En una novela, el personaje más ficticio de todos es siempre el narrador. Es el arquitecto de todo el imaginario en el que nos sumergimos como lectores. Cuando se nos cuenta: «En un día lluvioso y oscuro, Juan cogió un cuchillo y salió de su casa con la intención de matar», no solo debemos desconfiar de Juan, sino, sobre todo, del narrador, pues es posible que la intención de Juan sea otra, que la casa no sea realmente suya o, en definitiva, que el día se presente más bien soleado y claro. El personaje-narrador más universal de la literatura española es, sin duda, el que comienza su relato de esta manera tan astuta: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo». La ilusoria objetividad que viene dada por el uso del verbo en tercera persona («vivía»), se derrumba con el anterior y más subjetivo «no quiero acordarme». En una frase, y no por casualidad la primera del primer capítulo de Don Quijote, el narrador se mete en la historia que pretende contar y que, nos sugiere, es toda invención suya.
Cuando el narrador habla en primera persona y participa directamente en los hechos que describe como protagonista, el asunto resulta menos complicado. En este caso, no hay ninguna duda de que lo que se nos cuenta, además de ficticio, es la opinión subjetiva del narrador. La primera palabra de Lazarillo de Tormes es un vehemente «Yo» que marca claramente el tono autobiográfico de la novela sobre el joven pícaro y su forma de ver y sentir el mundo. Igualmente, en La familia de Pascual Duarte escuchamos la voz interior del narrador-protagonista, Pascual, quien relata y justifica los diversos asesinatos y crímenes que ha cometido. En estas obras, no existe ningún narrador externo que pretenda establecer objetivamente lo ocurrido ni que opine sobre Lazarillo o Pascual por nosotros. Este último comienza su exposición con un «Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo», y no hay nadie que lo corrobore, desmienta o juzgue de una manera u otra.
Puta es una novela escrita, como las de Lazarillo y Pascual Duarte, en forma de testimonio personal de la protagonista-narradora. Esta se hace llamar Cynthia y cuenta sus aventuras y, sobre todo, sus pensamientos sobre la vida, sus traumas familiares y su oficio de prostituta que compagina con sus estudios universitarios. Cynthia es una joven triste, desencantada con el mundo, tanto con los hombres como su hipócrita padre, al que visualiza en los numerosos clientes depravados con los que se acuesta por dinero y placer, como con las mujeres como su negligente madre, o las monjas que la educaron, o cualquier hembra que, en los albores del siglo XXI, cuando ella escribe, busca la superficialidad de un vestido o del matrimonio. El de Cynthia es un relato desgarrador que consigue lo que busca cualquier texto literario como producto artístico que es: conmover al lector y hacerle reflexionar mediante una perspectiva singular y extraordinaria sobre cuestiones que plantea. En concreto, Puta explora con enorme fluidez discursiva y emotividad los fundamentos del psicoanálisis, puesto este en tela de juicio ante una mujer que vive al filo de la muerte. El sexo es lo único que le permite evadirse de sus terribles traumas y de los pensamientos de muerte, hasta el punto de que la novela concluye con la fantasía de la protagonista manteniendo relaciones sexuales con su psicoanalista, quien, nos dice ella, «no es capaz de ver lo que me está matando».
Se da el caso de que la novela Puta fue escrita por una joven canadiense, como Cynthia, y que también fue a la universidad y ejerció la prostitución. No solo eso, sino que después de casi una década de éxito como escritora de varias novelas, cuentos y artículos periodísticos, la autora acabó suicidándose a los treinta y seis años. Nelly Arcan, nombre que adoptó en detrimento del que recibió al nacer, estuvo sin duda dotada para la creación de personajes. El de Cynthia es excepcional y convendría valorarlo por su calidad literaria y su madurez psíquica más que por sus semejanzas con la vida de Nelly Arcan. Cynthia puede ser una pobre chica traumatizada que sufre el abuso de sus padres, educadores, clientes, profesores y médicos: una víctima de pies a cabeza. Pero también puede ser una pervertida que desde niña ha buscado el sexo disoluto, además de una misógina, codiciosa, consumista y egocéntrica incapaz de amar. Cualquier interpretación que haga justicia a la complejidad del personaje es válida, y mientras más perspectivas surjan, mejor, pero convendría que se limitaran al profundo relato literario que es Puta. Lo que resulta desatinado es valorar la novela a partir de la biografía de la pobre Nelly Arcan, que hizo un esfuerzo inconmensurable por librarse de las limitaciones del mundo católico en el que fue criada, dedicarse al estudio de las humanidades, en especial de la literatura, y convertirse en una escritora excepcional. Cynthia es su gran creación literaria y sacarla de ese imaginario para llevarla a la vida real es una de las mayores violaciones que Nelly Arcan sufrió en vida. En efecto, cuando la autora acudió ilusionada por el éxito de su obra a los platós televisivos, tuvo que responder a preguntas sobre si sentía placer al prostituirse, qué anécdotas podía contar sobre sus clientes o cuál de estos fue el más extravagante. Todavía hoy, más de veinte años después de la publicación de Puta, la obra es sobre todo conocida por lo que tiene de «autoficción», un concepto que define la narración autobiográfica de alguien que lleva asuntos de su vida real a la ficción. Es decir, una contradicción en toda regla, pues la literatura es, por definición, toda invención, no fija nada como verdadero, queda siempre abierta a la interpretación y, en definitiva, resulta incompatible con la idea de realidad.
Es imposible evitar pensar que Cervantes, de haber estado vivo en estos últimos años en los que el término «autoficción» ha estado de moda, hubiera reaccionado escribiendo algo así: «Estos días escribo una autobiografía en la que el protagonista es un completo imbécil», con lo que estaría sutilmente insultando no a sí mismo sino al lector que se creyera y tomara al pie de la letra las palabras de su narrador, igual que el loco de don Quijote se creyó todas las quimeras que encontró en los cuentos caballerescos. Nelly Arcan, pseudónimo de Isabelle Fortier, jugó también con su papel como narradora, unas veces afirmando y otras negando lo que supuestamente había de realidad en sus novelas. Al final, Cynthia, que dice hablar desde el lado de la muerte y estudiar y leer literatura para acercase más a la vida real, es un vívido y elocuente personaje literario al que nadie puede privar de su carácter ficticio.
Me ha recordado esto:
Tras el éxito de la película Cabaret, de 1972, Jean Ross (quien inspiró el personaje de Sally Bowles, la protagonista) fue perseguida por los periodistas hasta su muerte, en 1973. Observó con amargura que los periodistas siempre afirmaban buscar testimonios «sobre el Berlín de los años treinta» y, sin embargo, no lo hacían. Decían que su interés era por «conocer el desempleo o la pobreza o los nazis marchando por las calles. Y, cuando les concedía la entrevista, lo único que querían saber es con cuántos hombres me acosté».
Pingback: Jot Down News #24 2024 - Jot Down Cultural Magazine
1/ No le encuentro sentido al título: El desafío a la autoficción, de ‘Don Quijote’ a ‘Puta’. ¿No será DEL desafío a la autoficción…? O también: El desafío de la autoficción… No sé.
2/ Según lo veo yo, hay dos modos de ver la realidad en el Quijote: en la primera parte don Quijote ve la realidad transformada. En la segunda parte (tras el éxito de Avellaneda) hay un cambio fundamental: ve la realidad tal cual es. Es el tema de la «realidad oscilante» (Américo Castro en «El pensamiento de Cervantes»).
1) “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que viuía vn hidalgo de los de lança en astillero, adarga antigua, rozin flaco, y galgo corridor.’
Este dicho, de 33 palabras en español.., queda grabado en la memoria de muchos. Pero nosotros, engañados, pensamos que el texto español es el original. El autor ha copiado esta confusión de Homero: y esto hace que el libro sea aún más intrigante.
El “Don Quijote” original es un libro en inglés. Las traducciones al español aparecieron en 1605 y 1615, mucho antes que las publicaciones originales en inglés de 1612 y 1620. Entre estos dos períodos, en 1614, se publicó un “falso” Don Quijote con el nombre de Avellaneda. El texto original en inglés nunca fue publicado.
Francis Bacon fue el cerebro detrás de los tres libros de Don Quijote; escribió el papel del héroe.
Ben Jonson asumió el papel de Sancho Panza, John Donne escribió los poemas, a “los dos amigos” , Francis Beaumont y John Fletcher, se les asignó la tarea de escribir las historias sueltas. Estos autores hicieron uso de la biblioteca propiedad de Robert Cotton.
El impresor, William Stansby, insertó pistas ocultas en el texto para que el lector pudiera sacar conclusiones…
Las traducciones al español estuvieron a cargo de Thomas Shelton (DQI + DQII) y James Mabbe (el “falso” DQ).
Miguel de Cervantes no era más que un pobre escritor español que había vendido su nombre para sobrevivir. Había contado la historia de su vida a los ingleses, para que pudiera ser procesada en el DQ.
Bacon tiene el valor numérico 33; B=2 A=1 C= 3 O=14 N= 13: sumado esto es 33.