Están los países fijados, sus interiores con legislación definida y en vigor, aunque a veces sufran una sacudida que dé al traste con su estabilidad. Y están las fronteras, los límites entre esos países, en donde todo adquiere una relativización producto de la cercanía con lo otro, de la hoja de papel con su envés, del espejo con su azogue. En la literatura, muchos de los experimentos más interesantes son los resultados de acercarse a esas líneas imaginarias, subrayadas a veces durante un tramo por un río, un accidente montañoso, una ensenada, y que muchas veces resultan indiscernibles campo a través. Sus autores, sobre el terreno, no se supeditan a lo que digan los mapas trazados por otros, y hacen permeables las divisiones, y cruzan de acá para allá, y de allá para acá. Inventan esas comarcas limítrofes y crean el ámbito de su propio país escribiendo su bandera, una bandera mestiza que lo mismo flamea sobre un género que sobre otro, movida por el asta agitadora de un viento que se despierta a sí mismo dirigiendo una orquesta de matices, tonos, virajes imprevistos.
Uno de estos libros, y uno de sus autores, son Un final para Benjamin Walter y Álex Chico (Plasencia 1980, pero residente en Barcelona). El libro, publicado en 2017 por la editorial Candaya, se trata de una narración con mucho de reflexiones y divagaciones sobre una estancia contada en primera persona en Portbou, la localidad fronteriza gerundense donde el filósofo y escritor judío Walter Benjamin murió tras pasar desde Francia camino a Portugal con otros fugitivos de la guerra en un año que solo da frío y terror al enunciarlo: 1940. Hay incógnitas sobre esa muerte, en teoría suicidio, y Chico las aprovecha para indagar y hacerse él mismo preguntas en un libro eminentemente peripatético, con paseos que recuerdan a los de W. G. Sebald y Robert Walser, ambos citados en la obra. No se lo nombra aquí, pero hay también algo coincidente con el Octavio Paz de El mono gramático, con ese asedio a un lugar (los templos de Galta, en la India) más una indagación que queda entre lo mítico, lo literario lo, filosófico, con una prosa de altísima calidad.
Portbou es un pueblo menguante ya sin el tráfico ferroviario que tuvo un día, y su enorme estación, la aduana, los búnkeres, las calles cargan con la sombra de lo que fueron, y también con los pasos de Benjamin. Y allí el autor, otro flâneur, camina, interroga, explora, descifra. No hay ninguna revelación trascendente sobre el protagonista, ese fantasma que acarreaba una maleta misteriosa, pero lo importante como en tantas ocasiones no es la solución sino el planteamiento del problema. En la nota final, Chico llama a su libro «novela de ensayo ficción». A falta de otra mejor, nos quedamos con su etiqueta que, como otras cuando nos ponemos las prendas a las que van cosidas, lo mejor sea quizá cortar y desprender, olvidándose de ellas.
Hay si acaso un momento en el que decae la atención, o se dirige hacia otro lado, cuando se nos cuenta la vida errante, que se puede seguir por sus cuadernos con anotaciones y dibujos, de la mujer que le alquila una habitación, la uruguaya Sílvia Monferrer, ignoro si real o ficticia. Está bien asistir a los vagabundeos de esta, a su vida de clochard y a su internamiento en un sanatorio, a vislumbres de su obra gráfica, pero tal vez estos capítulos hubiesen requerido un engarce más perceptible con las vicisitudes de Walter Benjamin o con su lección.
Pero Un final para Benjamin Walter (nótese la alteración del orden de nombre y apellido, convenientemente explicada en la «novela») también se fija en una exposición de Alberto García-Alix, un pasaje escultórico de Dani Karavan que es memorial de Walter Benjamin, y hasta en una embarcación que pudo haber sido de John Wayne, lo que da pie a una de las preocupaciones esenciales de Chico: el diálogo entre la verdad y la verosimilitud. También toca las dicotomías célebres/anónimos o novelista/narrador.
Hay algo de biográfico en El final de Benjamin Walter, pero conviene tener presente lo que su autor escribe ya hacia el final del libro: «Puede que elaborar una biografía sea una tarea condenada al fracaso. Es imposible captar todos los detalles, reunir cada pieza sin que alguna de ellas no se nos escape por algún lado. No obstante, creo que detrás de esa lectura se esconde algo erróneo, como si hubiéramos dirigido mal nuestro foco. Porque en realidad una biografía no es más que un retrato del biógrafo, un itinerario de su propia vida a través de la vida de otra persona».
Walter Benjamin fue autor de un notable ensayo sobre Baudelaire, el gran maestro del poema en prosa. Álex Chico, buen poeta, consigue en este libro galvanizar el pensamiento haciendo que este discurra a menudo como un extenso poema en prosa dividido en secciones o capítulos de pocas páginas o hasta de una sola. No porque busque un lirismo trasnochado o porque descanse en el prestigio de ciertas palabras, sino porque tiene un alto sentido moral como Cernuda y porque sus asuntos son la desaparición y la memoria. Sus libros de prosa ya han incursionado en esta literatura limítrofe: Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (2016) y, antes, el «ensayo ficción» Un hombre espera (2105), que gira, no sobre Portbou y Benjamin, sino sobre el barrio parisino de Montparnasse y José Antonio Gabriel y Galán.
Pero Walter Benjamin fue también autor de muy citadas páginas sobre la traducción: «La tarea del traductor» (1923), precisamente surgido como prólogo a su traslado al alemán de las Tableaux parisiens de Baudelaire. Digo citadas porque lo son más que leídas. Junto con otros breves textos suyos sobre lo mismo se acaban de reeditar en traducción de Fruela Fernández y con amplias glosas de Esperança Bielsa y Antonio Aguilera en Benjamin y la traducción (Ediciones del Subsuelo, 2024). Viene con un sesgo más filosófico que traductológico (y cuando se acerca a esto último se decanta más por lo sociológico). El mayor mérito es volver a poner a disposición de los lectores las teorías que emitió al respecto el escritor, demasiado dependientes para un gentil de la teología hebraica, que lo impregna todo de cabalística y misticismo judío.
Vicente Valero también escribió sobre Benjamin, sobre sus dos viajes baleares entre 1932 y 1933, en Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza (Periférica, 2017). Valero publicó su libro el mismo año que Chico el suyo, y en él reconstruyó minuciosamente ambas estancias del berlinés, recién divorciado y en la ruina, ya con propensión al suicidio, que tuvo que sobrevivir con un módico presupuesto diario en una isla a la que no había tocado el progreso, llena de incomodidades pero también genuinamente tradicional y con gran atractivo para alguien que quería poner distancia con su país, en pleno ascenso del nazismo. «Fue de este modo, pues, como la isla de Ibiza se le reveló desde el primer momento, sobre todo, como un lugar donde la Antigüedad podía ser contemplada aún como un objeto animado y no como un montón de ruinas», observa Valero.
La muerte por suicidio de Benjamin, al no poder continuar viaje por España hacia Portugal debido a un problema con su visado y no querer caer en manos de nazis o colaboracionistas, es más explicable que la de Stefan Zweig, que se quitó la vida con su mujer cuando ya se hallaba fuera del alcance de sus perseguidores. Y ha protagonizado diversas obras, demás de las ya citadas, hasta el punto de que se puede hablar de una pequeña pero insistente benjamanía. El colombiano asentado en Barcelona Ricardo Cano Gaviria le dedicó El pasajero Benjamin (Pamiela, 1989, luego varias veces reeditada). Por su parte, Carlos Taibo publicó Walter Benjamin. La vida que se cierra (Catarata, 2015).
La bibliografía sobre Walter Benjamin en otras lenguas es copiosa. En francés destaca la extensa novela de Aurélien Bellanger Le vingtième siècle (Gallimard, 2023), que presenta un popurrí de textos como cartas, ensayos, correos electrónicos y páginas de diarios del que emerge la vida del pensador en correspondencia con su Libro de los pasajes, donde la línea recta se elude y se favorece el rodeo, el atajo, la divagación, lo fragmentario. En inglés está la curiosidad de una obra de teatro, Benjamin, escrita por John Schad y Fred Dalmasso (autores de una pieza similar sobre Derrida, también publicada en 2021).
El canadiense argentino de origen judío que tuvo biblioteca de 35 000 volúmenes en Francia y ahora la tiene en Lisboa, la Lisboa a la que no pudo llegar Walter Benjamin, es por su parte autor de Mientras embalo mi biblioteca: un elegía y diez digresiones. El título es un homenaje a Benjamin y su «Mientras desembalo mi biblioteca: una charla sobre la colección de libros», de 1931, justo antes de viajar a Ibiza (hay traducción de título aproximado en 2015 publicada por José J. de Olañeta, editor, en la vecina Mallorca). Los libros son cajas chinas que unas encierran otras. Como se ve, en la caja Walter Benjamin caben muchos otros libros, mucha otra vida.
Recomiendo un libro ilustrado «La muerte de Walter Benjamin y la jaula de Ezra Pound» de Frédéric Pajak. Intercala textos y contrapone los últimos meses de ambos escritores. Los dibujos que lo ilustran son magníficos. Tiene el autor otros libros con el mismo estilo y técnica, como «La inmensa soledad «, con Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese huérfanos bajo del cielo de Turín .
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