El día que Ultimátum a la Tierra fue estrenada en Estados Unidos, un 28 de septiembre de 1951, Stalin estaba aún vivo y al mando de la URSS, Corea del Norte y del Sur estaban en guerra y en los escaparates de las librerías se podía ver todavía una novela distópica publicada dos años antes por un tal George Orwell.
Para el cine de ciencia ficción alienígena, la película de Robert Wise es canónica, lo cual no quiere decir que sea brillante. El argumento es una especie de canto a la paz entre países y planetas que, ojo, emplea por primera vez muchos recursos que años más tarde se convirtieron en clichés del género.
Para empezar, un platillo volante aterriza en pleno Washington D. C. El avistamiento se realiza desde un radar del ejército. Locutores de emisoras de todo el mundo anunciando el prodigioso hecho con una vocecilla nasal para familias apelotonadas alrededor de una radio. Portadas de periódicos inventados (el Washington Express y el Washington Chronicle) cayendo como si uno las es tuviera observando bajo la mesa de cristal del salón, tumbado sobre la alfombra.
Los efectos especiales, si se pueden llamar así, son casi minimalistas pero efectivos. La mayor parte de la acción transcurre a través del diálogo, lo cual es algo refrescante visto más de sesenta años después. Pese a la escasez de medios y la puerilidad de algunos giros argumentales, si hubiera que clasificar Ultimátum a la Tierra dentro del género, estaría más cerca de películas como Contact o Encuentros en la Tercera Fase que de Independence Day, Men in Black o incluso del propio remake que se hizo en 2008 de Ultimátum a la Tierra, protagonizado por Keanu Reeves y Jennifer Connelly y del que hablaremos si alguna vez Jot Down edita las 100 peores películas de ci-fi.
La nave, decíamos, llega a la capital de Estados Unidos y de ella desciende un señor de aspecto humanoide, rostro anguloso y modales británicos: Klaatu. Junto a él desciende Gort, una especie de Robocop de tres metros de alto con textura de boatiné plateado. Segundos después de bajar por la rampa para minusválidos del platillo volante, Klaa tu dice que viene en son de paz y buena voluntad, y al tratar de entregar un regalo a los hombres —una avanzada antena para detectar formas de vida alienígena— recibe un disparo en compensación. Pero el extraterrestre interpretado por Michael Rennie no se despeina, y trata a los terrícolas con condescendencia: «Soy impaciente con la estupidez. Mi gente ha aprendido a vivir sin ella», dice el tío.
En el hospital al que es llevado, los médicos fuman todo el rato. También los policías en la calle. Es otro de los atractivos de la película.
¿Qué ha venido Klaatu a hacer a la Tierra? Enviar un mensaje extremadamente importante. ¿Cuál? No puede decirlo hasta que no estén todos los mandatarios mundiales delante. Pese a reconocer que los humanos solo responden ante una acción violenta y contar con un robot gigante y destructor, Klaatu decide escapar, hacerse pasar por un tal Carpenter y meterse en la pensión de la señora Crockett, donde conocerá al niño Bobby y su madre, Helen Benson, interpretada por Patricia Neal, que una década después haría de señora Fai enson en Desayuno con diamantes.
En esos momentos, la película adquiere un sano color costumbrista que incluye visitas con Bobby a los monumentos de Washington y diálogos deliciosos como:
Señora Crockett: Usted está muy lejos de su casa, ¿verdad, señor Carpenter?
Klaatu: ¿Cómo lo ha sabido?
Señora Crockett: Puedo distinguir un acento de Nueva Inglaterra cuando lo oigo.
Los guiños a la guerra fría y al entendimiento son constantes, en ocasiones se duda de que los del platillo sean realmente alienígenas, «ya sabes a qué me refiero». Pero con un platillo volante de por medio, la cosa ha de complicarse. La impaciencia de Klaatu por distribuir su trascendental mensaje choca con la negativa de las autoridades locales a sentarse con los rusos en la misma mesa. El extraterrestre decide entonces congelar la vida de las personas durante treinta minutos. ¿Cómo? Tirando del cable y apagando la electricidad a nivel planetario.
El momento álgido de la trama es cuan do Klaatu enseña a la señora Benson la frase para evitar que Gort destruya a todos los habitantes del planeta, cosa que ocurrirá si el pacifista mensajero interplanetario es asesinado. De ahí vienen esas tres palabras que todo aficionado al género conoce: «Klaatu Barada Nikto».
¿Logrará Klaatu transmitir a los terrícolas su mensaje de vital importancia para la vida en el planeta? ¿Será este mensaje tan kitsch e intrascendente como esta crítica parece implicar? ¿Será un final tan extemporáneo irrelevante para clasificar a Ultimátum a la Tierra como una de las mayores joyas del género de invasiones extraterrestres?
Lo he disfrutado. Gracias.
Vi Ultimátum a la Tierra de niño en La Clave. Al día siguiente un montón de niños recordábamos las palabras clatu barada nicto y algunos no las hemos olvidado. Tiene que haber alguna explicación a que tres palabras sin sentido se les quedasen grabadas a tantos críos. En aquella época los niños veían las películas y se tragaban los rollos de Balbín e invitados tan a gusto y prestando atención, más o menos.
Yo también vi muchas veces esta película en aquella época, pero confieso que durante décadas lo pronuncié mal. «Klatu baraLa nicto». ¡ Nunca se me han dado bien los idiomas extraterrestres !
Las películas de serie B han casi desaparecido de las tv’s., pero dieron unas cuantas obras maestras y cientos con mucho encanto.
Por cierto: graciosísimo el homenaje a la frase en «El ejército de las tinieblas» de Sam Raimy.
Gracias por tan refrescante artículo … que recuerdos ¡¡¡¡