La querella española

Debilidad y fortaleza de la filosofía en España 

Debilidad y fortaleza de la filosofía en España 

Que la gente piense, es normal. Que piense bien, es infrecuente. Pero que piense filosóficamente, eso es excepcional. La filosofía son cuatro gatos. Por eso me admira que se plantee el problema que nos trae hoy: que la filosofía española «no viaje bien» por Europa. Que sea casi una desconocida. Y esto, a pesar de que son cuatro gatos y algunos más. Un filósofo destacable debe ser un vigía de la realidad, un siervo de la verdad, un mago de las ideas y un maestro de la prosa. ¿Cuántos hay que reúnan estas condiciones?

Desengañémonos, la filosofía es minoritaria, y como la primavera, el filósofo ha aparecido y nadie sabe como ha sido. Un año, un tiempo, puede ser el turno de uno u otro pensador, y el de un país u otro. Ninguno tiene la exclusiva. La historia de las ideas así lo muestra. En España hubo un tiempo de Ortega y Gasset y en Catalunya uno de Eugenio d´Ors. Allí, otro de Savater; aquí, uno de Xavier Rubert de Ventós.

 La creatividad filosófica

Los motivos de por qué en un país dado destaca un pensador —o pensadora, pero se me disculpará el masculino genérico, trato de ser legible— y no otros pensadores, que por alguna razón lo hubiera merecido más, son motivos complejos e impredecibles. Por eso digo: la filosofía ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Y si no, ya vendrá. Porque lo avanzo: el pensador nace, no se hace.

La mayoría de los libros que se publican son de «no ficción», con sus infinitas variantes: de la Biblia a los manuales de floricultura. El «ensayo» es una parte de ellos, pero aun en este género hay también variantes: de la biografía de famosos a la divulgación astronómica. Y más. Dentro del ensayo encontramos el «ensayo de ideas», el cual es también variopinto: de la alta divulgación a la prosa poética, de la autoayuda a las monografías académicas.

El «ensayo filosófico» cae dentro del ensayo de ideas. Aunque es otra denominación vaga, pues además de hacerlo a la filosofía se refiere —o debería referirse— a la filosofía creativa más que a la expositiva. Esto último es lo más frecuente, como son los manuales, historias, monografías sobre autores, estudios específicos y divagaciones psicológicas (mucha «autoayuda» también en filosofía), en general sin una aportación creativa. Y a todo lo cual se le llama generosamente «ensayo filosófico».

Pero creatividad filosófica hay muy poca. Y es natural, porque no todos los que escriben filosofía o de filosofía son en realidad filósofos. No todos son pensadores porque no todos han nacido pensativos. Y, discúlpeseme: aquí, también, Quod natura non dat, Salmantica non praestat. 

Si la naturaleza, tu ingenio natural, no te ha hecho filósofo, ¿cuál es el truco para hacerse pensativo? Admito que hay una nómina pública de pensadores, pero muy pocos de ellos son pensativos. Es decir, filósofos de nacimiento y vocación. No explotadores de lo que han pensado otros, sino exploradores pensando por sí mismos. 

El problema de la filosofía actual es la falta de creatividad. Desde los tiempos de Marx hasta los epígonos actuales de la Escuela de Frankfurt, que ya es escuela norteamericana, se ha identificado el pensamiento filosófico con «la crítica» y ser «crítica». Claro está: ¿cómo no serlo, si hay que ponerse a reflexionar? Pero la crítica es método, no fuente de la filosofía pensativa. El manantial del pensador es la creatividad. El tintero de la pluma del filósofo no es muy distinto al del literato.

Ambos mojan su pluma en el torbellino de tres facultades primordiales: la memoria, el entendimiento y la imaginación. Si además son, personalmente, voluntariosos, todo eso tendrán de más para una carrera rápida y eficaz. Pero, así como el literato se distingue por unir al entendimiento la observación —novelistas, poetas, dramaturgos, cronistas: todos observadores natos—, el filósofo se caracteriza por unir al entendimiento la rigurosa reflexión. Un pensador practica la reflexión cuidadosa y sistemática. Es una práctica que le hace acabar admirando a su contrario, al puro observador —fracaso, siempre, del filósofo novelista—, así como el literato proclamará el mérito de su complementario, el pensador. 

La creatividad filosófica es la suma de dichos tres talentos: memoria, seria reflexión e imaginación. En España ha habido y hay, como en otros países, un puñado de pensadores con dichas capacidades en acto, aunque estas en distinta proporción. El entendimiento reflexivo se educa y la memoria se ejercita, pero la imaginación es lo más difícil de poseer y practicar. No se enseña en la universidad. Los grandes filósofos se deben sobre todo a la imaginación. Hacen de los conceptos las mismas imágenes de las que han salido los conceptos. Hágase un repaso: de los presocráticos y Platón hasta un Wittgenstein, un Heidegger o un Gramsci.

Los citados Ortega y D´Ors son también un ejemplo de estos pensadores que ven, y hacen ver, lo que otros no ven, y que logran expresarlo mejor que los otros que ven. Recuérdese que España es también el país de Llull y Sibiuda, de Vives y Suárez, de Gracián y Unamuno. Por eso la filosofía son al final cuatro gatos. Y a esperar. La filosofía española —o, mejor, de españoles— «viaja mal», cierto, en Europa, pero como seguramente viajan otras filosofías por los continentes. Siempre se viajará bien cuando se trate de un filósofo de verdad: de un pensador creativo, con imaginación. Es así como Ortega sigue siendo el filósofo español más traducido, y Savater, aunque menos, el que le sigue. 

Situación de la filosofía en general 

La situación de la filosofía en el mundo no está muy bien. Vivimos en un tiempo de aceleración de la información, de dispersión de la atención y de confusión de los valores, que por tanto nos parecen en retroceso. En todas partes la filosofía retrocede en los estudios medios; está infradotada, como las humanidades, en la universidad; y en las editoriales llegan pocos originales propiamente de este género.

Los exitosos Harari, Fumaroli o Piketty no son filósofos. La filosofía de los Sloterdijk, Zizek, Onfray o Byung-Chul Han, entre otros, es de modosa calidad. No aportan nada sustantivo, aunque Ordine es original. Lo que hoy suele tenerse en el mercado por filosofía es un déjà vu inadmisible de ser enseñado en la universidad. La filosofía popular —«populista», pues piensa lo que pide el público— es la que hoy pasa por filosofía sin más. Por otra parte, Baumann, Rorty, Vattimo, Negri, Fukuyama y otros más, continúan siendo sobrevalorados. Por fortuna viven aún Habermas, Sen, Morin, Sennett, Badiou, Honneth, Marramao, Marion, Balibar… 

Como la fábula de Esopo, en que la zorra no llega a las uvas de la parra y se excusa diciendo que están verdes, lo más fácil, por lo pronto, es pretextar que la filosofía anda mal porque es la «falta de medios» lo que la hace cojear: poca promoción editorial, carencia de apoyo público al pensamiento, escaso interés de la prensa y los medios, falta de lectores… Y en parte es muy cierto. Pero lo peor es que en todos los países la filosofía anda mal. Porque cuando hoy una cabeza despierta a la filosofía lo hace con una inmediata sensación de aturdimiento: le parece que todos los temas posibles de tratar están tratados ya. Es la paradoja de la información: hacer pensar que se tiene toda la información. En filosofía: que todo problema se ha tratado ya. El filósofo se siente desbordado hoy por la información. Es una sensación bloqueante, también para quienes llevan tiempo filosofando. 

Falta de medios, saturación… Pero ¿acaso falta de conciencia nacional? ¿De identidad cultural? Un día de 1897 le dijeron a Baroja: «Don Pío, ¡acaba de aparecer El pensamiento navarro!». Escéptico, el novelista repuso que pensamiento y navarro no podía ser a la vez. Las «filosofías nacionales» no hacen un favor a la filosofía ni a la nación. Las etiquetas locales (Balmes, el «filósofo de Vic») o nacionales (Laclau, el «pensador argentino») no casan con la filosofía, que es de suyo cosmopolita o simplemente no nacional. Si se quiere defender una filosofía española, que sea primero buena, y luego ya será todo lo demás. Vincular el pensamiento a la nación e incluso a la lengua es enzarzarse en discusiones bizantinas, o por lo menos no filosóficas, y ponerle trabas a la propia creación filosófica. El mejor pensamiento español sería el de un español que escribiera en otra lengua que el español para expresar con más claridad sus ideas. Así demostraría lo que valen éstas y de paso ser pensador español.

No creo en el concepto de filosofía española, sino en el de filósofos españoles, y aún en lengua española o en otra. Ángel Ganivet escribió páginas muy lúcidas sobre España y la política viviendo en Finlandia, o Ferrater Mora sobre filosofía enseñando en América. La traslación física, y añadiría la autotraducción de la lengua propia a una extranjera, enriquecen y ponen a prueba el valor universal de las ideas de un pensador. No creo en el casticismo al que nos lleva pensar la afinidad entre pensamiento y lengua, aunque es obvio que el primero depende del lenguaje en general y de la lengua en particular, esta para bien y para mal. Mi alemán es deficiente, y cuando quiero entender a Heidegger, quien dijo que la filosofía solo puede escribirse en alemán, y me dispongo a leerle en la mejor versión inglesa, entonces lo entiendo mejor, pero, claro es, ya no es Heidegger. Mejor se hubiera traducido él mismo al inglés. 

Tenemos filósofos españoles tan difíciles de traducir, por su modo de nombrar, entonar y frasear, que aunque logran ser traducidos, no pueden ser entendidos bien afuera. Ortega españoleaba, pero lo menos posible. Quiso ser entendido por extranjeros. D´Ors «francesea» y es difícil de traducir. 

Motivos de la crisis española de la filosofía

Barrunto varios motivos por los que la filosofía producida en España viaja poco por Europa, quizás como la de la mayoría de los países no anglófonos por el extranjero. Pero en España sería, a mi modo de ver, al menos por los siguientes motivos. Solo apuntaré cuatro.

Creo que puedo permitírmelo después de cuarenta y cuatro años de docencia universitaria, autor de un buen número de libros en distintas editoriales, estancias académicas en otros países y unos años de experiencia en la acreditación del profesorado universitario, amén, por oficio y vocación, de un abultado número de lecturas de obras de ensayo y filosofía.

En primer lugar acuso el creciente teoreticismo. Lo pide y favorece así el sistema universitario del «publica o perece», con artículos en revistas especializadas —a veces de dudosa transparencia— y nada de libros. Ya casi no «puntúan»: Habermas o Ricoeur no pasarían hoy la acreditación. Los nuevos filósofos hablan en su jerga de lo que hablan otros filósofos y éstos de lo que han tratado otros en su propia jerga. Y ello, casi siempre, sobre temas teóricos alejados de la realidad, homologados a la corriente universitaria que ayuda más a su publicación y por tanto a la promoción del candidato. El problema no es la academia, sino el gris general resultante de ella.

En segundo lugar advertimos el sucursalismo institucional. En filosofía existe hoy un foco dominante: la «industria del conocimiento» en que se han convertido los campus norteamericanos y están siendo los nuestros. Hay que arrimarse a las marcas con más éxito del mercado académico, o cuando menos a sus franquicias locales, para citar y glosar a unas y a otras como eficaces traficantes de ideas. El protectorado norteamericano en Europa empezó con el arte y la literatura, después con la ciencia y ahora ya domina sobre la filosofía y las humanidades. Nuestra internacionalización es puro provincianismo.

En tercer lugar, denunciamos la indolora orfandad. Especialistas o no en filosofía, ¿quién conoce hoy el pasado filosófico español? Peor que no tenerlo a gala es desconocerlo. Habría podido ser mejor, porque no hemos tenido una Reforma, un Siglo de las Luces ni una Modernidad científica. Sí, en filosofía, una mala Escolástica, hasta el franquismo, y unas apresuradas «escolásticas» modernizantes (marxistas, nietzscheanos, freudianos, frankfurtianos y analíticos) para liberarnos rápido, a bocanadas de modernidad, de aquella impuesta escolástica.

Desconocer el legado de nuestros antepasados nos desubica en Europa y sobre todo a nosotros mismos en nuestras universidades y el entorno cultural. La filosofía española está huérfana de su mejor pasado y casi no lo sabe. Conocer qué se dijo y quién lo dijo, y por qué y de qué modo, especialmente en el modo del idioma y del estilo, es absolutamente provechoso y en cambio lo ignoramos. Hoy en España la filosofía se escribe mal, sin imaginación, claridad ni buen gusto expositivo. Y así cuesta más que nuestra filosofía sea conocida dentro y fuera de este país. Preguntemos: ¿qué filósofos españoles conoces? ¿En qué tendencia o estilo te reconoces más? La respuesta es escalofriante ya en las propias facultades de filosofía.

Sin embargo, ahí tenemos, desde el pasado siglo, y entre otros nombres, a los siguientes. 1) Los modernistas, la generación del 98: Unamuno, Ganivet, Azorín, Machado, Maragall. Nuestra mejor prosa de ideas hasta hoy. 2) Los novecentistas, la generación de 1915: Ortega y Gasset, García Morente, Marañón, D´Ors, Serra Hunter: nos abrieron a la filosofía profesional y a Europa. 3) Los orteguianos, o Viejos Maestros, que es la generación de la Segunda República: Zubiri, Xirau, Gaos, Zambrano, Laín, García Bacca, Nicol, Aranguren, Crexells. 4) Los resistentes, la generación de 1936: Marías, Ferrater Mora, Jordi Maragall, Francesc Gomà, Calsamiglia. 5) Los recuperadores, o Nuevos Maestros, la generación de los 50: Valverde, Sacristán, Lledó, Bueno, García Calvo, Garrido, París, Elías Díaz, Joan Fuster, Sánchez Ferlosio. 6) La generación de la transición, o los intempestivos: Trías, Savater, Sádaba, Gómez Pin, Echevarría, Jacobo Muñoz, Mosterín, Muguerza, Camps, Rubert de Ventós, Cortina, Amorós, Peces Barba, Escohotado… 

Luego vino la mía, la generación de los 80, o de los nuevos académicos. Y después la generación del cambio de siglo, la más especializada e internacionalizada (Publish or Perish lonely hearts club band). De estas dos ya no me corresponde decir nada más, ya hablarán otros. Pero, de momento, la nómina citada, aún incompleta, es bastante como para que cada uno hoy pueda decir si tiene o no ascendientes o autores de referencia dentro de ella. Si la desconoce, o ello no le preocupa, puede ser una de las claves de la debilidad del pensamiento filosófico actual en España. Creo que hasta ahora hay en ese cuadro genealógico dos líneas troncales: la que se inicia con Unamuno y sigue con Ortega, y la que lo hace con Maragall y D´Ors.

Francamente, creo que el autor del Nuevo Glosario, más Ortega y más Zubiri, son las tres mejores firmas, las más originales del pensamiento filosófico contemporáneo en España. En cualquier caso, tenemos, en un siglo y medio, todo un acervo de ideas, estilos y referentes filosóficos a escala local que nos impiden decir que estamos huérfanos de maestros en esta materia. Aunque la mayoría esté hoy así: en orfandad, por desconocimiento. 

En los concursos y oposiciones de jóvenes o no tan jóvenes aspirantes a la consolidación docente e investigadora no solo es raro que aparezcan citados nombres españoles, sino los de filósofos contemporáneos en general. Me temo que se desconocen. El sistema académico penaliza estudiar o citar tanto a los clásicos como a los modernos del siglo XX.

Debilidades y fortalezas de la filosofía en España 

Por último, y según mi cuenta, otra causa concurrente, la cuarta, de la debilidad de la filosofía en España, en cuanto a género de ideas creativas, está precisamente en su falta de creatividad. Sea o no por las razones antedichas, incluidas las que afectan a la filosofía en todas partes, lo que observamos ahora en España es falta de imaginación en el campo de las ideas. 

El seguidismo escolar anglosajón, hoy imperante, es productivo, pero esterilizante. Uniformiza y superficializa. Puede que este sea un fenómeno explicable, ya digo por la homologación academicista en general, o por la paradoja de la información (bloqueo de ella por desbordamiento), pero es de notar que en otros momentos fuimos más creativos y nuestro pensamiento pudo viajar mejor, sin exagerar, por Europa. 

Es de lamentar este cuarto y último factor, porque la creatividad, tan propia y esperable en el terreno del ensayo de ideas, es lo que nos permitiría compensar los otros tres citados motivos de preocupación: teoreticismo, sucursalismo y orfandad, y ésta tanto de lo local como de lo extranjero. Pero la filosofía —descontados los numerosos profesores de ella— es, en todas partes, cuatro gatos. Y no hay que esperar tanto. Todo llegará.

Y habrá de llegar. Porque a pesar de las debilidades el pensamiento filosófico en España tiene sus fortalezas. Su tradición, la lengua —lenguas, en la península—, una mayor disponibilidad de medios que en otros tiempos, y ya no digamos de libertad. Y, muy especialmente, porque en España hay un ingenio, una chispa de originalidad y crítica que yo, al menos, no he visto en otras partes. 

La filosofía a lo norteamericano trabaja con eficacia formal, pero es un muermo. Y en el extranjero, tampoco nos engañemos, los pensadores críticos y originales son una excepción. Aquí no estamos muy bien, pero tampoco estamos tan mal.


La querella española es un conjunto de artículos de ensayistas, filósofos, historiadores e intelectuales que abordan uno de los grandes enigmas de la cultura española: el motivo por el cual permanece apartada del fecundo diálogo de los pensadores europeos.

  1. «Un terco y doloso complejo», de Basilio Baltasar.
  2. «La lengua de Ortega y Gasset», de Víctor Gómez Pin.
  3. «Sin asiento en la Gran Jerga», de Miguel Herrero de Jáuregui.
  4. «Debilidad y fortaleza de la filosofía en España», de Norbert Bilbeny.

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2 Comentarios

  1. Será que la filosofía académica ha dejado de buscar la verdad? Como se llega a la verdad? Hay verdad en el sistema educativo? , o la educación filosófica es una extensión de un sistema de dominación que asfixia el pensamiento?

  2. Pingback: Debilidad y fortaleza de la filosofía en...

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