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Jacobo Bergareche: «La literatura combate la angustia del domingo por la tarde»

Jacobo Bergareche para Jot Down

Un mes antes de realizar esta entrevista, no tenía noticia alguna sobre la existencia de un escritor llamado Jacobo Bergareche. El último día de 2023, leí una reseña en Babelia (El País) y esa misma tarde compré su última novela, Las despedidas (Libros del Asteroide, 2023). Me gustó y, como el que enciende un cigarro con la colilla del anterior, leí su primera novela, Los días perfectos (Libros del Asteroide, 2021). Este libro me pareció aun mejor y, ya enganchado, no puede resistir la tentación de saborear el primer volumen de Bergareche, Estaciones de regreso (Círculo de tiza, 2019). Este primer libro del autor no es una novela. Lo forman una serie de relatos autobiográficos que me impresionaron por su sinceridad y que, sin saber yo mucho de psicología, entendí que habían servido al escritor de desahogo, de artefacto para matar fantasmas y como una manera de poner el contador de su vida a cero y empezar de nuevo. Haber leído la obra de Bergareche en sentido inverso —del final al comienzo— me ha permitido entender que hay coherencia en sus libros y que el autor ha sido capaz de crear un mundo particular que nace de sus vivencias pero que, apartándose de la autoficción, coge vuelo y da sentido al género novelístico como instrumento para entrar en la espesura de la vida y tratar de responder las grandes preguntas. 

Los libros de Jacobo Bergareche han recibido buenas críticas y su primera novela ha sido traducida a ocho idiomas. No hay buen escritor sin un ego fuerte, pero un ego desmesurado termina arruinando la buena literatura. Leídos los libros, solo faltaba saber hasta qué punto el ego de la persona llamada Jacobo Bergareche se había adueñado (o no) del escritor. Este objetivo, entre otros, nos movió a entrevistarlo.

En Estaciones de regreso, tu primer libro, cuentas que de joven buscaste chicas con «caras en las que hubiera tormentas; miradas con un fondo de misterio, deseo, dolor o perversión» Y añades que, tras malas experiencias, aprendiste que «la bondad es de lo que conviene enamorarse». 

Precisamente ayer encontré una foto de una novia terrible que tuve. Era una persona muy impulsiva y con ausencia total de culpa. Me llevaba a situaciones límite. Luego, más tarde, cuando empiezas a leer en serio y comprendes lo que es un psicópata, entiendes la forma de ser de aquella chica. Una novia que me llevaba por el camino de la amargura.

¿Cuándo llegaste a esa conclusión sobre la bondad como criterio para buscar pareja? Parece más una idea propia la madurez que de la juventud.

Es una reflexión a la que llego con diecinueve o veinte años. Entonces conocí a Belén, mi mujer, y aquí seguimos casados, veintiocho años después.

Pero luego, en tus novelas hay matrimonios compuestos por mujeres que ya no quieren follar y hombres que se masturban en la ducha

Hay que tener en cuenta algo muy importante: el deseo necesita encontrar un cauce natural para expresarse. Y en caso contrario, se genera una frustración tremenda. A partir de los cuarenta años, en todos los grupos de amigos y de amigas nos hacemos unos a otros esa pregunta: ¿Y tú, cuantas veces lo haces? Pero eso nosotros, los hombres, y las mujeres. Un amigo me contó que había pactado una cuota —al menos una vez al mes— con su mujer. Se lo robé y lo metí en mi novela.

Deseo y madurez es un tema que está muy presente en tus libros.

La madre de un amigo mío me dijo un día que no le gustaban mis libros porque ya tenía ochenta años y todo esto del deseo le pillaba ya tan lejos que le daba igual. Yo estoy a favor de lo que defiende Dylan Thomas en su poema «Rage Against the Dying of the Light». El poeta nos pide que luchemos contra el envejecimiento, contra la muerte. Mientras tenemos cuerpo y deseo hay que aprovechar la vida.

¿Es posible la felicidad conyugal después de diez años de matrimonio? 

Es difícil. España es un país donde el 60 % de la gente se divorcia. ¿Qué es lo que tienen que hacer las parejas? No lo sé. Escribo sobre temas de los que no sé las respuestas. De todos modos, yo creo que algo que funciona es tener ilusiones compartidas. El tanto por ciento de divorcios desciende estadísticamente cuantos más hijos tienen las parejas. Pero hay otros tipos de proyectos y planes en común que pueden salvar la relación.

¿Qué te parecen las soluciones que se han puesto de moda? Por ejemplo, el poliamor.

Está claro que hay gente que llega a acuerdos de parejas abiertas o de poliamorosos y que les funciona. Pero pienso que en el momento en que uno abre la puerta de la pareja a una tercera persona puede pasar de todo; es peligroso. Ya en una relación uno a uno pierdes el control de tu vida cuando dejas entrar a otra persona en tu corazón. Uno ama aquello en lo que pone su atención y cuando te enamoras mucho de repente toda tu atención deja de estar donde estaba y pasa a volcarse en el otro. Eso con relaciones de pareja, de dos. Pues imagina si metemos a más de dos en la ecuación.

Tengo un amigo que dice que una cosa es la lealtad y otra la fidelidad. Él afirma ser leal a un proyecto de vida con su mujer y sus hijos, pero que eso no incluye la fidelidad sentimental y sexual a su mujer.

Si tienes una familia y tienes hijos eso tiene un cierto peligro, porque tu atención se desvía de las personas que la requieren, que son sobre todo los niños. No quiero ser moralista. Uno necesita también atenderse a sí mismo y atender a su propio deseo para no acabar odiando a la otra persona y no ver a tu familia y a la gente a tu alrededor como una cárcel de la que tienes que escapar. Es realmente un tema que está sin resolver. La monogamia y la fidelidad conyugal es una herramienta social que tampoco tiene tanto tiempo. En la Biblia todo el mundo tenía veintisiete mujeres.

En tus libros se plantean esos asuntos.

Reflexiono sobre ellos, es cierto. Escribo sobre las cosas que no entiendo; si no, sería un filósofo. Los novelistas escribimos sobre lo que no comprendemos para darle un poquito de sentido o, por lo menos, para hacer la pregunta y lanzarla a la sociedad, a nuestros lectores. Sean muchos o sean pocos. 

Jacobo Bergareche para Jot Down

¿Tiene la pornografía la culpa del desencuentro sexual/emocional entre hombres y mujeres?

A mí no me gusta nada la pornografía. Me desagrada, la veo como algo sórdido. Es cierto que hay un gran número de personas —hombres en su mayoría— que tienen unas expectativas irreales sobre el sexo que se han visto influidas por la pornografía.

Ponme un ejemplo, por favor.

Cuando ocurrió aquello tan horrible de la Manada, se publicaron unos mensajes de voz en los que uno de los miembros del grupo decía algo así como «Prefiero follarnos a una gorda entre los cinco que a un pepino de tía yo solo». Esa brutalidad es una manera de eliminar la dignidad de la persona. Hablaba el otro día Samantha Hudson de la cosificación de los cuerpos. Todo esto proviene de la pornografía consumida en exceso. Terminas asumiendo que la persona con la que estás haciendo el amor está solo a tu servicio. No estás explorando su sensibilidad, ni su sexualidad, ni su deseo, sino que la estás utilizando como un trozo de carne para masturbarte con ella. La pornografía nos ha aislado del otro.

En tu primera novela se plantea el contraste entre días con vinos caros, viajes a lugares exóticos y cenas en restaurantes elegantes con días perfectos haciendo poca cosa. ¿Qué ingrediente no puede faltar en un día perfecto?

Yo creo que lo más importante para que un día sea perfecto es la conexión. La conexión con un grupo de amigos o con la persona que amas. Debe haber una simetría emocional. Y descubrir cosas juntos. La conexión y el descubrimiento. Creo que es una combinación bastante imbatible.

Sin embargo, en Estaciones de regreso escribe:s «No puedo evitar pensar que quienes son verdaderamente ricos en experiencias son precisamente los ricos… pues se pueden permitir practicar heliesquí en Armenia, comer en el Noma de Copenhague… o follarse putas de tres mil euros en hoteles de cinco estrellas».

Es muy diferente ser rico en experiencias que vivir un día perfecto. Son dos cosas distintas. Por otro lado, quien tiene acceso a demasiadas experiencias de esas muy costosas, termina comprobando que la mayoría le generan insatisfacción. Hay una película de los años sesenta —basada en una novela de Julio Verne— que se llama Las tribulaciones de un chino en China. Jean-Paul Belmondo interpreta el papel de un millonario cansado de la vida que considera que ya lo ha vivido todo y, tras intentar suicidarse varias veces sin éxito, contrata a un asesino para que lo mate. A partir de ese momento, toda la trama de la película consiste en cómo escapar del asesino. Al final, resulta que en el día a día del protagonista, hay emoción, riesgo y sobresaltos. De ese modo termina reconciliándose con la vida.

En tu primera novela, Los días perfectos, incluyes una frase de Faulkner: «Entre la pena y la nada, me quedo con la pena». 

Sí, lo peor es que no pasen cosas. Pero además hay otro ingrediente importante para un día perfecto: en ese día tu pasado no existe y estás muy lejos de tu futuro. La ausencia de esa constante representación que nos hacemos tanto del pasado como del futuro ayuda a que el día sea memorable. Cuando en tu mente se extingue todo eso, normalmente se generan momentos de enorme conexión. Conexión con uno mismo, o con la persona que quieres.

¿Existe el amor verdadero? 

Creo que todos esos conceptos como el amor romántico y el verdadero son realmente construcciones teóricas de la filosofía y de la literatura. Platón lo explica muy bien en El banquete: el proceso del amor es un camino ascendente. Empiezas con el sexo, con el cuerpo, y terminas por enamorarte de alguien que es bello y lo es por características que están más allá de lo físico y del deseo. Pero pienso que es sobre todo la literatura la que ha contribuido a que nos planteemos esas diferencias entre tipos de amor. En realidad, nos falta vocabulario para hablar del amor. Tendemos a crear categorías y a clasificar en ellas todos los diferentes y variados amores que sentimos.

En Estaciones de regreso escribes: «Mi madre siempre nos dijo que lo que más define a las personas es su relación con el dinero y con el sexo… que para eso necesitamos desarrollar estrategias complejas y aprendizajes profundos». Por favor, explícame eso.

Hay dos cosas en esta vida que todos precisamos: dinero y sexo. Y cuando hablo de sexo incluyo el amor. Todos necesitamos que nos quieran, necesitamos al otro. Lo que mi madre nos enseñó a mis hermanos y a mí es que para conocer bien cómo es una persona es muy útil analizar qué hace para conseguir esos objetivos: cómo gana su sustento y cómo consigue gustar y hacer que lo quieran. He aprendido que este criterio es mucho más útil que fijarte, por ejemplo, en si es de izquierdas o de derechas.

En uno de tus libros la mujer del personaje principal, al verlo estresado, le dice: «Es momento de irte con tus amigos brutos de Bilbao, para chuletón, vino y mus».

Recuerdo uno de los días más felices de mi vida. Estábamos en Aulestia, en un pueblo al lado de Lequeitio (cerca de Bilbao). Una despedida de soltero con mis amigos; jugando al mus, comiendo cocochas y fumando puros. Durante todos estos años transcurridos desde entonces, cuando pregunto a esos amigos cuáles han sido los momentos más felices de su vida, todos se acuerdan de ese día. No hicimos gran cosa, pero fuimos felices.

¿Quién fue Pura Sotillo?

Pura Sotillo fue mi profesora de Lengua y Literatura. Era una persona que no dejaba indiferente a nadie. Había muchos que no podían soportar a Pura. Y luego estaba la otra mitad del colegio que la adoraba. Entre estos últimos, lo curioso es que todos pensábamos que éramos el favorito de Pura. Es posible que el funeral de Pura sea el más alucinante al que he asistido en mi vida. A todos los presentes se nos había muerto Pura. Pero así, en exclusiva. Pura no tenía pareja ni hijos. Estuvo siempre dedicada en cuerpo y alma a la enseñanza. Cuando ya estaba muy enferma, fuimos a verla a La Coruña unos compañeros y yo. No pude contener las lágrimas. Al salir de su casa me dijo: «Llevo tus lágrimas en mi corazón». Era republicana.

Te quedaste con algunos de sus libros.

Una vez fallecida, cuando desmontaron su biblioteca personal, sus familiares me invitaron a coger algunos libros. Por ahí tengo uno muy especial de León Felipe. [Bergareche señala con el dedo hacia su biblioteca]

Jacobo Bergareche para Jot Down

En ese momento, y gracias a Pura Sotillo, descubres la poesía. ¿Es entonces cuando piensas que tienes un camino en la literatura?

No. Yo siempre he escrito. Desde muy pequeño escribía de forma compulsiva. Tengo guardados muchos diarios y cuadernos con garabatos y anotaciones. Cuando era un niño escribía muchas notitas en clases. Se las pasaba a las compañeras y compañeros. Mira, tengo algunas aquí guardadas.

[Jacobo Bergareche nos enseña una caja de cartón con numerosas notas en post-it, dibujos, caricaturas y trocitos de papel escritos

De adolescente escribía muchas cartas. Todos los días escribía dos o tres cartas. Y algunas no las mandaba. Tengo cartas de amor que empiezan por «Querida tú». No las había escrito pensando en nadie en concreto. Algunas las mandaba tres meses después cambiando el «tú» por un nombre real. Y otras se quedaron sin enviar. Tenía como una reserva de cartas de amor.

Guardas notas de clase, billetes de autobús, cartas de amor no enviadas… ¿Eres fetichista? ¿Nostalgia?

Yo creo que todo esto forma parte de un proceso de conservación de la memoria. La memoria hay que construirla y asentarla. Primero porque uno se trabaja a sí mismo escribiendo y luego porque el que olvida muere un poco. Para mí es muy importante recordar lo que he sentido, lo que he pensado en el pasado. Con la memoria y con la escritura me explico a mí mismo y trato de entender la relación con los demás. Además, en la preadolescencia uno estaba muy solo y costaba hablar de sentimientos, daba un poco de vergüenza. Estaba permanentemente enamorado y esas cartas y papelitos me vinculan con aquellos sentimientos. Luego empiezas a escribir versos. Gracias a Pura Sotillo descubrí la poesía y se convirtió en la vía para hacer fluir esas emociones adolescentes.

En tus libros dices que también usas las canciones, la música, para fijar tu memoria sentimental.

En mi caso era como una forma de automanipulación, de inducirme a mí mismo determinados sentimientos. Si quería estar enamorado, no me conformaba con algo de andar por casa; no, yo quería estar muy enamorado. Y las canciones me servían para eso. La canción no tenía que ser necesariamente buena, pero al estar vinculada a un beso o a una despedida, se cargaba de sentimiento y al oírla volvía a experimentar aquellas emociones. Por lo general era un deseo de intensidad; de vivir con toda la pasión posible. Del mismo modo, si estaba enfadado, quería estar muy enfadado. Creo que a mí me gustaba trabajar con los sentimientos como si fuesen arcilla, y darles forma, y sublimarlos.

Después de un verano improductivo en Londres (donde fuiste a trabajar como becario de publicidad), escribes que al volver a Madrid te sentiste «artista». Tenías dieciocho años. ¿Qué significa a esa edad sentirse artista?

Para mí, con esa edad, lo importante era ser «artista». Luego, más tarde, descubrí que lo relevante es lo que hace, lo que escribe o lo que pinta ese «artista». Pero yo veía entonces que el artista era un ser completamente libre, que además se dedicaba en exclusiva a observaba el mundo y a representarlo. Y que tenía prestigio, algo así como un estatus especial. Se le permitían licencias que al resto no. El artista podía llevar el pelo largo, emborracharse, decir cualquier barbaridad en una cena o en la televisión y no pasaba nada. Eso hoy ya no ocurre salvo contadas excepciones.

Dices que tus cuadernos y diarios están llenos de anotaciones sobre novelas que no has escrito. Y llamas a esas notas «las ruinas de un edificio que no he construido». 

Con quince años iba a la escuela de letras y había decidido que iba a ser escritor. Bueno, en realidad quería ser, como he dicho antes, artista y eso incluía ser escritor, director de cine, fotógrafo… Y luego no hacía nada. He sido muy vago. Y tienes entonces como una culpa difusa dentro de ti por no terminar ninguno de esos proyectos. Realmente, hasta los cuarenta y tres años no he publicado. Hoy lo pienso y me da un poco de vergüenza: llevo toda la vida dándole la plasta a la gente diciendo que soy escritor y en realidad no lo era porque para ser escritor hay que escribir (y publicar) algo.

¿Anotas sueños? ¿Te sorprenden?

Sí, en muchas ocasiones. Tengo las notas de mi móvil llenas de anotaciones de sueños. Sobre todo, me sorprende la fragilidad de la memoria del sueño; que si no lo escribes, al día siguiente no te acuerdas.

¿Te sientes miembro de una generación literaria?

La verdad es que no. No creo mucho en el concepto de generación literaria. Sí es cierto que he hecho amigos escritores de mi edad recientemente, a raíz de haber publicado. En realidad, estoy fuera de ese mundillo.

Si te ofrecen el Premio Planeta, ¿lo aceptas? Es un millón de euros…

Es una operación de marketing. No creo mucho en esos premios que se dan antes de publicar. En Inglaterra, por ejemplo, suelen conceder los premios cuando los libros ya están publicados. 

Jacobo Bergareche para Jot Down

En Estaciones de regreso escribes: «El sentido (de la vida) es algo que se construye con mucho esfuerzo una vez acaecidos los hechos, y los hechos, en sí mismos, casi nunca tienen sentido». ¿Escribes lo que te da la gana o escribes para encontrar una explicación a la vida?

Sí, creo que la literatura sirve para construir un sentido. Sirve para muchas otras cosas: para que te quieran; para vengarse y restablecer tu propia versión de los hechos, y sirve también para buscar sentido, que yo creo que es quizá lo más enriquecedor. La angustia del domingo por la tarde que sufren muchas personas —que incluso los hay que piensan en suicidarse— proviene de la contemplación del sinsentido de la vida. La literatura combate esa angustia.

Sin embargo hay muchas personas que viven tranquilas, sin necesidad de buscar ese sentido, que no se calienta tanto la cabeza. En tus novelas, los personajes se obsesionan, se plantean continuamente las diferentes alternativas y consecuencias de sus decisiones y de sus actos.

En una novela los personajes tienen que vivir el conflicto. Les tiene que pasar algo. Pero es verdad que todos vivimos periodos en nuestras vidas en que nos sentimos en paz. Porque estás donde quieres estar, porque hay una cierta complacencia con todo y nada te agrede. Y luego hay momentos en que se te muere alguien o te deja tu pareja o te echan del trabajo. Entonces vas a necesitar buscar ese sentido. Ahí es cuando la literatura y la poesía son importantes y pueden ayudar.

Dice el escritor irlandés John Banville que lo primero que hace la Iglesia católica con un niño es meterle el sentimiento de culpa y que eso a él le vino muy bien como escritor. En tus novelas hay mucha culpa. 

Todos tratamos de justificarnos. Y justificarse es una manera de intentar eliminar la culpa. Es importante tener mecanismos para combatir la culpa. Pero la culpa también es necesaria. Gracias a la culpa se hacen cosas muy buenas. La culpa es fruto de la conciencia. En el mundo hay dos grandes culturas; la cultura de la culpa y la cultura del honor. La cultura del honor es espantosa. Se hacen barbaridades para restablecer el honor. Son capaces de matar un hijo por cuestiones de honor. Y las sociedades de la culpa se miran más el ombligo; se castigan a sí mismos.

En un momento de tu vida tu padre te dice: «La has vuelto a cagar, Jacobo». ¿Qué importancia tiene en tu vida la opinión de tus padres? 

Está estudiadísimo por la psicología: uno busca el reconocimiento del padre. De la madre no buscas esa confirmación porque ese amor lo tienes garantizado; es incondicional. Que tu padre te diga: «Lo has hecho bien, estoy orgulloso de ti» es muy importante. Creo que todos llevamos dentro esa necesidad. En mi caso más porque elegí un camino distinto al de mis hermanos y a los que tomaban el resto de los familiares y personas de mi entorno. De joven yo solo hacía dibujitos y escribía textos sin relevancia. Necesitaba saber y mostrar que algo de lo que hacía merecía la pena.

¿Has sentido la presión de ser un «gran hombre» (en los negocios o en la política) a causa de tener un padre y un abuelo como los suyos?

Mi padre siempre nos decía a mis hermanos y a mí: «Puedes ser lo que quieras, pero tienes que ser el mejor». Una frase como esa coloca un peso muy grande sobre tus espaldas. Y yo que ni sabía lo que quería ser… Creo que aún no he sido capaz de quitarme ese peso de encima. 

«Un Olabe siempre da la cara», se dice a sí mismo el personaje principal de tu segunda novela. «Olabe» es uno de los apellidos de tu familia. 

Es una cosa que viene de la cultura vasca, por lo menos de la cultura vasca que había en mi familia, en mi entorno. Eso de dar la cara, no robar, no ser un jeta, el esfuerzo como valor superior. Venimos de una estripe como muy competitiva. Mis abuelos, mis padres, mis tíos, todos han destacado mucho en sus profesiones. Teníamos mucha presión.

¿Pesa demasiado la educación recibida? 

Mis padres son muy liberales y respetuosos con todo tipo de costumbres. Nadie, por ejemplo, nos ha dicho nunca si hay que ser de izquierdas o de derechas. En casa nos han dado muchísima libertad. Sí es verdad que nos han intentado inculcar una cultura del esfuerzo y de búsqueda de la excelencia, pero siempre respetando la autonomía de cada uno.

En Las despedidas citas el poema de Claudio Rodriguez «Lo que no es sueño»:

El dolor es la nube,

La alegría, el espacio

El dolor es el huésped

La alegría, la casa

Está en la nota de un suicida. El suicida, en su despedida, pide perdón. Es importante que ese poema esté en la nota de un suicida. ¿Qué importancia tiene la alegría en la vida de Jacobo Bergareche?

Joder, muchísima. A mí me gusta la gente alegre. Yo soy una persona muy alegre. Necesito esa energía. Salir al encuentro del otro. La alegría te lleva a eso. La alegría, además, es contagiosa. La felicidad no lo es necesariamente. Los alegres traen luz.

El poeta Alejandro Simón Partal, amigo tuyo, en una entrevista en El Debate, decía que «La alegría es cosa de la voluntad… es una decisión, un trabajo». ¿Estás de acuerdo? 

Hay personas alegres por naturaleza. Esa frase de Heráclito que dice que «el carácter (el daimon) de un hombre es su destino». Los alegres lo son a pesar de todas las cosas tremendas que les ocurran. Hay personas corcho y personas plomo. Los primeros, por mucho que los hundas, vuelven a salir a la superficie. Pero es verdad que hay que cultivar y trabajar esa alegría. 

En la entrevista en El País con Manuel Jabois dices tener un «verano invencible» (Albert Camus). [Albert Camus, en su ensayo «El verano» (1954), contó cómo los recuerdos de su infancia y adolescencia durante los veranos disfrutados en las playas de su Argelia natal y en especial los días pasados en las ruinas romanas de Tipasa, le ayudaron a superar los horrores de la Segunda Guerra Mundial y, en general, los infortunios de la vida. «En mitad del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible»]. ¿Cómo es ese verano de Jacobo Bergareche? ¿Dónde está tu Tipasa? 

Mi Tipasa, sin duda, se encuentra en un pueblito que se llama Palma del Río, en Córdoba. Una amiga de mi madre se casó con el dueño de una ganadería de toros bravos cerca de Palma del Río. Y vivían en un monasterio medio derruido del siglo XV. Allí pasamos varios veranos de mi infancia. Era un sitio increíble. Montar a caballo, los toros, los perros, los gatos, las gallinas…

También tengo otra Tipasa en Lequeitio. Un sitio que se llama «el octavo» porque está en el kilómetro ocho de la carretera de Lequeitio a Ondarroa. Allí hay una pequeña bahía con una cala en la que emerge la arena cuando hay marea baja. Esos días los recuerdo como llenos de una inmensa felicidad.

Jacobo Bergareche para Jot Down

En algunos tramos de tus novelas parece que se va a liar muy gorda y los personajes se angustian. Pero al final, al lector le queda una sensación de esperanza que unas páginas antes parecía imposible. ¿De dónde sale esa esperanza?

A mí me gusta que los personajes de mis novelas aprendan algo. Los protagonistas de las dos novelas están en medio de un viaje de vuelta a casa. Lo decía el poeta José Ángel Valente: «Vivir es fácil, arduo sobrevivir a lo vivido». Desde La Odisea estamos siempre escribiendo lo mismo. Nos preguntamos con ansiedad: ¿Cómo coño vuelvo a casa con lo que me ha pasado? Y resulta que el planteamiento correcto debe ser el contrario: Precisamente porque me ha ocurrido esto es ahora cuando puedo volver a casa. 

Sí, pero en tus novelas colocas a los personajes ante encrucijadas muy complicadas.

Los dos personajes masculinos han entendido lo que les pasa. Entender lo que te pasa es el principio para poder actuar sobre ello. En la vida, ante las dificultades, se trata de identificar, describir y verbalizar lo que te ocurre. Uno tiene que reconectar consigo mismo. Entonces, ya puedes agarrar el toro por los cuernos. Y creo que ese es el punto de esperanza que tú dices que has percibido en las novelas. Fíjate, una de las mejores cosas que me han dicho de mis libros es: «oye, has puesto palabras a algo que yo sentía y que no sabía expresar».

Leyendo tus libros se puede hacer una lista de Spotify (Van Morrison, Lou Reed, Townes Van Zandt (dices que significa para Texas lo que Camarón de la Isla para España), Blaze Foley, Grateful Dead. ¿Qué hace perfecta una canción?

Hay canciones que las escucho y digo, joder, tengo que hacer una fiesta solo para poner esta canción. O pienso: esta canción me está pidiendo un contexto, una sobremesa o cantarla a gritos; una fiesta o ir en coche y escucharla con el volumen muy alto. Cuando me saqué el carnet de conducir, lo primero que hice fue ponerme Exile on Main Street, de los Rolling Stones, y dar la vuelta entera a la M30.

Buscas la autenticidad en la música. En el primer artículo que presentas a Pura Sotillo para la revista literaria del colegio, criticas a los Guns N’ Roses por poco auténticos.

En aquella época profesaba la religión led zeppelinista. Para mí Led Zeppelin era lo más grande; me sabía la duración de las canciones, dónde se habían grabado, los créditos… Si hubiera un Trivial Pursuit sobre Led Zeppelin, conocería todas las respuestas.

Pero siendo adolescente te gustaba un tipo de música rock que no estaba de moda. Tu fuiste adolescente en los noventa. Y esa música es de los setenta.

Yo vivía en un internado en Inglaterra. Y esa era la música que escuchaban los mayores del colegio. Ese tipo de rock es el que escuchaban nuestros hermanos mayores. La verdad es que perdí la cabeza con esa música. 

Dime dos películas a las que te irías a vivir.

Mi favorita es El ladrón de bicicletas. Y otra a la que me iría a vivir es Il Ssorpaso de Dino Rissi con Vittorio Gassman y escrita por Ettore Scola. El cine italiano es mi preferido. De las recientes, La grande belleza. Y también Ida, una película polaca de 2013, dirigida por Paweł Pawlikowski

Decía Hemingway que hay que escribir borracho y corregir sobrio.

Ha habido noches que al volver de fiesta sabes que no te vas a poder dormir. Entonces, dedico algo así como una hora a escribir hasta que me entra el sueño. Lo he hecho algunas veces. 

¿Y al día siguiente?

Pues a veces hay cosas que están bien, la verdad. No todo, pero algo si ha sido aprovechable. Desde luego, corregir borracho nunca.

También decía Hemingway que un buen escritor tiene que tener incorporada una máquina para detectar la mierda. ¿Tú eliminas mucho de lo que escribes?

Muchísimo. En la primera novela, Los días perfectos, al menos eliminé el treinta por ciento. Y en Las despedidas quedó finalmente poco más de la mitad de lo que escribí en una primera versión.

¿Lo cortas tú o lo retira tu editor?

No, lo corto yo. Tengo un gran editor. Luis Solano, de Libros del Asteroide, tiene mucha experiencia. Luis y yo tenemos intercambios que son como muy francos y honestos. Me hace preguntarme sobre determinadas cosas que he escrito en las primeras versiones del texto. Y de ese modo me ayuda a ver lo que sobra de mis textos o lo que debo cambiar.

Y no te molesta que te critiquen lo escrito.

Yo vengo del mundo del guion. He hecho muchísimos guiones para series de televisión, algunas de ellas muy malas. En el mundo del guion nadie se siente autor; nadie se siente dueño en exclusiva de lo escrito. Porque sabes que una vez entregas tu trabajo, lo van a destrozar. Primero el director; luego los actores lo van a «hacer suyo» y lo volverán a cambiar. Y después, un señor que es el editor de postproducción meterá lo que le dé la gana y volverá a modificar la idea original. Asumes que eres el último mono. Hacer un guion, si lo quieres llamar de manera suave, es un proyecto de escritura colaborativa. Sobre los textos de mis novelas me gusta que otros vayan leyendo, que me digan, discutirlo. Estoy acostumbrado.

¿Quién es tu prescriptor para buscar lecturas? ¿De quién te fías? 

Confío mucho en el criterio de Silvia Bardelás, la editora de Deconatus. Estudiamos juntos en la Escuela de Letras y es la que ha descubierto para el mercado español a Joshua Cohen y a Jon Fosse, el último Premio Nobel de Literatura. También me fío de mi mujer y de mi madre, grandes lectoras. Y de un amigo abogado que trabaja en uno de los despachos de abogados más grandes de Madrid que se llama Juan Jiménez La Iglesia. Juan, creo, es la persona que más lee de todos los aficionados a la literatura que conozco.

¿Podemos hablar de drogas? En tu primer libro cuentas que en Austin (Texas) bebes cerveza para desayunar y tomas MDMA. En otro pasaje relatas una visita al Museo del Prado puesto de LSD.

Bueno, MDMA solo tomé una vez. Y lo del LSD fue muy interesante y divertido. Yo había leído aquellos libros psicodélicos como Las Puertas de la Percepción de Aldoux Huxley. Lo de la visita al Prado lo hice con compañeros de Bellas Artes. Quedábamos en el Jardín Botánico, junto al museo. Nos lo tomábamos como un experimento. Nos reíamos tanto que una vez nos echaron del museo. Mirabas un cuadro y, si por ejemplo había una cascada de agua, parecía que se te venía encima y te mojaba. Es verdad que te expande la mente. Yo soy partidario del uso terapéutico y controlado de ese tipo de drogas. ¿Tú sabes lo que es escuchar un color?

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7 Comments

  1. Corrector incorregible

    Estupenda entrevista.

    Pero como últimamente en casi cualquier artículo o entrevista de Jot Down… Se puede hacer uno una buen colección de gazapos que solo está ahí o por pura desidia o por puro desconocimiento (elijan su propia aventura).

    ¿»Gratefull Dead»? ¿En serio?
    ¿Qué será lo siguiente? ¿»Les Zeppelin»?

  2. Antonio Yelo

    Señor Corrector, tiene toda la razón y le pido disculpas. Grateful Dead está mal escrito. Y el apellido de Townes también. Es Zandt.
    Pido que lo corrijan. Gracias.

  3. Jperilla

    Muy simpática entrevista, me han dado ganas de conocer más de este autor. A la saca.

  4. Pijo?

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