Ciencias

Orce: piedras que se asemejan a huesos

Réplica del hueso VM-0 exhibida en el Museo de Prehistoria de Orce. (DP)
Réplica del hueso VM-0 exhibida en el Museo de Prehistoria de Orce. (DP)

Este artículo es el ganador del Concurso de divulgación Ciencia Jot Down con la temática «homínidos» en la modalidad de ensayo.

No recuerdo la primera vez que tuve conciencia de la siguiente reflexión. Sí es seguro que desde entonces me ha acompañado.

La misión del poeta no es tanto contar las cosas que realmente han sucedido cuanto narrar aquellas cosas que podrían haberlo hecho de acuerdo con la verosimilitud o la necesidad. El poeta y el historiador se distinguen en que el historiador cuenta los sucesos que realmente han acaecido, y el poeta los que podrían acaecer. Por eso la Poesía [épica] es más filosófica que la Historia y tiene un carácter más elevado que ella, ya que la Poesía cuenta sobre todo lo general, y la Historia lo particular. (Aristóteles, Poética cap. IX) 

Hasta la ampliación hacia el norte de la autovía A-92 desde Baza hasta Puerto Lumbreras, en 1997, la vía más frecuentada para conectar la mayor parte de Andalucía con el Levante atravesaba el corazón de la comarca de Huéscar. Giro a la izquierda y bajada hacia Cúllar, y de ahí hasta Puebla de Don Fadrique, localidad conocida como la Puerta de Andalucía. Poco se reparaba en un desvío que, antes de llegar a Galera, indicaba que una pequeña villa llamada Orce quedaba a la derecha.

A finales de agosto de 1976 un trío de jóvenes investigadores del Instituto Provincial de Paleontología, dependiente de la Diputación de Barcelona y con sede en Sabadell, Josep Gibert, Jordi Agustí y Narciso Sánchez, se encamina hacia Andalucía, concretamente hacia la cuenca de Huércal-Olvera. En sus mentes una idea, encontrar fósiles de vertebrados en dicha depresión. No sabemos si aquel Land Rover destartalado de la Diputación de Barcelona incorporaba radio. Cabe esperar que no. Tal aparato era un lujo entonces. El número 1 de Los 40 Principales de la semana compartida entre junio y julio correspondió a un grupo de Cuevas de Almanzora, Los Puntos, cuya canción, «El sur», se inicia con la siguiente estrofa: «El sur tiene algo para ti, el sur…». Y vaya si lo tenía.

A mediados de septiembre, retornaban a casa sin grandes aventuras que contar. Sin descubrimientos espectaculares. Pero felices. No en balde eran jóvenes y tenían, aún, toda la vida por delante. 

Las autovías han convertido los desplazamientos en vivencias anodinas. Pero hubo un tiempo en el que los viajes estaban cargados de experiencias; de paso por pueblos que atesoraban historias y productos típicos. Uno de esos lugares era Galera. Y allí que pararon. Un cafelito y hasta la próxima. Había bares, restaurantes y ventas que vivían en buena medida de eso. De las personas que transitaban. No era el caso del local donde hicieron un alto en el camino nuestros primeros protagonistas. Allí se arrebujaban los galerinos. 

Podemos incluso imaginar con que cuando entraron en El Cangrejo Rojo de Galera, una localidad muy cercana a Orce, sonaba aquel temazo, «El sur», en la máquina de discos recién comprada, convertida en la gran atracción para los lugareños. No obstante, los forasteros eclipsarían, por un momento, a la gramola. Todas las miradas se concentrarían en aquellos tres barbudos, de origen desconocido, con pintas de jornaleros rebeldes; su habla delataba, no obstante, que venían de lejos. 

Como suele ser habitual, los bares, y más en aquellos tiempos, eran espacios de socialización. Puntos de encuentros donde los paisanos (aún quedaba para que las paisanas frecuentaran estos ámbitos masculinizados) compartían experiencias, muchas de ellas hiperbolizadas. Emplazamientos donde cada cual generaba su propia forma de estar en el mundo.

—¿De dónde vienen ustedes? —preguntó con petulancia el señor que estaba acodado sobre la pequeña barra, que hacía las veces de fielato, junto a la puerta.

—De Barcelona —respondió Narciso.

—Bueno, tengo familia que emigró hace unos años allá. Nunca he estado, aunque ellos sí vienen todos los veranos. Los llamamos los bichitos del jamón.

Las risas de la concurrencia ocuparon todo el salón.

—Nosotros nos dedicamos a la paleontología, a los animales del pasado —espetó Josep Gibert, el mayor de todos, cargando la atmósfera de carisma.

—¡Ah! Pues en la Venta, el Tomás dice que se le aparecen piedras que se asemejan a huesos —señaló el tabernero. 

—Puede merecer la pena acercarnos —dijo Jordi Agustí—. Total, qué más da regresar un poco más temprano o más tarde a Sabadell. 

—De acuerdo —asintió Narciso Sánchez. 

—No es fácil llegar —apostilló un señor de unos cincuenta años de rostro cuarteado, manos arañadas y uñas raídas—. Tomad la carretera que conecta Galera con Orce y preguntad allí. 

En su periplo dejarían atrás, en la plaza, una señal de tráfico indicativa de que tomando la intersección a la derecha se dirigirían a Granada. Aún, el imponente plátano que preside este centro neurálgico de Orce, no había fagocitado al cartel. Calle estrecha, curva a la izquierda, subida para abandonar el barranco donde se dispone el principal núcleo urbano del municipio y angosta calzada apenas transitada. Rebasando la pedanía de Fuente Nueva, desvío a la izquierda para destinarse, por una sinuosa carretera, a otro mundo.

—Tengo un buen pálpito —se atrevió a decir Josep—, estamos en una de las cuencas más recientes de la península ibérica. Mucho más modernas que las que tenemos en Catalunya. Mientras el todoterreno roncaba a medida que trepaba hacia el cementerio de Venta Micena.

—Aquí hubo un lago —comentó Jordi mientras observaban el desvencijado cementerio. 

Nueva bajada. La Venta se dibujaba en una amplísima cañada. Nadie en Orce la conoce como Venta Micena. El nombre de este núcleo de población evoca a la Grecia arcaica. A historias que hunden sus raíces en el tiempo y en las cuales se entrevera lo real con el mito. Micenas, tierra de traiciones y venganzas. Morada y reino de Agamenón, comandante en jefe del ejército que vengó el rapto de Helena. El pasado que anticipa un presente en el que la tragedia ha sido el estado de ánimo predominante. 

Al llegar a la escuela, frente a la iglesia, torcieron a la izquierda, transitaron por la base de la cañada para encaminarse a la cueva de Tomás Serrano, el hombre al que las piedras se le asemejaban a huesos. Cuando arribaron a su cueva, este y su mujer, Mariana Martínez, los creyeron chamarileros de Lorca. No deja de ser irónico que los paleontólogos fueran confundidos con quienes se dedican a comprar y vender objetos viejos. Tras las presentaciones protocolarias, Tomás los acompañaría por las yermas tierras del barranco de los Zagales mostrando los lugares donde sus piedras adquirían las formas más caprichosas. Josep, Jordi y Narciso no daban crédito a lo que aquel recóndito rincón de la provincia de Granada custodiaba. El suelo rebosaba fósiles. No era posible tanta exuberancia. Venta Micena no escondía ningún hallazgo. Venta Micena era el hallazgo.

Como nota simple, llenaron sacos y sacos de fósiles. Estos salieron de la tierra que los había cuidado durante ese tiempo con dirección a Sabadell, previo aviso al director del Instituto, Miquel Crusafont. No me detendré en los detalles de lo que ocurrió entonces, daremos un salto hasta el año 1982. Una vuelta al sol que fue clave para la historia de España.

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Josep Gibert (a la izquierda) y Narciso Sánchez (a la derecha) junto a Tomás Serrano y Mariana Martínez en Venta Micena, Orce, Granada (1976). Foto: cortesía de Jordi Agustí.

Andalucía había ganado el pulso mantenido con el gobierno central sobre la forma de conducir su futuro. La victoria del Partido Socialista Obrero Español con una mayoría absoluta abrumadora se tomó como el fin de la España en blanco y negro y el inicio de su despegue y posicionamiento internacional. De la mano de un presidente del gobierno andaluz. Nuestro país y nuestras incipientes comunidades autónomas necesitaban convertirse en referentes internacionales en todos los ámbitos. También en el científico. Andalucía, Catalunya, España buscaban su lugar en el mundo. Y, la percepción de un pasado común se erige, posiblemente, en el recurso más potente que existe para la creación de identidades. 

Desde 1976, la situación había cambiado de forma muy profunda en España. En la música, también. El año del mundial de Naranjito nos situó ante la emergencia de la llamada nueva ola que posteriormente se idolatraría bajo el apelativo de movida. Un repaso a los números 1 de Los 40 Principales pone de manifiesto la multipolaridad de la sociedad española (Obús, Leño y Barón Rojo; María Jiménez y Rocío Jurado; Dyango y Francisco; La Orquesta Mondragón, Tino Casal, Mecano y Alaska y los Pegamoides). Nuevos vientos se abrían paso. Pero también había rockeros, viejos, que nunca morían. 

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Excavación en el yacimiento de Venta Micena a principios de la década de los 80. Foto: cortesía de José Ramón Martínez Olivares.

Los títulos de algunas de las canciones que se alzaron con esa posición de privilegio parecen, 40 años después, premonitorias: «Va a estallar el obús» (Obús), «Felicidad» (Albano y Romina Power), «Qué dolor» (Raffaella Carrá), «Un toque de locura» (José Luis Rodríguez el Puma) o «Just an illusion» (Imagination) servirían, perfectamente, para ilustrar una parte de lo que supuso el hallazgo, en 1982, del fósil más icónico que ha alumbrado Orce, el denominado VM-0 u «hombre de Orce», una de aquellas piedras que se asemejaban a huesos.

Orce fue una deflagración en los estudios sobre la evolución humana. ¿Por qué? Porque en aquel momento, y hasta 1995, se consideraba que el continente europeo no había podido ser ocupado por los humanos sino muy recientemente (en los términos manejados por los que nos dedicamos a estos menesteres). Esto es, desde hace 500 000 años. Por tanto, Orce venía a poner patas arriba lo que estaba aceptado, al triplicar la antigüedad de la presencia humana por estos lares. Un cuestionamiento tan fuerte del status quo sin un poco de locura, por un lado, y sin causar dolor, por otro, era imposible. 

Los 80 eran otros tiempos, y España transitaba con mucho retraso por el proceloso mundo de las publicaciones científicas, el primer artículo sobre el fragmento craneal VM-0 se publicó en 1983 en un volumen especial de Paleontología i Evolució, a la sazón, revista del Instituto Provincial de Paleontología. El centro de procedencia de los tres investigadores que firmaron el trabajo. En paralelo, los principales diarios nacionales, abrazaron con entusiasmo el hallazgo y dieron cuenta de su relevancia, espoleados, quizás, por presiones políticas desde la Diputación Provincial de Barcelona y la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. También porque expertos nacionales e internacionales respaldaron la humanidad del fósil VM-0. Hoy día se hubiese actuado de otra manera, tratando de difundirlo a través de un medio internacional y especializado que validara dicha propuesta antes de convertirlo en cabecera de las principales publicaciones nacionales. 

Orce llegó a ser en un foco mediático de primer orden. Este hecho resulta de gran interés porque se ha convertido en memoria. Por tanto, el estudio de los ecos en prensa resulta fundamental para entender el fenómeno Orce. El año natural que transcurrió entre los meses de junio de 1983 y mayo de 1984 fue trepidante. De apenas una noticia y una referencia en ABC y en La Vanguardia el 5 de junio de 1983 a reportajes a doble página un mes después. Las conferencias a cargo de Josep Gibert, Jordi Agustí y Salvador Moyà-Solà se sucedían. Se firmaron convenios. Al proyecto se incorporaron la Universidad de Granada y el Museo Arqueológico de esta provincia. Vamos muy bien, debieron pensar.

La escalada en los titulares alcanzó pronto su cenit, el 14 de junio de 1983, cuando El País dio paso a la noticia bajo el epígrafe «El hallazgo del hombre de Orce, puede suponer una revolución en el estudio de la especie humana». Las expectativas estaban, pues, en todo lo alto. De donnadie a ser la cuna de toda Europa. Y eso, en momentos, en los que se estaba configurando el rol de España en la escena internacional y de Andalucía en su incipiente autonomía. Razones de ser, o maneras de vivir. Mucha gente, muchas instituciones encontraron un asidero en el «hombre de Orce» para definir su papel.

Tras limpiar la cara interna del fósil, en diciembre de 1983, todo se empezó a torcer. Primero, silenciosamente. Francia, que al verano siguiente impediría que nuestra selección conquistara la segunda Eurocopa de fútbol, se convirtió en el teatro de la pesadilla. El revuelo que se montó fue apabullante, esta vez en sentido negativo. De un apoyo con pocas fisuras, al escarnio. De la felicidad, al dolor, a la vana ilusión. 

Sin entrar en consideraciones anatómicas, el fragmento craneal VM-0 fue el pistoletazo de salida de un cambio de paradigma científico. Gibert abrió el camino a quienes, de otra forma, quizás, no se habrían atrevido a transitar por los senderos de la presencia humana temprana en Europa. Y su sombra cobijó a muchos de los que, posteriormente, lo denostaron. Y todas las personas que zancajean por estas tierras saben que, sin sombra, en el Altiplano granadino, no se llega a ninguna parte. 

En la música no es raro que los grupos cambien de componentes; algunos miembros se marchan buscando sus propias carreras; otros porque no entienden el éxito compartido; incluso se dan casos, pocos, de coristas que inician brillantes carreras en solitario. Los integrantes del equipo de investigación de Orce pronto tomaron direcciones diferentes. Josep Gibert apostó por sustentar la humanidad de VM-0. Jordi Agustí y Salvador Moyà Solà consiguieron cimentar fructíferas carreras científicas lejos de los focos mediáticos que rodearon al denominado «hombre de Orce». Orce es, desde 1984, un ejemplo de spin-off que diríamos hoy día. Y, aunque sea normal, no todo es igual. Depende del respeto con el que se diga adiós. 

Orce tenía algo de verdad y mucho de qué nos gustaría llegar a ser. Algo de historia y mucho de poesía. Y en esa vorágine se vieron envueltos múltiples agentes: del mundo científico, del periodístico y del político. En gran medida, el principal argumento fue el ¡Eureka! Esto es, confiarlo todo al hallazgo. Este fue y es verdad. Existe un fósil craneal denominado VM-0. Este fragmento de huesos de la cabeza es real. A partir de aquí, comenzó el proceso de validación. Un viaje tortuoso y lleno de incidencias. 

Los procesos generativos y creativos del arte y el conocimiento científico tienen muchos aspectos en común. Al célebre Pablo Ruiz Picasso se le atribuye la frase «Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando». A lo que se podría añadir, y cuando se marche también, porque el descubrimiento no es más que un alto en el camino por el que transita la generación de conocimiento. Como el que hicieron Josep, Jordi y Narciso en El Cangrejo Rojo. Y, desde entonces, las piedras se convirtieron en huesos y la vida en Orce cambió para siempre.

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5 Comentarios

  1. ¨… hacia la cuenca de Huércal-Olvera.» No es «Huércal-Olvera», sino «Huércal-Overa»
    Un saludo.

  2. Juan M. Jiménez

    Buenos días, JYP. Lleva toda la razón. Un lapso que me llevó de la provincia de Almería a la de Cádiz. Muchas gracias por la corrección. Un cordial saludo

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