Tras el estreno de la última película de Wim Wenders, Perfect Days, esa fracción de la población que todavía dispone de tiempo y ánimos para sentarse a ver un largometraje dividió su veredicto en dos posturas antitéticas: los absolutamente encantados y los profundamente contrariados. Hasta aquí todo bien, es decir, bien en tanto que coherente con el panorama de polarización en el cual nos movemos. No obstante, en esta ocasión el dictamen iba más allá de una preferencia relativa al género cinematográfico, al guion, a la estética o al rendimiento de los actores. La opinión no hablaba de la película en sí, sino de nosotros mismos, de pretensiones y preferencias generacionales, de cuán profundo siguen calando en ciertos sectores las promesas del posfordismo y de cuánto, los desencantados con aquel, pueden llegar a enaltecer el modelo anterior.
A decir verdad, ambos paradigmas están perfectamente representados en los dos personajes principales de la primera mitad de la película: Hirayama, el esmerado limpiador ambulante de baños públicos, realiza sus tareas con eficacia, evitando la comunicación en horas de trabajo (y aun fuera de él), respetando a ultranza las divisiones del espacio laboral, entregando cuerpo y mente al mecánico quehacer de dar cera, pulir cera. Vence al tedio haciendo de su empleo el centro desde el cual todo lo demás gravita, excluyendo las variantes que puedan alterar ese frágil y calmo ecosistema, únicamente compatible con la idea de un presente-reproducción del pasado reciente, solo desde la soledad; Takashi, el joven compañero de turno de Hirayama, trabaja porque no le queda más remedio que hacerlo para vivir, sin embargo, aquello que parecía condición de posibilidad para la subsistencia es, a la postre, insuficiente en términos materiales, además de insatisfactorio para desarrollar el resto de ámbitos que integran la existencia. No entiende a Hirayama, porque pensarse atrapado en tal situación hasta la vejez le resulta insoportablemente aburrido, y una vida aburrida se le presenta como infinitamente menos deseable que una precaria, repleta de ansiedad, pero con una pequeña rendija abierta a la esperanza.
El resultado, como habíamos anticipado, es el siguiente: a un lado del ring tenemos a los hinchas de la dinámica fordista, la de la fábrica (aunque ahora deslocalizada, como las guerras, como todo), conducente a un individualismo moderadamente satisfecho, rayano en el ascetismo, pero sin todo lo bueno de él, esto es, sin poder tomar distancia física del mundo, sin idea de trascendencia, solo resignación para soportar la condena ineludible. Por el otro, los fans de la respuesta posfordista a la náusea provocada por lo previo, de la cual habla Mark Fisher largo y tendido en Realismo capitalista, y que deriva en lo que Oliver James bautizó como «capitalismo egoísta»:
En la fantasía de la sociedad emprendedora, ha crecido el alcance del engaño de que cualquiera puede convertirse en Alan Sugar o en Bill Gates aunque concretamente la probabilidad que cada individuo tiene de enriquecerse ha disminuido muchísimo desde 1970. […] Entre las toxinas más venenosas del capitalismo egoísta se cuentan: la idea de que la riqueza material es la clave de la autorrealización; que solo los ricos son ganadores, y que el acceso a la cumbre de la riqueza es posible para cualquiera dispuesto a trabajar lo suficiente a pesar de su familia, su ambiente social o de su raza. Si no triunfas, solo hay alguien a quien puedes culpar.
Takashi, junto a una porción nada desdeñable de los nacidos a partir de los años 80 del siglo anterior, no bostezaría si en lugar de a un limpiador tuviera delante a un trader de Wall Street, o a un informático encerrado en un garaje lleno de cajas y kleenexs usados, a pesar de compartir el mismo aislamiento, ausencia de comodidades e idéntico compromiso férreo con el mito de Sísifo. ¿Por qué? Lo primero —porque lo más obvio ha de ir siempre a la cabeza— es el clasismo, en tanto que consideramos indigno de felicidad, tranquilidad o satisfacción a todo aquel que no aspire a medrar, que esté exento de ambición, que cuestione el remedo del sistema retributivo teológico traído a la mundanidad, donde el lado de la recompensa rebase al del esfuerzo, y rapidito, a poder ser. Lo segundo es que somos unos idealistas dentro de un marco despiadadamente materialista: nos encantan los relatos en los cuales los ricos son unos amargados o directamente unos psicópatas, porque creemos de corazón que, de tener su fortuna, nosotros nunca, jamás, nos convertiríamos en ellos. Desplazamos al poderoso caballero don dinero del silogismo para poder seguir deseándolo fervorosamente y azotando con el látigo a quien osa hablar mal de él. Y tercero, pero en la misma línea de lo segundo, porque despreciamos la realidad tal cual es. Principalmente, porque cada vez estamos más enclaustrados en ella, viéndola pasar desde un ventanuco negro que nos ciega a base de contenido efímero, evanescente a la carta con solo hacer scroll.
En un horizonte en el que nada dura ni permea, por tanto, no permanece, el concepto de libertad se vuelve aún más abstracto de lo que ya es, en la medida en que no se puede ser dueño de sí mismo sin una perspectiva a medio o largo plazo. O, lo que es lo mismo, estando en crisis en sentido orteguiano, siendo sujetos sin sujeción, náufragos entre un sistema de creencias antiguo y otro nuevo que no termina de llegar. Tampoco sin memoria se puede ser libre, ni sin conceptos fijos a los que agarrarse. Solo el santo o el héroe puede ser libre en mitad de la confusión, pero ¿y si tampoco está claro qué atributos deben tener el uno y el otro? Pues pasa lo que pasa en la contemporaneidad: que cualquiera puede autoinvestirse como tal y tener una cohorte de seguidores sin que nada de lo expuesto sirva para desenmascararlos, echando más leña al fuego de la confusión.
Una de las grandes víctimas de este emborronar hasta oscurecer todo ha sido la filosofía, reducida al marketing de una empresa, a la definición de una versión comercial de la individualidad renombrada como «estilo de vida» —o lifestyle, en inglés, que suena más genuino siendo lo mismo—, a clichés de superación reconcentrados en frases que cabrían (y de hecho caben) en una carcasa de móvil. Y, sin duda, la que se ha llevado la peor parte de este expolio ha sido la muy respetable y distinguida escuela estoica.
Los motivos son muchos, algunos más palmarios que otros. Por ejemplo, dentro del terreno de los evidentes encontramos que suena realmente bien, porque el correr de los tiempos no le ha cargado con ninguna connotación negativa (como es el caso de lo cínico, o el de lo patético, con o sin peri- delante), que es fácil de pronunciar (al contrario que el escolasticismo, el trascendentalismo, o cualquier otro sistema que tenga más de tres sílabas). Que tengamos pocos registros escritos de sus primeros teóricos y nos hayan llegado en forma de relatos o aforismos también ayuda. Y lo de tener un emperador romano entre sus filas es un puntazo a su favor, por lo que luce, por la facilidad que presenta a la hora de acometer una falacia ad hominem de primero de sofista: puede que no todos los hombres sean mortales porque Sócrates lo fuera, peeero… tú sí puedes ser emperador (que rima con emprendedor) porque Marco Aurelio era estoico. Este nos parece un momento tan adecuado como cualquier otro para recordar que, en realidad, el estoicismo no pinta nada en la cadena lógica del cargo ostentado por Marco Aurelio, relacionado en exclusiva con su —convenientemente olvidado— nombre de familia-dinastía: Antonino-a.
Objetivamente, de las pocas cosas que asemeja al emperador con los consumidores de folletos y vídeos de autoayuda «estoica» es el manto de desesperanza y desilusión generalizada extendiéndose por Occidente y ultramar. Lo expone Carlos García Gual en la «Introducción» a las Meditaciones publicadas por Gredos así de bien:
Esa resignación desesperada es característica de la época última del estoicisimo (…). En Marco Aurelio la resignación estoica asume un tono personal íntimo y se vela de melancolía. No sólo es desesperanza metafísica, sino desesperanza en la sociedad y en la historia. No espera nada del futuro: todo se repite y pasa al olvido. No confía en la gloria ni en la inmortalidad personal. Frente al dogma estoico de que el cosmos está regido providencialmente por la Razón divina, atenta al bien del conjunto —una idea optimista que, como Rostovtzeff indica, convenía a la ideología del totalitarismo oficial—, esa desesperanza en el futuro del individuo no deja de ser una amarga decepción.
Dicha similitud en lo que respecta al sentir generalizado es una de aquellas razones menos ostensible a las cuales referíamos un par de párrafos atrás y es, junto al nombre, de lo poco que tienen en común eso que hoy se vende en forma de analgesia espiritual con la escuela fundada por Zenón de Citio bajo el pórtico (estoa) pintado del ágora ateniense. De modo que, para entendernos en adelante, a lo de Zenón, Cleantes, Epicteto y cía. vamos a seguir llamándolo estoicismo y, a lo de los magufos sectarios mentores de autoayuda y superación personal, neoliberal-estoicismo (que, por pura casualidad, rima con otra cosa que empieza con N-, y acaba por -acionalsocialismo).
Para empezar, responden a dueños distintos: el estoicismo a un sentido del orden cósmico enraizado en la ya mencionada Razón divina, causal y natural, necesariamente tendente a lo colectivo, mientras que el neoliberal-estoicismo rinde tributo al éxito individual de corte capitalista, enfocado no en la virtud, sino en las cifras de la cuenta corriente a final de mes. De ahí que los unos rechazasen cualquier acción que conllevase una satisfacción instantánea y los otros solo vivan en pos de ellas. O que los unos considerasen obligación el mantenerse cercanos a sus familiares, y virtud aguantar impávido incluso una molienda de palos recibida del padre, como cuenta Claudio Eliano en esta historieta:
Un muchachito de Eretria frecuentó a Zenón largo tiempo, hasta que llegó a ser hombre. Al fin, regresó a Eretria y su padre le preguntó qué sabiduría había aprendido en tan extenso lapso. «La demostración», contestó él, «y no lo he hecho muy profundamente». Y como el padre se enojara y acabara golpeándole, él, conduciéndose con serenidad y autodominio, repuso que había aprendido esto, a soportar la cólera de los padres sin indignarse por ello.
Los otros, por supuesto, defienden el deber de poner distancia con cualquier persona que se interponga mínimamente en el camino y dificulte la consecución de los fines personales. También aquí traemos una historia ejemplificante, concretamente de Amadeo Lladós, a quien seguro conocerán por su dialéctica profunda y profuso vocabulario, popularizador de las locuciones «fucking panza, bro», «fucking mileurista, bro», «fucking plebeyos, bro» o —nuestra favorita, no podemos esconderlo— «las tildes me pueden comer el nabo», bro. Fundador de la escuela «Tu1millon» (sic., porque las tildes le comen el nabo), invita a sus pupilos a aislarse de familia, amigos y cualquier otra persona que no sea él y «los suyos», pero no por aspiración ascética. Nada más lejos del ascetismo que esto, sacado de su curso para náufragos:
Recuerda por eso cambiar tu entorno es fundamental, porque tu mente crea pensamientos basados en experiencias previas y tu entorno, si tu entorno no tiene lambos [Lamborghinis] nunca podras crear pensamientos que aprueben el deseo del alma. Por eso lo más importante es que cambies tu entorno, por eso cree la Sala Afiliados Tu1millon que es el primer paso de mi escuela, para que cambies tu entorno y puedas estar en mentorias en vivo cada viernes conmigo y mi gente. (…)
Ahora te estaras preguntando como remuevo el MIEDO, es muy simple pero a la vez no se porque resulta tan complicado a la poblacion… aislarte!!
La periodista y divulgadora Rocío Vidal (la Gata de Schrödinger) y la también divulgadora y psicóloga Claudia Nicolasa, después de infiltrarse en sus sesiones de mentoría que oscilan entre los 50 y los 7000 euros, ya analizaron y denunciaron en YouTube estas prácticas con tufillo sectario, así que no vamos a entrar ahí. Sí lo haremos, no obstante, en la parte filosófica: ¿recuerdan lo que hablamos de la realidad? Eso de que estamos atrapados dentro de ella y tal. Bien. Las consecuencias de negar la realidad como tal, a la razón —sea divina o humana—, y todo lo que exceda nuestro punto de vista subjetivo se llama solipsismo; a la creencia de que la mente es la creadora primera y última de la realidad, idealismo (por eso Platón no es idealista, sino realista, pues, aunque formalizase teóricamente el mundo de las ideas, este existe, tiene realidad eterna, fuera de la mente).
El solipsismo y el idealismo son, más que contrarios, incompatibles con el estoicismo, por lo de la Razón divina, la naturaleza y la colectividad. E igual de incompatible es eso de desear más en términos materiales para «aprobar el deseo de tu alma». ¿Saben qué le respondería un estoico a un neoliberal-estoico? Que se deje de pamplinas hedonistas, que el alma tiene apetitos irracionales, no por estar separados de la razón, sino porque esta queda sumisa, anulada, cuando se le da rienda suelta al deseo, a las pasiones, a los apetitos, que son siempre violentos, a la par que debilitantes, y los responsables de alterar la vida, impidiendo la calma, la virtud y el bien natural. Al neoliberal-estoicista alfa que dice «una de las cosas con las que más me siento identificado de la filosofía estoica, [con] estos hombres, [es] esa mentalidad que tenían de que todo está en sus fucking manos. Tú puedes moldear el mundo a tu manera, tú puedes crear la realidad en que tú quieres vivir. El mundo no es lo que es, el mundo es lo que eres», respondería M. A. el emperador:
En primer lugar, no te confundas; pues todo acontece de acuerdo con la naturaleza del conjunto universal, y dentro de poco tiempo no serás nadie en ninguna parte, como tampoco son nadie Adriano ni Augusto. Luego, con los ojos fijos en tu tarea, indágala bien y teniendo presente que tu deber es ser hombre de bien, y lo que exige la naturaleza del hombre, cúmplelo sin desviarte y del modo que te parezca más justo: sólo con benevolencia, modestia y sin hipocresía.
Leer las Meditaciones o a Boecio, que escribió un opúsculo dialógico tocando las presentes cuestiones (pero al que los gurús de la autoayuda y el fitness-lifestyle no tocan, por lo que sea), no podría hacerle ningún mal a los eclipsados por los lambos, el culto al cuerpo, las mansiones y los millones.
Pero seguramente no lo leerán, porque Lladós (o Llados), así como otros cientos o miles de iluminados digitales, en sintonía con la dinámica de nuestra era, encumbran la ignorancia sumisa y complacida de serlo —como recientemente indicaba el filósofo Rafael Argullol aquí—, denostando la enseñanza reglada, la adquisición de conocimientos derivados de la lectura, de la contemplación, de la pausa, de la reflexión crítica o de cualquier otra forma que implique al pensamiento en sentido amplio, porque lo importante, para ellos, es la acción constante, el quehacer automatizado y el desarrollo muscular. Lo curioso de estos profetas del neoliberal-estoicismo es que, aun con lo anterior, recurren a Séneca, a Epicteto o a Marco Aurelio para defender sus dogmas, para imponer su autoridad, con la falsa promesa de que, al final del camino, la felicidad (aka el éxito, aka el triunfo) les encontrará haciendo dominadas o «fucking burpees» sin salto, «bro». Es curioso, decimos, porque utilizan el conocimiento para alejar a sus secuaces del mismo, como si se tratase de una verdad revelada al profeta, a pesar de estar al alcance de la mano de todos, a pesar de romper la primera regla del club de los senequistas, a saber: «Si algo colocado ante los ojos impide la visión, debe ser removido. Mientras siga allí enfrente, pierde el tiempo el que aconseja». Y, para que no quepa duda de a qué se está refiriendo, prosigue en la misma Epístola 94:
Es preciso hacer que [el uno] entienda que el dinero no es ni bueno ni malo y le muestre a ricos muy desdichados; que le hagas saber [al otro] que lo que atemoriza a los más no es tan temible como la fama divulga, aunque a uno le duela o muera (…); que para el dolor servirá de remedio la firmeza de espíritu, la cual hace más leve todo cuando se sufre con tenacidad; que la naturaleza del dolor es óptima, ya que no puede ser grande si se prolonga ni prolongarse si es grande; que deben aceptarse con fortaleza [de espíritu] todas las cosas que la necesidad del mundo ordena. Cuando con estas doctrinas logres que un hombre contemple su propia condición y entienda que la vida feliz no es la que va en pos del placer sino la que está de acuerdo con la naturaleza; cuando ame la virtud como único bien del hombre, huya del vicio como del único mal y sepa que todas las demás cosas, riquezas, honores, buena salud, fuerza, poder, ocupan un lugar intermedio y no deben considerarse como bienes o males, no necesitará un consejero para cada caso que le diga: «camina así; cena así; esto es propio del varón, esto de la mujer, esto del casado, esto del soltero». Porque esas cosas que con gran diligencia aconsejan ellos mismos son incapaces de llevarlas a cabo.
Lo que debe ser removido, por tanto, no es el conocimiento, ni el pensamiento, ni siquiera la realidad («No consideres las cosas tal como las juzga el hombre insolente o como quiere que las juzgues; antes bien, examínalas tal como son en realidad», Marco Aurelio Antonino dixit), sino todo aquello que excede al bien por el bien mismo, desembarazado de esperar una retribución o satisfacción de cualquier orden, ni material ni espiritual. Desde este prisma, la libertad ni puede ni debe ser estar solo, abandonado hasta por la razón, ni seguir una disciplina militar para fortalecer el cuerpo, ni darle rienda suelta a los deseos proyectados por un sistema hecho por y para el consumo, ni estar inmerso en una oscuridad conceptual atestada de estímulos e imágenes.
Al menos si uno quiere ser verdaderamente estoico y no simplemente siervo del neoliberalismo… en el hipotético caso de que el estoicismo sea posible en nuestro entorno capitalista hiperdigitalizado; en el supuesto —todavía por confirmar— de que el estoicismo sea el mejor de los sistemas posibles. Observen a Hirayama en Perfect Days y decidan por ustedes mismos, sin olvidar, por favor, que las ficciones son eso, ficciones, y no normas de conducta, sean emitidas en pantalla grande o a través de TikTok.
Los de la foto, de latín más allá de Semper fidelis poca cosa. Y los burpees los hacen por necesidad. Los necesitan para su oficio. Les va el pellejo en ello. No como a los miembros de ese club de la lucha de subnormales (en afortunada definición de Ernesto Sevilla) que componen los seguidores del dichoso Lladós
Desconocía la designación de Ernesto Sevilla, tan certera. Así que gracias por el aporte y el comentario!
Lo soltó en una entrevista en La resistencia. Búscala en YouTube. Desternillante. Gracias a ti por la respuesta. Y por el artículo.
espesote pero magnífico…
por cierto, he intentado compartirlo por facebook pero me dice que «muestra comportamientos violentos» y tal y cual.
en fin,
j
Mis disculpas por la espesura y gracias por su comentario (y por el intento de compartir por Facebook)!
Ha escogido usted a un petimetre que comentó algo sobre el estoicismo, y lo ha utilizado para criticar cualquier corriente o divulgación sobre el mismo (falacia de la composición). Y además le adjudica relación con el «neoliberalismo». Como si ello fuera andar en tratos con el mismo demonio. Se le ve a usted a la legua la ideología, opuesta al pensamiento objetivo.
Señor/a Yo: he escogido a un vendehumos sectario para hablar de vendehumos sectarios, que además es/son afines a la doctrina neoliberal, sí. Ejemplos hay a patadas por todo internet y más allá de él, y no tengo intención alguna de darles espacio y eco a otros menos conocidos.
Por otro lado, al igual que tampoco escondo mi nombre, no pretendo esconder mi ideología, y a pesar de ello, o de ella, tengo los conocimientos y la facultad suficientes como para exponer objetivamente las cuestiones que lo requieren. Otra cosa es que usted se haya sentido ofendido porque no le guste lo que digo o cómo lo digo, tal vez por sus afinidades. En cualquier caso, es lícito, y su pataleta también lo es.
Un saludo.
Al que se le ve es a ti compadre.
Los pseudónimos allanan el camino a la soberbia y al pseudocientifismo (se ha puesto de moda saberse toda suerte de denominaciones de falacias para emplearlas a la menor oportunidad en cualquier comentario. Resulta un recurso menos espectacular de lo que pueda parecer, por cierto, y se aproxima al «cuñadismo» filosófico).
En mi opinión, el artículo es honesto y resulta muy ilustrativo. Y lo que es todavía más difícil, dada la naturaleza de la combinación: tremendamente sarcástico y mordaz.
Gracias por permitirnos disfrutarlo.
Respetable «Yo»: que se le ve a «Usted» cuál idelogía?
El neoliberalismo me puede comer el nabo, bro.
Muy interesante. No había oído hablar sobre la resignación y la desesperanza en el estoicismo: «todo se repite y pasa al olvido. No confía en la gloria ni en la inmortalidad personal», pero suena más coherente que el n…ismo. Gracias por el artículo.
Gran artículo. Que la llamada «cultura del esfuerzo» sea defendida entre los jóvenes por perfiles como Llados no le hace ningún bien
Cultura del esfuerzo es simplemente que te sacrifiques en un mundo en el que el ascensor social se rompió hace mucho Lo defienda Lladó, Isabel Díaz Ayuso o Tony Blair. Qué te sacrifiques por el poder económico en suma. El esfuerzo que se debería pedir es otro, el de dejar de lado la visión individualista y competitiva. «Sólo no puedes, con amigos sí». Toca recordar.
Qué interesante, me has hecho reflexionar mucho (no sobre lo de Llados, que estaba más que claro) sino sobre la realidad en sí misma. Muchas gracias
Me ha gustado mucho.
En linea con lo escrito.
https://ctxt.es/es/20240601/Culturas/46639/Jose-Maria-Echarte-Ramos-Masterchef-meritocracia-mercantilizar-deseo-precariedad.htm
Muy interesante artículo y con mordacidad.
Levantando el nivel de estos últimos meses de jotdown.
Me ha gustado mucho, y me llevo un par de «respuestas sarcásticas» para cuando salte el tema con el grupo de amigos, alguno de ellos liberal-estoicista-libertario-embaucador, de los de «cero Estado» hasta que le vienen mal dadas, y entonces ahí sí vienen bien las paguitas de Papá Estado
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