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‘Kalpa imperial’, de Angélica Gorodischer

Gorodischer
Detalle de portada de Kalpa imperial, de Angélica Gorodischer.

Dijo el narrador…

Historia de una mujer

Angélica Beatriz del Rosario Arcal nació en Buenos Aires un veintiocho de julio de 1928. Su madre era poeta, su padre comerciante, su abuelo materno era un francés con abolengo y su abuelo paterno era de Aragón. A los cinco años, Angélica comenzó a leer todo lo que tenía a mano con voracidad. A los siete, cuando consideraba la literatura como un refugio y los libros como sus juguetes más preciados, decidió que quería ser escritora, sin ni siquiera ser consciente de que aquel era el oficio de su progenitora. Desgraciadamente, un evento inesperado se interpuso en las pretensiones de la niña: «Como todos sabemos, los escritores nacen a partir de los lectores […] Pero de repente, la vida llega y te golpea, y te obligan a ir a la escuela. “A la edad de siete tuve que interrumpir mi educación e ir al colegio” como se supone que decía George Bernard Shaw», explicaba la autora con cierta guasa al repasar su biografía frente a la prensa. 

Lo cierto es que el hecho de entrar en las aulas supuso un alivio para ella. Porque en su muy católica, muy aburguesada y muy clasista familia no querían que la niña se juntase con la plebe, y habían optado por educarla en casa desde pequeña, entre sus tías y con ayuda de unas profesoras particulares, «Tenía un aburrimiento terrible. Para mí era espantoso, las maestras eran unas antipáticas que solo me enseñaban cuentas». O una situación terrible a la que puso freno el pediatra de la pequeña, cuando recomendó a sus padres introducirla en la vida escolar convencional si lo que querían era tener una niña normal. Los progenitores se lo tomaron al pie de la letra y Angélica cursó sus primeros años escolares en la Escuela Normal nº 2 de Profesoras en Rosario. 

Durante mucho tiempo, Angélica estuvo ocupada con diversos menesteres vitales que aparcaron el deseo de ser escritora. Recibió su educación escolar durante la adolescencia, estudió idiomas, se peleó con su almidonada familia «y con el mundo en general», se enredó con «unos cuantos novios, y preferiblemente no con todos al mismo tiempo», entró en la universidad, se casó y tuvo hijos. A la edad de treinta años, con un marido, tres niños pequeños, una casa, un jardín, un perro, un gato, y un trabajo como encargada y traductora en una biblioteca médica, es decir, en el que ella misma consideraba el peor momento posible, decidió dedicarse a la escritura de manera profesional. O al menos a intentarlo, para ver qué pasaba. Y lo que pasó es que aquella lectora insaciable se demostró especialmente ducha a la hora de contar historias. En 1964, la revista Claudia publicó un cuento suyo y ese mismo año quedó en segunda posición en un concurso de relatos policiacos del magazín Vea y lea. Poco después, se coronó como ganadora de otro concurso de historias cortas y no tardó en encontrar editores como Paco Porrúa, Daniel Divinsky o Jorge Sánchez interesados en publicar sus textos a pesar de tratarse de una desconocida en el mundo de las letras.

Gorodischer
Angélica Gorodischer. Imagen: CC.

Las obras que confeccionaba, marcadas con un importante carácter feminista, las firmaba como Angélica Gorodischer, luciendo su apellido de casada en lugar del de alumbrada. «Mis amigas feministas me suelen preguntar por qué decidí utilizar el nombre de mi marido. Y les respondo que 1- Me gusta más Gorodischer que Arcal. 2- Mi madre firmaba como Angélica de Arcal, y si yo hubiera utilizado el apellido de mi padre habría tenido que dedicarme a explicar que no soy mi madre. Y 3- Por último, pero no menos importante, no existen los apellidos femeninos porque todos son apellidos masculinos […] A la gente se la denomina por el nombre del padre, algo que si te paras a pensarlo es bastante debatible. Lo único cierto y probado es que una es hija de su madre. Y en el caso del padre… bueno, él es el padre porque la madre lo dice. Yo soy libre de elegir y elijo usar el nombre de mi marido, hemos estado casados cincuenta años».

En un momento dado, Gorodischer descubrió la ciencia ficción y decidió que le apetecía transitar por aquellos mundos, «Eso era lo que yo quería hacer […] Mis libros no son todos de ciencia ficción, pero es un género que deja una huella muy profunda en los escritores». Como devoradora confesa de libros, era consciente de que aquel género también marcaba mucho a los lectores, y por eso mismo a la escritora no le desagradaba el hecho de que gran parte del público la recordase como una autora de ci-fi. En realidad, la producción de la escritora estaba compuesta por obras de todo tipo de temáticas, textos muy variados e independientes que navegaban del relato detectivesco al histórico, pasando por la fantasía o el thriller. Y en el fondo, ni siquiera la propia Gorodischer creía demasiado en las categorías, aunque consintiera su existencia: «Los géneros y la teoría no importan absolutamente nada. Tampoco creo que existan géneros más importantes que otros. Escriba una lo que escriba, si es bueno, es género mayor. Y si es malo, es menor. Una tragedia en cinco actos y en alejandrinos heroicos puede ser una porquería. Y un simple cuento policial puede ser genial si alcanza a irritarnos, a tocar la punta de algún nervio adormecido». Con los años, Gorodischer se alzaría como una de las plumas más importantes de la literatura iberoamericana.

A la hora de hablar de influencias y creadores favoritos, la escritora solía mencionar su adoración por Jorge Luis Borges Borges siempre»), Italo Calvino, Virginia Woolf y Franz Kafka. Y también confesaba ser consciente de que, gracias a las lecturas que el escritor acumula en la mochila, el acto de narrar nunca suponía una empresa solitaria: «Uno no escribe solo. Uno escribe en compañía de todo lo que ha leído […] Cuando escribía Prodigios, Natalia Ginzburg estaba mirando por encima de mi hombro, estoy segura de ello. Ese texto me dio muchos problemas y creo que no lo habría terminado si ella no hubiese estado conmigo».

Como era de esperar por parte de alguien que se abalanzó sobre los libros cuando tan solo sumaba cinco primaveras, la lista de referentes no se limitaba únicamente a aquellos cinco nombres. Porque Gorodischer también ha confesado sentir devoción por los trabajos de Clarice Lispector, Honoré de Balzac, Alejo Carpentier, Grace Paley, Armonía Somers, Juan Rulfo, Mercé Rodoreda, Marcel Proust, Ana María Shua, Alicia Steimberg, divulgadores como Juan Martín Maldacena o los cómics de Flash Gordon entre muchas, muchísimas, otras firmas y páginas que le habían proporcionado alegrías o musas diversas. Curiosamente, consideraba muy alejados de su mundo aquellos textos con la rúbrica de gente como Gabriel García Márquez, Isabel Allende o Mario Vargas Llosa, autores que no respetaba en absoluto y por los que mostraba desagrado sin ponerse colorada.

A principios de los ochenta, aquella autora virtuosa que comenzó a escribir en el peor momento posible publicó el que está considerado como uno de sus libros más brillantes: Kalpa imperial.

Historia de un imperio

Kalpa imperial nació de la idea de escribir el equivalente occidental de Las mil y una noches, un objetivo que la propia Gorodischer reconocía excesivamente pretencioso por su parte. La redacción del texto, como ella misma defendía, nunca supuso una tarea solitaria, sino una labor en compañía de aquellos a quienes la mujer había leído. Y más concretamente, acompañada de dos ilustres literatos con muy buenos modales: «Cuando redactaba Kalpa, Calvino y Borges fueron los que me contemplaron al escribir. Y sospecho que sacudían sus cabezas porque no les gustaba lo que estaba haciendo. Pero aun así, como buenos caballeros, me apoyaron en todo momento». Visto el resultado, no sería errado suponer que quizás dichas versiones imaginadas de Calvino y Borges no andaban muy finas durante esos días, porque Kalpa imperial constituye una pequeña joya literaria. Una obra que, tras recibir alabanzas entre los hispanoparlantes, tardaría veinte años en editarse en lengua inglesa, pero que al menos lo haría de la manera más prestigiosa posible: mediante una traducción realizada personalmente por la reina de la ciencia ficción, Ursula K. Le Guin, amiga y admiradora de Gorodischer desde 1988.

Gorodischer
Ursula K. Le Guin. Imagen: CC.

En su tierra natal, Kalpa imperial se publicó inicialmente en dos volúmenes por asuntos tan argentinos como la escasez de plata y los recortes de presupuestos. Pero siempre fue entendido por su creadora como un único tomo, cuyas páginas recopilan once relatos sobre el Imperio Más Vasto que Nunca Existió. Un reino que ha sido erigido, destruido, reconstruido, asaltado, demolido y refundado infinidad de veces. Un mundo que nace, muere y se transforma continuamente, mientras los siglos avanzan y las diferentes dinastías de emperadores y emperatrices ocupan, usurpan o ceden su puesto en el trono. Un territorio, dividido en un norte montañoso y un sur selvático, en cuyo interior suceden (o ya han sucedido) miles de aventuras. Un Imperio colosal nacido en la imaginación de aquella persona que empezó a escribir en el peor momento posible y acabó alumbrando uno de los mejores libros de ficción.

A lo largo de once cuentos, Kalpa imperial conduce al lector a través de todo tipo de historias. El relato de un joven indígena desobediente y temerario capaz de levantar un imperio a partir de las ruinas de otro, y de hacer esperar a la muerte al ensimismarse tocando la flauta («Retrato del Emperador»). Los encuentros furtivos de un príncipe de los hurones con dos extraños individuos que parecen conocer los oscuros secretos de palacio («El fin de una dinastía o Historia natural de los hurones»). Los devenires de un rey hueco en cuyas entrañas vacías creció un tumor hasta ahogarlo, de un aspirante a regicida transformado en profeta y de una urbe que se expande de manera desmesurada cuando las aguas termales brotan desde sus profundidades («Acerca de ciudades que crecen descontroladamente»). La existencia de una tienda repleta de animales fantásticos en la que se presenta un hombre portando la criatura más inusual posible: un niño capaz de bailar («Primeras armas»). Las aventuras de un fugitivo que al adentrarse en la jungla salvaje del sur se convierte en leyenda («Así es el sur»). O el brillante episodio «Sitio, batalla y victoria de Selimmagud», en donde Gorodischer tan solo necesita un ladrón, un general hermafrodita vicioso, dos ejércitos y ocho páginas para ensamblar una de las victorias bélicas más sensacionales, e insólitas, de la literatura caballeresca.      

La edición de Minotauro de Kalpa imperial incluye un breve prólogo, que en realidad es una transcripción de un pequeño documental en primera persona sobre la creadora, donde la mujer aclara la verdadera naturaleza de su oficio: «Angélica Gorodischer, narradora. Yo me presento así, como dice el tango. Yo escribo, escribo narrativa. Tal como me propuse cuando era chica, escribo cosas maravillosas para contarle a la gente. He venido al mundo a escribir […] Yo ni soy doctora, ni licenciada, ni profesora, ni docente… No soy nada. Soy narradora. Cuando escribo un currículum pongo eso: Angélica Gorodischer, narradora».

Diez de los once pasajes que componen Kalpa imperial comienzan con una frase que incluye las palabras «dijo el narrador». Porque diez de sus once episodios son relatados a través de la voz de un cronista que a veces se muestra conciso, a veces divaga y otras tantas interrumpe el discurso para deslizar sus propias opiniones. En cambio, el undécimo cuento («La vieja ruta del incienso») no está presentado por un narrador porque ya contiene entre sus personajes principales a uno de ellos. A un hombre cuyos relatos incluyen un punto de humor descacharrante, que sirve para conectar el universo de la escritora con nuestro mundo, en los curiosos nombres pop que poseen los protagonistas de sus  historias.  

A la hora de juzgar su propia criatura, Gorodischer mostraba una humilde cautela: «No sé si el libro es bueno o malo, eso es algo que no puedo juzgar, pero creo que tiene un lenguaje rico y que posee muchos conceptos que se entrelazan entre sí. Eso fue lo que salió, algo que me fue tentando más a medida que escribía cada historia. Un amigo mío crítico dice que el texto es “Un manual para el buen gobernante”. Me gusta eso». Probablemente Kalpa imperial sea algo mucho más que eso: un manual para aquellos que necesiten ser instruidos a la hora de gobernar un reino, pero también para todos los que tengan intención de convertirse en buenos narradores de historias.

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3 Comments

  1. Roberto

    Me gustó mucho Kalpa Imperial, pero más todavía Trafalgar. En esos cuentos hay un vendedor viajero en muchos mundos que cuenta sus viajes en un café argentino. Aparte de ser cuentos buenísimos están contados en un rioplatense oral perfecto.

    La re-recomiendo.

  2. Zur En Arrh

    Vanpiro esiten, pero el onceavo cuento no.

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