Cine y TV

‘El hombre que cayó a la Tierra’: per ardua ad astra

El hombre que cayó a la Tierra. Imagen Columbia Pictures.
El hombre que cayó a la Tierra. Imagen: Columbia Pictures.

Por mucho que El hombre que cayó a la Tierra esté basada en la novela del mismo nombre escrita en 1963 por Walter Tevis, es la electrizante presencia del músico David Bowie la que termina dando coherencia a todo el proyecto. No solo porque Bowie realiza una interpretación más que notable del extraño científico y hombre de negocios Thomas Jerome Newton, sino porque tanto la temática como la estética de la cinta de Nicolas Roeg ofrecen enormes conexiones con la imaginería del cantante británico.

El interés de Bowie por la ciencia ficción es patente desde sus inicios musicales. «Space Oddity» (1969) fue su primer éxito, y al poco grabaría canciones como «The Man Who Sold The World» (1970) o «Life On Mars?» (1971). En 1972, Bowie lanzó la que es considerada su obra maestra: The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars. Siendo un disco conceptual, en él se relata la historia de Ziggy Stardust, una suerte de mensajero del espacio que llega a la Tierra para avisar a la población de que, en cinco años, todo finalizará. Convertido en estrella del rock, Ziggy sucumbirá a todos los placeres terrenales, y por los excesos morirá a manos de sus propios seguidores. 

En El hombre que cayó a la Tierra un alienígena llega a nuestro planeta en busca de agua. Allí de donde viene, que nunca se nos revela, una enorme sequía ha hecho estragos. El alien cuenta con poder utilizar sus conocimientos científicos, muy superiores a los de los humanos, para construir un artefacto espacial con el que rescatar a su familia. Para ello, adopta una forma humana y, tras contactar con el mejor abogado de patentes del mundo, crea una compañía tecnológica a través de la cual fabricar el vehículo con el que volver a casa. 

Más allá del velado mensaje medioambiental que contiene la película, lo interesante es observar cómo el personaje de Bowie se enfrenta, al igual que su Ziggy Stardust, a la sustancia humana. Mientras su proyecto tecnológico toma forma, Newton vivirá una tórrida relación, bañada en sexo y ginebra, con una solitaria chica sureña que cae enamorada de su extravagante presencia. En paralelo, la empresa que funda se volverá tan omnipresente que sus competidores más ambiciosos, con tal de no perder su posición en el mercado, terminarán conspirando contra ella. Y no solo sus competidores: también el gobierno comenzará a hacer preguntas acerca de la identidad de su fundador. Newton aprenderá así, de primera mano, qué dos cosas son las que mueven el mundo en el que ha caído, en un retrato nada complaciente de nuestra esencia.

A pesar de contar con una factura típica del cine europeo de autor de entonces (el abuso del zoom o ese montaje tan sincopado; las muy explícitas escenas de sexo que muestran, sin tapujos, desnudos integrales), lo cierto es que El hombre que cayó a la Tierra es, por encima de todo, una película tremendamente pop. Y no solo por el hecho de contar en sus créditos con una estrella del rock (aunque, qué duda cabe, la androginia de Bowie es uno de los principales alicientes estéticos del personaje), sino por el uso referencial que se hace en ella de la cultura popular. Newton no solo se volverá adicto al sexo y al alcohol; la música y la televisión ejercerán en él la misma fascinación. Cuenta, por tanto, el filme con una banda sonora excepcional que combina canciones clásicas del jazz, del country y del rock, con un score más propiamente «espacial» compuesto, por extraño que parezca, por John Phillips, el que fuera líder del grupo The Mamas & The Papas.

Convertida en cinta de culto, El hombre que cayó a la Tierra no ha envejecido todo lo bien que se esperaba pero sigue presentando, a mi juicio, un misterio que la hace terriblemente sugerente. A diferencia de en la novela de Tevis, el origen del alien queda difuso en la película. La existencia de una serie de escenas, en las que Newton parece no solo capaz de ver el pasado sino de imaginar a su propia familia en la Tierra, bien podría estar indicándonos que la criatura no es que sea de otro planeta, sino que es el futuro de donde viene. De dar por buena esta lectura, el personaje de Ziggy Stardust cobraría más protagonismo si cabe porque, al final del filme, atrapado definitivamente en nuestro planeta, Newton se convierte, como el alter ego musical de Bowie, en músico. En un gesto desesperado, «el visitante» graba un disco con la esperanza de que algún día, en algún momento de la existencia, su abandonada esposa lo escuche. Nunca sabremos el mensaje que le envía, pero queda claro que, sea o no de otro planeta, solo la música perdurará: per ardua ad astra. 

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