Su biografía dice que Thomas Alan Waits nació en Pomona, California, pero el músico y artista multidisciplinar conocido como Tom Waits nació en los bares. Ídolo sin masas, posiblemente nunca haya pretendido llenar un estadio. Su obra sonora pone el foco en el punto débil, sobre un friso de halcones nocturnos, proxenetas y damas sin suerte, cuyos nombres nadie recuerda. Hijos del bourbon y del humo, Waits pinta un mural de crápulas de vidas perdidas que sobreviven efímeramente en tugurios y diners hasta la madrugada, rebuscando en la basura de un consuelo colectivo sin dioses ni fe. Las notas de su piano, como gotas sobre un plato metálico, muestran una música cruda y directa, congruente siempre, y que, lejos de combatir la desazón, abunda en ella frecuentemente. Pero también es un grito al amor y al desamor, porque generar indiferencia nunca ha sido su política de empresa. De algunas canciones de Tom Waits, como de los grandes libros, nunca se sale.
Igual que en tantas expresiones del arte también en la música pueden distinguirse corrientes, escuelas y tendencias y, en los creadores, etapas. Pero tampoco eso va con Tom Waits, del que podría decirse que, en su universo, y de manera acusada, mandan los estados de ánimo. Frente a un Tom Waits introspectivo, derrotado o enamorado, carne de barra de bar, al acecho, como un trampantojo se dibuja al Tom Waits experimental y excéntrico. Cabe destacar en el primer caso su maravilloso primer álbum, Closing Time (1973), empezando por el continente. Su portada, que puede ser, a pesar de su sencillez (o quizás por ella) una de sus portadas más bellas y, tal vez haciendo un exceso, una de las más bellas de las últimas décadas, es como un claroscuro de Caravaggio que pone el foco en el artista y su piano a modo de mesa, sobre la que anárquicamente descansan cigarros y una cerveza (toda una declaración de intenciones). Su música es terapéutica y liberadora ahora. El álbum, que abre con el tema «Ol’ ’55», posiblemente una referencia al legendario Cadillac de 1955 que el artista tuvo una vez, incluye canciones a corazón abierto como «I hope that I don´t fall in love with you», «Martha», «Rosie» o «Lonely», que muestran al Tom Waits más entregado. Estas canciones son, cada una a su manera y desde distintas aproximaciones, baladas de amor. El regalo perfecto cuando no se sabe qué regalar.
Durante los 70 es prolífico y crea un disco por año. Con Nighthawks at the diner (1975), Tom Waits parece querer recordarse sus orígenes. Disco ronco y noctámbulo, tabernario, de cervezas calientes y mujeres frías, las influencias del jazz son tan evidentes como el alcohol y el humo en esta grabación cosida con pistas en directo. Como Theodor Lessing, Tom Waits siempre se castiga con más severidad y se desprecia con más dureza de la que podría cualquier otro y este disco es un ejemplo.
Todas tangibles, ninguna ilusoria, en su otro estado de ánimo, como el envés del anterior, Tom Waits decide romper con todo con sus canciones como si fueran un arma arrojadiza. Muchas de una digestión pesada, podría decirse sin temor que es el Arnold Schönberg del pop. Sus letras dan donde más duele, Waits no hace prisioneros y no le importan las formas. Con una voz especialmente grave, falsetes y trompetas que emulan sin ambages a Satchmo, algunas de sus melodías, átonas y estridentes, a ratos irritantes, nadan a contracorriente del negocio de la música, como un extraño salmón en el río de la rima fácil. Mule Variations (1999), Alice (2002), Real Gone (2004) o Bad as Me (2011) dan fe de lo anterior. Y es que su sonido ahora es a menudo preverbal. En una entrevista con Jimmy Fallon confesó que solía pedir a sus músicos que tocaran como fontaneros con leotardos («play like a plumber in a leotard»). Ojalá pudiéramos entenderlo.
Pero cuando sale el sol, Tom Waits se eleva, no tiene parangón salvo en Dylan y en pocos más. Entonces, es el Superman de Siegel y Shuster, es el nuevo Golem. Desde esa tierra de nadie entre lo introspectivo y lo experimental, parten discos sorprendentes como Heartattack and Vine (1980), Swordfishtrombones (1983) o Rain Dogs (1985). Es cuando canciones como «Jersey Girl», «Soldier’s Things», «Blind Love» o «Downtown Train» nos hacen pensar que mereció la pena y todo cobra sentido. Con ellas, su voz y su piano, siempre al borde del precipicio, no descarrilan. Esa voz gastada y herida es una caja de resonancia bajo control cuando se modera. Pocas canciones de amor triste son tan tristes como en la voz de un Tom Waits herido. Keith Richards, gran amigo de Waits, y que colaboró con él en «Blind Love», destaca su personalidad compleja y poliédrica. Para Keith, Waits es «como un puñado de personas en una misma (He’s a great bunch of guys!)». Palabra de Keith Richards.
Si bien desde el principio Tom Waits se ha esforzado en levantar un muro que contenga, como quien sujeta un vaso de whisky, su propio universo, su pretendida indiferencia y falta de empatía a todo lo que no sea ese mundo interior no sobreviven al primer contacto con la realidad. El último «gran apóstol del individualismo», es solo una fachada, un guiño a lo Bogart de El bosque Petrificado. Tom Waits, que conoce sobradamente el lado salvaje, siempre ha dado un paso al frente cuando ha sido necesario. Así, sus apariciones en tributos y conciertos varios para recaudar fondos para causas casi perdidas ha sido recurrente durante años.
Tom Waits solo se parece a él mismo pero no sorprende que haya contado o cuente entre sus amigos con tipos como Shane MacGowan o Keith Richards, miembros los tres de un ejército de la noche, de rostros cetrinos e hígados horadados, que rompe filas al amanecer, pero igualmente solidario con el perdedor, del que se saben custodios.
Frente a la paradoja de Fermi, que plantea la contradicción entre la alta probabilidad de que existan otras civilizaciones inteligentes en el universo observable y la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones, las influencias de Tom Waits no admiten paradoja ni discusión alguna porque no se ocultan, son obvias y no admiten duda. Su obra es hija de Seamus Heaney, Jack Kerouac y toda la generación Beat por extensión o de autores que, como Louis Ferdinand Céline, han conocido también ese lado salvaje. Y de Edward Hopper, porque los cuadros de Hopper sobre cafeterías y diners bien podrían acompañar muchas de las canciones de Tom Waits y viceversa. Curiosamente, hay una conexión entre las pinturas urbanas de Edward Hopper y el universo de Tom Waits: ambos señalan lo que ven, encuadran y disparan, sin concesiones y sin barniz.
Leo Szilard, el hombre que abrió el camino sin retorno de la bomba atómica, podía oler la tierra ardiendo bajo sus pies. Imaginó un mundo hundido en una sima, ciudades densamente pobladas, de calles toscamente alquitranadas, desaparecer de un soplido mortal. Se figuró imperios y civilizaciones morir en segundos. Para él, el mundo empezó a perderse desde el momento en el que el denominado Proyecto Manhattan desarrolló la bomba atómica. Pero el perdedor que Tom Waits reivindica es el de la microeconomía, el del exiliado en la gran ciudad bajo un bosque de neones. Y es que es recurrente en él y en arte en general señalar al perdedor con ánimo sanador. Las simpatías siempre son con él, con la parte más débil, porque nos reflejamos en ellos. Como un axioma, sabemos que todos perdemos alguna vez (un desengaño, una muerte, un fracaso). Es el vértigo de la derrota el que nos amenaza, mostrándonos que la victoria es el azar, la excepción, lo inesperado. Que, antes o después, perderemos como un desenlace inescrutable y, por tanto, fuera de control. Por eso, nuestras simpatías están siempre con el derrotado. Por eso, las canciones de amor desesperadas hablan de nosotros. Y es precisamente por ese motivo por el que con las baladas de Tom Waits es fácil llorar con la luz apagada porque son un uppercut al mentón con la guardia baja. ¿Quién no ha jugado con fuego y se ha quemado alguna vez? Un bestiario social el de Tom Waits que comparte escenario y unidad de acción con algunos de los personajes que pueden verse en Las uvas de la ira de John Steinbeck, en Los olvidados de Luis Buñuel, en Las noches de Cabiria de Federico Fellini o, de modo más prosaico, en cualquier comedor social de cualquier ciudad hoy. ¿Cómo no empatizar? Y es, precisamente, la de aprender a perder una de nuestras asignaturas pendientes como sociedad. La derrota es un estigma hoy, salvo para Tom Waits. Tal vez también por eso hay que quererlo sin reservas.
Tom Waits parece haber vencido sus adicciones pero no al tiempo. En sus últimas apariciones públicas puede verse a un hombre contenido y desgastado, igual por eso mucho más sociable, hablar de sus rutinas, de su pareja, Kathleen Brennan, o de sus tres hijos. Un nuevo Tom Waits más trivial, incluso encantador. Empieza, ahora sí, a parecer un señor natural de Pomona, California. Su vida, como un lento y aparentemente placentero fundido en negro, no puede hacer olvidar su legado. Superviviente de sus propios años de plomo, apenas pisa los escenarios ya. Nos deja, eso sí, un retrogusto agridulce de lo que fue. Su carrera, como en obsolescencia programada, empezó escribiendo su propio epílogo. De fondo, la pista decimosegunda de su maravilloso LP «Closing Time», de título homónimo, una pieza instrumental para la posteridad. Tom Waits nunca cantó bien y no sabe bailar, pero no se lo pierdan.
¿Quién podría beber un Manhattan sin unas gotas de angostura?.
Unas palabras acertadas para intentar definir a TW. Sí, yo también me lo pongo en esos días, en esos momentos que solo una voz como la de él puede consolarme, porque es como si me cantara a mí. Take It With Me, la esucho más de lo que estoy dispuesto a reconocer. Quizás la banda sonora de Corazonada sea su disco más accesible, más comercial, por aquello del contrapunto que le da Cristal Gayle.
Vaya bodrio de artículo, lleno de lugares comunes y tonterías diversas. Si Tom leyera esto, te mandaría a sus abogados.
Le agradezco, Johnny B. Good su comentario porque está basado en una lectura previa y siempre se agradece que te lean. Espero que el próximo le guste más. Saludos.
Sólo un ítem: Kathleen Brennan no es sólo su pareja. Es cocreadora (compositora, productora) de casi toda la obra de Waits desde los 80 y artífice, en gran medida, de su resurrección creativa. No lo digo yo, lo dice él.
Saludos y gracias por el artículo!
Muchas gracias, Miquel, por la puntualización. Así es, gracias por mencionarlo y gracias por haber leído el artículo.
Tom, el hipnotizador.