseos adjudicados al rubio de la pandilla…
En todo caso, la semilla de la discordia ya estaba plantada.
Su segundo cedé y primer número 1
Grupos como Steps no suelen durar mucho, así que no resulta de extrañar que ya en 1999, apenas un año y un mes tras su puesta de largo, contraatacaran con un segundo trabajo, Steptacular, el cual se abría nada menos que con Tragedy, versión del clásico discotequero de Bee Gees que ya había conquistado el número 1 meses antes como cara A de un doble sencillo rematado con la mentada Heartbeat. La Tragedia de Steps obtuvo un eco espectacular gracias en gran medida (ojo a la mercadotecnia) a un simplísimo movimiento coreográfico: la elemental disposición de las manos tocando las sienes al bramar el estribillo, gesto que todos los británicos se pusieron a imitar al tararear la canción (y que nació inspirado por la icónica combinación de aspaviento y grito de Macaulay Culkin en Solo en casa). Cosas veredes en la cuna de la civilización anglosajona y en la predisposición soñadora a la que mueve la grisura sempiterna de su clima…
Tras ese «discotástico comienzo» de Steptacular, según lo definió el diario escocés Aberdeen Evening Express, el dúo Topham y Twigg volvía a regalar un caramelo de melancolía a Claire con After the love has gone, un claro single ganador. Seguían el europop básico de Love’s got a hold on my heart y el chicle usado Say you’ll be mine (ambos compuestos por Waterman en colaboración con Andrew Frampton), para dar paso a otro solo de Claire en la correcta balada I think it’s love y uno de Lisa en Make it easy for me, corte este último agradable sin más, reciclado de la época dorada de Stock Aitken Waterman, en concreto de su material para la cantante estadounidense de R’n’B Sybil.
Y de nuevo Topham y Twigg acertaban de pleno con Deeper shade of blue, de los temas más selectos y recordados del grupo. Su letra supone también una de las más rescatables de su catálogo: «I’m a darker shade of me», cantan en el videoclip mientras marchan y saludan militarmente, envueltos en unos resplandecientes uniformes celestes de lo más camp que hubieran hecho ruborizarse a los miembros de Frankie Goes to Hollywood. solo les queda rellenar surcos del disco con otra versión de un tema (más flojo) de Bananarama, Movin’ on; otro Waterman/Frampton con sabor a producto derivado, Never say never again; un dúo meloso entre Claire y H, When I say goodbye; y por fin retoman un poco de brío con I surrender, canción dotada de un precioso estribillo a lo Ronettes que debiera haberla elevado a sencillo; Since you took your love away permite por fin a Faye lucirse en una balada resultona; H saca partido de su affaire con el mánager y mete pezuña con My best friend’s girl, pastelito azucarado que aprovecha los violines de Tragedy para remedar temáticamente el Fiel amigo de Antonio Machín. Y cierran airosos con otra canción triste de Jackie James, You’re everything that matters to me, que, si bien no le salió tan brillante como su Heartbeat, también contiene un poso de cosa verdadera, lo cual reviste su mérito entre tanto artificio.
Steptacular se posicionó cómodamente en el número 1 de la lista durante tres semanas. ¿Y cómo andaba la relación entre los cinco componentes? Bastante depauperada. Justo antes del lanzamiento de ese cedé, los Steps se habían pasado semanas recorriendo Estados Unidos como teloneros de Britney Spears en su …Baby one more time Tour. Resulta que en el ínterin H se hizo amiguito de Britney y ella lo invitó a viajar hasta cada nueva escala de su gira en su avión privado, mientras los demás se veían obligados a desplazarse en un incómodo autobús. Eso generó todavía más tensiones entre los cinco muchachos.
¡Quién iba a imaginar que entre ellos habría tanto melodrama como en las letras de sus canciones!
Su trabajo de «madurez»
El tercer disco, Buzz (2000), agrega un poco de madurez a sus cortes —o, quizá mejor dicho, mitiga la inmadurez previa—, aunque Claire lo detesta sin medida: como ella misma afirma en su «autobiografía» All of me (2012), es cierto que parte del contenido se dirían temas rechazados por artistas yanquis en lugar de tratarse de un disco pop de raíces británicas (y sobre todo suecas), pero no es menos cierto que, sustrayéndole esos cuatro o cinco temas de relleno, se mantiene como su mejor trabajo de la primera etapa. Por aquel año, además, la estabilidad emocional de Claire ya hacía aguas, debido a su galopante bulimia y a su deseo casi irracional por dejar Steps, lo cual incide un tanto en su evocación negativa de aquel período.
La fatiga de Waterman a las riendas es evidente (aunque todavía tiene tiempo de rescatar para ellos una de sus contribuciones a la primera Kylie Minogue, la pegadiza Better the devil you know), así que Steps diversifica su oferta en unos singles que no han perdido ni un ápice de pegada: Stomp, otro temazo de Topham y Twigg, esta vez en complicidad con Rita Campbell, alcanza el número uno de las listas nacionales gracias a su contagioso ritmo, que incluye un riff orquestal del Everybody dance (1978) de Chic, y que aporta un entramado disco music sensiblemente más rico que sus esfuerzos previos. Le sigue Summer of love, un La isla bonita a toda máquina, de nuevo bajo la batuta de Topham y Twigg. Ese dinámico dúo les proporciona un tercer sencillo, la competente píldora eurodance You’ll be sorry, por lo que es probablemente una mayor presencia de su material la que eleva el nivel cualitativo general de este tercer lanzamiento. Pero si algo destaca como maniobra inteligente de Steps dentro de Buzz es su búsqueda de contribuciones originales a cargo de compositores nórdicos, subsidiarios del todopoderoso Max Martin. El nivel de brillantez pop que contiene It’s the way you make me feel será irrepetible, gracias al talento de Jörgen Elofsson, que les entrega un caballo ganador (otro número 2 para las listas). Estamos ante la mejor canción fabricada específicamente para Steps y una de las mejores del pop mainstream del nuevo siglo. El lado consistente de Buzz lo cierra un sorpresivo vehículo para H que él mismo ha compuesto junto a Andrew Frampton, Learn to love again.
A partir de ahí, los surcos se vuelven más resbaladizos: le toca el turno de componer y cantar a Lisa y fruto de su empeño nace Never get over you, título discreto y poco lucido pero con cierto encanto naíf por su ingenuidad ochentera; se luce más Claire (también componiendo con la asistencia de Frampton) en la apañada Hand on your heart; y llega a continuación Happy go lucky, a la que la propia Richards se referirá específicamente en su libro como un tipo de canción propia del repertorio de Britney Spears, pero no tan buena. Sin embargo, no es peor que otros éxitos anteriores del grupo, por lo que creo algo injusta la aseveración de la londinense: en cierto modo, Happy go lucky toma el lugar de ese lado cándido que antes ocupaba el catálogo Waterman, si bien más norteamericanizado. Su principal responsable, Andy Goldmark (proveedor gringo de Carly Simon, Elton John o Billy Ray Cyrus, entre otros), repite coautoría con Buzz, un tecnorreggae cumplidor, pero que a la vez delata el resuello de esta segunda mitad claramente inferior del cedé.
Tienen que llegar de nuevo los suecos para salvar la papeleta: en este caso, Andreas Carlsson (Britney Spears, Backstreet Boys, Westlife), aliado con el escocés Ali Thomson (A1, Lisa Stafield), obsequia a Steps la estupendísima Here and now, o lo que es lo mismo: más percusión britneyera, pero con garra autóctona para llegar al número 4 de las listas. Y aún le quedan cuatro canciones a Buzz: Paradise Lost, un cuarto Topham/Twigg de textura eurovisiva con una relumbrante coda elegíaca sobre el amor perdido; Turn around, la inesperada cuota vocal de Lee, un tema bailable que no escapa de la apatía; Wouldn’t hurt so bad, un medio tiempo de la factoría Goldmark que vuelve a difuminar la identidad establecida del grupo (¡¡¿Steps tomándose en serio el drama?!!); y, por fin, If you believe, radiante himno que la gran Cyndi Lauper ofrenda a la voz de Faye en contubernio con su cocreadora habitual, Jan Pulsford, y que resulta incomprensible que no haya obtenido la categoría de sencillo: es TAN Cyndi que la ejecución de Faye parece una versión, pero no lo es.
En resumen, como digo, el balance arroja un saldo sonoro más maduro. Eso sí, en estas agrupaciones postizas la madurez suele conllevar unas ventas menores: Buzz solo alcanzaría el puesto 4 en las listas británicas.
Y, por si fuera poco, la tensión está a punto de estallar en el seno de Steps: H y Claire conspiran para irse juntos; Lee está tan cabreado con su participación vocal bajo mínimos, incluso dentro de los propios coros, que en el videoclip de Stomp decide mostrar por primera vez que no canta, manteniendo su boquita de piñón perpetuamente cerrada en señal de protesta; Faye y Lisa también tienen sus pleitos, especialmente con Claire…
Para una vez que un grupo de estas características subsiste más de lo previsto, son sus propios componentes quienes deciden que todo salte por los aires. El factor humano, que diría Greene…
Primer traspiés
Al año siguiente, 2001, aparece el primer Grandes Éxitos de Steps, Gold: Greatest Hits, que se corona número uno en Gran Bretaña con un mascarón de proa impecable: su nueva versión de la magistral Chain Reaction, un festival de percusión, melodía y ritmo que inmortalizara Diana Ross bajo la barita mágica de los hermanos Gibb. A un lustro de su nacimiento, la popularidad de Steps es mayor que nunca. Podrían haber seguido exprimiendo la teta de la franquicia, pero dos de sus miembros están hartos… o conciben planes más ambiciosos.
Precisamente en el último concierto de la gira nacional para promocionar su recopilatorio, H y Claire comunican a sus compañeros, una hora antes de salir a actuar, que se acabó lo que se daba y que abandonan Steps. Lee no los cree, se piensa que a la vuelta de las vacaciones seguirán haciendo de tripas corazón para que no se les desbarate el tinglado. Lo que ni Lee ni Faye ni Lisa sospechan es que los dos camaradas escaqueados ya han decidido formar un dúo musical por su cuenta, bajo el original nombre artístico de H & Claire. El 26 de diciembre de 2001 se anuncia a la prensa la ruptura definitiva de Steps y, para rebañar las pérdidas, al año se lanza un recopilatorio de caras B y rarezas, The last dance, al que se añade una versión de ABBA, la gloriosa Lay all your love on me, joya sonora nacida para discotequear en una iglesia.
H & Claire también firmaron enseguida un contrato con Warner Music por 5 millones de libras esterlinas a cambio de cinco álbumes. solo llegaron a grabar el primero, Another you another me, hilvanado con el mismo tipo de pop desenfadado que Steps pero sin su chispa (¡y de quién sería la idea de que versionaran la espantosa Beauty and the Beast!). Lanzado en noviembre de 2002, su batacazo comercial fue de tal magnitud que no volvieron a reunirse ni en los escenarios ni en un estudio.
Lo mismo se puede decir de los cinco exSteps: el cabreo general por cómo acabaron las cosas les duró tanto que sus pasos no volverían a cruzarse hasta más de una década después.
Una reunión televisada para tantear el mercado
A las puertas de los años 10, alguien, el propio grupo o algún productor (posiblemente Steven Howard, quien movería los hilos del retorno) sondeó el ambiente de la sociedad británica y sopesó que era un buen momento para un revival de Steps. Pero ese plan había que atarlo primero bien atado: ¿y qué mejor que hacerlo mediante una reunión televisiva de los cinco Steps enfurruñados ante las cámaras para comprobar si dirimen o no sus diferencias? Vendido como documental pero en realidad un reality show en toda regla (con todo lo que conlleva de falsedad escenificada), el programa Steps Reunion (2011-2012), realizado para la cadena de pago Sky Living, congregaba a los mentados exmiembros tras reencontrarnos con ellos en sus vidas cotidianas: Lee se había hecho entrenador personal de fitness; Lisa había creado con su marido una escuela de arte ¡en Dubai!; Faye también se había casado y hacía bolos siempre que la vida doméstica se lo permitía; H se había retirado junto a su novio a criar animalitos en una granja de lujo, «mi sueño hecho realidad»; y Claire formaba asimismo una familia propia mientras seguía luchando por aceptar su obesidad.
Obviamente la reunificación del grupo ya estaba pactada con antelación o, como mucho, dependería de la audiencia que el programa concitara: lo que queda claro es que el hambre de volver se percibe muy tangible en los cinco treintañeros, por más que H se hiciera el difícil. De entre las perlas del «documental», destacaría la confesión coral de que, viéndose forzados a integrar como desconocidos una escudería de pop comercial a una edad tan temprana, era lógico asumir que iba a ser difícil que en su seno naciera una amistad inquebrantable de una manera espontánea. Claire lo explica muy bien en su libro: «Una de las cosas que Lee y H dijeron en Steps Reunion fue que nunca hubieran sido amigos de un modo natural de no haber acabado compartiendo grupo, y creo que eso resulta cierto para los cinco».
En cuanto a H, su naturaleza ponzoñosa aflora dentro del reality en todo su apogeo. Durante un encuentro arteramente planificado por el programa entre Lee y él en su granja idílica, el primero le canta las cuarenta y H termina al fin confesando que escogió la peor manera posible para romper con Steps. Cuando Lee inicia su partida de regreso a Londres, H permanece mirando el coche que se aleja y, de repente, exclama con una artificiosidad farisea digna de Sálvame: «¡Por Dios, qué tipo tan sensacional!».
Algo sí se puede decir en su favor: de todo Steps, él probablemente haya sido quien tenía más clara la clave pop del grupo y quien la abrazaba con mayor ahínco. Ese orgullo se trasluce en un momento concreto del show: los guionistas de Steps Reunion orquestan una cita de los cinco componentes con un nuevo enfant terrible del diseño de moda (quizá caracterizado así por el propio programa), que los va a resetear y aleccionar en términos de look moderno. Sin venir a cuento, el estrafalario diseñador comienza a ridiculizar frente a ellos todo el vestuario del Steps clásico, recochineándose de la estética del grupo y afirmando que esta nunca funcionó.
De los cinco compañeros perplejos, H es el primero que estalla: «¡Pero sí funcionó! Esa es la cuestión». Y añade algo que lo vindica artísticamente a mis ojos: «Sabíamos que no éramos cool. Pero sí éramos un poco cool porque sabíamos eso. Y el grupo funcionó precisamente por ese motivo, así que no pienso ser negativo ni irrespetuoso al respecto».
El (primer) regreso y el segundo traspiés
Las condiciones estaban dadas y todas las piezas cayeron donde debían: para el reality, los cinco steperos grabaron una nueva versión de Dancing queen, la seña identitaria de ABBA por antonomasia, como tema inédito de un segundo recopilatorio, The Ultimate Collection. En octubre de 2011, el álbum alcanzaba el número uno de ventas en las listas británicas, lo que los llevaría a embarcarse durante el 2012 en una gira de doce conciertos por el país. Y en noviembre de ese año lanzaron, con su propio sello Steps Recordings, su cuarto álbum, conformado por… ¡villancicos!
En realidad, se trataba de una colección de versiones de medios tiempos con raíces swing y baladas añejas. Algunas no tanto y no tan disparatadas (al Overjoyed de Stevie Wonder le sacan su gracia), pero varias no tienen mucho sentido en el universo Steps (como un par de temas de Burt Bacharach o el When she loved me de Randy Newman); y los villancicos que insertan no le cambian la vida a nadie, por decirlo finamente. Si a ello añadimos que la única canción original tampoco suena demasiado inspirada (el Light up the world que da título al álbum, de Twigg y Yamit Mamo), la mayoría de adeptos a Steps convendrán en que este empalagoso trabajo supuso un paso atrás dentro de todo el magnífico esquema de reconstrucción que se había efectuado para el retorno triunfal del quinteto.
A la tercera va la vencida
La tercera y parece que definitiva etapa del grupo da inicio en 2017, cinco años después del fiasco de Light up the world. Esta vez sí parecen tenerlo claro: Steps es baile, diversión y estupidez asumida. Y por fin nos dan lo que sus fans buscamos.
Para ello, dicen adiós definitivamente a Topham/Twigg y contratan a un nuevo productor, The Alias, que actualiza su sonido, mezclando de modo inteligente la nostalgia cómplice por lo hortera con la dignidad de la supervivencia: siguiendo el razonamiento de H (y tal como ha pasado con otras bandas británicas odiadas durante décadas por la crítica, como Duran Duran), cada año es más cool escuchar a Steps.
En 2017 sale a la venta Tears on the dance floor. ¿Resultado? Directo al número 1 en Escocia y al número 2 en Gran Bretaña. ¿Motivos? Un puñado de buenos temas bailables que no dan pausa, comenzando por el primer sencillo, compuesto por Carl Ryden y la cantante Fiona Bevan: Scared of the dark es un fantástico corte que justifica por sí solo el regreso al ruedo de Steps, un tema abbayesco hasta la médula y que cumple los requisitos de sus mejores éxitos, esto es, funcionar como pieza de discoteca y al mismo tiempo como canto de melancolía. ¡Y sin rapero de por medio!
Los otros dos sencillos extraídos del disco planean a su altura: Story of a heart es una maravilla cedida por la Benny Andersson’s Band, la banda montada por el cocreador de ABBA ¡y perfecta para Steps precisamente porque parece de ABBA!; y Neon Blue, segunda aportación de Ryden y Bevan, es un vivificante himno gay que anima a mostrar nuestros true colors, con un excelso colofón vocal de Claire. Otros temas dignos de vida propia: el potente No more tears on the dance floor, versión de un éxito menor del exModern Talking Thomas Anders y el exNena Fahrenkrog, compuesto para los alemanes por el sueco Carl Falk y el australiano (exSavage Garden) Darren Hayes; y el I will love again de la belga Lara Fabian.
La prensa musical recibió con los brazos abiertos esta rentrée de Steps, elogiando que no intentaran disculparse por su pasado ni disfrazarse o redefinirse con corrientes modernas o demasiado sofisticadas: era el Steps de siempre, con el barniz efectista que en 2017 hacía llenar las pistas de baile. Aunque Tears on the dancefloor no sea un gran disco (lo lastra una guarnición de títulos muy medianos, pero de atractiva producción), sí saca el mejor partido al material incluido y al propio grupo. Solventadas las diferencias de reparto del pastel vocal (ahora todos intervienen frente al micrófono mucho más igualitaria y activamente), el futuro de este Steps redivivo se adivinaba rutilante.
Ante la calurosa recepción, medio año más tarde relanzaban el disco con nuevas mezclas y cinco canciones inéditas, bautizando la reedición con un Crying at the Disco como subtítulo. El único nuevo single, Dancing with a broken heart, composición de la cantante australiana Delta Goodrem, es un buen ritmo dance con acompañamiento orquestal. También destaca September Song (de Barry Stone y Julian Gingell), otro caramelo cristalizado en la horma de La isla bonita que recuerda al Steps de la primera época: podría haber sido perfectamente uno de sus sencillos a finales de los 90. Y hasta se atreven a romper con el tabú autoimpuesto de no volver a grabar un villancico: en esta ocasión, se inclinarán por Dear Santa (de los mentados compositores, unidos a la cantante irlandesa Una Healy), melifluo ejercicio vocal que permite a las tres divas de Steps turnarse como buenas compañeras.
Lo que nos depara el futuro
Aunque los sencillos de Steps ya no conservan la mordiente de antaño en las listas, su público debió de quedar contento, porque en 2020 contraatacaban con su sexto álbum de estudio, What the future holds, estrenándose en el sello BMG y con casi todos los cortes producidos por Stone y Gingell. Abren fuego con la canción homónima, una implacable muestra de tecno comercial que satisface en todos los frentes, obra de la cantante australiana Sia y Greg Kurstin. Le sigue Something in your eyes, un mix nórdico (con trío sueco al timón: Bernholm, Sethsson y G:son) de lugares comunes que complace al más pintado y que no habría desentonado tampoco con el primer Steps. Segundo sencillo y segundo triunfo, acompañado de un encantador videoclip con unas Lisa y Claire retozando gorditas, H afectando amistad fraterna, Faye presumiendo de cara operada y Lee que también parece exhibir algo en sus ojos: ¿un retoque quirúrgico, quizás?
Tras la rutinaria Clouds, nos embarcan en el tercer sencillo, To the beat of my heart, que pese a sus holgados créditos (¡once compositores!, organizados en torno a la firma creativa Xenomania) brilla como festiva reminiscencia del sonido Ibiza. Hasta lo primario del videoclip (una reunión de los Steps en una galería turística de juegos mecánicos que podría pertenecer a cualquier calle de Salou) nos retrotrae a los felices 80. Y sin solución de continuidad, remachan con un efectivo Father’s eyes, solvente tema de teclado «pesado», cortesía del compositor suecoislandés Arnthor Birgisson y la cantante noruega Ina.
Pero el mejor corte está por llegar: será el octavo, Heartbreak in the city, que recupera las buenas artes de Karl Twigg, operando en esta ocasión con la ayuda de Stella Attar. ¡ABBA estaría orgulloso! Y a continuación, un agradable cambio de tercio: Come and dance with me, única composición de Bevan y Ryden para este disco, pop irreprochable con trasfondo tropical y hasta su pizca de conga. Finiquita el surtido de calidad otro ejemplo de melancholic dance-pop, To the one, suministrado por Stone, Gingell y Hannah Robinson. El resto constituye un relleno bien servido y dosificado. En su conjunto, este trabajo se revela superior al anterior, pero con un par o tres de cortes menos podría haber sido un producto invicto.
El modo en que nos hacen sentir
Un año más tarde, en 2021, Steps se dieron cuenta de su error y en lugar de promocionar una reedición de lujo de What the future holds, se animaron a refundirla en un séptimo disco de estudio (What the future holds part 2). Como avanzadilla en los medios, desempolvaron el trallazo que era Heartbreak in the city y lo lanzaron como primer sencillo, regrabado y con la incorporación del primer artista de renombre oficialmente invitado a cantar junto al grupo en su discografía: la estadounidense Michelle Visage. La socia de RuPaul se siente como pez en el agua ejerciendo de Alaska en esta celebración bailonga del ocio banal.
El disco en sí era innecesario y está hecho de retales, huele a sobras del anterior, por lo cual lo percibimos como si fuera un antiguo vinilo de caras B. Entre esos retales, empero, destacan los tres sencillos adicionales: Take me for a ride, una melodía ligera y eficaz con un inicio a lo Level 42 (H suena idéntico a Mark King), y que nos devuelve a unos Topham y Twigg en forma. The Slightest touch es su apropiación del clásico de Five Star en una clave trance que ya resulta, de per se, también vieja escuela: eppur si muove! En cuanto a A hundred years of winter, es un tema bien escrito y de ritmo sosegado, algo diferente del Steps de siempre, elaborado por Darren Hayes en dupla con el veterano productor de la primera Mariah Carey, Walter Afanasieff.
Del resto del material, salvaría el modoso pero grato Wasted tears; otro remoloneo con rezagos de ABBA; Living in a lie, de los ya fogueados G’son y Sethsson; y poco más.
En 2022, coincidiendo con el 25º aniversario de su génesis, Steps recibe el Premio LGBT Británico al Mejor Artista Musical. Y para celebrar esa efeméride, se publica su más completo recopilatorio, Platinum Collection, que incluye una versión de The runner, la canción que Giorgio Moroder y Sheila Ferguson crearon para The Three Degrees a finales de los 70. Y en pleno 2024, unos meses atrás, Claire, Lee, Faye, Lisa y H han anunciado musical basado en su catálogo para finales de este año: hasta en esa jugada mediática han emulado a los mismísimos ABBA. Como siempre, fuera de Gran Bretaña casi nadie se enterará, y eso que son el mejor grupo eurovisivo del planeta: le ganan en su terreno a la propia Eurovisión. Pero por suerte, nunca han querido representar a Gran Bretaña en el festival europeo, pues reconocen que dicho evento está dominado por la política y ellos prefieren ofrecer su música a todo el mundo, sin competitividad de por medio.
Una sabia elección.
Entretanto, Claire ha grabado dos discos: My wildest dream (2019) y Euphoria (2023). De momento, sigue sin tener suerte en su vuelo en solitario: en Spotify apenas sobrepasa unos pasmantes (por escasos) 15.000 oyentes mensuales, pese a la sobrada calidad de su voz.
A los fans de Steps nos duele mucho, pero al mismo tiempo nos conforta que ese fracaso individual, probablemente, garantice la continuidad del grupo durante muchos años más.
Escribo sólo para decir que soy seguidor de lo que cuenta Migoya, tanto aquí como en EC. Es agudo y me mola. Así que, otra razón para seguir en JD.
Saludos.
Lo cierto es que desconocía la mera existencia de estos bultos sospechosos a pesar de que parece ser que llevan dando la brasa desde el 97 del siglo pasado. Los he buscado en You Tube y la pregunta que me hago es: ¿Realmente necesita Jot Down servir a la publicidad de esta jodida mierda? Si es así, pues nada. Pero…
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Yo seré el bicho raro de la web y diré que ADORO a Steps a mis 57 años. Los he descubierto hace como un par de años e iría a un concierto suyo con los ojos cerrados.