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Modos de ruptura

Modos de ruptura. Ilustración: Pablo Amargo.
Ilustración: Pablo Amargo.

Justo la noche antes de escribir este artículo sobre la ruptura he estado viendo la película Maître du monde, de Enrico Giordano. Film para muchos aburrido, y para la crítica de cine prescindible. En sí mismo es como una ruptura en la historia del cine: sin diálogos, un solo protagonista y ni siquiera un monólogo interior

De este sujeto no se conocen su pasado ni sus pretensiones. Es un joven ejecutivo que abandona bruscamente su trabajo y huye hacia el monte, donde avanza entre la maleza sin un objetivo claro. Rompe con su pasado y también consigo mismo. Echa al fuego el resto de cocaína que llevaba encima y realizará un intento de suicidio. El hombre que ha roto por fuera se siente también roto por dentro. 

Ruptura rima con dura. Toda ruptura es dura. Todos experimentamos en algún momento una ruptura y lo dura que puede ser. Se rompe con el exterior y en el interior. Esto último puede ser emocional, mental, o tan totalizador como cambiar de sexo, de religión o radicalmente de vida. Lo primero, puede ser aún más variado: romper con alguien, con algunos a la vez, con una entidad o institución, con el país en que se vive.

Ruptura-corte

Toda ruptura es radical e irreversible. Ruptura es rotura y, por tanto, imposibilidad, por definición, de poder reanudar y recomponer lo que se rompió. El jarrón que se hizo añicos no será el mismo por bien que se peguen sus pedazos. 

Toda ruptura deja cicatrices, marcas de que lo que fue unión sufrió desunión, lo que fue juntura tuvo fractura. Por eso ninguna ruptura es agradable, aunque la hayamos creído justa, y sus consecuencias sean de largo mucho más positivas que negativas: romper con un abuso, una tiranía, un modo de ser o de vivir que se hicieron insoportables. Pero el hecho de romper es tan duro e indeseable como el de permanecer en la misma situación. Algo característico de toda ruptura es que no se sabe que hay al otro lado ni exactamente qué va a venir después. En otras palabras, presupone un vacío que cada grado de ruptura, leve, grave o de «pronóstico reservado», superará de modo distinto. Así entre personas como entre grupos o países, y también dentro del propio sujeto. 

En lo personal deben cerrarse situaciones de ruptura como tener que abandonar la propia casa o país, por ejemplo, en un cayuco; la separación de la pareja; el final de una amistad; la muerte de un ser querido; el fracaso profesional o económico; un golpe duro contra la salud, o la irreversible jubilación. Y en la historia no hay siglo más lleno de rupturas que el siglo XX. El mundo se invierte con la Primera Guerra Mundial y vive una conmoción mayor con el Holocausto, los bombardeos masivos y la bomba atómica sobre la población civil. Y si descendemos a la situación de cada país, casi ninguno se ha librado de cortes radicales en sus instituciones y costumbres.

Ruptura y romper pertenecen a ese vocabulario integrado por la consonante erre en su máxima vibración, que contribuye a indicar movimiento forzado y brusquedad: rasgar, roturar, quebrar, arruinar, cortar, roer, rasurar, restregar, cercenar… La palabra ruido tiene otra consonante vibrante, y esto es, para Joaquín Sabina, en su canción «Ruido», lo que se siente en la ruptura: «Tanto, tanto ruido, / tanto ruido y al final / por fin el fin». Y con tanto ruido, los amantes que rompieron «no escucharon el final». No nos gusta la ruptura y el ruido que la acompaña siempre. En la naturaleza y la condición humanas, dígase lo que se diga, es evidente, y así lo sentimos, que la experiencia de permanecer unidos es placentera y deseable, mientras que la del desajuste con otro o con uno mismo es vivida con desazón y dolor. Hasta los enemigos en las trincheras han intercambiado cigarrillos o han llorado juntos escuchando el villancico de su infancia o la canción de su adolescencia. La especie humana es sociable y su tendencia a la agresividad no borra la busca de unión con los demás. Lo que vale también para el ánimo personal: el debate, querido o no, con uno mismo no es comparable al bienestar de sentirse en paz, «reunidos» en nuestro interior.

Hay muchos modos de ruptura, pero pueden ser clasificados por lo pronto en dos. Uno es la ruptura como interrupción o súbita suspensión de una relación. El otro es la ruptura como división de una cosa o relación en dos. En ambas formas hay rotura, quebranto o pérdida de la unión. La ruptura disolvió la juntura. Pero de esta misma sucinta clasificación se desprenden tres. (1) En la mencionada ruptura por interrupción, una relación o un proceso cesan de golpe y la rotura es mayor. La línea se ha detenido en un punto y, después de este, ya no hay nada, el vacío. La línea ya no puede continuar ni se ve qué pueda haber más allá de este vacío. 

Es el caso del personaje de la película que he referido antes. O de quien dice que cierra su negocio, o que deja a su novio, y lo que siga después «no importa». Vamos a llamarla ruptura-corte. Queriéndolo o no, se ha acabado con algo sin pensar en el tramo siguiente. El rompimiento se vive como un absoluto.

Ruptura-término 

(2) En la ruptura como división de una cosa en dos, la línea rota puede no acabar en un vacío insondable. La terminación del proceso alberga la posibilidad de una relación nueva. Ya no se quiere seguir siendo hombre y se espera ser mujer, o abandona uno la empresa que le explotaba y en la nueva situación de paro o de un empleo precario alberga la esperanza de superar el vacío existente. 

Es la ruptura-término, en la que, a diferencia de la anterior, se otea una posibilidad de futuro y, por tanto, emerge una disyuntiva. Tras la rotura, el vacío puede ser salvado con un puente hacia lo futuro. Un puente entre el punto final de una línea anterior y un intuido o ya previsto punto inicial de una línea nueva. Por ejemplo, esto último, cuando uno rompe con su pareja en la expectativa de iniciar otra relación. El vacío tras separarse será como el vacío cuántico: con fluctuaciones de energía. 

Lo mismo sucede durante un cambio de régimen político. No se ha roto hacia lo desconocido, sino en vistas de algo nuevo por venir. En la España de 1976, tras la muerte del dictador, los partidarios de la ruptura frente a los continuistas y a los reformistas presumían la posibilidad de un régimen de borrón y cuenta nueva. Aunque en la llamada, mucho después, transición no ganó en realidad ninguno de los tres frentes: ni el búnker franquista, ni los rupturistas, ni los que al final se impusieron, que tuvieron que beber el cáliz de reaccionarios y revolucionarios, con la Constitución de 1978. Hoy en España hay muchos que dan por acabada, como una situación pasada y ya sobrepasada, la transición de la dictadura a la democracia. Pero, en cierto modo, la transición no fue una verdadera transición. Diríase, con fundamento, que aún no ha terminado y que permanece, porque antes de ella no hubo ruptura, ni una «ruptura pactada», sino que la transición fue una reforma híbrida en la que fuerzas antagónicas se disputaban el poder. Como, por lo demás, sigue siendo, hasta hoy, entre democracia, populismo y un autoritarismo que añora la autocracia del régimen anterior. Por eso hoy podemos distinguir, entre las voces públicas, y más allá de los que rechazan aquella transición —los nuevos rupturistas—, a quienes, en cambio, reconocen su oportunidad histórica y hasta a quienes la consideran un modelo vigente. Esto es, los viejos y los nuevos «reformistas», respectivamente.

Cuando una ruptura, sea personal o sea social, no es un cercenamiento crudo e inesperado, tras el cual solo se ve el vacío, no se pueden descartar posibilidades. Una ruptura no-corte, sino simplemente terminal, es la irrupción de posibles. Horizontes indefinidos o totalmente desconocidos, pero que se presentan con la ruptura misma y están preñados de posibilidades, de resquicios por donde asoman vías hacia nuevas realidades. Aunque la posibilidad se juzgue, con todo, irrealizable, concebir lo irrealizable —una compañía, un mundo, una situación soñados— ya es una forma de hacer patente que después de un rompimiento no existe un vacío absoluto y duermen energías para construir, aunque sea en sueños, una situación nueva. Es solo en este tipo de ruptura cuando el ser humano, un grupo de ellos o toda una sociedad revelan el potencial de cambio que va en la misma naturaleza humana, nunca acabada ni determinada, sino abierta a lo nuevo, de alguna manera a su refundación, por la fuerza de la libertad y el poder de la conciencia. La ruptura nos ha puesto a prueba, en la prueba para el avance a lo mejor. 

En conversación con el líder del Mayo de 1968, Daniel Cohn-Bendit, publicada el mismo año en el semanario Le Nouvel Observateur, el filósofo Jean-Paul Sartre alienta a los estudiantes en su revuelta diciendo que ellos han hecho «lo que yo llamaría la extensión del campo de los posibles». Una revuelta, como toda ruptura, nos abre en efecto al campo de lo posible. Marchar dando un portazo puede que nos entregue a una situación desconocida y por de pronto sin rumbo, pero no necesariamente a un vacío de energías, de posibles proyectos o simple obertura de posibilidades, realizables o no.

 Ruptura-paso 

(3) De forma más atenuada, la ruptura de un proceso o una relación puede ir seguida de una real transición —no como la del ejemplo español— del pasado al porvenir. La línea no se detuvo de golpe —caso de (1)— y nos dejó como en la nada, ni terminó en un vacío sobre el que, al menos, poder trazar un puente hacia otra línea posible —caso de (2)—, sino en un trazado más o menos corto de claros puntos suspensivos.

Ha habido en efecto ruptura, una realidad se ha partido en dos, pero desde el final de una línea se divisa el inicio de otra. Uno, por ejemplo, ha roto con sus compañeros de partido o de frente político y cambia de bando, pero sin hostilidad ni verse como enemigos. El filósofo y miembro de la ejecutiva comunista española Manuel Sacristán rompió con su partido y fundó en 1979 con sus compañeros marxistas la revista Mientras Tanto, cuyo solo nombre expresa ese tiempo de puntos suspensivos entre la experiencia de una realidad social que no acaba de morir y el vaticinio de otra que no acaba de nacer. Fue, como otras realizaciones, un producto intelectual y moral emergido de la vivencia de un tiempo de transición. 

La defensa de una «transición del capitalismo al socialismo» fue harto sostenida en la intelectualidad de izquierdas de entonces, pero, sea o no hacia un hipotético socialismo, los movimientos actuales por el medio ambiente, los derechos sociales y de género y por la paz mundial pueden ser interpretados como iniciativas de transición hacia un modelo óptimo, aunque no predeterminado, de vida y convivencia entre individuos y pueblos. Si tomamos el ejemplo de una pareja, su ruptura puede ser armoniosa y estar incluso seguida por un tiempo de amistad. O si es el cese de actividad de una empresa, el hecho puede ir seguido de un proceso de reconversión de aquella. O en la intimidad, uno puede descabalgarse de su religión y no por ello dejar de presentir o practicar una nueva forma de creencia o espiritualidad. A esta clase de ruptura, la que se sigue claramente de una transición, puede llamársela ruptura-paso. 

A diferencia de las otras dos formas de ruptura, podríamos decir que, en esta, la ruptura casi no es nada en sí misma, pues se convierte en el paso de una existencia a otra. Ya es algo, no un vacío, como es perceptible en cambio en la ruptura-corte y en la ruptura-término. Ahora apenas hay tal ruptura.

Cerrando círculos

Una ruptura puede ser voluntaria o involuntaria, de género personal o interpersonal, pero nunca tendrá la posibilidad de una reanudación. Si lo desunido puede volver a unirse sin alterar la situación anterior ya no sería una ruptura, que siempre es rotura y siempre será dura. Los modos de afrontarla serán distintos, según sea la forma de la ruptura. 

En la ruptura-corte, el modo particular de cerrarla es mediante un cosido o sutura de lo que fue segado de golpe, buscando la vía más rápida de cicatrización. En la ruptura-término habrá que adoptar una alternativa, o estar dispuesto a una transformación, o dejarse llevar por alguna mutación. El tiempo y lo inesperado como catalizadores. En el caso de la ruptura-paso, el cierre es posible y deseable con el proceso mismo de romper, que debe contener las formas preparatorias de una ruptura suave y conciliadora que dé paso a una nueva situación, sin trauma de por medio, como el que Sabina describe agriamente en su canción «Ruido»: «Mucho, mucho ruido / ruido de tijeras / ruido de escaleras / que se acaban por bajar». 

En los tres casos de ruptura hay que cerrar bien la etapa anterior. De lo contrario se continúa viviendo en esa ruptura, es decir, en la experiencia interna o externa de la rotura de un proceso, de una relación. Lo cual es inconveniente, por doloroso, e innecesario, por no conducir a ninguna parte, salvo que el tono vital medio de la persona, grupo o sociedad sea el del lamento y la victimización. Si a pesar de querer suturar, cambiar o gestionar bien la situación anterior se sigue pendiente de esta, más allá de haber alcanzado su reparación —en política, con una condena o una amnistía—, la ruptura va a continuar con todos sus efectos perniciosos. 

Puesto que en la vida personal hay rupturas, se presenta tras cada una de ellas la oportunidad de cerrar bien en lo objetivo y lo subjetivo la situación pasada e ir, por tanto, cerrando círculos. Si estos no se cierran, y salvo que no se quiera o no se pueda hacerlo, lo justo y conveniente es quizá la resolución de poner fin por nosotros mismos a la situación enquistada de ruptura, con la pervivencia del trauma que paraliza la posibilidad de una situación alternativa mejor o contamina su realización. Ello puede suceder, por ejemplo, cuando en una nueva posición laboral se sigue aún pendiente de la problemática laboral anterior con reproches o autoinculpación. 

Lo más indicado parece entonces, excepto que se deba reparar algo en concreto, hacer todo lo posible por olvidar la situación pasada. Una ruptura, sea individual o de grupo, exige administrar adecuadamente la memoria y el olvido, el resentimiento y la amnesia, y avanzar en un equilibrio de conciencia e imaginación. A falta de todo ello, a veces el mejor cierre de una situación de ruptura consiste en la simple pero audaz decisión de cerrarla de una vez. Romper con la rompedura y pasar página.

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