En 2019, Missy Elliott se convirtió en la primera mujer rapera incluida en el Salón de la Fama de los Compositores (SHOF), tan solo dos años después de que Jay-Z fuera el primer rapero que logró el mismo reconocimiento como compositor en 2017. Iconology fue el trabajo que la elevó a esa posición en un momento en que Elliott regresaba a la música urbana después de una larga pausa que siguió al lanzamiento de su colaboración con Lizzo en «Tempo».
Missy batió otros muchos récords desde que empezó en la música. Corrían los primeros años noventa del pasado siglo XX, y ella integraba el grupo femenino Sista cuando aún era una desconocida. En 1997 se posicionó en el número tres de la lista Billboard 200 con su primer álbum en solitario, Supa Dupa Fly, el mayor debut de una rapera hasta aquel momento. Su consolidación llegaría con Under Construction (2002) y, con el tiempo, se configuraría como una de las artistas más influyentes tanto en lo musical como en lo estético: sus vídeos son únicos y se han copiado hasta la saciedad: outfits, peinados y coreografías incluidas. En 2020, Billboard la situó en el número cinco de su lista de los cien mejores artistas con vídeos musicales de todos los tiempos. La medida de esa influencia llega hasta los juzgados cuando, en 2022, gana la demanda contra Bad Bunny por haber utilizado un riff de guitarra de su canción «Get Ur Freak On» sin el consentimiento de Missy.
Pero ni sus coetáneas, ni Missy Elliot, ni, por supuesto, las que llegaron después habrían podido pisar tan fuerte si no fuera por las pioneras del hip hop, aquellas que alzaron su voz para generar un espacio propio con su irrupción en un panorama dominado absolutamente por hombres. Una escena exclusivamente masculina que se ve sorprendida por la aparición de las pocas artistas que, a mitad de los años ochenta del siglo pasado, reclamaron una atención que se ha mantenido en alza hasta llegar a hoy. ¿Cómo aparecía hasta entonces la mujer en la escena del hip hop? Cosificada y sexualizada, a veces, de manera ofensiva, sin otro papel que el de acompañante secundaria. Ellas, las nuevas cantantes, rompieron con el estereotipo masculino del tipo duro del barrio, siempre rodeado de féminas tratadas con desdén o consideradas como prostitutas, pérfidas o malvadas. Ellas dejaron de lado unas letras misóginas y sexistas que siempre consideraban y consideran a la mujer como objeto, muy por debajo del hombre, como una mala influencia, alguien a quien se puede tratar sin ningún respeto. La figura de la mujer se identifica con alguien que engaña, aprovechando la posición preeminente de género. Una visión negativa y limitada que cosificaba de manera recurrente a la mujer. Estas artistas rompen totalmente con la imagen de la mujer que se dedica al espectáculo, a la canción: inicialmente, se vistieron como sus colegas hombres en versión feminizada (cazadoras, pantalones anchos, ropa y zapatillas deportivas, camisetas de gran tamaño y jeans holgados). Pero pronto encontraron un estilo propio y no se avergonzaron de exhibirse con la que hoy reconocemos como vestimenta de tono excesivo: las marcas (la logomanía o amor por los grandes logotipos que, de hecho, popularizan a algunos diseñadores, incluso apareciendo en sus letras), las cadenas sobredimensionadas y las joyas de gran tamaño, la ropa estrecha, microbikinis, tangas, transparencias, conjuntos que marcan pechos y caderas, tejidos brillantes, maquillaje exagerado. Ellas rompen tabúes: hablan del cuerpo sin complejos, de la sexualidad femenina sin cortarse, son irreverentes. Por otro lado, piden la unidad y enarbolan la bandera de la igualdad ante la discriminación de género y ante la diferencia racial. Porque las raperas, igual que ellos, son mayoritariamente afroamericanas. Muchas vienen del underground y empiezan a abrirse camino estudiando en escuelas de música e incorporándose a la industria, primero, como colaboradoras en grabaciones y formando grupos, para después convertirse en solistas, si es que podemos utilizar en el hip hop esta terminología. Son valientes y jefazas por todos esos motivos. Ellas son las que allanaron el terreno a muchas otras que vendrían después.
Roxanne Shante comenzó a destacar en la escena hip hop desde muy pequeña, con nueve años ya rapeaba. Siendo apenas una niña de trece años participaba en las batallas de gallos de Queens desde 1985. La discriminaron por ser tan joven y mujer y no la dejaron ganar, pero, lejos de desanimarse, siguió su trayectoria como música y compositora.
El gran éxito de las Salt-N-Pepa, «Push It», es de 1987. Preocupadas por las letras sexistas y los videoclips que cosificaban los cuerpos de las mujeres en el hip hop, a muchas feministas no les gustaba el rap porque retrataba muy negativamente a las chicas. Sin embargo, Salt-N-Pepa cambió esa imagen. Sin ningún temor, lanzaban ideas sobre los hombres y hablaban de sexo. Eran capaces de tomar prestadas citas de canciones de The Kinks o de James Brown utilizando la palabra chica, en lugar de chico, para sus fraseados.
Queen Latifah conseguiría un Grammy por su sencillo «U.N.I.T.Y.», incluido en su tercer álbum, ya en 1993. En él preguntaba «¿a quién llamas perra?» y se dirigía a los raperos exigiendo respeto y unidad en la cultura hip hop, abordando cuestiones de acoso callejero, violencia doméstica e insultos contra las mujeres, en definitiva, manifestando la incomodidad ante unos códigos completamente establecidos por ellos. Latifah empezó su carrera haciendo beatboxing (imitación de ritmos y percusiones hechas con la boca, los labios, etc.) para el grupo de rap Ladies First y, con diecinueve años, sacó su primer disco, All Hail the Queen, en 1989, un gran éxito comercial.
Un poco más tarde, a principios de los noventa, llegaría Lil’ Kim para hablar sin tapujos no solo de sexualidad, sino también de cuestiones materiales como el dinero, la posesión de armas y otros temas relacionados con el poder. Añadió a esas novedades una imagen excesiva e hipersexualizada que fue y es referente para generaciones posteriores hasta hoy: un look muy provocativo con ropa mínima, ultraceñida, escotada, pelucas de colores y prendas de marca. Cabría ver si esa evolución es revolución, si ha empoderado a las cantantes utilizando premisas masculinas de cierta agresividad y sexualidad o si, por el contrario, no ha hecho más que perpetuar patrones heteropatriarcales sobre el deseo.
Estas primeras raperas de los ochenta tienen un compromiso de carácter feminista: su cuestionamiento del sexismo imperante en el hip hop forma parte de la ruptura que representan. Y como novedad, esa ruptura forma parte de su gran éxito y repercusión. La exigencia de respeto y consideración surtió su efecto.
En 2024, podemos decir sin miedo que las raperas han conquistado un lugar propio, reventando los estereotipos, sobre todo en cuestiones de género, asociados a una forma de entender la música que, por extensión, también es un estilo de vida. Sin la ruptura que supusieron aquellas pioneras, sin estas bad girls, hoy Billie Eilish no cantaría «Bad Guy»; ni M.I.A., su «Borders» o cualquier otro tema reivindicativo políticamente; ni Nicky Minaj, «Anaconda» u otras canciones de su repertorio habitual, directamente heredera de las hipersexualizadas de los noventa. Probablemente, tampoco Kae Tempest habría recitado como lo hace. Más cerca, Sweet, Arianna Puello, Mala Rodríguez, en diferentes momentos. Todas ellas, desde sus lugares, han generado, a su vez, nuevas grietas en esa ruptura que significó, en su aparición, el hip hop femenino y son ya incontestables pioneras en este camino artístico.
En los últimos años se han escrito libros para visibilizar la aparición de este fenómeno y su posterior evolución, por ejemplo: God Save the Queens: The Essential History of Women in Hip-Hop (2020), de Kathy Iandoli; The Motherlode: 100+ Women Who Made Hip-Hop (2021), de Clover Hope, y The Come Up: An Oral History of the Rise of Hip-Hop (2022), de Jonathan Abrams. También han tenido su correspondiente televisivo en las miniseries Ladies First: A Story of Women in Hip-Hop (2023).
Paredes y pintura
Lo que se viene llamando la cultura del hip hop lleva asociadas a la música: el MC (la persona que rapea), el DJ (turntablism), el b-boy o la b-girl (breakdancers) y el grafiti. De él se derivan otras manifestaciones, prácticas y tendencias del arte urbano. Igual que en la música, el hip hop, desde sus orígenes underground, fue progresivamente obteniendo reconocimiento y gran influencia como género para pasar después al mainstream con los años, y tuvo otras derivas como el trap. Paralelamente, o quizá mucho más rápido, las manifestaciones del arte callejero que empezaron con los grafitis en muros de ciudades como Nueva York o Filadelfia y en los vagones del metro en los primeros años setenta fueron aprehendidas por artistas como Jean-Michel Basquiat y Keith Haring, que lo hicieron subir peldaños en su popularidad y reconocimiento, hasta que, mucho más tarde, entra en vigor, ya durante los años noventa, el denominado posgrafiti, que engloba a los artistas que desarrollan un modo de expresarse artísticamente mucho más avanzado en técnicas (plantillas, pósteres, pegatinas, stencils, murales, mosaicos) que trascienden al tag, a la firma hecha con espray. Ya a mediados de los 2000, el street art entraba en las galerías de arte e incluso ya tiene sus propios festivales y ferias especializadas, como Urvanity en Madrid o Urban Art Fair en París. Pero, en toda esa escena de personas que querían alzar su voz también desde la expresión plástica, ¿dónde estaban las chicas?
Es evidente que hay más nombres masculinos que femeninos en el grafiti. Se asocia aún hoy, errónea y mayoritariamente, por su carácter ilegal muchas veces, a la idea de vandalismo, al asalto nocturno en lugares prohibidos, a una rápida huida si la situación lo requiere, ideas todas ellas asociadas a lo masculino. Sin embargo, dentro de la propia corriente, la idea de género no es tan relevante, ya que el público acepta el anonimato. Las intervenciones artísticas en el espacio urbano son ilegales si se realizan sin solicitar permisos. Por la persecución y la criminalización, es normal que sea una actividad que se realiza sin autoría, alejada de la posibilidad de público, aunque la importancia del reconocimiento por parte del resto de artistas urbanos y grafiteros es innegable y fundamental. Precisamente, por la cuestión del anonimato en la autoría, es más difícil saber si hay más de las que conocemos y, esa falta de visibilidad, ligada a que es difícil identificar si la obra está hecha por un hombre o mujer, no ayuda a la investigación de género en el arte urbano.
Es a finales de los años setenta cuando el grafiti alcanza sus mayores cotas de popularidad y empieza a incorporar dibujos a las firmas. Entre las pioneras destaca el nombre de Lady Pink, nacida en Ambato (Ecuador), se crio en Queens y comenzó a «escribir» realizando grafitis con solo quince años, en 1979. Estudió en la Escuela Superior de Arte y Diseño en Manhattan y en pocos años empezó a frecuentar las pandillas, o graffiti crews, TC5 (The Cool 5ive) y TPA (The Public Animals), pintando vagones de metro entre 1979 y 1985. Lady Pink aparece en la película Wild Style (1982), la primera que recoge y retrata los orígenes de la escena hip hop con sus protagonistas, hoy iconos de ese momento, como actores. Después de esto y andando el tiempo, colaboró con grandes artistas como Jenny Holzer.
Una delgada línea une a Lady Pink con las generaciones más jóvenes, como Maya Hayuk en Estados Unidos. Pero también hay pioneras en España, como la barcelonesa Musa71, que comenzó en el grafiti en 1989. Posteriormente Dune, residente en Madrid, y la chilena ACB pintan y escriben desde principios de los 2000. Junto con estas, otras manifestaciones del street art como el muralismo forman parte de las evoluciones de la cultura urbana expandida a los muros. Ahí lleva años subida a los andamios otra de las primeras chicas, Nuria Mora. Tampoco podemos olvidar a la suiza Maja Hürst, conocida como TIKA, y a Mina Hamada, japonesa barcelonesa.
El libro The World Atlas of Street Art and Graffiti-Hardcover, de Rafael Schacter, con la colaboración de Lachlan Macdowall y John Fekner (edición revisada en 2023), incluye algunas obras de artistas alrededor del mundo, y, específicamente, Women Street Artists: 24 Contemporary Graffiti and Mural Artists from Around the World, publicado por Alessandra Mattanza y Stephanie Utz en 2022, recoge los últimos murales realizados por creadoras urbanas.
La cultura de la calle ¿se agota?, ¿se generarán nuevas grietas?, ¿desde dónde vendrán?, ¿desde dentro del propio movimiento o desde fuera?, ¿cuál será la próxima ruptura dentro de la escisión que supuso la aparición de las primeras artistas?, ¿revisarán las mujeres del hip hop los estereotipos que seguramente han generado ellas mismas?, ¿se han conquistado ya todos los muros? La respuesta la traerá el tiempo.
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Hola Pilar
Todo lo que cuentas es cierto peeeroo…
La auténtica pionera es Sylvia Robinson, cantante en los cincuenta y setenta, co-propietaria de Sugar Hill Records y productora de los primeros éxitos del genero (Rapper’s Delight y The Message). El primer single de su empresa fue el de Sugarhill Gang pero su segundo sencillo -y éxito menor- fue de un trío femenino The Sequence «Funk You Up» (primer grupo de rap femenino entrando en listas ¡en 1979!). Es el clásico tema de auto-bombo y tiene su gracia pues una de ellas se llama Blondie y es muy difícil no recordar que el primer tema que llegó a número uno con rap fue, dos años más tarde: Rapture por Blondie -la nuevaolera, no la rappera-. También merece la pena recordar que la compañera que rapea como «Angie B» no es otra que Angie Brown; hoy conocida como Angie Stone y la única del trío que ha tenido una gran carrera.
Un saludo, Manuel.