Música

‘Macarena’, de Los del Río: un documental sobre cómo conquistar el mundo

Los del Río en el documental 'Macarena'. Imagen Movistar.
Los del Río en el documental ‘Macarena’. Imagen: Movistar.

Cuando era niño y me estaba introduciendo en el heavy metal, intercambiando cintas, me eché un amigo exlegionario con el que hablaba cada día de lo humano y lo divino en un parque. Nunca le olvidaré, porque me regaló el musicasete de I’m the Man de Anthrax explicándome que era posible lo imposible, la mezcla de rap y heavy. Cuando no tenías ni idea de nada, un hallazgo así era fascinante. Y, en una ocasión, le vi que estaba flipado con una canción: «Macarena», de Los del Río. 

Le hacía muchísima gracia el grito que metían después del ¡Macarena! del estribillo. El «ay». Lloraba de risa con eso y yo no lo entendía muy bien. Pero no se me olvidó aquello. Ver a un tío que en los 90 seguía con mullet, con sus vaqueros elásticos lavados a la piedra, tatuajes de la legión y botas de pincho con tachuelas, emocionarse explicando lo sumamente buena que le parecía una canción como esa, porque te partías con el «ay», no era tampoco fácil de olvidar. Yo miraba la portada del casete con toda mi apertura de mente posible, pero aquello no me entraba. No al menos tan bien como Anthrax.

Pues bien, no sé si fue un año después o dos, pero cuando de repente empecé a ver por la tele que «Macarena» se estaba poniendo de moda en Estados Unidos no me lo podía creer. Era el tema favorito del legionario. Sé que mucha gente no daba crédito a que Los del Río conquistaran el mercado estadounidense, pero yo lo daba menos todavía porque ya la conocía y yo ya había pasado por la estupefacción de no entender qué tenía de bueno la canción. Pero si había una línea que unía a Bill Clinton con un exlegionario gallego en sus preferencias musicales personales, eso no podía ser casual. 

Yo no estaba capacitado para entenderlo. En aquella época tenía muy mal gusto musical porque tenía «buen gusto». Es decir, por lo general, cumplía con los mandamientos de mi tribu y era raro que escuchase algo que se saliera del metal o el rock español. Era obediente, es decir, inseguro. En música, tener buen gusto es de pésimo gusto. Es una enfermedad. Y, además, solo contagia a los tontos del culo. 

Mi único problema era la música dance para adolescentes, que me parecía buenísima, pero tenía que ocultarlo, porque yo iba de heavy. En la discoteca, me ponía en una esquina con mi camiseta de Metallica y cara de pocos amigos, pero por dentro estaba gozando locamente con el repertorio habitual de Corona a Aqua e incluso me sabía el orden por el que las ponían cada viernes noche. Pero en mi cara, ceño fruncido. Yo estaba ahí a disgusto, solo iba porque iban mis amigos. Lo mío era el metal, no Ace of Base.

Ahora que soy mayor y por fin tengo mal gusto, es decir, cuando disfruto de satisfacer mi curiosidad por los artistas que me sale de las pelotas, desde hace bastante me gusta estudiar la gestación de las canciones ultracomeriales que lo petan. Por ejemplo, todo el eurodance, hecho por italianos en sus laboratorios con solistas elegidas en un casting me parece una genialidad. Hay muchas historias apasionantes detrás de todo el fenómeno. Porque a veces se pierde de vista que la música, ante todo, era un bien de consumo producido en masa para vender como churros y forrarse.

Sin embargo, la prensa nunca suele estar muy atenta a esta faceta. Importa más el arte, la expresión, penetrar en ese mundo interior de los artistas, mejor siempre y cuando estén torturados. Nos metemos mucho judeocristianismo en vena con el rock. Y en estas estaba hasta la grata sorpresa que me he llevado con el documental Macarena sobre la canción de marras. Si había un tema que me apetecía ver diseccionado era ese, que tanto me marcó en aquella época en la que se pisaron las huellas más profundas de nuestra biografía musical. 

Supongo que los productores han querido desglosar el fenómeno, el éxito descomunal de un dúo sevillano que se ganaba la vida amenizando fiestas privadas de la jet y colocando sus composiciones en los soportes expositores de hierro de las gasolineras. El caso no es para menos, pero de esa manera se ha realizado un ejercicio del periodismo musical que más me gustaría consumir y que brilla por su ausencia. 

Es raro que se muestre mucha atención a cómo se han pergeñado los grandes hits. Cuando el artista triunfa, pasa a hablar de política o de nutrición, pero ya no se entra en su maquinaria o, si se hace, lo vemos con una óptica publicitaria, no con periodistas. 

Y para más paradoja, si los hits ya son descomunales, tipo el citado eurodance de los 90, no se sabe ni quién los hizo. Por ejemplo ¿Se habla de que Olga de Souza, imagen de Corona —que no voz— había estado antes en las Cacao Maravillao? Pues Corona vendió millones y millones de plásticos y sonar, lo que pudo sonar eso ya lo querrían los Beatles. Voluntaria o involuntariamente, quizá el propósito de Movistar con Macarena era explotar la nostalgia, pero ha quedado un reportaje de periodismo musical impecable.

El origen de la canción, en versión de Los del Río, viene de un piropo lanzado a una bailarina, Magdalena, en Venezuela. Quedó tan satisfecho Antonio Romero, que inmediatamente pensó en llevárselo a una canción, solo que le puso el nombre de su hija, Macarena. Es una historia conocida y contada, lo gracioso del tema es que luego el documental hable con ella, con la bailarina, y considere que los artistas andaluces le deben algo, que la podrían haber hecho partícipe de los royalties

Porque esa es la gran historia detrás de este documental, no el tema legal en sí por los derechos de la canción, sino la cantidad de aves de rapiña que sobrevolaron el producto y lo codiciaron. En principio, Los del Río se repartieron lo suyo a partes iguales. Lo que no es nada desdeñable es la aportación del pueblo con la aludida exclamación «ay», clave en la canción y que no es más que un saludo habitual. Cuenta el otro del Río, Rafael Ruiz, que allí, cuando se saluda a alguien, contesta «ay». Todo encaja. 

De hecho, cuando sale José Julián Monzón, de Desmadre 75, diciendo que «Macarena» es plagio de su «Tengo una pena», por el estribillo «Micaela, Micaela, Micaela», podrá parecerse, es idéntico, pero falta el «ay». Aunque en lo que no inciden es que justo en donde debería ir el «ay», en la canción del hermano del Wyoming hay un viento. Con lo que no sería de extrañar que, en el caso más benévolo, Los del Río tuvieran esos fraseos en el subconsciente. Desmadre 75 era un grupo de tunos, el estribillo «Micaela» era anteriormente de la tuna de Derecho de la Complutense con lo que, al margen de otras consideraciones, Los del Río han llevado a la tuna a cotas inimaginables. 

De todos modos, en un principio, no tenían algo entre manos que en modo alguno se se pensase que podía reventar el mercado. Es gracioso, de hecho, cuando Jesús Bola, primer productor del tema, cuenta que el sello le exigió meter unos violines o arreglos de cuerda, a lo que se negó pensando que el tema ya estaba perfecto como fue lanzado en 1993. 

Este detalle es lo que retrata mejor el trabajo colectivo que es el lanzamiento de la música hipercomercial. Por ese deseo de darle cuerpo a la canción, surgió el encargo que se le hizo a José Tomás Martínez, Big Toxic, de unos arreglos de música electrónica al hilo de las tendencias del momento. Con sus remezclas, en un principio, ese tema no iba a tener un recorrido muy ambicioso, pero de casualidad cayó en manos de una emisora de Florida que quedó prendada con la canción tal y como había salido de la mesa de Martínez. 

En Estados Unidos, ese tema, así mezclado, se convirtió en la versión de los Bayside Boys, pero es obvio que sigue las líneas de Big Toxic. Sea como fuere, sin que tampoco lo esperase el locutor de Florida, la canción se les fue de las manos a todos. Era adictiva, no paraban de pincharla todas las estaciones de radio donde llegaba el single. El sello estuvo desbordado en un inicio y, en lugar de pelear por los derechos, trató de llegar a acuerdos para no cortar la difusión de la canción que sería lo que hoy llamamos viral. 

El relato es conocido de sobra, aquello estuvo en el número uno semanas y semanas. Los del Río no se lo podían creer, ni nadie en España posiblemente, especialmente cuando se convirtió en la banda sonora de la convención demócrata de los Clinton. Eso ya clamó al cielo. 

El documental refleja bien cómo el éxito, aparte del dúo, tenía pocos padrinos reconocibles porque creció por delante de cualquier promoción estratégica que quisieran hacerle. Funcionó sola. Y eso es lo que llevó a trazar una estrategia de verdad, esta vez de urgencia, la explotación económica de los beneficios. 

Es ahí donde está el punto fuerte de documental. Cuando se puede palpar la amargura de Big Toxic que solo cobró por sus arreglos como un freelance al que se le hace un encargo. En aquel entonces no era habitual tener derechos sobre ellos. Ese músico, quien mejor supo adaptar un tema flamenco ligerito a la escena dance del momento, pudo resolver su vida en ese momento, pero no le cayó nada más que la suma acordada. Un pellizquito ínfimo de lo que generó el hit. Duele oírle y con su sarcasmo y actitud se ve que a él también le duele bastante todavía. 

Es muy probable que sin sus primeras notas y en ese formato la canción no hubiese saltado el charco como lo hizo. A partir de ahí, no cesan los personajes que orbitan alrededor del éxito. La solista, con la que acaban tarifando Los del Río, los directivos que quieren apropiarse ahora del éxito colocándose la medalla… 

Aunque lo que más llama la atención es un pequeño detalle, y es en los pequeños detalles donde hay que fijarse para llegar a conocer algo. Jay Leno, cuando Los del Río van a su programa, cuenta el documental que, cuando los vio, no se podía creer lo que le habían llevado ni que esos dos fuesen los autores de la canción del siglo que sonaba por todas partes y ni mucho menos que algún productor hubiese pensado en sacarlos en su programa. Exigió que no les cogieran ningún primer plano durante la actuación. 

Eso te da la medida de hasta qué punto la canción había volado sola desafiando cualquier previsión o estrategia de mercado; hasta el punto de que no se concibiera la realidad: que era obra de dos artistas andaluces de mediana edad. Para que luego hablen de techos de cristal, ahí tienen uno que explica perfectamente cuáles son las leyes de hierro del show business y que Jay Leno será muchas cosas brillantes, pero, entre ellas, debe figurar también el adjetivo gilipollas. 

El final del relato lo pone la realidad misma. El dúo no fue capaz de de componer otro hit de esas características. Eso sí que entraba dentro de lo previsible. Pero en un país donde el periodismo musical brilla por su ausencia, no puede ser más gratificante penetrar en la trastienda de un fenómeno de la dimensión de Macarena. Especialmente por otra razón. Si fue cuestión de suerte, azar o caprichos del destino que esa canción pegase tal pelotazo, si fue una lotería: bien está que le tocara a ellos.

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4 Comments

  1. javibaz

    Aserejé.

    • Mr Mustard

      Aserejé ja de jé de jebe
      tu de jebere sebiunouva
      majabi an de bugui
      an de buididipí

  2. Jorge

    Una muestra mas de que los caminos del arte son inescrutables. Incluso cuando su calidad sea ínfima, puede pegar un pelotazo que nadie podía prever ni esperar.

    El caso de esta cancion me deja a mi , en la treintena, como a la versión infantil del autor que se fascinaba con el exlegionario: pensando que algo debe de tener para haberlo petado tan fuerte, peroque soy incapaz de verlo.
    Ni siquiera me parece que el estribillo sea tan pegadizo como otras que han tenido un exito similar.
    Ojo, porque hay un factor a tener en cuenta: en USA las canciones dance y que triunfan en las discotecas muchas veces aqui entrarian en la categoria de repetitivas y aburridas. Su ritmo y cadencia es diferente a la musica dance europea. Lo cual podria explicar por qué un estribillo casi monocorde se enraizo tanto en la cabeza de la gente.

    Todo esto es una paja mental mia para intentar explicar lo inexplicable, y soy consciente…

  3. Rocío

    El nombre de la bailarina venezolana que inspiró la canción es Diana Patricia, no Magdalena. Con el tiempo se convirtió en panelista de distintos programas de televisión y solían identificarla como «la Macarena del mundo».

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