Quien llora con el alma contrita llora lágrimas
dulces.
Ramon Llull,
Libro de los Mil Proverbios, 13
Cuando en el verano de 2022 mi amigo Julien Viteau me entregó el libro La tradition des larmes de Jean-Paul Iomni-Amunátegui, no dudé ni un instante en que se convertiría en un largo y fructífero compañero del viaje espiritual aún en progreso. El argumento que tenía a mi disposición, como lectora, era de esos que siempre me han conquistado: las relaciones que se establecen entre la vida interior y la percepción del mundo. Sin duda, las ideas que hallaba en este libro se agolpaban en mi cerebro con los recuerdos de antiguas vivencias y los ecos de viejas lecturas, en tan perfecta concordancia que lograba entrar de lleno en los estados de ánimo que conducen a las lágrimas. En uno de esos bellos momentos que a veces ofrece la vida, me sorprendió la atención que se le prestaba al místico mallorquín Ramon Llull y, sobre todo, el inteligente detalle de compararlo con Ignacio de Loyola. Desde esta sorpresa inicial, pude apreciar el simbolismo que atesoraba este pequeño gran libro, cuyas conclusiones no podemos rechazar sin condenarnos a una vida disminuida.
¿Por qué brotan las lágrimas en nosotros? O bien, ¿qué induce a forjarlas, ora la tristeza, ora la alegría, en medio de una inexplicable sensación límite? Cuando asumimos las imágenes neoplatónicas con las que se teje la trama más secreta, la menos comunicable, que trata de explicar el acto de llorar, ¿nos damos cuenta de la relación que se establece con aquellos acontecimientos decisivos que se nos escapan? ¿O acaso nos limitamos a dejar que el cuerpo responda, avergonzado e incoherente, a lo que el alma no consigue entender?
Estimulada por la intensidad de la propuesta, leí una y otra vez las imágenes que surgían en el texto, como si con ellas descubriera las mil y una razones de la eterna herida del amor o de la apagada plegaria por la paz. El primer encuentro con este libro me iluminó el espacio del imaginario social que Henry Corbin llama templo y contemplación, que se percibe dentro de las frases de estas páginas de una arrebatada metafísica del instante, como si fuese pura matemática o el pago de una deuda con Gaston Bachelard. Por mi interés por la poesía, estoy obligada a pedirle a un texto que exprese cuidadosamente lo que el alma le dicta. Buena parte del placer de la lectura y del interés por ahondar las confesiones que surgen aquí de las analogías místicas dependen de esa atención. Desde luego, se tenía que demostrar que una prosa tan delicada y precisa como la de Iommi podía apreciarse en una traducción al catalán o al castellano, un bonito camino que se ha llevado a cabo junto al traductor al catalán del texto, Xavier Valls Guinovart. Al fin y al cabo, así es como la mayoría de las personas cultas han entrado en contacto con Plotino, el Pseudo Dionisio, Ibn Arabi, Ramon Llull o Giordano Bruno, y aunque por supuesto es preferible leer esas obras en su lengua original, es un error creer que, si no es así, no hay modo de acceder a ellas.
En cualquier caso, se puede asegurar que se han encontrado, en el esfuerzo por traducir el refinado francés de Iommi, unas iluminaciones acerca tanto de la naturaleza de los estados límites de la existencia (el llanto es uno de ellos), como de la verdad de muchas alusiones que se proyectan sobre las sensaciones que nos rodean a diario. Los comentarios sobre la cadencia de las lágrimas al salir por los ojos poseen precisamente la facultad de conmover la vida interior del lector —en mi caso fue literalmente así—; en otras palabras, de lograr que se perciba el mundo con su verdadero sentido mágico que nos invita a iniciar una nueva relación con él.
Mucho antes de toparme con este libro, yo presentía que la manera de ver los mitos que Giordano Bruno había planteado («no ocultan lo arcano, sino que revelan las verdades») partía de las cuestiones que este libro permite orientar. Me sentía atraída en la idea de que «pensar es especular con imágenes» ya que en esos lejanos azares creo reconocer hoy las etapas de una maduración interior que me lleva a captar el proceso creador de Iommi y sus referencias nada fortuitas a que las lágrimas responden a lo más hondo del sentir humano.
Lejanas lecturas adolescentes, ya casi olvidadas, me habían dejado en el recuerdo de un ambiente mágico muy peculiar que Iommi me ha hecho recobrar al dirigir la mirada hacia la manera de Ramon Llull de situar la misericordia como el principal nexo entre el ser humano y Dios. La inclinación del místico mallorquín por las órdenes menores explica parte de la propia leyenda del hombre que busca las vegetaciones del alma contemplativa en las oscuras tierras de los perplejos. Aquí se insiste en afirmar que se trata de una decisión que le acercó a la espiritualidad de Francisco de Asís, espiritualidad que hace posible «las lágrimas de constricción». Sin duda fue así, porque Llull, siguiendo a Francisco de Asís, se adentra en las fronteras entre el yo y el no-yo, y en ese llanto poético se orienta el espíritu en la búsqueda de nuevas razones para vivir.
Además de eso, tenemos Le Longs oublies, un libro de recuerdos de Iommi que nos lleva al París de los años setenta del siglo pasado, en plena renovación del estudio de la historia (Duby con Los tres órdenes, Le Goff con El nacimiento del purgatorio, Le Roy Ladurie con Montaillou, Claude Lefort con la antropología política), cuando el autor atendió las razones secretas, ocultas, de las emociones límite siguiendo las huellas de las lágrimas que le salían al paso en sus autores favoritos y en su propia experiencia. La visión mística de la historia como una expresión del dolor personal le condujo a dejar a un lado una tesis doctoral sobre la violencia social en Santiago de Chile durante los siglos xvii y xviii y volcarse en la lectura y la ulterior crítica literaria para la revista Po&sie, fundada por Michel Deguy en 1977 y de cuyo comité de redacción formó parte. En efecto, según confesión del propio Iommi, la historia de este texto es providencial y fortuita. Tras el fallecimiento de su madre, su esposa le empujó a escribirlo, y será Deguy quien le proponga publicarlo en las páginas de Po&sie, aunque para ello tuviera que suprimir las notas a pie de página y otros elementos de erudición académica, que terminaron perdidos en algún espacio de la era analógica. Pero lo importante es que el manuscrito se mantuvo intacto, limpio, expresando de un modo emotivo los efectos de la sensibilidad humana ante la existencia.
Esas indicaciones sobre el destino de este bello manuscrito donde se mezclan lo visionario y lo sentencioso me convencieron de que este libro cumplía todos los requisitos exigidos en la colección diseñada por Jordi Carulla, porque en todo momento es un testimonio veraz de cómo un poeta es capaz de preservar en la memoria lo que el tiempo y la violencia tienden a borrar. Por ese motivo, y alentada por tantos azares y obediente a la invitación de numerosos presagios y reminiscencias de mi primera adolescencia madrileña, me puse a buscar la legitimación de un libro que me llegaba como medievalista al ver a un pensador francés hablar tan justa y acertadamente sobre Ramon Llull, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz o Baltasar Gracián.
Es, pues, un trozo de experiencia la que se ha puesto a prueba y, desde él, una sincera invitación al lector a adentrarse en este bello libro, verdadero santuario de las grandes revelaciones, con la esperanza de que le guíe en sus búsquedas espirituales, sean estas las que fueren, con la firme convicción de que al leerlo sentirá la presencia de una interrogación personal e ineluctable que hace que la vida merezca realmente vivirse.
Este texto es la introducción a La tradición de las lágrimas, de la editorial Tres portales. Se trata de un ensayo histórico y literario que analiza la tradición espiritual europea a partir del llanto y del llorar, buscando su huella en varios autores que transitan por la literatura, la filosofía y el arte: desde Ramon Llull, Joan Lluís Vives y Santa Teresa de Jesús hasta el pintor vanguardista Malevich. Publicado en 1979 en la revista Po&sie, este texto inclasificable une las figuras de santidad, caballerosidad y poesía.