En su día, la ley 7/2010 del 31 de marzo (general de la comunicación audiovisual) estableció la obligación de que las cadenas de televisión dispusieran de una calificación por edades, forzándolas a dejar cualquier contenido perjudicial para los menores fuera de la franja de entre las 22:00 y las 6:00 horas.
Es difícil que a alguien que fue niño en los 80 no se le salga una sonrisilla.
Entre el 20 de julio de 1985 y el 19 de agosto de 1988 se emiten en España las cinco temporadas y noventa y ocho episodios de una serie titulada El equipo A, que había sufrido virulentas críticas en Estados Unidos debido a su brutalidad, estimada por los grupos en «46 actos de violencia por hora» y que por supuesto, se emitía de noche.
Y, por supuesto, en España fue emitida en horario infantil
Ciertamente, comparada con futuras representaciones de la violencia televisiva, la mostrada en El equipo A hoy en día parece blanda, ridícula, inocua y por qué no, pueril. Y quizá por su ingenuidad, sencillez y por ser, pese a las exageraciones de los conservadores norteamericanos, inofensiva, permanece indeleble en las mentes de los telespectadores como uno de los símbolos más queridos de los 80.
Como suele ser el caso, la historia tras la serie tiene su guasa.
Si usted tiene algún problema…
Sí, en 1981 Brandon Tartikoff tenía un problema. Tras años trabajando en publicidad y televisiones locales, a sus treinta y dos años este joven ejecutivo fue nombrado presidente de la división de entretenimiento de NBC, el más joven de su historia. Y lo logró en un momento complicado.
La cadena estaba en crisis: tenía notablemente menos audiencia que sus rivales ABC y CBS, era inminente una huelga de guionistas, los anunciantes se estaban yendo en masa, solo tenía tres shows en el top 20 (entre ellos, la ya vieja Casa de la pradera), las estrellas de Saturday Night Live se piraban poco a poco e incluso el mítico Johnny Carson estaba a punto de dar el portazo.
Como paradigma del joven y agresivo ejecutivo que la recién nacida década demandaba, Tartikoff tenía que marcar territorio proponiendo series que devolvieran a NBC a los ratings que se merecía. Con primera de ellas, Canción triste de Hill Street, no empezó mal: redefinió el police procedural moderno. Con la segunda, Cheers, lanzó la carrera de varios de sus actores, como Ted Danson, Kirstie Alley o Woody Harrelson y además engendraría dos spin offs, como Frasier. La tercera, El Coche Fantástico, se convirtió en otro icono televisivo de la época.
Hoy diríamos que no empezó mal. Sin embargo, aunque hoy en día sean clásicos pop o de culto, ninguna de esas series arrancó con la audiencia deseada. Tartikoff necesitaba un hit de los de verdad. El top ten, o nada.
Y para ello se le ocurrió una idea increíble: mezclar «Mad Max con Los Siete Magníficos, Doce del Patíbulo, Misión Imposible y con Mr. T al volante».
Ahora solo tenía que encontrar quien se atreviese a escribir tamaña ocurrencia.
… quizá pueda contratarles
Un hombre escribe a máquina en una IBM Selectric; arranca la hoja del carrete, la lanza al viento y se convierte en un logotipo: así cerraba sus producciones Stephen J. Cannell, uno de los guionistas de más éxito de los 80 y el hombre al que Tartikoff se dirigió con su surrealista idea.
Cannell era un luchador: hijo de un exitoso decorador, abandonó el hogar y la riqueza familiares para estudiar periodismo y ser guionista, sin importarle su rampante dislexia, que —al contrario de lo que el citado logo sugería— le obligaría a dictar sus guiones a una colaboradora.
Logró por fin trabajo en 1971, en una serie llamada Adam-12, aceptando el sueldo más bajo de la cadena pero logrando un interesante trato: le pagarían más de lo habitual cuando escribiera pilotos, pensando que el chaval no sería capaz de hacer ni uno solo. Erraron: se especializó en ese formato, tanto que pronto ganaba 400 000 dólares de entonces al año (más de un millón y medio anual ajustando la inflación). Así pudo fundar su propia productora.
Como Tartikoff, ahora, necesitaba demostrar que tenía el talento suficiente para consolidar las expectativas puestas sobre él, y lo logró con un tremendo éxito basado, de nuevo, en una loca idea: un profesor de secundaria que recibe de los aliens un traje rojo con poderes: así nació la inmensamente popular El gran héroe americano. Tartikoff sabía que había encontrado su hombre, y junto a Frank Lupo, colaborador de Cannell, se dispusieron a dar forma a la idea del productor.
Ya con los guiones bajo el brazo, ahora había que reclutar al Equipo A. Como sabe cualquiera que lo haya intentado, no iba a ser fácil.
Por un crimen que no habían cometido
La mayor parte de los televidentes recordamos a George Peppard como John «Hannibal» Smith y más allá de la serie, es fácil mencionar su coestrellato con Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes. Pero… ¿quién sabría citar muchas más obras de su filmografía?
Puede que Peppard nunca fuera un tipo con suerte. O puede que, simplemente, su carácter y adicción estropearan algunas oportunidades que la vida le dio. El caso es que no parecía un tipo feliz. Y quizá, nos tememos, se buscó la desdicha durante gran parte de su vida.
Descrito por una actriz «un dios nórdico de dos metros de alto, rubio, con ojos azules y el cuerpo con el que cualquier cheerleader ha fantaseado», Peppard irónicamente comenzó su carrera alistándose en los marines con veinte años, aunque nunca pisó un conflicto armado; al año siguiente salió de la vida militar y comenzó a actuar en teatro, su verdadero sueño.
Pronto dio el salto a la televisión, haciendo casi siempre de eterno secundario; llegó al cine diez años después para encontrarse que le daban los mismos papeles. Los testimonios de la época cuentan que era un gran actor, serio y comprometido, pero también de los que dan problemas en el set, lo que le colgó el sambenito de «difícil». No fue el único que tuvo.
Sus compañeras de rodaje pronto le dieron otro título, mucho peor, el de machista, «frío y engreído». Rechazó papeles por no parecer «débil» u «homosexual», una ironía teniendo en cuenta el subtexto al interpretar al ambiguo personaje de Truman Capote. Fue acusado de violar a una stripper en su habitación de hotel. Y absuelto.
No manejó bien otras partes de su vida: perdió mucho dinero al montar un rancho, tuvo cuatro «divorcios de Hollywood» que le arruinaron casi por completo, y empezó a elegir los papeles en función de la paga, lo que hirió aún más su carrera. Llegó a aparecer en algunas películas de éxito masivo, como La conquista del Oeste, pero nada, su consagración no llegaba: quizá era el galán perfecto en una época, los 60, que ya no creía en galanes perfectos.
De siempre juerguista y vividor, comenzó a beber en serio a finales de los 60, lo que le hizo más temperamental e insoportable. A veces se quejaba de que no le llegaban buenos guiones, a veces rechazaba a directores que no consideraba suficientemente talentosos para él. Irónicamente pasa por Vietnam no como soldado, sino como artista a entretener a las tropas.
Llega entonces oportunidad de oro para remontar su carrera: el papel de Blake Carrington en la exitosa serie Dinastía. Llegó a rodar varios episodios… y fue despedido. Sus parte fueron regrabadas por John Forsythe, quien se quedó el papel. Joan Collins se alegró ya que según declaró se dio entre ellos un «incidente de agresión sexual»; la actriz declaró que en esa época los actores famosos creían tener el privilegio de acostarse con las protagonistas de las series. No ocurrió. Al menos Peppard dejó de beber, pero aún apuntó que «mucha gente pensaba que cuando hacia ciertas cosas, era porque estaba borracho. No era la bebida. Era yo».
En 1982 se le ofreció el papel de Hanniba» Smith, basado en el polémico militar de ultraderecha Bo Gritz. Peppard refirió a la prensa cuánto le gustaba el personaje y sus disfraces, para después añadir «y, francamente, necesito el dinero».
«No pienso subirme a ese avión»: el Loco, el Rostro… y Mr. T
Asegurada la presencia de Peppard, había que reclutar al resto del equipo. Al menos las vidas de Dwight Schultz y Dirk Benedict estaban menos marcadas; también eran más jóvenes.
Schulz, que haría del «Loco Aullador» Murdock solo llevaba un año de actor como secundario en diversas series de la tele cuando se le ofreció el papel del veterano que marcaría el resto de su vida. Y Dirk Benedict, futuro «Face» (no «Fénix» como en la edición española) llevaba una década prometedora como intérprete, siendo su rostro (pun intended) ya conocido para el público como el teniente Starbuck en Battlestar Galactica.
Pero si alguien iba a ser la estrella del show (para disgusto de Peppard) no era ninguno de ellos, sino alguien de cuya vida podrían escribirse varios artículos como este y seguro que algún libro, un héroe negro, fuerte y formal, un hombre cuyo nombre legal era y sigue siendo «Mr. T».
Nacido en Chicago como Lawrence Tureaud, de pequeño ya tuvo que ser guerrero: era el más joven de una familia de doce hijos que creció en una casa de tres habitaciones en los peligrosos Robert Taylor Projects, feudo de las bandas de la época. Su padre les dejó tirados cuando tenía cinco años y Lawrence se centró en las matemáticas y los deportes; después se alistó en el ejército y fue durante unos años policía militar.
Y sí, su nombre real era Mr. T, entendiéndose el «Mr.» como su nombre de pila y «T» como su apellido. ¿Por qué? T recuerda haber escuchado a numerosos blancos referirse a su padre y otros negros con la despectiva palabra racista boy. Decidió cambiarse el nombre, según él, para que la primera palabra que tuviera que pronunciar cualquier blanco que se dirigiera a él fuera «Mister».
Inseguro de qué hacer con su vida, trabajó como portero de discoteca en su ciudad natal; allí se hizo famoso por su rudo aspecto (adopta ahora su cresta inspirada por los guerreros africanos de la tribu mandinka), por llevar la joyería que los clientes se habían arrancado tras pelear y por mantener lejos a los camellos: cuenta haber tomado parte en doscientas peleas.
Su fuerza e intimidante aspecto estaban, sin embargo, equilibrados con un carácter candoroso, generoso y amigo de los niños, a los que solía dar charlas para que se mantuviesen alejados de las drogas. Quizá esta curiosa combinación le hizo famoso entre los famosos, que empezaron a requerir sus servicios como guardaespaldas: Diana Ross, Steve McQueen, Michael Jackson, Joe Frazier o Muhammed Ali fueron sus empleadores.
De tanto juntarse con celebridades, terminó saliendo en televisión: apareció en un demencial concurso de NBC llamado America’s Toughest Bouncer (El puerta más duro de América), en el que se enfrentó a un portero hawaiano de ciento treinta kilos, derrotándole en cincuenta y cuatro segundos. ¿Quién estaba en su casa viendo tan edificante programa? Un guionista de éxito llamado Sylvester Stallone.
Fue así como este, en busca de un antagonista para Rocky III, decidió contratar a T. Su personaje se hizo increíblemente famoso gracias a su frase «I pity the fool!», que se convierte ya entonces en un meme y terminó de hacerlo reconocible en toda Norteamérica. Este es el momento en que a T se le ofrece el papel de Bosco «B. A.» Baracus en El equipo A. En este contexto, B. A. recordemos, significa bad attitude, algo así entre «mala leche» y «puto chulo», mucho mejor que el M. A. de «mala actitud» español, ¡dónde va a parar!
Acaba de contratar al equipo A
La serie debutó el 30 de enero de 1983 y el primer capitulo se emitió tras la XVII Super Bowl, una apuesta firme y arriesgada que le salió bien a Tartikoff, Cannell, Lupo y por supuesto al cast: obtuvo un 26,4 % de audiencia y terminó situado cuarto en los ratings Nielsen.
En una parrilla acostumbrada a series más tranquilas y costumbristas, El equipo A ofrecía acción, humor, violencia sin consecuencias, personajes carismáticos y tramas sencillas que entretenían sin exigir demasiado al público. Personajes, situaciones y frasecillas se hicieron increíblemente populares y sus personajes comenzaron a aparecer en todo tipo de merchandising, incluyendo cómics. En efecto, aunque muchos nunca pensamos leer esta frases, sí, El equipo A pertenece al universo Marvel. ¿Para cuando una peli junto a los Vengadores?
En la ficción, el show tomaba su nombre de una unidad militar real, la ODA u Operational Detachments Alpha de las Fuerzas Especiales durante la guerra de Vietnam. En la serie, no obstante, el grupo eran ex boinas verdes a los que se les encomendó una misión que habría de ayudar a finalizar la guerra: robar el Banco de Hanoi. Tras lograr su misión, su comandante es asesinado y el equipo no puede demostrar que actuaba siguiendo órdenes. Fueron arrestados, huyeron y se convirtieron en mercenarios.
Cada episodio arrancaba con la marcial sintonía de Mike Post (que en Francia tuvo letra, solo para masoquistas), quizá el más exitoso músico de la televisión ochentera, y que, no es poca cosa, produjo el disco Van Halen III. El opening anunciaba lo que la gente queria: violencia exagerada, tiroteos, helicópteros por doquier y coches volando por los aires de los que indefectiblemente salían los actores a pie para demostrar que en esa serie nadie moría, sangraba o sufría heridas serias. Cannell llegó a decir que, como un chiste privado, los guionistas competían por crear las escenas menos creíbles posibles.
La serie también revisitaba el deprimente resultado de Vietnam desde una perspectiva similar a la de éxitos anteriores como M.A.S.H.: los culpables de la derrota americana eran los altos mandos y oficiales que ahora perseguían de forma injusta a nuestros soldados de fortuna. Convertidos en fueras de la ley, no tenían más remedio que viajar «ocultos» por la Usamérica pre 11-S en su incoherentemente reconocible GMC Vandura atestada de kalashnikovs buscando financiación para su defensa mientras ayudaban al ciudadano medio.
Sus clientes eran, por lo general, gente honrada, de clase obrera y trabajadores habitualmente oprimidos por terratenientes, corruptos y grandes capitalistas. Protegiendo al ciudadano medio contra los abusos del poder, los robinhoodes de Hannibal les ayudaban derramando cientos de casquillos y litros de gasolina en explosiones y tiroteos en los que casualmente nadie moría. Entonces la paz era restaurada y David había vencido de nuevo a Goliat.
Y así, episodio tras episodio. Una y otra vez. Siempre lo mismo. La fórmula funcionaba… hasta que dejó de funcionar.
En efecto, hemos de entender «fórmula» en su sentido literal, ya que prácticamente cada capítulo era igual que el anterior: alguien sufría una injusticia, encontraba al equipo A, o más bien Hannibal les encontraba a ellos, se enfrentaban a los malos, les derrotaban, estos volvían con refuerzos, El equipo A era capturado, encerrado en un garaje con multitud de herramientas con las cuales realizaban desde un planeador a una excavadora, derrotaban definitivamente al mal… y se iban hacia el sol poniente una vez hecha la justicia. Era divertido, hasta que dejó de serlo y los ratings empezaron a notarlo.
Súmense a esto diversas tensiones en el set: según la actriz Melinda Culea (que interpretó brevemente al personaje de Amy) Peppard logró que la despidiesen (sin guionizar ninguna explicación), ya que entendía que en la serie no había sitio para mujeres. El mismo Hannibal también logró, poco después, que largaran igualmente a su sustituta, Tawnia Barker, y la siguiente mujer, la «vietnamita» Tia (en realidad hawaiana, interpretada por la homónima Tia Carrere) tampoco duró demasiado. Al menos en España seguiremos hablando aquella vez que Ana Obregón hizo de terrorista…
Peppard también estaba públicamente molesto por la fama de Mr. T, y llegó a no dirigirle la palabra durante los rodajes, comunicándose con él a través de intermediarios. El actor del puro fue incluso convocado a presentar la serie en Países Bajos, pero al enterarse de que Schulz y Benedict habían sido invitados también, declinó asistir. «Es la primera vez en veinticinco años que tengo dinero en el banco», expresó.
El público, en fin, se cansó de la monotonía de la serie y empezó a preferir, irónicamente, un tono más costumbrista y familiares, como El show de los Cosby, Los problemas crecen o ¿Quién ese el jefe? En la temporada final de 1986-87 la serie terminó con un rating del 12.8 en el puesto 61.
Me encanta que los planes salgan bien… hasta que no salen bien
El equipo A termina su emisión el 30 de diciembre de 1986. Su último episodio cerraba (¿spoiler?) la serie con un más o menos abierto, aunque por alguna extraña razón en marzo del año siguiente se emitió un episodio más fuera de continuidad, con lo que el show cerraba en falso. Los miembros del equipo, ya en la vida real, siguieron direcciones contrapuestas.
Peppard siguió intentando lograr papeles decentes en películas, series y teatro decentes, siendo una de las pocas veces en que se manifestó como un hombre feliz cuando interpretó a Enrique II en El león en invierno. En 1992 se le diagnosticó cáncer de pulmón: no era para menos; además de los puros que fumaba en la serie, consumía tres cajetillas diarias de tabaco. Se le extirpó parte del pulmón, pero terminó muriendo de neumonía en 1994. Llegó a decir, al menos, que «se arrepentía de algunas cosas que hizo mientras estaba bebido».
De Schulz y Benedict poco que decir; el primero ha combinado una exitosa carrera de secundario en la franquicia Star Trek con numerosas interpretaciones como actor de voz en animación y videojuegos. Hoy en día es además un tertuliano de extrema derecha católica. Benedict tuvo una carrera parecida y modesta, y en 2006 se expresó públicamente en contra de que en el revival de Battlestar Galactica su personaje fuera interpretado por una mujer. «La guerra contra la masculinidad ha sido ganada», expresó.
Stephen J. Cannell continuó escribiendo, creando unas cuarenta series y dejando su impronta en unos mil quinientos episodios de televisión hasta su muerte en 2010.
Brandon Tartikoff siguió siendo el rey Midas del entretenimiento televisivo norteamericano: entre sus éxitos posteriores se encuentran La ley de los Ángeles, Corrupción en Miami, Ley y orden, ALF, El show de los Cosby, Seinfeld, Las chicas de oro, Salvados por la campana, Juzgado de guardia o El príncipe de Bel-Air, entre otros. En 1991 sufrió un severo accidente de coche en el que su hija de ocho años quedó gravemente herida. Tartikoff se distanció de la televisión para pasar tiempo con ella y ayudar a su recuperación. Murió en 1997 de un linfoma.
¿Y la estrella real del show, Mr. T? Sigue vivo y coleando, y por supuesto, su intensa vida no podría resumirse en unos párrafos, pero destaquemos que tras una bizarra película con Irene Cara publicó un vídeo motivacional (Be somebody… or be somebody’s fool!) en el que enseña a los niños a apreciar a sus orígenes, a vestir con estilo sin llevar ropa de marca, a controlar su ira o a resistir la presión de sus pares para evitar beber o drogarse, además de interpretar el tema Treat your momma right, más conocido en España como Hay que decirlo más.
En 1995 se le diagnosticó linfoma cutáneo de células T. Tras superarlo, proclamó: «¡Cáncer con mi nombre, personalizado!». Publicó un disco de rap, hizo carrera en la WWF, se disfrazo de Santa Claus para Nancy Reagan, rodó gran cantidad de anuncios, entre ellos para World of Warcraft, participó en Dancing with the Stars, y se convirtió en portavoz de una empresa de compra de oro, revelando que en El equipo A llevaba al cuello unos 300 000 dólares de la época en oro. Abandonó, no obstante, sus collares en 2006, sintiendo que tras la catástrofe del Katrina era inmoral cargar con tanta riqueza encima. «A partir de ahora», dijo, «el oro estará solo en mi corazón».
B. A. Barracus tenía miedo a los aviones. Mr. T, obviamente, sigue volando.
Me encanta que el artículo no haga referencia al título del mismo.
Entretenido artículo. De Schultz olvida mencionar que interpretó con acierto a Robert Oppenheimer en la muy estimable «Creadores de sombras» junto a Paula Newman.
Quería decir Paul. Disculpas.
MASH en realidad estaba ambientado en la guerra de Corea, pero bueno, todos los amarillos se parecen xDDD
Lo de B.A. en vez de M.A. lo sabía, pero lo de Face en vez de Fenix me ha dejado patidifuso.
Dice el artículo que una actriz (Elizabeth Ashley) describió a Peppard como «un dios nórdico de dos metros de alto, rubio, con ojos azules y el cuerpo con el que cualquier cheerleader ha fantaseado». Me temo que esa cita está mal, porque Peppard no medía dos metros, sino alrededor de 1,83 m. La cita original en inglés dice «six feet tall», que efectivamente es casi 183 cm.
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