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Librerías con encanto: Helena de Buenos Aires

Librerías con encanto: Helena de Buenos Aires

Estaba comenzando un febrero demasiado caluroso en Argentina pero el tufo y la humedad no fueron lo peor. Lo peor fue esa lluvia inédita y feroz que en un par de horas dejó la ciudad de Buenos Aires bajo el agua que, así como llegó, se fue. O pareció irse. Al día siguiente de la lluvia llegamos al corazón del microcentro porteño para hablar con Elena Padin Olinik (San Miguel, 1964), dueña y santa patrona de la librería anticuaria Helena de Buenos Aires, un lugar con gatos, mística, pasión y una campanita en el frente para llamar. Es fácil entrar, lo difícil es irse. Porque esta no es una librería como las otras: Elena y Helena, las dos de Buenos Aires, se han mimetizado en una sola. Imposible diferenciarlas.

Elena estuvo la mañana entera sacando agua del sótano, recuerda una inundación de hace años y no puede sino preocuparse por los libros, sus libros, y sin embargo no quiere que la entrevista vaya por ese lado: «No me gusta hablar de cosas tristes». 

Bajamos las escaleras. Cientos y miles de libros en los estantes, restos de agua en el piso, unos baldes, bolsas con absorbente, el extractor de aire encendido y una mujer trabajando para preservar su tesoro. Esto también hay que contarlo.

Para mí es desgarrador. Vamos a ver qué voy a hacer. Ayer habremos sacado unos ciento cincuenta baldes de agua. A las tres de la tarde llega una clienta mía, toca la campana y me dice «Elena, ya vi tus zapatos adelante y me imagino que tenés inundado el sótano, dejame pasar», se arremangó los pantalones y se puso a cargar baldes conmigo hasta las ocho de la noche. Esas cosas pasan, porque mi librería es un lugar de encuentro, donde los clientes son más que eso. Acá tengo estas bolsas con un polvo absorbente que me trajo un cliente ingeniero, divino, porque hay que saber que los libros se infectan de hongos con la humedad y este es un grave problema. Porque vos me decís «Bueno, Elenita, cuando termines de sacar el agua se resuelve». ¡No! Yo acá tenía humedad controlada, cuando reconstruí el sótano, lo blindé. Lo que estoy pisando son dos camiones de hormigón armado, hice cortar la calle Esmeralda, se montó un camión de esos gigantescos, pusieron una torre de veintipico de metros de altura, entraron un caño, lo metieron por la escalera y trabajaron veinte horas seguidas para meter todo ese hormigón armado. Se vació el sótano por completo, quiere decir todos los libros, todos los mapas, todos los archivos, todas las publicaciones periódicas, y todos los muebles se fueron a lo de un restaurador de madera. Para curar toda la madera hubo que hacerlo con frío, porque el aire caliente promueve la vida de los hongos y a posteriori ponerles aceite de lino y a posteriori no sé qué más. Imaginate que, hace ocho años, en el término de cincuenta días entró agua nueve veces y se arruinaron todas las patitas de los muebles y se cayeron como un efecto dominó ¡trrrrraaaac! Y yo soy una loca de la madera: el libro tiene que estar con la madera, porque es un material noble. En aquel momento perdí 1076 libros. Después de toda la angustia de esa gran inundación de hace ocho años, me dije «me voy a regalar unas bibliotecas que ruedan». Entonces mi sótano es el sótano envidiado por todos los libreros de la Argentina porque soy la única que tiene bibliotecas con ruedas como la Biblioteca Nacional o la Biblioteca del Congreso. Son cinco paredes así, que ruedan, pero ahora hay una trabada por el agua que volvió a entrar. Y todo esto que tiene que ver con una parte triste, no la contemos. 

Librerías con encanto: Helena de Buenos Aires

Pero esto forma parte de lo que es la librería y lo que sos vos como librera. Me gustaría contarlo porque aquí también está presente tu relación con los libros, esta pasión. 

Sí, claro. Las periodistas son ustedes, hagan la nota que quieran hacer. Posiblemente yo no sea la única apasionada haciendo lo que hago, pero la realidad es que lo que hago, lo hago con pasión, lo hago desde adentro; a mí me parece fantástico poder tener una vidriera y que la gente vea que hay libros a los que pueden acceder porque en la librería de nuevo ahora cualquier cosa cuesta 20000 pesos y uno puede comprar libros maravillosos acá por 3000 o por 2000 y hasta por menos. Uno puede tomar cultura a partir del libro físico, que ya tiene una historia porque es un libro que ya fue leído por otra persona o que fue comprado y guardado bien, preservado, y que ahora cincuenta o cien años después vuelve a otras manos que lo van a seguir amando. Todo esto tiene que ver con la pasión que a mí me mueve, así que sí: ustedes hagan lo que tienen que hacer. Ahora vamos arriba, podemos ir al salón o a mi escritorio, que está todo patas para arriba porque estoy siempre laburando, laburando, yo no paro. Por ahí están los gatos… Mi librería es un lugar de encuentro donde viene un cliente, viene un colega, nos sentamos y nos quedamos de charla hasta las doce de la noche y se prenden un habano, o la pipa y nos tomamos un whisky. Así que, si quieren whisky, tenemos.

Mejor no, por ahora. Hace calor y son las dos de la tarde. 

(Risas) Yo pienso: los placeres con los placeres. Para la tristeza, tenés que ir a la farmacia y comprarte un medicamento pero la librería es otra cosa, es sanación para el alma. No estoy atendiendo una farmacia, yo soy librera.

¿Cuánto tiempo hace?

Yo soy docente, daba clases y dejé de ejercer. Ahora estoy cumpliendo veintisiete años de librera. 

¿Siempre con Helena de Buenos Aires? 

Sí, pero la librería estuvo en otros lugares. Primero estuve en la galería de Florida y Córdoba y después estuve exactamente acá al lado, pared con pared, en Esmeralda 874 y después me mudé aquí que es 882, donde llevo once o doce años.

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Decías que dabas clases, ¿cómo llegaste a ser librera? 

Soy lectora de siempre. ¿Te acordás de las colchas Palette? Yo tenía una colcha Palette verde y dormía en la habitación con mi hermana que me decía «apagá la luz» y yo me tapaba y leía con la linterna. Tengo ese recuerdo, creo que tendría siete años. Eso es una cosa que uno la tiene adentro. El amor por los libros, con los años, se va haciendo todavía más intenso.

Pero no todo el mundo que ama los libros pone una librería y, menos, una librería como esta.

No. Soy la única mujer anticuaria. Es un ámbito todo de hombres y fui bastante mimada; yo enviudé de la persona que, por decirlo de alguna manera, me metió en el ámbito del libro antiguo porque él, para leer sobre lo que estudiaba, que era criollismo y gauchesca, tenía de proveedor de libros al librero Justin Piquemal Azemarou, un francés que había peleado en la Segunda Guerra Mundial. El francés le proveía libros y en un momento le dijo «decile por favor a Elenita si no me ayudaría porque ya estoy mayor» (Elena imita el acento francés). Y así empecé a trabajar, primero un par de veces por semana, después fui sumando días y a los nueve meses le dije «me voy a independizar pero no te voy a abandonar, me voy a conseguir el local de acá al lado». Y me instalé al lado del francés, yo soy su discípula. Y ahí estuve una cantidad de años juntando plata para salir a la calle, porque estaba en un subsuelo debajo del edificio Thompson que es el magnífico edificio inglés donde antes estaba la tienda Harrods. Ahí me conseguí un local y después lo investigué —esa es una maravilla de la tecnología, te metés en Internet y pim, pum, está todo digitalizado—, averigüé que ahí donde yo tenía la primera Helena de Buenos Aires había funcionado el hospital de muñecas de Harrods. ¿No es linda la historia? Y la librería del francés siguió y yo lo ayudaba a bajar cosas de los altillos o lo acompañaba a las compras de bibliotecas y lo ayudé hasta que, pobre, se puso muy enfermo. Fue mi maestro, soy su única discípula.

¿Qué aprendiste de él?

Primero, un gran amor por lo que uno hace. Amor al libro físico y a la historia que te cuenta un libro que ya estuvo en manos de otro y por ahí tiene una postal, una tarjeta, una nota, un apunte lateral, etcétera. Toda esta historia que cuenta un libro que ya fue tocado tiene algo fantástico y es muy movilizador. Entonces, ¿qué aprendí del francés? No eran épocas de Internet y él me decía «Elena, tienes que leer los catálogos», entonces me daba pilas así de catálogos para leer. (Elena va a otra habitación y vuelve con algunos catálogos). Este es francés, del año 1936, y uno ahí aprende el autor, el título, si el libro es raro, puede saber también la cantidad, el valor que tenía en ese momento, en algunos casos dice por ejemplo «libro rarísimo, libro curioso, libro que tiene un solo ejemplar en la Biblioteca de Múnich», etcétera. Entonces yo comía catálogos. El conocimiento es acumulativo, siempre es así, en todos los ámbitos. Como aprender a cocinar una salsa y sabés cuáles son los tres básicos y después lo que le vas agregando es todo conocimiento, capa sobre capa. Cómo se cataloga, qué es lo principal que hay que poner para la catalogación, cómo es la descripción de un ejemplar, si se pone o no se pone cómo está encuadernado, si está re encuadernado, si está bien hecho, si tuvo afectación de lepismas, de carcoma, de humedad, de fuego… Todo eso lo aprendés de haber tomado de primera agua el trabajo que hicieron otras personas que sabían lo que hacían y editaban un catálogo. Mirá este, qué genial, se llama Catálogo de libros antiguos raros y curiosos, editado en España en 1956 por Ediciones Iberoamericanas y este otro maravilloso que me regaló, posiblemente, el librero más sofisticado que tiene el mundo, Patrick Sourget. Es más que un catálogo, es un libro hermoso.

Librerías con encanto: Helena de Buenos Aires

Suena la campana y Elena va a atender a un cliente; es un joven que viene a retirar un libro que compró por Mercado Libre, una aplicación de compra y venta on line. Ella le cuenta la historia de la biblioteca personal de la que ese libro salió, se quedan conversando, él mira otros ejemplares, se demora, se asombra: 

—Pensé que esta era una librería como las otras. Así que si quiero conseguir cosas viejas y raras…

—Aquí— Elena no deja dudas, sabe que su librería no es una más. 

Antes de volver a la charla nos demoramos con los gatos, un clásico de la librería al que están acostumbrados sus habitués. Cuzco, Demetrio y Café pasean sobre los libros, descansan en una caja vacía, duermen con el sol que se filtra en la vidriera.

¿Por dónde iba? 

Hablábamos de los catálogos.

Yo sigo leyendo catálogos, como me enseñó el francés, porque es la manera en que te estás enterando sobre lo que está a la venta en Alemania, en Australia, en Madrid, en Nueva York o en Toronto.

Pero este catálogo de Patrick Sourget tiene libros de hasta medio millón de euros. ¿Hay mercado en Argentina para esto? Parece inaccesible. 

Claro. Posiblemente haya, certeramente hay un pequeño grupo que tiene una colección magnífica y que maneja números como estos… Patrick me regaló su catálogo, que vale como 400 dólares, es muy amable y tiene a su hija Camille que también tiene una librería, se la puso hace unos siete años. Mirá, los anticuarios tenemos algo muy difícil, casi todos los libreros a nivel mundial tienen alguien en la familia que va a heredar pero yo tengo una niña sola que estuvo cinco años en Australia, volvió hace dos meses y la vi tres días, no se dedica a esto y de muy pequeña me dijo «la librería me robó a mi madre». Yo la tengo muy clara, no tengo continuidad en la librería, así que estoy haciendo toda la evaluación de cómo voy a pilotear esto. Aparte me duele todo: la espalda, la rodilla, la cadera, el cuello, las manos, entonces estoy preparando a dos personas. Pero el coleccionista quiere ir con el librero y los anticuarios tenemos esto de diferente que no tiene el librero de librería de nuevo. Yo conozco a las personas, conozco su biblioteca, aunque no la conozca físicamente, tengo clientes habituales con los que tengo una cercanía diferente; se sientan, compartimos un whisky y sé lo que les está pasando. La conexión que hay en el anticuariato trasciende el comercio, en las librerías de cadena los empleados buscan el libro en la pantalla y te dicen en qué estantería está. Es una diferencia abismal. Por ejemplo, nosotros no estamos en la Feria del Libro grande que se hace todos los años en Buenos Aires, nosotros tenemos otra feria, de la que en 2024 vamos a hacer la número 17, es la Feria del libro antiguo de Buenos Aires. El libro nuevo es ciento por ciento otra cosa, más allá de que compartimos la misma cosa física que es el libro. 

¿Cómo están organizados los libros, cuál es el criterio?

El criterio es bastante personal en cada librería. El mío es temático. Tengo todos los temas, por ejemplo de magia ahora no tengo pero supe tener una sección de magia, supe tener una sección de quiromancia, una cosa loca. Tengo mapas, literatura nacional, internacional, alguna sección lorquiana y la cervantina, otra del Grupo Sur; están sectorizados criollismo, gauchesca, historia argentina del siglo XIX, del siglo XX, peronismo, radicalismo, rosismo, Buenos Aires, fotografía, manuscrito, erótica, Galicia, transportes, trenes… Tengo cerca de mí las cosas de algún valor porque las quiero tener a mano, por ejemplo acá tengo viajeros. 

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La librería está en el microcentro porteño, un lugar emblemático pero que ha vivido mejores tiempos. ¿Vienen turistas?

Sí, hay historias muy bonitas. El otro día vino un japonés con su mujer, gente joven, en sus cuarentas. Y entran por los gatos —mucha gente entra por los gatitos que a veces están en la vidriera, o les sacan fotos—, hablando un inglés un poco raro. Me hablan de los gatitos, preguntan si los pueden tocar y hacer fotos, yo les digo que saquen todas las fotos que quieran y que si las ponen en Instagram nos etiqueten, me viene bien que la librería se haga conocida. Entonces el señor ve un afiche de Picasso, pregunta qué más hay de Picasso y empieza «quiero, quiero, quiero, quiero». Hay de todo un poco, en los días de mucho calor los turistas brasileros vienen pensando que hay aire acondicionado y no hay, pero los turistas no suelen ser coleccionistas ni personas que van a movilizar ejemplares muy difíciles. Por ahí buscan cosas típicas de Buenos Aires, como Borges que es universal, o cosas de tango. Los españoles a veces buscan Lorca o cervantina, están buscando lo que les pertenece, y también alguna cosa que les remita a Buenos Aires pero que no sea muy pesado y quepa en la maleta (risas). 

Contame cómo es el proceso de compra de los libros. ¿La gente viene a ofrecerlos?

Con mucha frecuencia la gente viene a ofrecer. Yo nunca publiqué un aviso de compra de libros. El tema de estar a la calle es bueno; la persona que pasa, entra y dice «tengo una biblioteca que era de mi tía abuela, tenés que venir a verla». Me ha pasado muchas veces que venga un muchachito y diga «encontré esta tarjeta de la librería con tu nombre arriba del escritorio de mi padre».

Y entonces vas a ver.

Sí, claro. Voy a ver todas las bibliotecas porque no sabes en qué rincón encontrarás una cosa maravillosa. He trabajado caminando entre arañas, entre bichos y cucarachas de todos los tamaños. A mí no me preocupa nada, que se rompan las uñas, que se lastimen las manos, no me importa nada la mugre de los libros con las costras arriba de los cantos, dos centímetros de polvo de hace treinta años. No me importa porque encuentro libros, papeles, revistas, documentos. Por eso uno acumula tanto, porque vos comprás una biblioteca de quince mil volúmenes y en el primer año vendiste solo doscientos y lo demás se acopia, se acopia y se acopia. Es el problema de los que tenemos adicciones y yo soy adicta a esto. Y siempre aparecen bibliotecas para ir a ver. Hay algo que es un clásico: con el transcurso del tiempo y el cambio social habitacional, las casas se redujeron y el primer espacio que se pierde, a nivel arquitectura, es el espacio biblioteca, ese ámbito que no se comparte, ese espacio con buena luz donde vos te sentás para leer en cualquier momento del día, donde podés tener tu vaso de whisky… Cada vez hay menos. Y tiene que ver inicialmente con la reducción del espacio físico, lo que era la biblioteca se convierte en cuarto de niños o en cuarto de televisión o como se llama ahora playroom. Y ya no hay lugar para los libros. 

Librerías con encanto: Helena de Buenos Aires

Entonces vienen a parar a tu librería. Hablábamos antes del precio de los libros en general y de los antiguos en particular; son precios internacionales. ¿Es un problema vender en Argentina con el proceso inflacionario que viene desde hace años?

Los precios están apuntados en el margen superior derecho, de toda la vida, pero claramente yo no puedo estar pensando que lo que marqué hace seis o siete meses me sirve hoy. Tendría que ser socia de la compañía argentina de gomas de borrar (risas) y tener cuatro chicos trabajando día y noche todos los días, permanentemente borrando el margen superior derecho para poner precios nuevos, entonces en muchos casos pasa por el conocimiento que tenemos. Por ejemplo, sabemos que un Stevenson del año 60 puede venderse en más o menos 3 dólares, es decir, hoy vale poco más de 3000 pesos. Y hay que saber también que estos libros no han cambiado nunca porque tienen valor internacional, por ejemplo los viajeros; el viajero a la Antártida vale igual en Londres, en Nueva York y en Buenos Aires. Vale más o menos dependiendo de si tiene la firma del tipo o porque está fatigada la encuadernación, pero hay un precio más o menos acomodado en todos los que tenemos un ejemplar de este libro. Pero hay libros que no suben como el dólar, yo no puedo poner a Manuel Mujica Lainez con valor internacional porque, si yo lo pongo a 10 dólares, que hoy son 11000 pesos, no se lo vendo a nadie. No podés, porque no son libros que los podés vender en Madrid, por ejemplo. Entonces los precios pasan por el criterio de cada librero; Borges tiene valor internacional por la universalidad del tipo, por la magnificencia, también un viajero o un mapa… Un Ortelius vale 500 dólares, el más barato, no encontrás un Ortelius a 20 dólares, o sí si te vas al mercado de pulgas de París y hay doblado un papel en cuatro pliegos y no saben que lo tenían ahí.

Sos Elena pero la librería es Helena, con H. ¿Por qué? 

Porque me parece que es una letra que estaba depreciada, que me parece maravillosa y que también aduce a la historia griega. Soy sin H pero se la puse a la librería porque, aunque casi todas las librerías de anticuario a nivel mundial tienen el nombre o el apellido del librero, yo quería diferenciar lo que era la librería de la Elena persona. 

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3 Comentarios

  1. Elena: qué belleza cómo transmitis tu amor por los libros y las bibliotecas. Tu librería es de las imprescindibles. Más aún en tiempos donde la cultura es atacada por la ultraderecha. Larga vida a Helena y a Elena ♡

  2. Esa H, denota vida, amor, sueño…nunca será muda si en sus senos efervescentes lucen las señales de un manojo de escritos arropados por una romántica empedernida.
    Abrazos desde Cartagena, España.

  3. Javier Merás

    ¿Quién no se enamora de esa librera anticuaria, de su aura, de esa tipografía, de esos pajonales con flores silvestres en medio de la ciudad y de esa librería? Muchas felicidades a nuestra joya más preciada 💚 por este reconocimiento. Sos inspiración para muchos de nosotros. Y a veces lo mejor que nos pasó en el día-

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