Cine y TV

Tony Scott, el hermano fiable (1)

Un repaso a la carrera del director hollywodiense más despreciado del último medio siglo: la sombra desigual de su hermano Ridley Scott apagó cualquier conato de admiración cinéfila hacia Tony Scott, pero su filmografía es mucho más trepidante y coherente.

Hace ya más de una década que el cineasta británico Tony Scott (1944-2012) se suicidó tirándose de un puente en Los Ángeles, por motivos que probablemente jamás conoceremos. Desde entonces, a menudo me asalta la nostalgia ante la certeza de que ya no nos suministrará ninguna nueva película mainstream de ritmo imparable. Todos admiramos Los duelistas, el Alien y el Blade Runner de Ridley Scott, su hermano mayor (por siete años), pero en mi corazoncito, por narrativa, estética, temperamento, sentido de lo pop y visceralidad, siempre estará mucho antes Tony Scott. Encima, la crítica lo odiaba a muerte: tanto, que él mismo confesaba no leer ninguna reseña de sus películas desde que lo machacaron desde los medios especializados por su ópera prima El ansia.

Así que, impulsado por un mero conato de morriña y sin el apoyo de ninguna efeméride, me dispongo a repasar toda su carrera cinematográfica de mediano o largo metraje desde sus comienzos, tras un exitoso y prolongado fogueo en la grabación de anuncios televisivos, la realización del cortometraje One of the Missing (1969) y, enseguida, la fundación junto a Ridley de su productora conjunta Scott Free Enterprises en 1970, luego rebautizada como Percy Main Productions y, desde 1995, operativa como Scott Free Productions.

Vamos al tajo.

Loving Memory (1970)

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Loving Memory. Imagen: British Film Institute.

El primer y único mediometraje de Tony (aquí Anthony) Scott decepcionará a sus seguidores más acérrimos. Casi nada hay en sus fotogramas que nos anticipe aires del futuro realizador de taquillazos mundiales. Al contrario, se trata de una narración muy contenida que argumentalmente arranca como Muerte de un ciclista, solo que en el auto asesino no viaja una pareja clandestina de amantes, sino dos hermanos de mediana edad bastante más insípidos. Tras empacar el cadáver en el coche e instalarlo en su casa, progresivamente lo van convirtiendo en aquel otro hermano desaparecido en la guerra al que no pudieron demostrar su amor ni enterrar con dignidad. Todo parece un ejercicio de estilo del director y aquí también guionista, que mide encuadres y tiempos con paciencia de campiña, sin el pulso nervioso de su futura marca de fábrica. Más bien uno hubiera dicho que de este recién estrenado cineasta surgiría un plasta como Ken Loach o un pintor de ambientes como Michael Apted. Trabajo coproducido por Albert Finney, hoy solo lo defienden aquellos que consideran la filmografía de Tony Scott una ristra de tiros fallidos en nombre del peor Hollywood. ¡Él podría haber sido un auteur! parecen gritar.

Seis años después, Tony Scott reincidiría en el terreno del mediometraje con su episodio «L’auteur de Beltraffio» para la serie francesa Nouvelles d’Henry James, pero hasta donde yo sé se trata de un material inencontrable.

El ansia (The Hunger, 1983)

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El ansia. Imagen MGM.

Primer largometraje y primer encontronazo con la crítica para Tony Scott, tal y como ya les había sucedido a otros compatriotas coetáneos provenientes de la publicidad televisiva como los estimables realizadores Adrian Lyne o Alan Parker, similarmente odiados por primar la forma sobre el contenido; y, aun encima, una forma considerada «pueril». Hoy El ansia supone una sugerente ópera prima con una historia sencilla pero de seductor ensamblaje (adaptada de la novela del bicho raro Whitley Strieber) en torno a una vampiresa milenaria que presencia cómo sus sucesivos amantes perecen por el paso del tiempo en una agonía sin fin. La narración sincopada en secuencias paralelas y su zambullida en la estética siniestra de inicios de los 80 resultan fascinantes, así como el toque arty —en combinación con una eufórica dosis de sexo y violencia— sigue sin dejar indiferente. Por no hablar de lo elegantes e ideales en sus papeles que están Catherine Deneuve,David Bowie y Susan Sarandon.

Se mire por donde se mire, El ansia es una puesta de largo estelar, por más que no la acompañara el éxito ni los parabienes de los expertos.

Top Gun: Ídolos del aire (Top Gun, 1986)

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Top Gun. Imagen Paramount Pictures.

Como casi todo lo que protagoniza su estrella, Tom Cruise, Top Gun es una preciosa bagatela. También significó el recibimiento con los brazos abiertos del Hollywood más mercantilista al hermano mercenario de los Scott y la confirmación de que la crítica le odiaría por siempre jamás: no en vano esa apología de la banalidad fue el filme más taquillero de 1986.

Cruise es el actor perfecto para pilotar cazas, conducir motos y jugar al balonvolea en la playa. Y Top Gun era el vehículo perfecto para explotar todos los valores superficiales del American way of life en una década que nunca se tomó a sí misma en serio: por no importar, no importaba ni quiénes eran los enemigos de los héroes yanquis. Tony Scott llegó, empaquetó todo con festiva profesionalidad y saturación de filtros de colores y se fue con los bolsillos llenos. Una frívola operación al servicio del mejor postor digna de su compadre el pirata Drake.

Superdetective en Hollywood II (Beverly Hills Cop II, 1987)

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Superdetective en Hollywood II. Imagen Paramount Pictures.

La nada absoluta. Antaño pensaba que nunca había entendido la saga más exitosa de Eddie Murphy por haberla visto en su momento pasada por el filtro del doblaje español y que me habría quedado fuera de giros y modismos murphianos provistos de su propia gracia original. Pero nada que ver: en inglés aquello sigue siendo igual de… nadería. Una completa nimiedad, como casi toda la carrera en solitario de este cómico, por otro lado.

Murphy daría lo mejor de sí en las dos entregas de Límite: 48 horas y en la desternillante Bowfinger de Frank Oz, donde sí se merece todos los premios por su doble papel a las órdenes del hilarante libreto de Steve Martin. Pero en el filme de Scott no hace más que improvisar su payaseo en torno a la trivialidad abrumadora de la trama criminal, en exceso desconcertante al ser concebida en serio, con un tratamiento realista y hasta áspero… si juzgamos por la oscura fotografía, por otra parte lo único bonito de toda la cinta.

Revenge (Venganza) (Revenge, 1990)

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Revenge. Imagen Columbia Pictures.

Tras los dos triunfantes y huecos blockbusters realizados para el dúo de productores Don Simpson y Jerry Bruckheimer, Scott cambió de tercio y se embarcó en un proyecto relativamente discreto y de perfil bajo para las productoras independientes New World Pictures de Roger/Gene Corman y Rastar Films, en el que adaptaba la hermosa novela corta Revenge del poeta y escritor de culto Jim Harrison, publicada en la revista Esquire en 1979. El actor protagonista, Kevin Costner, ya era una estrella por derecho propio (como mínimo desde 1987 con Los intocables de Elliot Ness de Brian de Palma) y hasta sintió el aguijonazo de dirigir esta producción, pero no pudo ser: meses después, estrenaría su debut tras las cámaras, Bailando con lobos, y se llevaría el Óscar a mejor director y mejor película, entre otras cinco estatuillas doradas para tan resultona epopeya.

Revenge deja traslucir al Scott más melancólico y romántico. Aunque los filtros pastel continúan atravesando crepúsculos y amaneceres sin miedo a la superposición arbitraria, y aunque la propia historia haya sido mil veces contada y no aporte mucho de novedoso al inagotable filón de la tragedia sentimental, hay algo de calor y verdad que Revenge continúa transmitiendo y que la salva del adocenamiento industrial.

La trama no podría ser más simple: Jay, un aviador gringo, guapísimo y un poco tolondro, hace amistades peligrosas al congeniar con un mafioso mexicano, Tiburón Méndez (un solvente Anthony Quinn en uno de sus últimos papeles de peso), con tan mala suerte que termina enamorado de la joven esposa del capo, interpretada por la californiana de sangre costarricense Madeleine Stowe. Se masca el infortunio y a partir de ahí es fácil de prever la inminente venganza del hampón traicionado. Lo que hace funcionar ese esquema predecible es el tono reposado y emocional (de una emoción contemplativa) del mecanismo fatalista, así como la tremenda química entre Costner y Stowe.

Una de sus secuencias describe un coqueteo involuntario entre ambos mientras, tras un encuentro falsamente casual, intentan hacer limonada en la cocina de él. El magnetismo que ambos conjuran es demoledor: nunca tantos cubitos de hielo emanaron tanto calor ni el roce de unas manos descargaron tanto voltaje. Por lo demás, el oscuro desenlace contradice los finales felices habituales del Hollywood ochentero, y tal vez eso, junto a una miríada de motivos tonales bien enlazados (melodrama, película de carretera, fraternidad entre fronterizos, violencia no glorificada, wéstern crepuscular y el amor como condena), hagan de esta película un viaje de dolorosa sanación.

Eso sí, Harrison lloró al ver lo que habían hecho con su historia y no precisamente conmovido… pero así son la mayoría de escritores cuando se han repuesto de la alegría del cheque.

Días de trueno (Days Of Thunder, 1990)

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Días de trueno. Imagen Paramount Pictures.

El mismo año que se estrenó Revenge también llegó a las pantallas este Top Gun del automovilismo que volvió a reunir a Scott con Tom Cruise y los productores Simpson y Bruckheimer. La cosa prometía más de lo que dio: Cruise contaba con un actor del pedigrí de Robert Duvall para secundarle y el guion, a partir de su propia idea, lo firmaba nada menos que Robert Towne (Chinatown). Pero nada resplandece por sí mismo en este plano espectáculo donde hasta Scott parece haber caído en cierta complacencia y la inercia de la rutina. Puede que parte de esa laxitud se deba a que no había un guion terminado cuando Scott empezó a rodar. Quizá lo más destacado de Días de trueno sea que durante su filmación se conocieron Tom Cruise y Nicole Kidman. La política del producto queda resumida en el sincero afán con que la actriz propuso ponerse a estudiar neurocirugía para preparar su personaje y el sincero sarcasmo con que los productores le contestaron: «¿Para qué?».

El último boy scout (The Last Boy Scout, 1991)

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El último Boy Scout. Imagen Warner Bros.

Mi película de género negro favorita de los años 90 y mi preferida de su estrella protagonista, El último boy scout supone una gozada de principio a fin. Concebida como una «peli de colegas» donde el comediante Damon Wayans ejerce de contrapié de un fantástico y nunca más irónico Bruce Willis, la cinta triunfa tanto desde la atalaya hardboiled como desde el apartado de la comicidad, la aventura e incluso el romanticismo. El guion de Shane Black, por el que la productora de David Geffen pagó casi dos millones de dólares (y que se iba a titular inicialmente Die Hard hasta que Joel Silver pidió permiso para bautizar así La jungla de cristal), lanzó a su autor como el más original y brillante de la última generación de libretistas noir. Sus acerados diálogos prosiguen causando estupor y progresivo placer conforme el mundo del entretenimiento USA se imbuye más y más del pensamiento políticamente correcto. Las situaciones y reflexiones de El último boy scout no caen jamás en los cansinos y trillados clichés de la figura del detective privado: desde el primer minuto se percibe una evolución nacida de un nítido conocimiento de los maestros más arquetípicos del subgénero, fundamentalmente Raymond Chandler y Mickey Spillane. Gracias a esa originalidad, todo suena a conocido pero también a nuevo.

Aunque durante el rodaje hubo presión para replicar precisamente el éxito de la estupenda Die Hard, la relación matrimonial entre los personajes de Willis y una excelente Chelsea Field rezuma mayor realidad desencantada y dramatismo que la del filme mencionado. The Last Boy Scout también se estrenó en Navidad y esta vez la violencia del contenido sí disuadió al público de acudir en masa, pero la cinta se recuperó financieramente en las tiendas de alquiler de vídeo. La crítica la odió y el Washington Post llegó a afirmar que se trataba de «la equivalencia cinematográfica de un crimen de odio». Algo así no lo consigue cualquier fruslería.

Lo excesivo del resultado encajaba perfectamente con el espíritu de la literatura pulp que emulaba —literatura también despreciada por la élite cultural en su época de apogeo— y hoy El último boy scout acumula un merecidísimo culto.

(Continúa aquí)

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8 Comments

  1. Gutiérrez del Vasto

    Recuerdo de juventud: en El ansia el Dúo de las flores de Lakmé de Delibes.
    https://www.youtube.com/watch?v=IQ04oERKbZE
    En la parte 2 supongo que hablará de Amor a quemarropa y de la impresionante escena entre Christopher Walken y Dennis Hopper.
    Juventud, divino tesoro.

  2. Atticus Finch

    Gracias por recordar a un director que me lo ha hecho pasar bomba en el cine durante 25 años. El éxito de taquilla, el disfrute del público casi siempre van en sentido opuesto a la crítica.

    Y aún no has llegado al idilio con Denzel…

  3. Matatu

    Como me gusta «el ultimo boy scout».

  4. John PoJohn

    El último boy scout, qué divertida. Qué pena que Willis (y los guionistas) dejaran perder ese toque sarcástico del personaje, menos marcado en Die Hard, pero también presente para ir dejando que John McClane se convirtiera en un Ironman sin gracia ninguna. Las tres primeras Jungla de Cristal y esta El último boy scout son muy disfrutables.

  5. Cooper

    Tony Scott es un directorazo, de esos que manufacturaban blockbusters divertidísimos y cuidados. ‘El último Boy Scout’ y ‘Amor a quemarropa’ son su cima, sin duda. Aquí uno que se lo pasa bomba con ‘Superdetective en Hollywood’, y la secuela de Scott me parece tremenda. Qué buen tiroteo el del final, oigan.

  6. Pingback: Tony Scott, el hermano fiable (y 2) - Jot Down Cultural Magazine

  7. Valhue

    Ufffff, el ansia… ni sabía que era de Tony Scott. Una de mis pelis de vampiros favorita. Creo que fue Boyero el que dijo tras visionar alguno de los últimos atentados perpetrados por Ridley Scott que cada vez estaba más convencido que sus tres primeras películas las había dirigido Tony en realidad.

    Lo cierto es que Tony Scott es un director mucho más certero que Ridley, cuyo trabajo se ha visto siempre menguado por su incapacidad de distinguir un guión de un mojón. Igual te firma una obra maestra que una mierda suprema.

  8. Ambituerto

    Tony sólo falló en Domino, que yo recuerde ahora mismo. Ojalá su hermano pudiera decir lo mismo.

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