Música

Le Parolier: «Le temps des cerises» de Jean Baptiste Clément y Antoine Renard

Viñeta de 'El grito del pueblo' la narración en cómic realizada por Jacques Tardi sobre la Comuna de París. Le temps des cerises
Viñeta de ‘El grito del pueblo’ la narración en cómic realizada por Jacques Tardi sobre la Comuna de París.

Las conversaciones se apagan y el silencio se impone cuando, vestida de negro y con el pelo a lo garçon, Madame Gina se apoya en el piano y comienza a cantar: «Quand nous chanterons le temps des cerises…». En la pantalla, las caras embelesadas de sus admiradores dan paso a un avión rojo que vuela entre nubes del color rojizo de la puesta del sol. El film de animación Porco Rosso1 es un clásico de culto en el que la canción «Le temps des cerises» juega un pequeño papel.

«Le temps des cerises», una canción romántica que contrapone la felicidad del amor con la pena del desamor en un entorno de naturaleza y de juegos. Son pocas ideas y poco precisas que pueden dar pie a variadas interpretaciones. Cuatro estrofas sin estribillo ni puente que discurren sobre los temas de la primavera, la naturaleza, las cerezas, su brillante color, la felicidad, el amor y el desamor. El poema va progresando desde ese primer momento extático y luminoso y se va entristeciendo tal como el narrador va recordando que el amor a veces es efímero y también puede causar penas y sufrimiento. Una composición que ha sobrevivido siglo y medio en la memoria colectiva al haberse identificado con las esperanzas alrededor de la Comuna de París de 1871 y la tristeza de los comuneros tras la derrota. 

La feliz primera estrofa —«Las bellas tendrán locuras en la cabeza y los enamorados el sol en el corazón»— se convierte al final de la canción en una constatación pesimista con doble sentido para los simpatizantes de la Comuna: «Y es desde aquel entonces que guardo en el corazón una herida abierta». Escrita cinco años antes de la Comuna, solo posteriormente se convertirá en himno y las referencias a la efímera duración de la feliz primavera de 1871, la estación en que los cerezos dan su fruto, se presentan como lamentos por la breve vida de aquella esperanzadora revolución.

Jean Baptiste Clément, obrero manual, escribía en los periódicos socialistas y, perseguido por sus artículos, debe exiliarse en Bélgica. Durante su huida en 1866, compone una canción romántica sobre las cerezas, el paso del tiempo y el amor. Dos años después, empobrecido, vende el poema al tenor Antoine Renard (a cambio, según la leyenda, de un triste abrigo) que será quien le ponga música. Procedente también de la clase obrera, Renard se había dado a conocer como corista de la ópera de París después de haber luchado en las barricadas de 1848. Tras la derrota de los comuneros, Clément será condenado a muerte y tendrá que esconderse hasta la amnistía de 1880. Está enterrado en el cementerio del Père Lachaise precisamente bajo la sombra de un cerezo. Renard llegó a ser director de los teatros de Grenoble y San Quintín, pero murió arruinado y está enterrado en Saint-Ouen.

La Comuna de París se estableció en marzo de 1871 y sobrevivió setenta y dos días. Fue una verdadera revolución proletaria y es la más simbólica de las insurrecciones que, al final de la guerra franco-prusiana de 1870 se enfrentaron al gobierno de Versalles formado tras la derrota del Segundo Imperio2. La llamada Semana Sangrienta, del 21 al 28 de mayo, puso un trágico fin a la Comuna cuando las tropas gubernamentales recuperan la ciudad y llevan a cabo una represión salvaje. Entre combates y ejecuciones sumarísimas se suelen dar cifras de hasta diez o veinte mil muertos. Pero la memoria de la Comuna ha permanecido tanto en las crónicas como en la cultura popular siempre junto a sus canciones, en general adaptaciones de melodías de diversos orígenes con nuevas letras alusivas.

Tanto si entendemos «Le temps des cerises» como un poema de amor, lo mismo que si lo tomamos como metáfora de la Comuna, vamos a descubrir la voluntad de idealizar y de buscar lo convencionalmente bello. En los primeros versos de la canción todo es alegre y esperanzador en la temporada primaveral, cuando las cerezas cuelgan de las ramas. Leo en internet que la gente entendió que el bonito color de las cerezas representa la sangre derramada por los mártires de la Comuna y que las bellas mujeres a las que hay que evitar eran las balas. Y así una canción quizás anodina —y muy difícil de cantar— se convirtió en una consigna revolucionaria. 

«Quand nous chanterons»: un futuro verbal da comienzo a la primera estrofa. «Cuando cantaremos», dice el narrador invitándonos a unirnos a ese mirlo, que nos señala como burlón, y al alegre ruiseñor, el ave que anuncia la primavera con sus trinos. Alegría y esperanza. «Estarán todos de fiesta», nos dice. Se arrinconan los problemas y las penas, las mujeres son bellas y tienen permiso para hacer locuras, perder la cabeza, disfrutar de la libertad y de la felicidad primaveral. Para el público de finales del XIX es la promesa de aquella justicia, solidaridad y libertad que se hubiera instaurado de haber triunfado la Comuna. «Los enamorados llevarán el calor del sol en el corazón», es decir: la fuente de luz y calor y también de la vida misma. Y será en el corazón, ese motor de la vida humana, donde lo atesoren. En seguida vuelve a aparecer el leitmotiv de la canción: «Quand nous chanterons le temps des cerises» que nos reenvía al eterno ciclo de la naturaleza y a la voluntad humana de preservar y revivir lo bello y lo bueno. La estrofa acaba escuchando de nuevo al mirlo burlón del principio que ahora va a silbar mucho mejor, «bien mieux», anticipando un futuro mejor que lo ya conocido.

En la segunda estrofa aparece un punto de vista diferente cuando el que canta se da cuenta de lo efímero: «Pero el tiempo de las cerezas es muy corto», un contraste directo con la primera estrofa, donde todo es ideal en esa temporada aparentemente eterna en que disfrutamos de los cantos de los humanos y las aves, del amor y de la fruta. Ahora el narrador, acompañado por su pareja y seguramente enamorado, nos lleva hasta el mundo de los sueños, un país aparte de juegos y felicidad. «On s’en va deux cueillir en rêvant des pendants d’oreilles»: juegos infantiles y nuestra madre naturaleza que nos provee lo mismo de adornos que de alegría. Unas cerezas que son idénticas entre sí con la habilidad de la naturaleza para repetir lo bello —«Aux robes pareilles», nos dice—. Y aparece el verso clave cuando compara la fruta fresca y primaveral con las gotas de sangre roja. Sangre que es vida, pero que también brota de las heridas y trae consigo dolor y muerte. Avanzamos hacía una visión negativa aunque de nuevo otorga un valor especial a las cerezas cuando las compara con un material precioso y escaso como es el coral.

En la tercera estrofa sigue la progresión gradual de la visión negativa: «Cuando sea el tiempo de las cerezas, si tienes miedo de las penas de amor huye de las mujeres bellas». Miedo y pena, amor no correspondido, infidelidad tal vez, y esa inevitable referencia a la mujer como causa de todos los males que retoma la misoginia de la narrativa amorosa tradicional. La Eva presente, pasada y futura. Continuamos acercándonos al mal cuando añade la crueldad —«yo que no temo el dolor cruel, no viviré sin sufrir»— a modo de condena inevitable para el valiente que decide no huir de los peligros del amor (¿o está hablando de la revolución?). «Quand vous en serez au temps des cerises», repite rememorando las cosas bellas de la primera parte: la primavera, el amor, las frutas dulces y preciosas. Pero esta vez termina con una advertencia: «Tendrás también tus penas de amor».

«Siempre adoraré el tiempo de las cerezas»: con una especie de juramento comienza la última estrofa seguida del verso sobre la herida abierta —«C’est de ce temps-là que je garde au cœur une plaie ouverte»— que agrava la sensación de dolor y sufrimiento causados por la pérdida del amor o quizás la desesperanza respecto a una vida mejor de justicia, fraternidad y libertad que prometía la Comuna a las clases oprimidas. Sigue con una curiosa propuesta: «Ni la señora Fortuna podrá jamás cerrar mi dolor». La elección de la palabra «fermer» nos remite otra vez a la herida sin cerrar, a la enfermedad o incluso a una infección, para terminar reiterando y contradiciéndose: «J’aimerai toujours le temps des cerises et le souvenir que je garde au coeur». «Amaré siempre la temporada de las cerezas y el recuerdo que guardo en el corazón».

El domingo 28 de mayo, último día de la Semana Sangrienta, Jean Baptiste Clément y unos veinte compañeros defendían la última barricada, cuando se les acerca una joven de alrededor de veinte años con una cesta seguramente de material sanitario. Los hombres intentaron convencerle de que se pusiera a salvo pero ella se negó y permaneció en el puesto hasta el final. Durante los combates había conducido una ambulancia, pero lo único que la historia ha recogido es su nombre de pila. Quizás fue una de las víctimas de los fusilamientos, quizás fue una de las desterradas a Nueva Caledonia, o quizás pudo rehacer su vida. Cuando se editó la partitura, Clément le dedicó «Le temps des cerises»: «A la valiente ciudadana Louise, conductora de ambulancia de la calle de la Fontaine-au-Roi, domingo 28 de mayo de 1871».


(1) Porco Rosso (Kurenai no buta), film de Hayao Miyazaki, 1992. La actriz, cantante y activista japonesa Katō Tokiko interpreta a Madame Gina cantando «Le temps des cerises» en el cabaret del Hotel Adriano donde reside.

(2) Régimen político establecido en Francia en 1852 por Napoleón III. En septiembre de 1870 la derrota francesa en la guerra franco-alemana provocó la caída del régimen y la proclamación de la Tercera República.

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