Una mujer artista en época de vanguardias hubiera necesitado permiso para prosperar. Sin embargo, Hilma af Klint no lo pidió, y nunca lo quiso. Qué sentido tenía querer abrirse paso en un mundo que iba a rechazar su propuesta artística y filosófica.
Hilma af Klint nace en Suecia en 1866, y en 1906, años antes que cualquiera de sus contemporáneos mundialmente conocidos como Wassily Kandinsky, Kazimir Malévich o Piet Mondrian, pinta sus primeras obras de arte abstracto. A lo largo de su vida realiza más de mil trabajos (entre pinturas y obra en papel) y, sin embargo, pasa completamente inadvertida al no ser considerada por los historiadores del arte, quienes decidieron separar la abstracción del misticismo para poder categorizar el arte abstracto como una corriente artística puramente estética, a pesar de que ambos movimientos estuvieran intrínsecamente relacionados.
Aunque algunas de sus obras se habían mostrado en exposiciones previas, no es realmente hasta 2018 cuando es revelada como artista ante el mundo, gracias a la exposición monográfica en el Guggenheim de Nueva York Hilma af Klint. Paintings for the Future (Hilma af Klint. Pinturas para el futuro). Ese mismo año, la crítica Roberta Smith publica en The New York Times un artículo titulado «Hilma Who? No More» («Hilma, ¿quién? Nunca más»), en el que celebra su redescubrimiento y el hecho de que sus pinturas destruyeran la idea establecida hasta el momento, de la abstracción modernista como un proyecto artístico exclusivamente masculino. Aunque ha permanecido apartada del circuito del arte durante tanto tiempo, en las exposiciones actuales en las que su obra aparece junto a la de sus coetáneos (como la actual exposición en el Museo K20 de Düsseldorf, Hilma af Klint y Wassily Kandinsky, Sueños de futuro), es inevitable sentirse abrumado por la fuerza de sus pinturas que, con sus formas orgánicas y colores brillantes, eclipsan las obras clásicas del arte abstracto en un bonito ejercicio de justicia poética.
Fue en la isla de Adelso, también en Suecia, lugar en el que Hilma af Klint solía veranear desde su infancia, donde comenzaría su fascinación por la naturaleza y la vida orgánica, que le acompañaría toda su vida. En 1882, fue una de las primeras mujeres europeas en matricularse en Bellas Artes en la escuela de Estocolmo, y unos años más tarde, graduada con honores, pudo acceder a un estudio compartido en el Kungsrträdgården, el barrio artístico de la ciudad. Durante ese tiempo se mantuvo económicamente pintando y vendiendo paisajes y retratos por encargo, así como ilustraciones para enciclopedias y otros tratados. Es entonces cuando se involucra en el espiritismo y la teosofía, movimientos muy comunes en los círculos culturales y artísticos de Europa y América durante esos años en los que se amalgamaban las creencias religiosas arraigadas en la sociedad y los avances científicos que lo inundaban todo. Por aquella época, Hilma estudia también otras materias como escritos ocultistas, espiritualistas y budistas, y en 1889 ingresa en la logia sueca de la Sociedad Teosófica. Durante este tiempo funda The fray group o The five (Las cinco) con otras cuatro mujeres. El grupo se reúne en su estudio de Estocolmo para llevar a cabo sesiones de meditación y espiritismo, y realizar prácticas como la escritura y el dibujo automático, cuatro décadas antes de que los surrealistas lo empleasen como su statement artístico.
La manera en la que Hilma piensa y trata los asuntos contemporáneos, así como las condiciones y cuestiones acerca de lo planetario, lo ambiental, lo biológico y lo espiritual, y cómo plasma todas estas ideas directamente en su pintura creando un lenguaje propio, es algo que no se había visto hasta entonces. Investiga la relación de las personas con su alrededor, las experiencias humanas, y lo que para ella significa ser humano. La conexión entre todas las cosas. Su obra está marcada por los binomios: espíritu y materia, masculino y femenino, visible e invisible.
Todos los temas que trata en sus pinturas son realmente desafiantes en el momento histórico en el que vive. También su forma de plasmarlos. Hilma af Klint va más allá de buscar una mera representación visual. Busca una conexión entre los distintos mundos. Para ella, lo espiritual está en todas partes. Hay también sensaciones físicas en sus pinturas. Cuerpos, figuras, alusiones. Mente y cuerpo van completamente unidos para ella. En sus cuadros hay metafísica, símbolos, diagramas, alfabetos inventados. La pintura como una manera de conectar con otros mundos, una especie de portal que une lo interior y lo exterior.
La serie The ten larges (Los diez mayores), está formada por diez pinturas monumentales, y el objetivo es tan ambicioso como el formato en sí. Simbolizan los diez estados de la vida humana, desde el nacimiento hasta la senectud. Son pinturas muy poderosas, predominantemente abstractas, pero con motivos botánicos y científicos, que van desde los colores brillantes y los motivos casi folclóricos de los periodos de la fecundación o la gestación, hasta los colores apagados y desvaídos que anuncian la muerte. El ciclo de una vida que se acaba. En ellos aparecen también muchas de las palabras inventadas, o «dadas por los espíritus» que la artista anotaba en sus cuadernos.
Su nivel de producción de pinturas, dibujos y escritos es extraordinario. Muy intenso. Entre 1906 y 1915 produce 193 pinturas: The Paintings for the Temple (Las pinturas para el templo) en las que intenta representar el «espíritu» del mundo. Son una especie de ejercicios espirituales, pero también un registro de sí misma. En ellas vemos aspectos experimentales, la forma y los temas que trata en su obra. Pinta académicamente, pero de una manera distinta, como si se tratara de una escenografía diferente y a veces automática. Las formas se van entrelazando e incluso colisionan entre sí. Carga de significado sus imágenes y su filosofía, también codifica los colores (por ejemplo, azul femenino, amarillo masculino) y lo hace anotando todo en sus notas y sus cuadernos de una manera casi científica.
Por mucho que Hilma af Klint esté directamente relacionada con la mística teosófica, el contexto de la revolución tecnológica que se vive a principios de siglo (en Suecia con gran intensidad) también ejerce en ella una gran influencia. Se interesa por los descubrimientos de su coetánea Marie Curie y los avances tecnológicos e industriales. La ciencia está presente siempre en su vida y es otras de sus fuentes de inspiración. A su manera, intenta, con precisión, hacer visible lo invisible a través de sus pinturas. En ellas, lo científico se mezcla con la sospecha sobre el misticismo. Se unen representaciones atómicas con mensajes del mundo espiritual. Para la pintora todo está conectado y forma parte del mismo cosmos.
Pese a que Hilma Af Klint hizo una primera exposición colectiva en 1913 en la que expuso sus «pinturas espirituales», y otra en 1928 en Londres, en la que participa con el grupo de los antroposofistas, sus pinturas permanecieron prácticamente ocultas, guardadas en secreto durante toda su vida, y fue de hecho una decisión consciente que en su momento toma ella misma. Sólo mostró sus obras a quienes ella consideraba que debían verlas. Amigos afines, teóricos, poetas. En sus cuadernos dejó una nota en la que indicaba, de forma explícita, que sus pinturas no debían ser mostradas hasta pasados veinte años de su muerte, pues estaba convencida de que, aunque en su tiempo no fuera así, las siguientes generaciones sí estarían preparadas para entender su obra.
Una mujer artista en época de vanguardias hubiera necesitado permiso para prosperar. Sin embargo, ella no lo pidió, y tampoco lo quiso, pues qué sentido tenía querer abrirse paso en un mundo que, sin intentar comprender su sentido, iba a rechazar diametralmente su propuesta artística y filosófica. Nunca buscó la aceptación por parte de sus coetáneos. Formaba parte de un grupo de mujeres liberadas que crearon sus propias reglas en Estocolmo en medio de las demás revoluciones. Eran su propia red. No necesitaron viajar a París para liberarse, porque ya habían conseguido vivir de forma libre en su propia ciudad. Hilma af Klint no era alguien que aceptase que nadie le dijera qué pensar o en qué creer, y quizás eso tenga algo que ver con el hecho de haber sido apartada del grupo de artistas abstractos de su época. A pesar de eso, si se compara su técnica con la de los genios reconocidos de su tiempo, como Kandinsky o Mondrian, puede verse cómo ella es mucho más rápida en la abstracción, más valiente en las decisiones pictóricas y más abierta a explorar nuevas las formas de representación que irían sucediéndose de forma vertiginosa a partir de las primeras décadas del siglo veinte. En cierto modo, ella creó un camino y al mismo tiempo se apartó de él.
Fue una artista con una gran conciencia de sí misma, siempre independiente, adelantada a su tiempo, con la valentía suficiente para afirmar que sus contemporáneos no estaban preparados para entender su trabajo, y la confianza necesaria en las generaciones del futuro para sostener que ellas sí sabrían recibirlo desde una perspectiva más abierta. Me gusta pensar que es así. Que ella creó todas esas impresionantes series de pinturas mirando al futuro, imaginando un espectador capaz de entender aquello que en ese momento no podía ser comprendido. Hoy, por fin, admiramos su obra con fascinación, una obra que ha logrado, por mérito propio, un lugar en la historia.