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La visión de William Butler Yeats (y 2)

William Butler Yeats
William Butler Yeats. (DP)

Viene de «La visión de William Butler Yeats (1)»

La plasmación de un «Sistema»

En 1917, tras haber escrito un libro que desarrolla alguna de estas ideas, Per amica silentia lunae, William Butler Yeats se lanza a nuevas sesiones de espiritismo al tiempo que queda cautivado por el descubrimiento que había realizado un tal David Wilson: una especie de aparato receptor de psicofonías; si se me permite ponerlo así, un telescopio sonoro enfocado en el plano astral donde pululan como polvo de estrellas los espíritus. A Yeats, crédulo como pocas veces, aquello le pareció «el descubrimiento más importante del mundo moderno» y llamó al cacharro «homúnculo metálico». Cuando este sirvió para comunicar con figuras de la talla de Paracelso, Oscar Wilde o el mismísimo León el Africano, a Yeats le pareció que todos estos personajes «estaban ansiosos por dar a conocer que existía una mente universal y que, si hablábamos con ellos, era como meros vínculos con esa mente». Caliente, caliente, nos vamos acercando a la cosmovisión del libro de 1925: Una visión.

George Hyde-Lees había estado tratando a Yeats en diferentes círculos y, miembro de Stella Matutina, lo había ayudado en sus «investigaciones» sobre espiritismo y compartía los mismos intereses con él. Según la madre (ahora apellidada Tucker, casada en segundas nupcias), George (a la que ella llamaba formalmente Georgina, o Dobbs en el seno de la familia), lo que unía a ambos era el interés por la astrología. La boda se celebró el 20 de octubre de 1917, menos de un mes después de la petición de mano, y no tan rápidamente porque hubiera un embarazo de por medio, como suelen delatar estas premuras, sino porque Yeats quería sin duda exorcizar con aquel matrimonio su infelicidad con Maud Gonne primero y, luego, con la hija de ella, Iseult. Los días siguientes al casamiento, su estado de ánimo era, sin ambages, depresivo. Un recién casado que sentía que se había engañado a sí mismo, a su esposa y también a Iseult. 

Y entonces, una semana después de la boda, sucedió un hecho que lo cambió todo. George sintió una energía que pedía escribir por su mediación, y tomó papel y comenzó a garabatear lo que le era dictado o más bien aquello que deseaba escribir el poder que ahora la tenía bajo su control. El mensaje era tranquilizador para Yeats, lo exculpaba, afirmaba que había obrado como debía. Y lo mismo que el poeta padeció psicosomáticamente la angustia los días previos, este escrito hizo que desaparecieran ipso facto sus dolores reumáticos, su neuralgia y su fatiga. Hasta se sintió alborozado. Más que de mediación habría que hablar de medicación, igualmente milagrosa. Ella se sorprendió de esa capacidad que transformó el ejercicio de la escritura automática como entretenimiento (igual que días antes había estado realizando horóscopos) en algo terapéutico para su marido. ¿Qué sucedió realmente? ¿Poseía ella poderes paranormales o todo aquello fue un embeleco? Saddlemyer recuerda que la misma George empleó con otros, ya muerto su marido, la palabra fake, «engaño», aunque es cierto que luego no quedó conforme con el término, transcrito por Jeffares en el primer borrador de su introducción a Selected Poems, aunque lo dejó estar. 

A partir de entonces, y durante tres años, las sesiones de escritura automática se sucedieron prácticamente a diario hasta constituir aquel trato constante con «controles», «instructores» y «comunicadores» el germen de Una visión. También hacían acto de presencia los llamados «frustradores», que como su nombre indica estorbaban la comunicación y, con el carácter travieso de duendes y trasgos, manifestaban un carácter más o menos maligno, de interferencia. Se han conservado los cuadernos en los que George escribía durante esas sesiones y en ellos se advierte que al mismo tiempo dibujaba esquemas sobre disposiciones zodiacales, ciclos históricos y arquetipos de personalidad. Poco a poco fue adquiriendo forma el «Sistema», en el que tenían un papel fundamental las figuras geométricas de espirales y conos. Cada vez mostró más interés Yeats por la evolución del alma, una especie de correlato de la evolución de las especies estudiada por Darwin, ahora aplicada a lo espiritual. Más allá de las supersticiones y supercherías a las que se entregaba de buen grado, en Yeats imperaba un modelo positivista que, ocupándose de asuntos ajenos al mundo de la Ilustración, paradójicamente aspiraba a la Enciclopedia y lo cartesiano. Autodidacta, fatigó libros y enseñanzas que pudieran confirmarlo en su teoría. 

Simultáneamente, Yeats comenzó la escritura de la obra teatral La única vez que Emer sintió celos, acerca del héroe céltico Cú Chulainn, que presenta muchos aspectos en común con la historia sentimental del poeta. Hombre de poco tacto, preguntaba a menudo sobre Iseult, y las respuestas solían salirse por la tangente o en todo caso asegurar que la muchacha por la que el poeta se preocupaba estaba bien, e instarlo a él a adoptar hábitos saludables, no dar demasiadas conferencias que requirieran viajar y concentrase en su obra. No cabe duda de que George manejaba la mano del espíritu que manejaba la mano de George, dicho esto de un modo abracadabrante; de manera más llana: George usaba el ascendiente que los supuestos «instructores» ejercían en su esposo para influir en él. «Salomón y la hechicera» es un poema que Yeats escribió en homenaje a su mujer, en agradecimiento por todo lo que esta fecunda escritura automática le había aportado y se había convertido en la argamasa de su matrimonio. Estos son sus últimos versos, donde ella manifiesta en clave la voluntad de continuar, después de la primera sesión, con la escritura automática (cito por mi traducción de su Poesía reunida en Pre-Textos, 2010):

Quizá una imagen sea fuerte en demasía

o tal vez no lo sea suficiente.

Ha caído la noche; ningún ruido

se oye en el sagrado bosquecillo

si no es el de los pétalos que caen;

ninguna vista humana se contempla

si no es la hierba blanda en que yacimos;

y la luna enloquece por minutos.

¡Oh, Salomón, volvamos a intentarlo!

Todo en él tenía un cariz sobrenatural o extraño al concepto de naturaleza que damos por sentado: cuando nació su hija Anne, para Yeats la niña era la reencarnación de Anne Hyde, condesa del siglo XVIII perteneciente al linaje de los Ormond de Kilkenny (dicho de otro modo, los Butler, rama de su propia familia). Las fases de la luna, el número 28, los ciclos… todo esto iba conformándose en la jerarquía de Una visión, con mensajes que le proporcionaba su mujer, la «intérprete». En buena medida eran inspirados por él, cuyas creencias (vuelvo a la imagen anterior de muñecas rusas espiritistas) iban moviendo la mano de los instructores que a su vez movían la mano de George. Poco a poco, los resultados de las sesiones nocturnas de escritura automática se fueron alejando más de las cuestiones personales de la pareja y las relativas a lo sucedido con Iseult, y se ciñeron a los esquemas evolutivos del Genio Creador reflejados en el libro que ambos estaban escribiendo y que solo llegaría a firmar Yeats (ni George ni el más recurrente de los instructores, un tal Dionertes). En la recta final del libro, compuesto a medias en las sesiones de escritura automática que habían celebrado sobre todo en el pasado y las sesiones de trabajo de él ahora en la sala de lectura del Museo Británico, el propio Yeats se consideró cada vez más médium y George se fue cansando del papel que venía representando. Era ya hora de poner fin a aquello: le dijo a su marido que debía finalizar el libro en octubre de 1924, siete años exactos después de haberlo iniciado. Si no, añadió, temía que tardara otros siete años más. Huelga decir que el siete es un número especialmente bendecido por la numerología y por todas las doctrinas secretas. No obstante, la obra no fue finalizada hasta el 22 de abril de 1925, tras un viaje a Italia que sirvió para agregar algunos detalles al libro, que aparecería impreso en enero de 1926 (algún material posterior se añadió a la edición de 1937). 

De todas las opiniones vertidas al ver la luz Una visión, la más certera, casi una greguería, tal vez sea la de Oliver St. John Gogarty: «una versión geométrica de las emociones; mezcla de Einstein y mito». Nosotros podríamos agregar que se trata de una astrología no espacial sino temporal, y una psicología culturalista que, sin perder de vista por el rabillo del ojo a Freud, se acerca más a Jung. Se trata, en definitiva, de su libro profético a lo Blake, pero no en proyección hacia el futuro sino como interpretación de lo que entendemos como pasado, sin olvidar que el Avatar (creencia que albergaba y aplicó a sus hijos) es una reaparición de lo que ya fue.

Una visión, a pesar de toda la erudición que tiene detrás, es un libro que no habla tanto del mundo visto por Yeats como de este, el escritor. Sirve para entender mejor algunos de sus poemas y a él mismo, pero carece de validez fuera de los estudios yeatsianos. Y ni siquiera es imprescindible para gozar de los versos. Como observó Ellmann: «Yeats tuvo cuidado de que no fuera necesario el conocimiento de su prosa para el lector de su poesía». Nos interesan sobre todo las opiniones que vierte sobre otros escritores y, sobre todo, poetas. Preside el libro un afán clasificatorio, taxonómico, como el que en la Comedia exhibe Dante (que está en la fase 16 de las que establece Yeats). No fue el autor de Una visión un loco que se creó su propia mitología personal, sino uno de los más grandes poetas de su tiempo. Lo demuestra en casi toda su obra; por tratarse de una alegoría de su relación con George y de lo que con esta obtuvo, particularmente en el poema «El don de Harun Al-Rashid».

Una visión en su contexto

En estos devaneos con el esoterismo, Yeats no fue una excepción. La fascinación por lo oculto fue general durante décadas y tuvo un terrible último ramalazo en el primer tercio del siglo XX que acabó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial a causa de que el partido gobernante en Alemania entonces, el NSDAP, invadió Polonia el mismo año en que moría Yeats. A diferencia de lo ocurrido con la Gran Guerra anterior, las motivaciones tuvieron mucho que ver con las doctrinas esotéricas delirantes de una rama del partido nazi, que con precedentes en la Sociedad Vril y otros grupúsculos se embarcó, además de en la guerra, en un totum revolutum compuesto por la creación de una orden de monjes-soldados (las SS), la búsqueda del Grial (ellos escribían Graal) en Montsegur (lo contó el oficial de las SS Otto Rahn), la localización del lugar de origen de los arios, que se situó en el monte Elbruz, la propagación de teorías «científicas» extravagantes y rituales mágicos de los que Hitler era adepto. Heinrich Himmler proporcionó la intendencia a todo esto, pero el verdadero ideólogo fue Alfred Rosenberg, quien había publicado la biblia del racismo esotérico: El mito del siglo XX. Entre los ideólogos de los estudios tradicionales que antes de la Segunda Guerra Mundial prestaron parte del andamiaje teórico al nazismo se encontraban simbólogos serios como René Guénon (que luego se convertiría al islam) y Julius Evola, que persistiría hasta el final de sus días en un esoterismo elitista y, como el más conocido de sus títulos reza, perpetuamente en Revuelta contra el mundo moderno. Dos franceses se ocuparon de reunir los historiales de todas estas corrientes en un libro que fue bestseller internacional: El retorno de los brujos, de Louis Pauwels y Jacques Bergier. Los últimos coletazos de ese esoterismo de filiación nazi, y en lo que nos importa, la poesía, llega hasta el barcelonés Juan Eduardo Cirlot, que conoció bien la Cábala pero al mismo tiempo sintió el hechizo —arqueológico e ideal— de las esvásticas. Poeta enorme que dedicó un magno ciclo a una doncella céltica medieval, Bronwyn, Cirlot no fue solo un profundísimo estudioso de los símbolos, como Yeats, sino además, por lo que concierne a estas páginas, un amante de Irlanda (entre sus apellidos se contaba, como ya hemos referido, el de Butler, compartido con nuestro poeta).

A Yeats, como a T. S. Eliot y Ezra Pound, se le pueden reconocer simpatías con el fascismo histórico (no con la ligereza con la que se emplea el término hoy día). En su caso, estuvo durante un tiempo vinculado al movimiento de los camisas azules de Eoin O’Duffy, pero más allá de su inclinación por el orden en un momento de turbulencias y la repugnancia por los «bolcheviques», como se decía entonces, su vinculación con lo que luego sería el Eje tiene más que ver con la vertiente de las mitologías: no tanto un programa para gobernar (y él fue senador nombrado a dedo) como un boceto de ensoñación en el que se hacía capital el regreso a un estado primigenio, remontando la corriente de los ciclos. Como otros, él tuvo también una interpretación alternativa de la historia que ofrecer: Una visión.

Por otra parte, en el interés por el espiritismo, la astrología y la escritura automática, Yeats coincidió con otros poetas contemporáneos suyos y aún posteriores. El mayor poeta irlandés de la primera mitad del siglo XX es en esto un calco, o viceversa, del mayor poeta en lengua portuguesa del mismo periodo: Fernando Pessoa, quien llegó a trazar la carta astral de Aleister Crowley y a quien conoció personalmente. Informar aquí del esoterismo pessoano rebasa claramente el ámbito de este artículo, pero baste mencionarlo para que el lector interesado investigue y compare por su cuenta. De otro lado, las sesiones de escritura automática fueron también comunes en el otoño de 1922 entre el círculo surrealista que André Breton animó en París, hasta el punto de que hubo episodios violentos instigados por estas soirées. También el estudio sobre las relaciones entre surrealismo y magia excede este modesto prólogo; pero ahí está el hilo, para quien quiera seguirlo y, a diferencia de Teseo, perderse en el Laberinto.

Hay más casos de autores vinculados con las doctrinas que preocuparon a Yeats. Y aunque al margen del ocultismo y lo esotérico, de algún modo, Robert Graves también se encargó de fijar en un tratado su visión sobre la poesía y el devenir histórico a partir de una mitología personal inspirada en fuentes clásicas y célticas. Hablo, naturalmente, de La diosa blanca. Un caso singularísimo, para concluir, es el del estadounidense James Merrill, Premio Pulitzer, quien dedicó su vida a dos pasiones: la ouija y la poesía, y en esta reflejó sus sesiones (y obsesiones) de espiritismo, realizadas ya con Yeats muerto y durante muchos años. Como no podía ser de otra manera, Yeats aparece en algunos de los versos de Merrill. Muchos otros han sentido idéntica llamada. Si terminada la lectura de Una visión, alguien desea profundizar en este libro podría acudir a W. B. Yeats’s A Vision: Explications and Contexts, editado por Neil Mann, Matthew Gibson y Claire Nally (Liverpool University Press, 2012). Si quiere quedarse con unas palabras del propio Yeats, le ofrezco estas, pertenecientes a su poema «Las apariciones», de lo último que escribió: «no me esforcé por convencer / o parecer creíble a un hombre sensato».

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