La mejor oferta de hoteles con Amimir.com te puede llevar hasta a vivir en un hotel. A quienes tenemos vidas comunes podría resultarnos estremecedora la soledad que ello implica. Tus vecinos van y vienen mientras tú permaneces, con lo que acabas estableciendo relaciones fraternales con el personal, quien te hace la habitación, o quien atiende tus necesidades. Pero resulta que es precisamente ese aislamiento, para aquellos a quien la pantalla ha hecho famosos, y para quienes necesitan concentrarse para escribir, el que resulta ser inspirador. Aunque la soledad del hotel no tiene porqué ser siempre bien llevada. Michael J. Fox, mientras rodaba Doc Hollywood en 1991, se le manifestó el Parkinson que padece, y siempre se ha considerado que esto le empujó a beber más. Pero según sus propias declaraciones, su estancia en el ático de un hotel de Florida le hacía sentir como un pez solo en una gran pecera. Se encontraba más cómodo en el bar del hotel que en su suite, porque podía mantener conversaciones informales con los que pasaban por allí. Socializar, en fin. El problema fue que tras un par de meses ya no salía de allí hasta que lo cerraban, después de haberse bebido hasta el agua de los floreros.
En el extremo opuesto, John Travolta, que vivía la mayor parte del año con su mujer Kelly Preston en el hotel Pink Beach Club en las Islas Bermudas. Él apreciaba no tener que ocuparse de la seguridad, como en su mansión, y ella lo fácil que era cambiarse de una total y completa privacidad a una vida social con la gente que se alojaba allí. Una forma de verlo compartida en parte por Matthew McConaughey. Cuando le asignan una localización para una película le gusta conocer sitios y hacer turismo, pero no hay sensación comparable, afirma, como el regreso al hotel para relajarse. De hecho la idea de tener una casa propia que pueda moverse con él le ha llevado a tener varias autocaravanas Airstream, una especie de autobús gigante de aluminio, muy a la estadounidense. Suele recorrer EE.UU. con su familia en ellas, y tiene el proyecto de acabar montando un hotel donde en lugar de alquilar una habitación, alquilas una de éstas. Si además los trajera a España, podrían acabar encontrándose en lo que oferta amimir.com.
Las razones emocionales no excluyen las prácticas. Keanu Reeves eligió los hoteles después de comenzar a trabajar de forma regular en el cine, obligado a pasar unos cuantos meses del año en una localización, y luego saltar a otra. Pero el actor también suele insistir en que allí encuentra privacidad y espacio propio, se puede relajar sin estar pendiente de toda la gente que le saluda, le pide un autógrafo, etc. Es el mismo caso de Arnold Schwarzenegger, que eligió residir en el Hyatt Regency Sacramento mientras fue gobernador de California. Es posible que lo eligiera por su gimnasio, y resulta revelador que no pidiera a su personal de seguridad que lo vaciara para él. Compartía el espacio de forma natural con otros huéspedes, e incluso algunos se atrevían a pedirle consejos de entrenamiento.
Lo que parece haber quedado definitivamente atrás es la época del malditismo hotelero, que estuvo asociado especialmente a actores difíciles, de egos desmesurados o alcohólicos, como Richard Harris en el Hotel Savoy. Cuando quisieron convencerlo para hacer la secuela de Un hombre llamado caballo, la que titularon La venganza de un hombre llamado caballo, además de ofrecerle una suma enorme, le regalaron un Rolls-Royce Silver Shadow. Algo que le cabreó bastante, él quería un buen guion, una buena historia que fuera una buena continuación de la primera, «no un maldito Rolls». Así que cuando el coche llegó al Savoy, se dio una vuelta con él, luego le entregó las llaves al aparcacoches y lo olvidó completamente. Quince años después, cuando regresó al Savoy, y le preguntaron qué querían que hiciesen con lo que le habían estado guardando tantos años, el actor no tenía ni idea de qué le hablaban. Le insistieron, convencidos de que estaba borracho como solía pero no, simplemente se había olvidado completamente de aquel Rolls-Royce, que aún estaba, según el personal, en perfecto estado.
Otro malditismo hotelero abandonado es el de las estrellas de rock. Hacer alguna barrabasada en un hotel fue casi una necesidad para grupos y músicos, una forma de construir su personaje. Los Led Zeppelin eran verdaderos aficionados al hotel Montreux Palace, porque les dejaban entrar y salir por el vestíbulo montados en sus motocicletas. Keith Moon de The Who arrojó la televisión de su habitación de hotel por la ventana, a la piscina que había debajo. Sid Vicious, de The Sex Pistols, llegó al extremo, que para eso era punk, acuchillando hasta la muerte a su novia Nancy Spungen en la suite del Hotel Chelsea. O quizá no, se declaró inocente y nunca fue juzgado por ello, pero con las fiestas de heroína que se traían los dos, cualquier cosa pudo pasar en aquella suite. Cierto que ese lugar icónico tiene cierto malditismo, el escritor Charles R. Jackson se suicidó allí con sobredosis de barbitúricos después de escribir The lost Weekend, sobre un escritor alcohólico. Autobiografía y título profético, que sería adaptado al cine y titulado en español Días sin huella. Jack Kerouac anduvo por allí mientras escribía En el camino, lo mismo que Arthur C. Clarke cuando adaptó a novela el guion de 2001 Una Odisea en el espacio que había hecho con Stanley Kubrick.
Escribir en un hotel es algo que está muy asociado a la literatura, y los escritores, y la lista es realmente larga, sin importar géneros. Desde Ernest Heminway y Agatha Christie, que residieron en el María Cristina de San Sebastián, a Carlos Ruiz Zafón y Eduardo Mendoza en el Arts de Barcelona. Aunque sin duda el culmen del escritor en un hotel fue Arthur Hailey, recluido en el Royal York de Toronto durante año y medio para documentarse exhaustivamente antes de escribir su novela Hotel. Que, evidentemente, trataba de lo que su título indica. El funcionamiento interno de un hotel de cinco estrellas, y en los secretos más canallas de la dirección y del personal. Como la mayoría de sus obras, de tipo bestseller, fue convertida en película (1967) y luego en serie de televisión (1983).
Aunque si tuviéramos que indicar un autor literario que decidió no vivir en ningún otro sitio, ninguno como Vladimir Nabokov, el autor de Lolita. La mayoría de su etapa adulta la pasó en Estados Unidos, siempre en hotel, y los últimos diecisiete años de su vida en el Fairmont Montreux Palace de Suiza. Le preguntaban a menudo por su elección, y siempre respondía lo mismo, un hotel le permitía mantener su hábito favorito, «el hábito de ser libre». En este mismo hotel residieron antes que él Lord Byron y León Tolstoy, Freddy Mercury de Queen se alojó tan a menudo que acabaron poniendo su nombre a la suite que ocupaba, nombre que aún mantiene. Y en un concierto de Frank Zappa alguien le metió fuego a su casino, barrabasada que hoy aún celebramos, porque inspiró el «Smoke in the water» de Deep Purple, al contemplar el humo del incendio sobre el lago Lemán, al que asoma el edificio, y quién sabe si inspirado también por otras sustancias y humos.
Una anécdota que no supera esta otra, literaria, protagonizada por Kay Thomspon, la autora de un libro infantil convertido en un clásico, Eloise, su ilustradora, Hilary Knight, y Donald Trump. La obra cuenta las divertidísimas aventuras de una niña en el Hotel Plaza de Nueva York, e hizo tan popular a este establecimiento, que los dueños dejaron a su escritora vivir gratuitamente en una de sus suites de por vida, como agradecimiento. Al menos hasta que Trump lo compró, e hizo una campaña publicitaria con la icónica ilustración de Eloise, tratando de obligar a la escritora a que comenzase a pagar su estancia. «Pagaré tanto por ella como tú por haber usado la ilustración de Eloise sin pedir mi permiso». Pocos años después el magnate llevaría el hotel a la bancarrota, bajo la dirección de su hija Ivanka Trump, y hoy, cuando vuelve a funcionar con un fondo saudí como dueño, la famosa ilustración de Eloise, a punto de cumplir setenta años, sigue siendo el objeto más vendido en su tienda de recuerdos.
Los residentes más excéntricos, en todo caso, continúan estando en Las Vegas, una ciudad que al fin y al cabo se construyó como un gran conjunto de casinos con hotel. Aunque hoy han evolucionado hasta ser más bien parques de atracciones. Elvis Presley es el primer residente famoso que nos viene a la cabeza de la ciudad de Nevada, y su ejemplo ha sido seguido hasta el día de hoy por las estrellas que actúan allí. El último en sumarse a este tipo de residentes fue Criss Angel, que combinó su faceta como músico de metal con la de mago, hasta que el programa de televisión le catapultó a la fama. Allí muestra trucos que solo parecen posibles para una persona con poderes paranormales aunque, naturalmente, son puro ilusionismo. El programa llevó el show al Planet Hollywood de Las Vegas, donde el mago reside desde entonces. Una de las primeras cosas que le sorprendieron cuando llegó fue el mapa que le entregaron para localizar los ascensores, y que da idea del tamaño del lugar.
Cierto que Las Vegas puede ser la peor elección para residir, a menos que estés allí por trabajo, como el mago. Un secreto poco conocido de sus hoteles es que tienen muchas suites que no pueden ser alquiladas, ni siquiera por gente VIP. Están reservadas de forma permanente a jugadores que han perdido suficiente dinero en los casinos como para comprarse un porcentaje del hotel. La idea general es mantener a estas personas en un ambiente de lujo y con todas las comodidades para que vuelvan repetidamente. Y lo hacen, a menudo con la esperanza de recuperar lo que han perdido, y normalmente con el resultado de perder aún más. La enorme deuda del coronel Tom Parker, manager de Elvis, fue la que mantuvo al músico secuestrado y drogado en su hotel, sin ser del todo consciente de que actuaba allí para pagar lo perdido por Parker en el casino. Y es que la dulce vida de hotel también puede ser muy amarga.
Smoke on the water no es de Zappa. Es de Deep Purple.