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Cantaban las Vulpes en su maqueta de 1981: «Has leído muchos libros y escuchado muchos discos, pero tu cabeza está podrida, deja tu sitio de una puta vez, tus críticas no las queremos ver, el rock and roll no te pertenece, eres un julai» (fragmento acotado). Para mí, una canción más interesante que la celebérrima «Me gusta ser una zorra», porque señalaba, hace cuarenta y cinco años, la existencia de los propietarios de la música popular. Un animal inextinguible. Y todos ellos, hace tres décadas, consideraban el metal un género menor, anecdótico.
Ni siquiera en la siguiente oleada de analistas, tras 2012, cuando pasaron a ocultar sus navajas oxidadas en un manto ideológico, se le dio plácet al metal. Hay pocos géneros en la música popular más transversales, aunque con raigambre en la clase trabajadora, que el metal, pero las coartadas ideológicas se acomodaron a la música de otras latitudes.
Y no pasa nada. No creo que ningún metalero vaya a sufrir nunca por lo que piense de sus gustos un señor con columna y camisas raras, pero esta introducción viene al caso para explicar la poca relevancia de Type O Negative, un grupo que, además, vendía bastante. Que yo sepa, jamás despertaron la curiosidad de ningún escribiente ajeno al metal. Nunca me lo he explicado, aunque lo agradezco, así sigue siendo un placer exclusivo escucharlos y celebrarlos. No obstante, es un fenómeno que llama la atención porque Type O Negative trascendió el metal y fue un grupo extraordinario.
Explicar su calidad es difícil. La base estaba en Black Sabbath, había piezas del doom metal que se expandió a principios de los noventa, pero también Einstürzende Neubauten, mucha darkwave con guiños, aparentemente contradictorios, a los Beatles y los Beach Boys. No fueron los únicos en esas coordenadas. Desde Sentenced, pasando por My Dying Bride, Tiamat o Moonspell, esa década vio muchas propuestas en las que el gótico domaba al metal. Igual el ingrediente único que ponía Peter Steele era la influencia de Lycia, un grupo de dark ambient en el que es posible encontrar muchas ideas y tonos que fueron a parar a los discos de Type O Negative.
Otra hipótesis por la que destacaron por encima de todos quizá fuese que, siendo un grupo de guitarras, el peso no recaía sobre el guitarra y el cantante, como de toda la vida, sino en el teclista y en el cantante y bajista, Josh Silver y Peter Steele. Pero de todas las hipótesis la más certera seguramente sea que el talento de este último, cuyo nombre original era Petrus T. Ratajczyk, era exquisito. Aun así, tras su muerte, tampoco salieron decenas de libros sobre él. Solo se ha publicado el que sirve de base a este artículo: Soul on Fire, de Jeff Wagner. El rastro de Steele hay que seguirlo en internet, donde sus fans cuelgan sus fotos con él o aquellas que se tomaron delante de la que fue su casa.
Lo cierto es que no hubo una experiencia vital en Peter Steele fuera de lo común. Ni mucho menos, una biografía marcada por sucesos extremos, ni adversidades ni nada que poder exhibir para cargar de significado sus canciones. Era un joven larguirucho, receptor de burlas, pero con una familia feliz y católica, no demasiado practicante, pero de ir a misa una vez a la semana. Su barrio, Brooklyn, se fue degradando conforme iba creciendo hasta convertirse, en 1990, en uno de los más peligrosos de Estados Unidos. Según la revista Life: «La capital del crack». Ahí creció. Un chico extremadamente tímido, que tuvo que llevar un aparato ortopédico en las piernas durante buena parte de su infancia y que, debido a ese complejo y a su personalidad introvertida, empezó a recogerse, a abstraerse de todos, a encerrarse con sus libros, a ir a ver solo sus películas y a aprender, en definitiva, a pasárselo bien solo sin depender de la opinión de los demás.
Entretanto, su padre le enseñó todo lo que sabía sobre construcción, manejo de maquinaria y motores. Peter fue un manitas desde crío; desde muy pronto trabajó soldando verjas y barandillas o arreglando motocicletas. La banda sonora que lo acompañó mientras se manchaba de grasa era el ABC de los que fueron adolescentes en los años setenta: Beatles, Iron Butterfly, Cream, MC5, Rolling Stones, Byrds, Deep Purple, King Crimson, Doors, Santana y, sobre todo, su grupo favorito: Black Sabbath. Solo aparecería un elemento que rompía esta pauta cuando, ya con dieciocho años, muestra interés por Devo.
Aquella Nueva York setentera, aunque fuese el lugar donde surgió el punk —Peter solo tendría que haber cruzado a Manhattan para ver a Television, Heartbreakers, Blondie, Ramones, Dead Boys o Dictators—, a finales de esa década fue conquistada por la música disco. Los chavales a los que todavía les gustaba el hard rock venían a ser, dicho claro y sin rodeos, unos pringaos. «Era duro llevar el pelo largo en aquellos años», recordaba John Campos, uno de sus primeros amigos.
Su otro colega fue Josh Silver, el hijo de un profesor universitario que se había mudado a la casa de al lado. Su padre lo obligaba a tocar el piano y por eso se inició en el mundo del rock a los teclados, nunca los abandonó y suya es una de las aportaciones más genuinas y especiales al sonido de Type O Negative. En aquel entonces, la banda se llamaba Northern Lights, nombre que se quitaron por sonar demasiado hippie y adoptaron el de Fallout. Lo particular de este primer proyecto es que, aunque todos estaban en la línea del hard rock, ya había un componente de la new wave. A Peter le gustaban grupos como los Cars y eso ya se reflejó desde el principio en estas grabaciones.
También destaca el concepto. El grupo llevaba por logo la señal de refugio nuclear a la que alude su nombre. Las letras iban sobre las películas de ciencia ficción y de terror que se tragaba Peter, y su actitud cuando salía al escenario y gritaba al público «¡Arrodillaos ante mí!» recordaba al general Zod, de Superman (película del mismo año que el primer single, 1981). No eran más que un grupo de frikis. De hecho, tocaban a menudo con otros colgaos que se habían instalado cerca, en Long Island: Twisted Sister, a los que todavía les quedaban tres años para petar, MTV mediante. Los Fallout de Peter y Josh grabaron solo porque se lo propusieron. Cuando la moda de la NWOBHM saltó el charco, leyeron que allí los grupos se autoeditaban e hicieron lo mismo. Los sellos, en cambio, cuando les enseñaban las demos, respondían que ya no había mercado para esa música. Los ejecutivos entendían que era música pasada de moda.
En cambio, fuera de los focos, el metal underground era toda una explosión de imaginación y nuevas ideas. Peter se sintió fascinado por Witchfinder General y comenzó a afinar en do en busca del sonido más pesado posible. En 1985, grupos como Metallica y Slayer dejaron de ser una broma, salieron los primeros discos del revival sabbathiano de Trouble o Saint Vitus, y Steele también se acercó a la escena hardcore de Nueva York de grupos como Agnostic Front. Absorbía todo lo que escuchaba sin distingos.
En esta efervescencia de nuevos estilos, el grupo de Peter siguió con la estela cinematográfica, ahora influenciado por sagas como Mad Max. Su madre hizo disfraces para todos los miembros de la banda, con hombreras, para escenificar un concepto de guerreros termonucleares postapocalípticos de la Cuarta Guerra Mundial. No había drogas ni alcohol, solo entusiasmo. Roadracer, la división americana de Roadrunner, les fichó por consejo de King Diamond.
Carnivore tuvo recorrido. Peter cantaba como Cronos, de Venom, y alternaba velocidad thrash o hardcore con partes lentas, extenuantes, como popularizarían (dentro de su nicho) diez años después grupos como Paradise Lost. Sin embargo, hubo un problema. Con discos en los estantes de las tiendas de todos los países europeos, Peter se negaba a salir de gira. ¿Para qué?
Vivía desde hacía tiempo en el trastero de la casa de sus padres. Llegó a pasar allí su luna de miel, viendo películas de serie B toda la noche con su pareja, y trabajaba en el servicio municipal de cuidado de parques y jardines de Nueva York. Podía tocar los fines de semana, pero no irse de viaje, perdería el curro. En aquel momento, Peter lo tenía todo. Se sentía plenamente realizado con una actividad cultural y tenía techo y un trabajo al aire libre. ¿Para qué malvivir de gira?, ¿para qué estudiar Derecho y pasarse el resto de su vida metido en una oficina? Una vida feliz con lo que fuera, mientras fuese suficiente, era ya la cima.
Se encontraba tan a gusto que no se cortaba un pelo a la hora de dar su opinión. En la televisión holandesa se quejó de las ayudas sociales que recibían los que deciden no trabajar. «Tengo que levantarme a las cuatro y media de la mañana, salir al frío ¿y, aun así, pago impuestos para que algún vago pueda sentarse en la cama a ver dibujos animados mientras yo salgo a limpiar para ellos?». Estas declaraciones son de finales de los noventa, pero en Estados Unidos ya se advertían las polémicas identitarias que aterrizaron aquí hace una década. Peter afirmaba que quería ser «lesbiana, pobre, negra y deforme» para poder obtener un trabajo mejor.
En 1992 fue más lejos. Ya hablaba claramente de que estaba a favor del darwinismo, de que el ser humano era el único que no abandonaba a los débiles. Añadió en otra ocasión: «Soy muy conformista, estoy completamente a favor del Gobierno, de la policía y de las normas, soy extremadamente antianarquista, habría sido un totalitario maravilloso». Su biógrafo considera que estas opiniones eran muestras de puro humor neoyorquino, de hecho, no serían raras en boca de Larry David, pero tanto Carnivore como Agnostic Front o Cro-Mags fueron acusados de nazis. Y con la etiqueta puesta, canciones tan divertidas como «Jesus Hitler» no fueron bien recibidas. La canción cuenta la historia de una monja que es violada por un nazi y da a luz al Salvador, que también es nazi; este nuevo Cristo padece una crisis de identidad porque está hecho un lío con la ideología de sus padres.
Carnivore no triunfó. Muchísimos grupos de thrash lograron contratos y giras europeas, pero ellos se quedaron a un nivel de aceptación underground enorme que no se tradujo en una entrada en los circuitos comerciales. El que sería su tercer trabajo estaba marcado por ese pesimismo, y el sentido del humor provocador se mezcló con fantasías suicidas y temas depresivos. El estilo se salió del thrash y por fin plasmó todo lo que le gustaba a Peter: elementos de rock gótico, hardcore, doom metal y pop new wave. En los conciertos colocaban barricadas con alambre de espino entre el grupo y el público.
Querían que esta nueva formación con un concepto diferente se llamara Repulsion, pero ya existía un grupo con ese nombre. Luego pensaron en llamarla Sub Zero, logotipo que se tatuaron, pero también había otra banda. Así que se vieron forzados a elegir un nuevo nombre que encajara con el tatuaje: un cero con un menos dentro. De ahí salió Type O Negative y empezó la leyenda. 1991 era un buen año para ofrecer una propuesta heterodoxa, una mezcla imposible de estilos diferentes que muchos grupos, especialmente en el metal, ya estaban representando, aunque TON en Europa solo cosechó problemas.
Presentarse en Alemania con una canción titulada «Der Untermensch» es, efectivamente, un problema. En los Países Bajos no pudieron entrar porque la policía temía que se produjeran múltiples disturbios, puesto que había carteles con la cara de Peter y la leyenda «Hay que matarlo». Paradójicamente, Josh declaró: «No se puede usar el sarcasmo en Europa, traducen las letras literalmente, no entienden los giros, la parodia». Quién lo iba a decir, pero, ciertamente, su versión de Hendrix rebautizada «Hey Pete», en la que, en lugar de matar a su mujer, hablaba de matar a su madre, era un cachondeo. Sea como fuere, su primer tour europeo se saldó con incidentes y destrozos de toda clase, amenazas de bomba, intentos de agresión, botellas volando hacia ellos en cada concierto…
El componente cómico del grupo quedó claro cuando, a continuación de su primer disco como Type O Negative, Slow, Deep and Hard, con una penetración en primer plano en la portada, sacaron otro disco con esas mismas canciones que era un «no en directo en Brighton Beach». En la portada aparecía otro primer plano, esta vez del ano de Peter completamente abierto. Su título, The Origin of the Feces. En varios países se distribuyó con otra portada, un grabado, y, para más despelote, la simulación en estudio de que tocaban sus temas en directo tuvo más éxito que el álbum anterior. El sello les dio cien mil dólares y solo se gastaron doscientos en producirlo. «Estafamos a la compañía», reconoció Peter abiertamente.
En la compañía no se quejarían demasiado porque el siguiente material que entregaron los Type O Negative fue Bloody Kisses, el disco más exitoso del grupo y uno de los más interesantes de los años noventa. Desde la primera nota hasta la última es un álbum majestuoso y difícil de explicar. Su mayor hit, de guiños góticos, «Black No. 1», hablaba del tinte de pelo de esta tribu urbana. El grupo se había movido por este tipo de bares en una pequeña escena que hubo en Nueva York a finales de los ochenta. Seguían las bromas políticas, ironizaban «mata a todos los blancos, así serás libre» y, pisando terrenos muy resbaladizos, «Cristian Woman», canción excepcional, contaba la historia de una mujer tan católica que se excita con el Cristo desnudo en la cruz. Pero lo importante era que el metal había quedado como telón de fondo, como base rítmica de una voz de barítono jadeante y profunda, acompañada de unos teclados que transitaban de los arreglos clásicos a la posmodernidad. Peter llegó a salir del armario musicalmente. Declaró que también le gustaban Duran Duran y A Flock of Seagulls y que nunca podía decirlo delante de los fans de Motörhead de los que se rodeaba. De «Blood & Fire», una de las favoritas de Peter, Josh dijo «conozco a gente gay que la odia por ser demasiado gay».
A partir de ahí, todo empezó a ir muy rápido. Disco de oro en 1995 y fans por todas partes. Un chico que vivía en el sótano de sus padres, acompañado de sus gatos y rodeado de cajas de películas antiguas, se había convertido en una estrella del rock. Le empezaron a salir stalkers, la gente se plantaba enfrente de su casa y esperaba para verle salir. Una chica se fotografió con todas las personas que participaron en Bloody Kisses, con toda la lista de créditos, decenas de personas. Pero el problema era más profundo. Peter no quería dejar de ser jardinero municipal, quería que el grupo, por mucho éxito que tuviera, fuese un pasatiempo. Por el contrario, a sus compañeros les iba la vida en ello, querían que tocar música fuera su oficio, y Type O Negative, una máquina de dinero, pero para eso había que irse de gira. Costó mucho convencer a Peter, sacarle de una postura que podía parecer excéntrica, pero que era la más sensata a largo plazo. Al final dejó su trabajo y se convirtió en una estrella de rock profesional. Fue un pacto con el diablo.
Le costaba mucho actuar en directo. Cuando lo hizo durante los años ochenta, muchas veces sufría cagaleras terroríficas antes de salir al escenario. Se sentía ridículo, como un animal de circo. Era un bloqueo, y la única forma que se le ocurrió para eludirlo fue beber. Así se creó su imagen, cantando con una botella de vino en la mano. Lo que a los fans nos parecía muy cool, en realidad, ocultaba un problema. Esa botella era la muleta de un inválido. A partir de entonces se enfrentaría de esa guisa a audiencias como los cien mil espectadores del Dynamo en 1995 en Eindhoven (ya no eran nazis), y ese miedo escénico conseguiría acabar con él. Lo contradictorio fue que se atreviera a posar en Playgirl. Era uno de los rockeros más sexis del momento y aceptó la propuesta con una condición: tenía que salir empalmado. Hasta entonces, los modelos desnudos de la revista aparecían con el pene flácido. Esas fotos hicieron época.
El siguiente álbum, October Rust, seguía la estela de calidad del anterior. Fue un clásico instantáneo y el single «My Girldfriend’s Girlfriend» los llevó a ser conocidos por el público comercial. Era un tema muy asequible, con sus inercias góticas, pero muy sixties. Otras joyas, menos complacientes, como «Love You to Death», no funcionaron en la radio, pero son las que los fans llevamos grabadas en el córtex de por vida.
El éxito garantiza dos cosas: sexo y cocaína. Peter, que hasta los treinta y cinco años solo había usado el alcohol para poder sostenerse sobre un escenario, empezó a esnifar, lo que lo llevó a beber también fuera de los focos. Se hizo tan farlopero que hablaba de las virtudes del producto en los medios. «Es genial cuando tienes serotonina y dopamina y toda la química que hace que te sientas bien dando vueltas por tu cabeza». Al mismo tiempo, empezó a levantar pesas constantemente. Solo con los brazos, lo que le dio esa extraña imagen de hombre musculado de espalda ancha y piernas de alambre.
Desde crío, Peter había tenido comportamientos maníaco-depresivos. El humor ácido y autoparódico era una forma de ocultar sus inseguridades y algo más, la depresión. No tenía motivos para sentirse hundido, por eso se cree que sus bajones psicológicos probablemente tuvieran un origen genético. También tenía comportamientos obsesivo-compulsivos, como no poder comer alimentos mezclados, tenía que separarlos, no consentía que se tocasen entre sí. En su casa comía en las típicas bandejas metálicas del ejército para no mezclar la comida. También era muy frecuente que se hiciese cortes en los brazos con cuchillas. Siempre que se enfadaba, se cortaba y escribía mensajes con la sangre por ahí. En resumen, un cuadro psicológico que le predisponía a la adicción. Las bromas que hizo el grupo durante años sobre el suicidio, incluso con una camiseta que mostraba diferentes formas de quitarse la vida, pronto empezaron a dejar de serlo.
Siempre de gira, siempre con desconocidos, siempre sonriendo junto a los fans… para llevar la vida del músico profesional. Peter encontró en la cocaína una automedicación ideal para vencer la incomodidad que le producía la inseguridad. Sin embargo, las amistades de cocaína no suelen ser muy sinceras. La gente que lo rodeaba se aprovechaba de él, le robaba, hasta llegaba a usar su tarjeta de crédito cuando caía inconsciente, drogado y borracho.
El resultado de esta dinámica fue World Coming Down, un disco que reflejaba sentimientos muy oscuros y ya no tenía tanto humor. Pero había algo peor, mucha gente lo consideró aburrido. Apareció en 1999, cuando las descargas empezaban a levantar y muchos grupos se descolgaron de la primera línea al hundirse su rentabilidad. «Everyone I Love Is Dead», un tema sobre la muerte de su padre y de sus gatos, dejaba entrever cómo empezaba a afectarle la soledad. Su madre murió poco después, lo que también supuso un duro golpe.
En Life Is Killing Me, de 2003, volvió el humor, como su propio título indica. Seguía siendo un disco original, aunque es cierto que el grupo se había encerrado en sí mismo y ya no era un crisol de ideas como en sus dos discos legendarios de los noventa. Por otro lado, hay que mencionar que cada disco de Type O Negative tiene un sonido y que basta escuchar diez segundos de una canción para reconocerlos fácilmente. Cada uno tiene sus texturas, como diría el profesor Salva Rubio. «I Don’t Wanna Be Me» era la letra que nos mostraba al Peter más sincero en el diván.
El consumo de cocaína acabó con un problema cardíaco, hubo que operar. Las relaciones de cocaína, con una agresión a his girlfriend’s boyfriend. Y el deterioro físico, el cachas sexi de Playgirl llevaba meses sin levantar peso y su aspecto era inquietante. Con cuarenta y tantos descubrió que todos sus amigos tenían una familia y un hogar, y él aún vivía en el sótano de la casa de sus padres, ya muertos, sin saber hacer otra cosa que salir de gira y ponerse hasta el culo. La discográfica, más centrada desde hacía años en éxitos como Slipknot, se los quitó de en medio. Hubo tiempo para un último elepé, Dead Again, en la estela de los dos anteriores. Muy buen disco, querido por los fans, pero no llegaba al nivel sublime de los que en esa época ya eran clásicos.
La siguiente parada, lógica y conocida, fue la rehabilitación. Pero todavía quedaba un clavo más en el ataúd de Peter. Con sus padres muertos, sus hermanas quisieron vender la casa familiar. Tuvo que salir del corazón de Brooklyn e irse a Pensilvania con sus cinco gatos. De estos días, los últimos del líder de Type O Negative, sabemos que volvió al catolicismo. Iba a misa, fue a confesarse. Llevaba treinta años sin hacerlo y bromeó con eso en una entrevista en la radio: «No le comenté todos y cada uno de los pecados, de lo contario, habría tenido que tomarse dos semanas de vacaciones».
Durante días estuvo pidiendo perdón a todas las personas a las que les había hecho alguna trastada propia de cocainómanos alcohólicos. En la gira All Hallows Evil tuvo que ir con una pulsera en el tobillo que monitorizaba su consumo de alcohol, lo aceptó a cambio de la libertad condicional después de la que le lio a su ex. Para colmo, le quedaba poco dinero.
Un día, su gato Tito fue diagnosticado de cáncer. Peter no se separó de él mientras el animal padecía. Cuando el gato ya estaba desahuciado, no pudo llevarlo a que le pusieran la inyección porque empezó a encontrarse mal. Tenía vómitos, pensaba que era una intoxicación alimentaria. Llamó a su hermana para que se ocupara de Tito, era su prioridad, pero no era consciente de que estaba sufriendo una sepsis. A causa de una malformación intestinal un resto de comida sin digerir le había provocado una infección letal. Si hubiera acudido al médico pronto, habría podido salvarse, pero estaba obsesionado con atender a su gato en su último suspiro.
Type O Negative se rompió para siempre. Afortunadamente, en una época en la que Rory Gallagher puede girar sin Rory Gallagher o Blind Melon sin Shannon Hoon, en Type O Negative prefirieron finiquitar el grupo. De su legado dan buena cuenta sus fans, que no necesitan medios que aplaudan a su banda para reforzar su convicción. El grupo supo mezclar el pop con la muerte y le puso banda sonora a la depresión clínica. Y solo había una forma posible de hacerlo: de risas.
Gracias por el artículo. Una de las bandas de mi vida, los llevo escuchando desde los noventa y periódicamente vuelvo a ellos. Son únicos. Y me ha dado mucha pena volver a leer sobre la decadencia de Peter Steele, detrás de los excesos de las rock stars hay historias tristes, trastornos, problemas de salud mental…
Y si, su mezcla era increíble: pop, muerte y risas.
Gracias por el artículo, Álvaro. A mí personalmente el World Coming Down me desarma. Aún sonando a tópico, el disco era una llamada de auxilio de un adicto consciente de su problema y que acarreaba una buena depresión también.
Una cosa que se intuye en el artículo pero no se dice explícitamente es el consenso que había de lo buen tipo que era (bueno, el menda que fue agredido y por lo que Peter pasó una temporada en la cárcel tendrá otra opinion) y que era una risa con su humor sarcástico y auto paródico.
Ojalá en esa disyuntiva que tuvo en su vida hubiera elegido su vida convencional. A lo mejor hubiera llevado una vida normal y feliz y estaría vivo todavía. Nos habría dejado también el Bloody Kisses de regalo.
De entre los mártires del Rock hay unos cuantos que eran bellas personas y que mejor no hubiera tenido ningún talento. Se me ocurre éste y el de Alice in Chains.
Gracias de corazón, siempre TON
Excelente artículo, me han entrado ganas de ponerme a los Type O. Recuerdo todavía comprarme su best of, que se llamaba “The Least Worst Of”.
Qué gran placer encontrar de tanto en tanto en Jotdown un artículo sobre nuestros metaleros 80 y 90
Álvaro Corazón Rural, uno de los nuestros.
Que bueno que recuerdan a Peter Steele, pero me pregunto si el artículo es para honrarlo o mas bien para dejarlo mal parado porque hay muchas cosas que no son del todo ciertas aquí, llegando al extremo de hablar de su apariencia de piernas de alambre y que solo levantaba pesas con los brazos, me imagino que el articulista era el entrenador para confirmar esto: basta ver las imagenes en donde estaba en su mejor época como en el Bizarre festival para ver la condicion en que estaba, el cual era, increíble.
Ya se que no van a publicar mi comentario ya que nada mas aceptan los que adulan el artículo, que pena.
Es que el artículo es muy bueno y eso que tanto te ofende ni se dice a malas ni creo que nadie salvo tú lo encuentre malintencionado
A mi el Retaliation de Carnivore me parece un señor discazo con mala leche y humor a partes iguales. Descubrí TON porque su versión de Summer Breeze aparecía en «Se lo que hicísteis el último verano» y flipé con el cambio de registro.
Pete Steele, qué gran tipo. Una discografía de escándalo la de TON, con el October Rust reinando en todo lo alto.., para mi claro.
Gracias por el artículo, ha sido un gustazo leerlo.
Uno de las bandas capitales de mi vida musical. Duros, cómicos, amorosos, depresivos. Y aún teniendo ese sonido particular que los definía, cada álbum es completamente diferente. Nada tiene que ver Slow, Deep and Hard con Bloody Kisses y así sucesivamente. Se menciona Lycia en el artículo, notoriamente reconocidos como influencia por Peter, y hay que destacar que otra de las grandes influencias, bastante perceptibles en October Rust, fue Cocteau Twins.
Es cierto que después de October Rust, las tendencias cambiaron, su vida cambió y ya fue todo una cuesta abajo, pero aún así siguió dejando momentazos supremos, acabando en Dead Again, que es un carpetazo brillante a su carrera, una despedida a la altura de su carrera. Qué grupo, qué discos.