Libros

El barroco metafísico

El hecho de carecer de erratas el presente libro debería haberme alertado acerca de su naturaleza insólita. De entrada, al autor se le supone una concentración tan potente que implicaría hipertrofia por lo inusual. Luego, escrúpulo, decoro, respeto reverencial al lector. La última vez que encontré un libro sin erratas, yo era un muchacho. En El Apocalipsis según san Goliat, he contabilizado dos, pero como se trata de la misma errata, la partícula «más» dos veces, a las que el autor confiere rango adverbial cuando debieran serlo con valor conjuntivo adversativo (pgs. 88 y 191), y por tanto sobra el acento, ocurre que bien puede ser que el uso discrecional de la errata sirva como recurso amplificador paródico, a libre disposición. Pues en el presente libro nada es lo que parece y todo es lo que no es: el revés de las cosas y de los seres. El barroco metafísico. Todo es carcajada seria, la única certeza que existe en este mundo.  Y vemos ahí al filósofo, que deglute con la mirada las grandes contradicciones de su tiempo. Y vemos al escritor puro, capaz de ensoñarse con el estilo hasta que «suene» a lo que está contando, no sólo lo represente. Un estilista de cuño que fluye de tal manera que parece que se desliza como un velero sobre las aguas. Y vemos al hacedor de historias que ni cansa ni se cansa, y se resarce de tanto aspaviento de las gentes con las máquinas de su imaginación preclara.

Captura de pantalla 2023 10 05 164530Es un libro turbador, obsesivo, lleno de fantasmas. Ésta es su atmósfera supurante. Un fastuoso extravagario, porque estamos fuera del mundo para buscarle atajos por donde escapar. Eso mismo tengo entendido de libros de otro tiempo: la Odisea y el Quijote, como mínimo; Gargantúa y Pantagruel como más allá. El autor es víctima de una fiebre enaltecedora. Y quien lo lee se contagia. Yo he tenido días de no sucumbir ante esta obra rabiosamente personal y adictiva, para al final congraciarme con su veneno, que lo es hipnótico. Llamo la atención ya acerca de que quien esto ha escrito lo ha hecho desde la lucidez y la pericia de todas las técnicas literarias. Por esto deja paso a la voluptuosidad y la elegancia, no insistiendo ni abundando, sino sugiriendo. No ha de demostrar nada, ésta es la actitud. El lujo de saber por el placer de saber, no por el placer mismo. Hollar los caminos no transitables  porque ya no conducen a ningún sitio. Estamos en un mundo terminal, por esto se ha escrito tal libro, como un señuelo su brillo de lo que esplende,  lo que ciega y no compensa.  Juraría que sólo aspira a dejar las cosas como están: en la siesta de los faunos. Y en esa otra estampa estremecedora: «una cría de gacela se acurruca junto al cuerpo inerme de la madre muerta.

¿Novela o libro de relatos? Porque el lector asiste perplejo a una anagnórisis de reapariciones gozosas, continuamente. Capítulo con capítulo, relato con relato, el efecto es el de la visión mágica de un techo de cristal, muy del siglo de Oro: Vemos el mundo como la maqueta de un demente prodigioso. La tramoya de un teatro falaz. Las sabandijas y los bufones, la representación de la Historia desde Plinio, Estrabón, Heródoto y Aulio Gelio. Más luego los humanistas de la mascarada celestial, los tallistas del Vaticano, los pintores excelsos que reinventaron el mundo por tal de incluir la perspectiva. Quien  ha escrito este libro está tan imbuido del conocimiento que no para de crear. Toda su vida anduvo leyendo. Se trata de la revisión a fondo de una vieja alquimia, ahí donde se confunde con la leyenda. Porque, en efecto, un simple ajedrez ajedrez enoquiano puede decidir el transcurso de la historia (y que el viejo Borges se frote las manos y Umberto Eco le robe el bastón).

Están Roberto Mirano y Claudia Velasco. Y una residencia de ancianos, cada cual con su elucubración. Al primero corresponde desvelar las claves perversas de nuestro tiempo, la feria de los oligopolios, las entidades bancarias con el reo atado a la columna: es mejor que mueran como un epítome de epidemias recientes y a efecto del bebedizo engañoso, como en una fiesta tabernaria letal. No producen, luego no existen. «La piedad es un error», predica, es su ideario y la de media humanidad. Se convierten en espectros que sobrevuelan el tedio y la abominación. Y está la caterva de esos mismos ancianos y enfermos, los mendigos, cada cual con su verdad. Claudia viene a ser una esfinge. Es una mujer indescifrable. Es lívida. Se diría que implosiona. Y mientras tanto se prodigan los saberes ocultos, incluidos los nombres de los huesos y músculos. Los personajes a la busca de la agnición. Son personajes impasibles muchos de ellos, tan extraños que parecen soñados. Y salidos parecen de la barriga de un caballo blanco, sin saber dónde ir ni de dónde parte esa trompeta desdichada que los marca para siempre. Personajes como Tarco, Berta Durand, Federica, la Cacciari, Cimón, la Cripta de los infiernos y la fatídica planta 7. Agnición  que finalmente llega con la presencia de san Goliat (capítulo o relato sexto, de siete), donde culmina el libro, que lo es sin duda adictivo. La columna de la obra  se sustenta aquí, me parece. Sin Goliat, el templo se hundiría, como aconteció con Sansón, donde resuena Tarco, que llora aunque  mata. Pero san Goliat es benévolo. Cura, se compadece. Es un santo. Y finalmente muere por todos nosotros, en una nueva aurora del mundo, precisamente cuando el mundo se ha hecho ininteligible.  El Zópiro que se inmola. El campeón de la feria de los locos. El asno de Anselm Turmeda, su sátira y aporía. San Goliat es una invención feliz. Nadie sabe de dónde procede, aunque nació en tierras hiperbóreas. Es alegre, decidor, incluso estrafalario. Es un profeta, un curandero, un vagamundo. «El mago de los ciervos», se le llama. No está mal, para un lugar de centauros, donde campa Artemisa. Y lega su evangelio a los desamparados hijos de Adán, que son los actuales «esclavos satisfechos», incluidos los magnates, porque éstos sí padecen la ignorancia. Lo importante  no es que san Goliat nos sobreviva, sino que san Goliat se invente al autor y, tras él, a todos sus lectores.

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3 Comments

  1. Miguel Cao

    No sobra el acento, sino la tilde.

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