Les voy a confesar una cosa: si pueden enamorarse de alguien, háganlo de un profesor. No hace falta que sea el más alto, ni el más guapo, ni siquiera el más listo. Basta con que quiera ayudar a los demás. Así fue como los extraterrestres eligieron a Ralph Hinkley para ser El gran héroe americano.
Era Ralph un hombre escuchimizado bajo una montaña de rizos, que de algún modo se ganaba el respeto de una panda de alumnos rebotados del sistema quienes, hay que decirlo, tampoco apreciaban especialmente su esfuerzo. Como toda su voluntad no servía de nada, y ya de paso le estaba costando la vida personal, con un divorcio y un niño a su cargo, a Ralph no se le ocurre otra cosa que llevarse a los chavales de excursión al desierto. Así se labran los héroes.
Una raza superior detectó allí al gran hombre que la humanidad necesitaba, porque hacía cosas, si bien es cierto que cosas muy raras. Para hacerle poderoso eran precisas tres armas infalibles, a saber: un colega exasperante pero entrañable que además fuese agente de la CIA; un pijama lamentable con una camiseta tan larga que hace efecto faldita y logo alien en el pecho que, según confesó años después el guionista, fue la idealización de unas tijeras de cocina. El tercer elemento, como el lector avispado habrá detectado, solo podía ser la chica: Pam. Pongan al lado de un hombre disperso una mujer práctica y tendrán un tándem perfecto, a pesar del colega desestabilizador y del pijama con falda.
Solo puede haber algo peor que poner bajo presión extraterrestre a un hombre normal entregado a la causa: por si no fuese bastante con la docencia, le dan un libro de instrucciones. Aquello no podía salir bien y, por si aún albergábamos dudas, Ralph pierde el libro en mitad del desierto ya en el primer capítulo. Los trompazos y la prueba y error manejando el traje (ante la estupefacta mirada de la chica) son la base del éxito de nuestro héroe, porque el traje le manejaba a él. Allá por la segunda temporada los guionistas, en un espectacular giro de los acontecimientos, se apiadan y encajan en la trama que los hombrecillos verdes le dejen un nuevo ejemplar. Al fin íbamos a hacer de Ralph Hinkley un Superman como Dios manda. En un capítulo divertidísimo comprueba cómo despegar, aterrizar, tener superfuerza controlada, telequinesia y hasta dominar el megamagnetismo era posible con un poco de método y lógica. Pero a Ralph no se le puede dejar solo y descubre que el traje le permite incluso crecer o menguar, como Alicia en el País de las Maravillas. Eso estaba probando cuando, siendo diminuto, apoya el libro para concentrarse y crecer, y allí quedó la ciencia del traje, ilegible, del tamaño de un grano de arroz para siempre.
Sinceramente, no creo que seamos capaces de recordar ni una sola de las historias en las que el profe en pijama salvaba al mundo. La CIA y el FBI colaboraban de forma bastante amable dentro de su tosquedad, porque ahí fuera mandaba Reagan y suficiente tenían los productores con lidiar con la Warner Bros. por supuestos derechos vulnerados y la imagen paródica de Superman. Al final, ganaron la demanda pero perdieron el pulso con la Casa Blanca, ya que el intento de asesinato de Reagan por un tal Hinkley les obligó a cambiar el nombre de nuestro héroe provocándole —por si no tenía suficiente— una crisis de identidad.
Nunca entendimos muy bien qué pintaba Pam en toda esta historia. Ella era una abogada de éxito, lista, sensata, elegante y guapísima. Ir detrás de este hombre ayudándole en sus desaguisados, por pura humanidad, era comprensible. Enamorarse de él, bastante inexplicable. Acaso Pam también era un poco extraterrestre y encontró en él algo que valía la pena: la vida iba a ser de todos modos un caos, pero el viaje, al menos, sería divertido. Believe it or not, como esa sintonía inolvidable.
Como bien dice el articulista recuerdo la serie y a sus protagonistas, pero no sería capaz de recordar la trama de ningún episodio más allá de los trompazos y las torpezas del protagonista.
Eso sí, creo que recordar que su «colega exasperante pero entrañable» no era agente de la CIA, sino del FBI.
Efectivamente, el colega exasperante pero entrañable era agente del FBI.
¡Sí! ¡Era del FBI! En mi memoria encajaba mejor en la CIA, pero era del FBI, correcto.
Yo tenía unos 3 ó 4 años y, según mis padres, lo llamaba «Superman el Tonto». Me fascinaba aunque no recuerdo nada y seguramente no haya nada que recordar, pero sirvió para cimentar mi amor por el género superheróico tanto como el otro Superman, décadas antes de los Universos Cinematográficos, cuando la única manera de seguir explorando esos universos era, believe it or not, leyendo.
Yo la recuerdo cuando la pusieron el la sobremesa, sobre las 15.30. Luego desapareció, recuerdo tener un buen recuerdo. Un día de esos que la cosa se alarga estabamos desayunando de empalmada justo hablando de lo que molaban las series de los 90, que no era el peor de los temas, cuando coincidió que la ponían, serían las 8 en Cuatro, y nos dió la flojera de lo mala que nos parecía. A ver, que estabamos perjudicados, y tal, pero luego la vi de sobrio y si, era una basura, simpática, pero vaya. Al menos el bueno de Ralph se redimió de su papel de alfa en Carrie.
Bueno, pues como El Equipo A o McGyver, ¡pero con más gracia! El rollo de esta serie era la lucha a ciegas del tío contra el traje, y todos los guiños a la literatura fantástica, desde Alicia en el País de las Maravillas a Asimov. ¡El resto era macguffin!
Recuerdo que cuando pusieron el primer capítulo en la sobremesa, después salimos todos los amigos del barrio a jugar y estábamos flipadisimos con lo que acabábamos de ver 😂 Qué tiempos…
Muy decepcionada de que nadie haya señalado aún que lo de “Ralph, ponte el pijama” era la orden que siempre le daba el amigo agente exasperante para *animarle* a entrar en acción.
40 años después, mis neuronas no llegan para tanto 😂 Tampoco se ha dicho el nombre de la coprotagonista¿Connie Selleca? Enamorados nos tenía.
Que grande que alguien se acuerde también de Ralf Hinkley… Pensé que era yo el único que lo recordaba con cariño… Veo que hay muchos fans por aquí. No me sorprende que si viera un capítulo ahora, me diera cuenta de que ha envejecido mal.. Eso igual pasa porque en los 80 teníamos el cerebro limpio de series de este tipo, que eran algo novedosas, y ahora, en 2024 ya llevamos kilos y kilos acumulados…
Realmente los yankees nos llevan vendiendo la misma serie durante décadas… Y se la seguimos comprando…
Yo tengo una camiseta con el logo del «pijama».