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Mala memoria: los peligros del pasado en internet

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Alicia Keys en la actuación de la Superbowl. Imagen: NFL.

Alicia Keys interpreta la intro de «If I Ain’t Got You» en un piano de color rojo intenso. Son unos arpegios descendentes y delicados que funcionan para entrar en el clima de la canción. Mientras sus dedos se mueven a través de las teclas, una cámara realiza una toma cenital gloriosa, evidentemente ensayada, que muestra que su vestido, también rojo, está atado a una larga cola de tela del mismo tono, que luego se desprende y vuela a medida que la cámara hace zoom in: el contraste entre el rojo y las luces azules del escenario evocan una elegancia nocturna, con ese aire nostálgico y brillante que tienen las grandes ciudades de noche. Es el show de mediotiempo del último Superbowl, una de las competencias deportivas más seguidas y comentadas del mundo en medios e internet.

Keys empieza a cantar, pero hay algo en la primera nota que desprende su voz (falta de aire, nervios, vaya uno a saber) que falla, la hace soltar un furcio mínimo. Tarda menos de un segundo en recuperar la melodía y seguir con la canción, pero entre las millones de personas que lo siguieron en vivo hubo muchas que percibieron la nota fallida. Sin embargo, en el video oficial de YouTube del Halftime, subido poco después, el error desaparece, se escucha una entonación perfecta (ver minuto 4). 

Uno de los que notó esa modificación sutil fue el columnista T Becket Adams, quien en su cuenta de Twitter (ahora conocida como X) mostró las dos interpretaciones, pero además planteó un debate interesante: ¿qué ocurre cuando un recuerdo se cambia en internet? A diferencia de otras épocas, en las que un hecho permanecía estático, los contenidos digitales son permeables a ser alterados.

«De aquí a cinco a diez años, todos estaremos peleando sobre si Keys realmente falló en las notas iniciales de su actuación en el Superbowl, porque nuestros recuerdos estarán en desacuerdo con el registro oficial», escribió Adams. «A pesar de toda la discusión reciente sobre el mundo de la posverdad, necesitamos hablar más sobre cómo debería ser el mantenimiento de los registros en la era de internet. Porque hechos como este cambio de audio, sin explicación ni aviso, son una locura».

En la superficie, el pifie de Keys sugiere un hecho anecdótico, pero también habilita una serie de preguntas más inquietantes vinculadas a la manera en que consumimos información en la web. Una de ellas, por ejemplo, es si deberíamos preservar copias físicas de productos culturales como discos o películas, porque confiar alegremente en las plataformas de streaming puede traernos algún dolor de cabeza. Ya hay grupos de cinéfilos que desconfían de estos servicios y militan por formatos como DVD o Blu-ray, ya que en su mayoría son más fieles a las intenciones originales de los directores de filmes.

También están los amantes de los vinilos, casetes y compact discs al momento de escuchar música. A muchos de ellos no los guía la sofisticación o el esnobismo, sino la confirmación de que son poseedores de esos álbumes, porque más de una vez servicios como Spotify o Apple Music borran de un plumazo la discografía completa de un artista o alguna de sus obras, generalmente por cuestiones de derechos de autor. Actitudes como esa son la muestra cabal de que los suscriptores a estas plataformas no son propietarios de la música, sino meros oyentes.

En el mundo de los libros ocurre algo similar. Los e-readers son dispositivos útiles y cómodos, pero también susceptibles a esta clase de maniobras. Quince años atrás, en julio de 2009, Amazon retiró de los Kindle dos novelas de George Orwell (1984 y Rebelión en la granja) porque el tercero que los vendía no contaba con los derechos para su comercialización. Lo que en la industria editorial tradicional implicaría quitar de circulación los ejemplares de las librerías, en el caso de Amazon las copias fueron retiradas de forma remota de los aparatos de miles de lectores.

La manipulación del pasado no es un dilema particularmente nuevo, por supuesto. Solo por mencionar un caso del siglo XX, se puede traer a cuento la obsesión de Stalin por borrar de las fotografías a León Trotski por motivos tanto políticos como ideológicos. Y hubo autores que usaron la ficción para reflexionar sobre el tema, como Milan Kundera en su novela El libro de la risa y el olvido.

Pero la actual época presenta sus propios códigos. Vale preguntarse, entonces, qué ocurriría si algún producto cultural existente solo en la web fuera retirado del mercado por cuestiones comerciales. O si fuera manipulado por la moral de la época, como ocurrió con algunas novelas del británico Roald Dahl, cuyos editores propusieron actualizar (el verbo tal vez deba ir en comillas) para no incomodar a lectores actuales. Sin una versión física original, esta clase de contenidos corren serios riesgos de desaparecer. O solo dependería de la buena voluntad de sus entusiastas para quedar en la memoria, incluso aquella inmaterial.

Es un ejercicio de imaginación que puede ayudarnos a pensar (y cuestionar) la manera en que circula el contenido en internet, algo trasladable a los asuntos que van más allá de las industrias culturales o creativas. Si la prensa atraviesa desde hace años una crisis profunda, parece relevante discutir de qué manera se informan los ciudadanos, no solo por la desinformación que circula, sino por el peligro que representan las voces oficiales. Aquí entran en juego los alternative facts, triste concepto acuñado en 2017 por Kellyanne Conway, entonces consejera de Donald Trump, al defender públicamente una información falsa. Y si a eso le sumamos los actuales avances en inteligencia artificial generativa, concretamente en la producción de imágenes, audios y videos, el terreno se pone todavía más pantanoso, sobre todo en aquellos temas sometidos a los sesgos de confirmación.

Hoy ese lodazal está dominado por ejemplos un poco grotescos, como la edición de rostros para ocultar aspectos físicos (como papadas u ojeras), pero el problema escala cuando lo que se manipula es el mensaje, concretamente de acontecimientos previos, sean recientes o de muchos años atrás. En su libro Facha, el filósofo estadounidense Jason Stanley plantea que los mitos fascistas «se caracterizan por buscar la singularidad fabricando una gloriosa historia nacional en que los miembros de la nación elegida gobernaron a otros como resultado de conquistas y logros que llevaron a la creación de la civilización». No parecen casuales eslóganes del estilo «Make America Great Again» o declaraciones como las del presidente Javier Milei, que en más de una oportunidad dijo que «Argentina arrancó el siglo XX siendo el país más rico del mundo», ideas rimbombantes que buscan apalancarse en un pasado que no existió.

Otro interrogante para sumar a la discusión podría ser: ¿qué ocurre cuando esos «errores» no provienen de intereses humanos? O dicho de otra manera, cuando se trata de un error involuntario, producto de la automatización, modificado por un agente que no sea una persona. ¿Puede una inteligencia artificial cambiar un hecho de la realidad? Hay experimentos que tratan de hallar esos puntos ciegos, como los intentos por comprender el funcionamiento de los algoritmos de recomendación en las plataformas o trucos para mejorar el posicionamiento en los buscadores, pero son conquistas por lo general fugaces y suelen quedar relegadas a grupos de intereses muy específicos.

Más impactante fue la instalación realizada por el artista alemán Simon Weckert a comienzos de 2020, llamada Google Maps Hack, que buscaba mostrar la excesiva confianza que le tienen los conductores a los mapas digitales. Weckert consiguió noventa y nueve smartphones, los cargó en una carretilla y se puso a caminar por diferentes calles de Berlín. Como la app establece el tráfico a partir de la cantidad de teléfonos con GPS que hay en la zona, no tardó mucho tiempo en marcar en rojo los lugares por los que paseaba el artista (hay algo premonitorio en el video del experimento, ya que se lo ve caminando en soledad por espacios que habitualmente tienen bastante movimiento, una imagen que llegaría poco después con la pandemia). 

Desde luego, los gigantes tecnológicos tienen en cuenta estos trucos para mejorar la performance de sus productos y servicios. También establecen políticas de uso con respecto a las desinformaciones que circulan en redes sociales (las community notes de X, por ejemplo), pero son acciones que atienden a los síntomas del problema antes que a la prevención.

Por esa misma razón también resultan importantes aquellas iniciativas que buscan una internet con mejor memoria, más allá de intereses particulares. Cuando hacíamos mención al hilo de X de Becket Adams, al comienzo de este artículo, no se linkeó directamente a la plataforma porque el autor optó por borrar ese contenido. Sin embargo, se puede consultar en Thread Reader o en Internet Archive, posiblemente la biblioteca digital más importante del mundo, que desde 1996 se encarga de preservar sitios web y archivos, muchos de los cuales ya no se encuentran online.

Son proyectos muy importantes, pero de momento insuficientes, más si tenemos en cuenta que la navegación actual parece dominada por los dispositivos móviles, casi siempre a través de apps. Es decir, que los contenidos que circulan lo hacen en forma de silos, plataformas que buscan captar nuestra atención el mayor tiempo posible. De manera que en un mundo que se digitaliza cada vez a mayor velocidad, reaparece como un fantasma aquella vieja frase de los albores de internet: no creas en todo lo que veas.

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5 Comments

  1. Sé de sobra que es porque soy viejuno y maniatico-fetichista, pero para mí no hay nada como tener copias físicas de los discos, películas, series y libros que gustan, lo cual es cada vez más caro.

    No es por protegerme de manipulaciones de las obras originales, pero la verdad es que eso es un plus.

    La pena es no poder comprar «La guerra de las galaxias», por ejemplo, tal cual la pudimos ver en cines cuando se estrenaron. Me niego a tragarme las versiones «mejoradas». No me joras, George…

    Y en cuanto a casos como el de Alicia Keys, la verdad, the worst is yet to come, por desgracia. Pero, al menos para mí, el problema no va a ser tanto lo(s) que quieran manipular como los que carecen del menor instinto de cuestionar racionalmente, y no sólo emocionalmente («no me gusta» = «es falso»), lo que se les presenta por cualquier canal, sean medios de comunicación, redes sociales, WhatsApp…

  2. Amador "El Celador"

    Es mejor tener el pico cerrado y parecer inteligente, que abrirlo y despejar las dudas.

  3. Pingback: Jot Down News #20 2024 - Jot Down Cultural Magazine

  4. Sergio Dueñas

    Tres respuestas??? aquí no hay más que dos!, acaso tratan de ejemplificar algunos de los puntos mencionados en el artículo? . Muy interesante, gracias.

  5. Antonio Bedmar Fernández

    Pues sí que es un problema. Por lo menos si tienes una obra literaria o artística en formato físico, estás a salvo de que te la borren o te la cambien.
    Pero voy más allá y esto le puede afectar directamente a este periódico. Con internet la prensa ha entrado en crisis, y no sólo la clásica que publicaba en papel, es que sobre todo el periodismo de investigación tiene que invertir recursos para generar una buena noticia, y luego esa buena noticia aparece gratis total por internet. La prensa ha perdido en parte la capacidad para vivir de su trabajo. El resultado es que parte de la prensa se ha vuelto dócil a quien le puede subvencionar, normalmente pero no exclusivamente el Estado.
    Hay otra parte de la prensa que directamente se ha dedicado a extorsionar a los políticos diciéndoles que o les dan dinero o se ponen a hablar mal de ellos.

    Pero he leído que la IA puede hacerle todavía más daño al periodismo. Hasta ahora por lo menos si buscabas información más bien concienzuda tenías que recurrir a periódicos como este. Pero ¿y si con la IA las tecnológicas te elaboran la información gratis sin que tengamos que recurrir a periódicos?. Con el agravante de la pérdida de independencia, es decir, creo que ha quedado claro que las grandes tecnológicas manipulan para defender sus intereses. Si dentro de poco hasta la información más concienzuda la van a casi-monopolizar un puñado de empresas…

    En fin, malos tiempos para el periodismo.

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