La primera página de Laberintos muestra nueve viñetas, ocho de las cuales están cerradas con los clásicos márgenes de tinta negra. En cinco de ellas, la única imagen visible es un hilo rojo en tensión dividiendo el espacio acotado. Los paneles restantes muestran el torso de una niña ataviada con un jersey demasiado viejo y demasiado grande, el detalle de una larga manga de la prenda cubriendo los nudillos de la muchacha y unos agujeros deshilachados a la altura del hombro. En cambio, la única viñeta que carece de márgenes retrata a la pequeña de pie, a lo lejos y sin un rostro definido. Ataviada con un raído jersey del que nace un hilo de lana roja que se extiende por el suelo y escapa de la página gracias a la ausencia de límites dibujados. La chica parece el punto de partida, pero en realidad es otra cosa, se trata del destino. Ella es el centro del laberinto.
En 2018, el dibujante y guionista canadiense Jeff Lemire (ganador de un Eisner por Black Hammer y autor de Sweet Tooth o Essex County) andaba bastante quemado tras rematar una serie regular, Royal City, que le había resultado agotadora y exigente. Y decidió que su próximo proyecto sería algo más personal, una narración abordada con calma y por gusto. Inicialmente, concibió un tebeo que perseguiría la ruta de las aventuras superheroicas que había firmado previamente, pero la primera docena de páginas de aquella nueva empresa no llegó a convencerle del todo, conduciéndole a un callejón sin salida. Entretanto, comenzó a masticar otra idea que llevaba tiempo revoloteando por su cabeza: el relato de un padre en busca de una hija. A la altura de septiembre, Lemire recibió en su casa al guionista y dibujante norteamericano Matt Kindt para trabajar en una novela gráfica común que ambos, amigos y compañeros de profesión, llevaban tiempo moldeando. Y cuando Lemire le confesó a su colega las dudas que tenía con su proyecto personal, Kindt se mostró entusiasmado con la trama del hombre indagando el paradero de la niña, y le animó a centrarse en ella y olvidar todo lo demás. Azuzado por el consejo, el dibujante agarró un cuaderno y comenzó a rellenarlo con bocetos de barbas descuidadas, chiquillas de caras enmarañadas y laberintos tatuados sobre la piel.
Un hombre de gesto derrotado y aspecto desaliñado viaja en un vagón de metro, rodeado de decenas de personas. En sus pensamientos no para de darle vueltas a la imagen de un desgastado jersey que una vez fue suyo. Aquel que a su hija le gustaba vestir a pesar de los rotos y los descosidos. «¿Por qué coño recuerdo hasta el último hilo de ese jersey viejo y ya no recuerdo claramente su cara?», se lamenta al descubrir que el rostro de la niña resulta difuso en todos los recuerdos. El hombre se llama Will y la hija se llamaba Wendy. El primero camina por la vida hundido tras sufrir la pérdida, años atrás, de la segunda. Desde entonces, Will se ha dejado arrastrar por la inercia, por la rutina de su trabajo como supervisor de obras y por un confinamiento social autoimpuesto que lo ha convertido en un ser solitario. Su único asidero emocional son flecos en la memoria que evocan momentos con Wendy cuando ella aún vivía. Escenas vagamente hiladas donde reconoce la valentía de su pequeña, asume su propia cobardía y admite que todo sus sentimientos se han descosido para transformarse en garabatos internos. Hasta que una noche recibe la llamada telefónica de una niña que dice ser Wendy y anuncia que se encuentra «en el centro». Y decide ir en su busca.
Lemire comenzó a construir la historia del progenitor tras la pista de la primogénita como una aventura muy pulp de ambientación infernal. Pero el artista tampoco estaba contento con dicha dirección y no tardó demasiado en darle un enfoque más a tono con lo que buscaba narrar, una fábula melancólica y fantástica. Introdujo en la historia el concepto de los laberintos como pieza principal del puzle, unas estructuras de pasillos enrevesados que al autor le resultaban tremendamente interesantes, llamativas a nivel gráfico y particularmente útiles en lo narrativo. También bebió de las novelas de Haruki Murakami, un escritor que había descubierto poco antes y del que le fascinaba su capacidad para construir mundos paralelos a la realidad, planos mágicos subterráneos pero cotidianos, algo que el dibujante estaba decidido a intentar reflejar en el nuevo cómic. El escenario de la historia también supuso un viraje temático para Lemire. Porque al haberse criado en una pequeña población, la mayoría de sus trabajos como autor completo solían caminar por entornos rurales, en pueblos y sus alrededores. Pero este nuevo cómic parecía demandar algo distinto. Y por ello, el dibujante decidió transformar la ciudad en la que él mismo residía desde hacía años, Toronto, en un elemento más de la trama, en el laberinto urbano de callejuelas por las que transcurre la búsqueda del protagonista.
En Laberintos, Will se obsesiona con la misteriosa llamada recibida durante la noche y decide localizar a Wendy, rastreando pistas que ella parece haber colocado entre las páginas de sus cuadernos de laberintos. Unos pasatiempos que la niña encontraba fascinantes, y que completaba con devoción y una habilidad asombrosa, trazando de manera infalible, con un bolígrafo rojo, la ruta hasta el centro de los mismos. El hombre hundido despierta de su estado anestesiado para embarcarse en una hazaña, en un rescate a través de un laberinto escondido en las entrañas de la ciudad con ecos a los dominios mitológicos del minotauro, monstruo incluido.
Para darle forma al apartado artístico, Lemire se inspiró en los trabajos de dos autores europeos que admiraba, el italiano Gipi y el francés Benjamin Flao. Y creó una estética que evocaba los estilos de ambos combinando diversas técnicas: la tinta, el lápiz, la acuarela y el retoque digital posterior de los colores. Un proceso rápido pero también minucioso y estudiado que teje una atmósfera monocromática y amarillenta durante las jornadas rutinarias del protagonista, tiñe de añil las páginas al atravesar los pasajes fantásticos, se colorea por completo en los momentos con más carga emocional y es invadida constantemente por filamentos rojizos revoltosos. En la búsqueda de Will, esos hilos rojos se presentan como el tejido de un jersey ajado, pero también como los garabatos que inconscientemente el hombre dibuja sobre los planos de edificios en su cubículo, como la ruta trazada por Wendy a través de los libros de laberintos, como el camino a recorrer en un tatuaje que sirve de mapa, y como algo mucho más significativo a lo que estuvo conectada la niña durante sus últimos días.
El cómic también utiliza la naturaleza de los laberintos para ensamblar con gracia su estructura visual. En realidad, la trama no es tan enrevesada como podría sugerir el propio título de la obra. Aquí lo laberíntico recae sobre una presentación ingeniosa que experimenta con las propias viñetas y sus márgenes desde la primera hoja: rompiendo sus límites, conectando los marcos con pequeños corredores que se escapan de las páginas de manera traviesa, e incluso reestructurando el orden de lectura de los paneles para acompañar la retorcida ruta de Will entre los callejones de un mundo paralelo. El propio Jeff Lemire considera Laberintos como el trabajo con el mejor apartado artístico de su carrera, aquel que sobre el papel refleja exactamente lo que tenía en mente cuando lo concibió. En Estados unidos, Laberintos (Mazebook) se publicó como una miniserie de cinco números. Para la edición en castellano, Planeta Cómics ha reunido dichas entregas en formato de tapa dura, e incluido una sección con bocetos, notas del propio autor sobre proceso de gestación e ilustraciones realizadas por Andrea Sorrentino, Dustin Nguyen, Gabriel Hernández Walta, Dean Ormston y Matt Kindt para las portadas alternativas de la tirada norteamericana.
Laberintos es una obra sobre un hombre perdido, pero también sobre la pérdida y la capacidad de afrontarla. Un cuento fantástico amarrado al mundo real cuyos cinco capítulos podrían emparentarse con los cincos estados del duelo. Una aventura melancólica de fantasmas deshilachados, monstruos mitológicos, paternidad quebrada, mundos ocultos tras los muros de la urbe, lazos atados a los recuerdos, animales desorientados, y un hilo que marca el camino hacia una pequeña, con rostro definido y ataviada con un raído jersey rojo. La chica parece el destino, pero ahora en realidad es otra cosa. Es el punto de partida.
Laberintos (Planeta cómic, 2024)
Título original: Mazebook #1-5
Tapa dura (cartoné)
16.8 x 25.7 cm
264 páginas, color.
Traductor: Diego de los Santos