El estreno en cines del film alemán Stella. Víctima y culpable, premio del público a la mejor película en la sección Panorama del reciente Festival de Málaga, supone el retrato en la gran pantalla de una de las figuras más polémicas y cuestionables que habitaron el escenario de la Segunda Guerra Mundial: Stella Ingrid Goldschlag. Una mujer que, durante el régimen nazi, trabajó a las órdenes de la Gestapo, rastreando las calles de Berlín y dando caza a aquellos judíos que se ocultaban entre la sociedad alemana para evitar la deportación a campos de concentración. Lo verdaderamente inusual en el caso de Stella es que, como su propio apellido delataba, ella misma era judía. Una traidora de su propio pueblo, alguien que pasó de ser perseguida a convertirse en verdugo. La antítesis histórica de Oskar Schindler.
El propio director de la película, Kilian Riedhof, reconocía haberse sorprendido al descubrir, veinte años atrás, la historia de Stella: ojeando un periódico se tropezó con la foto de una mujer de aspecto «muy contemporáneo y con una actitud muy viva». Una primera impresión que no tardó en estrellarse de frente contra la historia que ocultaba aquella dama. La de una colaboracionista de los nazis, un agente delator capaz de traicionar a amigos y conocidos. Una de las biografías más truculentas dentro del periodo más oscuro de Alemania.
Por su propia naturaleza de personaje polémico, la vida de Stella apenas ha sido tratada en el mundo del cine. Tan solo la película El buen alemán de Steven Soderbergh, basada en la novela homónima de Joseph Kanon, contenía a un personaje, Lena Brandt (Cate Blanchett), que estaba parcialmente inspirado en la figura de Stella Goldschlag. Y como confesaba el propio Riedhof, ni siquiera hoy en día ha resultado sencillo levantar un largometraje centrado en la mujer, porque la mayoría de productores alemanes que tanteó el cineasta durante años rechazaron tajantemente financiar una cinta con un trasfondo tan controvertido. Hasta ahora, y gracias a la ayuda de lo que el director describe como «un productor loco», nadie parecía atreverse a aventurarse en esta empresa.
Pero antes de asomarnos a la gran pantalla, convendría echar un vistazo a los libros de historia.
Stella
El periodista judío Peter H. Wyden, un antiguo compañero de estudios de Goldschlag, definía en las páginas de la biografía Stella a la protagonista del aquel tomo como «la Marilyn Monroe de la escuela: alta, delgada, de piernas largas, vivaracha, con ojos azul claro y unos dientes que parecían salidos de un anuncio, piel pálida y satinada… una obra maestra, intocable». Una figura carismática que, como es posible intuir por los cumplidos de Wyden, resultaba muy atractiva para los varones de la época. Una mujer que además poseía una apariencia física, cabello rubio y ojos azules, que le permitía pasar por aria entre la sociedad alemana, donde imperaba la idea de que los genes judíos no podían poseer esos rasgos.
Stella nació el diez de julio de 1922 en el extremo oeste de Berlín, siendo la hija única del matrimonio judío formado por el compositor, director de orquesta y periodista Gerhard Goldschlag y la cantante Tony Lemer. Y se crió como la niña mimada y sobreprotegida de sus padres, una familia que acostumbraba a celebrar las festividades judías, pero que también se encontraba completamente integrada en la vida social y cultural de Alemania. El propio Gerhard había batallado durante la guerra formando filas en el Ejército imperial alemán, e incluso se consideraba a sí mismo un prusiano. Stella creció en la extraña época del Berlín post guerra mundial. Unos años donde las familias judías residentes en Alemania se esforzaban por demostrar lealtad a un país en cuyo interior estaba enquistándose y expandiéndose un profundo sentimiento antisemita.
Los Goldschlag conformaban una familia de clase media, con recursos pero sin la fortuna que lograron amasar otros judíos con mejor suerte a la hora de emprender negocios en la urbe. Las cosas comenzaron a torcerse para ellos en 1935, cuando las raíces genealógicas de Gerhard provocaron que perdiera su trabajo en la oficina berlinesa de los noticieros Gaumont. Aquel despido fue consecuencia directa de la Ley para la restauración de la función pública (Gesetz zur wiederherstellung des berufsbeamtentums), una normativa establecida un par de años antes cuyo objetivo era privar a los judíos de cualquier puesto importante o influyente. Gerhard trató de reencauzar su carrera ejerciendo como compositor musical, pero su linaje continuó impidiéndole llegar lejos en el oficio. Y también le forzó a trabajar en el terreno de la música judía, cuando el hombre en realidad lo que sentía era devoción por las partituras alemanas.
De manera paralela, su hija también sufrió la marginación antisemita del Nuevo Orden: fue expulsada del colegio cuando las leyes nazis prohibieron el acceso a la enseñanza pública para todo el alumnado que no fuese impecablemente ario y puro. Stella acabó ingresando en una escuela integrada exclusivamente por estudiantes judíos, el centro Goldschmidt en el suburbio berlinés de Grünewald, o las aulas en las que coincidió con Wyden, aquel hombre que años más tarde redactaría su biografía. La chica fue capaz de completar los estudios en el lugar gracias a una beca, concedida para mitigar los apuros económicos que sufrían sus progenitores desde que el cabeza de familia había perdido su trabajo. En noviembre de 1938, durante la trágica Noche de los cristales rotos, Stella comenzó a ser consciente de que algo horrible se estaba poniendo en marcha cuando descubrió a su padre ocultándose de unas tropas de asalto de la SA que, con total impunidad, habían salido a las calles para dedicarse a atrapar y linchar judíos. Tras aquel suceso, la familia decidió escapar al extranjero, pero la mayoría de los países, a pesar de condenar las actitud del gobierno alemán, habían establecido unas férreas cuotas de inmigración.Y los Goldschlag no disponían ni de contactos ni de dinero para hacerse con visados que les permitieran la huida. Otras proles más pudientes, como fue el caso del entorno de Peter H. Wyden, lograron escapar del lugar tirando de billetes e influencias.
Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, Stella, una mujer judía que sentía alemana, trató de continuar con su vida al margen del conflicto, dedicándose a planear su futuro y divertirse. Asistió a la escuela de arte Feige-Strassburger, estudiando el oficio de diseñadora de moda, posando desnuda como modelo, y dedicando su tiempo libre a cantar en una banda de jazz judía. Y soñando con una vida de focos y glamour en Broadway. En septiembre de 1941, las infames leyes nazis obligaron a todos los judíos a portar un parche amarillo con la estrella de David durante sus apariciones públicas, y también los sometieron a ejercer como mano de obra para la industria bélica. Stella logró eludir las labores forzadas durante dos años gracias a sus quehaceres académicos, pero finalmente acabó trabajando para los nazis en fábricas de motores eléctricos y municiones. Entretanto, durante su vida social alejada de la esclavista cadena de producción, su aspecto físico le permitió caminar por las calles de la ciudad haciéndose pasar por aria, y sin portar la etiqueta delatora en forma de estrella amarilla. En octubre de 1941, Stella se desposó con su novio, Manfred Kübler.
Los años posteriores son los que el film de Riedhof retrata con más detalle. Durante ellos, Stella Goldschlag observó cómo las redadas de las autoridades deportaban a los judíos en masa hacía los campos de exterminio. Vivió oculta y se relacionó con personajes que sobrevivían falsificando documentación para otros furtivos. Pero también fue apresada y logró fugarse en numerosas ocasiones, sufrió torturas brutales y, tras descubrir que había judíos trabajando para los nazis, aceptó colaborar con la Gestapo delatando a los suyos, a cambio de evitar el traslado de sus padres a Auschwitz. La historia de Stella es la historia de cómo la guerra creó un monstruo, o la de cómo brotó el monstruo que habitaba en el interior de una persona, según se interprete.
En el Berlín de la época, millares de judíos vivían ilegalmente entre las sombras. Se trataba de personas que fueron apodadas por los alemanes como «submarinos» («Unterseeboot»), por su habilidad para permanecer ocultas bajo la sociedad, entre la vida cotidiana de la metrópolis. No existe un consenso exacto sobre el número de aquellos clandestinos que Stella traicionó o entregó a los nazis, pero se estima que la cifra podría estar comprendida entre las seiscientas y las tres mil personas.
Stella
Stella. Víctima y culpable, nació con un ojo puesto en la meticulosa y detallada biografía escrita por Peter Wyden sobre su antigua compañera de escuela. Pero también se documentó a partir de los informes de un par de los juicios que sentarían a Stella en el taburete de los acusados: un proceso realizado por el tribunal militar soviético en 1946 y otro organizado por el tribunal regional de Moabit en 1957. Documentos que, al recoger el testimonio de los traicionados por Stella, se utilizaron para redondear el relato.
La película arranca con Stella (Paula Beer) ante el espejo, tanteando su vestuario, pintando sus labios y besando su reflejo. Para, a continuación, dar paso a unos títulos de crédito revestidos de espejos al estilo Broadway, y desembocar en el vibrante ensayo de un número musical encabezado por la protagonista junto a su banda de jazz. Como inicio, es una jugarreta curiosa, que contrasta con la gravedad de lo que está a punto de ser narrada. A partir de aquí, la cinta encadena en pantalla los eventos que condujeron a la mujer a convertirse en una enemiga para su propia gente. A convertirse lo que los judíos que habitaban aquel Berlín subterráneo bautizaron como «el veneno rubio».
Las intenciones de Riedhof son evidentes. Por una parte, intenta trasladar al espectador la contradicción que él mismo experimentó tras sentirse atraído por la foto de aquella mujer y descubrir lo espantoso de su historia. Una sensación que a la película le resulta sencillo evocar gracias a la propia naturaleza de la protagonista, esa «Marilyn Monroe de la escuela» con alma de estrella de Broadway que traicionó a los suyos. Por otro lado, Stella también pretende establecer cierta («mínima», según el director) empatía por la protagonista y las justificaciones detrás de sus actos, algo que le resulta más complicado. Porque la cinta no se corta nada al mostrar las brutales palizas sufridas por Stella al ser atrapada e interrogada, y también deja claro que fue conducida a un callejón sin salida ante la amenaza de la deportación de su familia si se negaba a colaborar. Pero incluso así no resulta fácil empatizar con alguien que, a la larga, llevó la falta de escrúpulos más allá de la mera supervivencia, condenando a cientos, o probablemente miles, de personas.
En la puesta en escena, Stella resulta interesante por lo poco común de abordar el período bélico de la Segunda Guerra Mundial alejándose de las trincheras para centrarse en la vida cotidiana de Berlín. Una metrópolis tranquila en apariencia por cuyas aceras paseaban uniformes del ejército alemán y cuyas esquinas eran vigiladas por los ojos de la Gestapo. Riedhof expone la historia de manera pragmática y meticulosa en lo estético, aunque se permite introducir recursos insólitos para un film histórico de este tipo, como el uso de unos zooms que parecen heredados del pasado televisivo del realizador.
Stella supone una película de corte convencional a la que le pesa su propia estructura, difuminada en la narrativa y amiga de las elipsis inoportunas, pero con un par de virtudes que logran hacerla llamativa: lo truculento de la persona real sobre la que se construye y, sobre todo, la interpretación de Beer (a quien ya conocíamos de cintas como Frantz, Ondina. Un amor para siempre o La sombra del pasado), una mujer capaz de ser un ciclón en la pantalla. O probablemente una de las pocas actrices que podrían atreverse a encarar un papel tan complejo, aquel que hasta ahora nadie se había atrevido a llevar al cine.
STELLA. VÍCTIMA Y VERDUGO
La película está muy bien. Tratando de ser histórica pica la curiosidad del espectador en qué hay de real y cuánto de ficción ¿La coacción elimina o reduce la responsabilidad? El guion prepara la información a borbotones para que el espectador se sienta acogotado, sin sosiego. Apenas cabe la dualidad moral y las lucubraciones sobran; es tiempo de guerra.
Se cuenta la verdadera (¿?) historia de la judía Stella Goldschalag. Para evitar su propia muerte y la de sus padres se vio obligada a entregar a la Gestapo nombres y direcciones de judíos conocidos. Teniendo en cuenta el hecho histórico y la actual situación bélica que salpica nuestros noticieros, la película está muy bien contada. Se dan un antes y un durante en la narración de la historia que puede resultar reiterativos, pero precisamente en el vivir y en el sobrevivir en circunstancias contrapuestas se quieren mostrar tanto la ilusión como la crudeza de la realidad.
Esta película “STELLA…” no deja de ser una aplicación metafórica del hombre y su entorno –circunstancias y condicionamientos de su conducta-. ¿Quién puede hoy dictar la normalidad y la ética? ¿Cómo se dan normas de derecho positivo en un país cuando ni se vislumbran en el país de al lado?
Puede resultar cansino en su metraje a pesar del control de planos, sonido, música y montaje complejo. La música de los años 30 y 40 agrada. La incomodidad y el desasosiego te harán reflexionar.
VÏCTIMA Y CULPABLE. STELLA
Basada en un libro de la propia Stella Goldschlag cuyo contenido fue controvertido a nivel internacional. Nazis y judíos trataron de arrimar el ascua a su sardina. Ajustado a la realidad o exagerado, Kilian Riedhof, el director, adapta el libro, parece ser que lo más objetivamente posible. Para unos, Stella culpable; para otros, Stella víctima; Stella inocente, Stella verdugo para unos u otros. Quedan los recuerdos: los documentos, las memorias con intención…Entre las víctimas, unos resultaron beneficiados y otros perjudicados. Nazis, judíos, neutrales, los distintos países europeos afectados, los historiadores; la novela con sus nombres y apellidos; la realidad con sus lecciones para la Historia de la humanidad. Eran… fueron otros tiempos.
Exageraciones, publicidad estratégica. Propaganda. Creación de nuevos mimbres para el cesto que contiene esta nueva sociedad que tampoco nos gusta. Como siempre, en la relatividad existente, todo depende del color del cristal con que se mira. Los acontecimientos de la Gran Guerra siempre producen recelo en el espectador. Se americanizaron demasiado.
STELLA es un producto que parece necesitar una revisión de montaje. Es difícil hacerse con los personajes. El ritmo agobiante y la oscuridad de los planos aturde, los ruidos y la música atosigan. La interpretación de la protagonista es encomiable aunque puede resultar cansina y parecer monocorde. En el fondo, y en el principio, el arte de la supervivencia. La ética y la moral en otro foro.